La literatura en la película 

Se trata de una de esas animaciones que llaman stop-motion. El cineasta, no contento con sufrir lo regular en una película normal, decide sufrir unas ciento veinte veces más, pues no tiene actores a los que pastorear, ni dibujantes a los que regañar, sino muñequitos de plastilina y otros materiales que ha de mover un... Leer más La entrada La literatura en la película  aparece primero en Zenda.

May 16, 2025 - 23:58
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La literatura en la película 

Coinciden PrimeVideo y Filmin en ofrecernos una película de animación de 2009, de la que yo no sabía nada. Sin más, ha aparecido en ambas plataformas y de manera destacada. Estos movimientos de catálogo, con sus entradas y sus salidas, resultan incomprensibles, fruto quién sabe si de modas, acuerdos por lo menudo (ponme esta cosa y te doy esta otra) o incluso del buen gusto. La película se titula Mary and Max y es excepcional.

Se trata de una de esas animaciones que llaman stop-motion. El cineasta, no contento con sufrir lo regular en una película normal, decide sufrir unas ciento veinte veces más, pues no tiene actores a los que pastorear, ni dibujantes a los que regañar, sino muñequitos de plastilina y otros materiales que ha de mover un millón de veces para que salga una secuencia de dos minutos. Esta técnica surgió (me lo invento con gran precisión) de la necesidad de representar dinosaurios, monstruos o robots en tiempos en los que no había, como quien dice, ordenadores. Ahora, cuando dando a una tecla te sale Babilonia amarilla si quieres (es un decir), hacer películas en stop-motion sólo puede obedecer a un motivo: que te gusta hacer películas en stop-motion. Te gusta, en fin, la manualidad misma, la película como proceso, sin prisas por estrenarla y recibir respuesta del público o, eventualmente, algunos premios.

El director de Mary and Max, Adam Elliot, tardó quince años en hacer su siguiente película, también con muñequitos (Memorias de un caracol, 2024), lo cual arroja diversas dudas gratuitas. Una, ¿de qué vive uno si hace una peli cada quince años? Otra, ¿si Mary and Max tiene un 8,2 en IMDb y es considerada una obra maestra, no sería más fácil (y recomendable) hacer otra obra maestra antes de que la gente (como es el caso) se olvide ti? Y tres, ¿a quién le importa todo esto?

A nadie.

"¿Quién en su sano juicio se ve películas de stop motion? Quiero decir, lo que viene siendo verlas por verlas"

Mary and Max apareció en su día, desapareció, y aquí estamos. Uno puede llenar un listín telefónico con nombres de escritores, músicos y cineastas que hicieron algo valioso y ya nadie los recuerda. De hecho, ahora mismo, a estas alturas, Adam Elliot es un nombre que no puedo recordar: cada vez que lo escribo, miro cómo se llama. Antes, cuando era joven y ansioso, recordaba hasta el nombre del director de fotografía de cualquier película. Ahora todos los nombres son antiadherentes; me da igual cómo se llame nadie.

La aparición múltiple de Mary and Max, sea cual sea su motivo, fue fundamental para que me apeteciera verla. Dos veces la vida, el azar, el algoritmo me puso la película ante los ojos. Si sólo hubiera estado en Filmin, no la habría visto. ¿Quién en su sano juicio se ve películas de stop motion? Quiero decir, lo que viene siendo verlas por verlas, como el que siempre se ve una película si sale Nicolas Cage o siempre se ve una película rodada en Madrid. Me parece raro que haya gente que vea películas de stop-motion, por sistema.

Mary and Max, con su desganado título, trata de Mary y Max, ambos apenas más animosos que sus respectivos nombres consecutivos y aliterados. Ella es una niña y él, asperger, ya con cincuenta años o así. Ella, australiana; él, de Nueva York. Son raritos. Una voz en off nos los presenta y condecora hasta que pueden hablar ellos mismos, mayormente por carta. Mary and Max debe de ser de las películas (pienso ahora) con más palabras pronunciadas de la historia del cine: prácticamente durante toda la cinta habla alguien. Esto nos pone en bandeja el asunto del que quiero hablar hace quinientas palabras: la literatura. Mary and Max es una película; pero, sin la película, quedaría aún Mary and Max, un libro, muy bueno.

El escritor de ese libro sería también (miro a ver cómo se llama) Adam Elliot, que firma el guion. Este guion lo debió de escribir en estado de gracia, como suele decirse cuando ni por un momento se pierde el brillo. Es todo el tiempo genial, gracioso, tierno, provocador. Sorprendente.

"El relato es tan delicioso que los muñequitos se limitan a acompañarlo, como los dibujos en los libros de los niños"

Primero, tenemos esa voz en off que nos introduce al personaje de Mary. Se trata de una niña de padres horribles y soledad escolar. Gafotas, fea, sin amigos, sólo puede entregarse a manías miserables. Además, es pobre. El relato es tan delicioso que los muñequitos se limitan a acompañarlo, como los dibujos en los libros de los niños. Incluso cerrando los ojos (siendo radio, por ejemplo), todo sería excepcional. La niña elige a voleo una dirección en Nueva York y escribe una carta para tener un amigo.

Así llegamos a Max, que es otro que tal. Aquí se juega la carga asperger (se dice expresamente), que legitima a los creadores para hacernos creer que padecer este síndrome es sumamente divertido. Se lo perdonamos. El Max con asperger también tiene sus manías, sus vecinos desorientados, su máquina de escribir. Empiezan a escribirse cartas y los personajes las leen, cada uno la que ha escrito. Ahora que lo pienso, creo que en la película no habla nadie directamente con nadie.

La literatura que se nos ofrece es muy de mi gusto, aunque impracticable. Es la literatura para adultos escrita con mirada infantil. Autores que me vienen a la cabeza: Unai Elorriaga, Gonçalo Tavares, El curioso incidente del perro a medianoche, Julio Cortázar y por ahí seguido. “Si un taxi va marcha atrás, ¿te debe dinero?”, escuchamos.

Y también: “¿Tú has hecho sexy?”. La niña confunde el sexo y demás semánticas sudorosas con el adjetivo casi monjil “sexy”, y lo vuelve nominal, y así lo usa. Luego hay un vecino en Australia que no sale de casa porque padece “homofobia”. Eso oímos. Media hora después, la niña lo repite: “No sale de casa debido a su homofobia”. Es tan genial. A la hora y pico, la niña, ya crecida, ya mujer, comenta: “Mi vecino sigue sin salir debido a su agorafobia”. Yo creo que ese espléndido riesgo de hora y pico no se atreve a correrlo hoy nadie ni en cine ni en libro.

De hecho, Max reconoce que “no ha hecho sexy”, lo que hoy lo colocaría en la casilla de los “incel”, y ya estaría la película condenada (por no hablar de Obesos Anónimos, la asociación a la que acude: ¡gordofobia!).

"Es una película preciosa que, sin embargo, no me atrevo a ponerle a mis hijos"

Para que Mary and Max dure lo que dura (hora y media o más), el autor hace que pase el tiempo. Pasan muchos años, muere gente, la cosa se vuelve, por momentos, terrible. Es una película preciosa que, sin embargo, no me atrevo a ponerle a mis hijos. Hay referencias al sexo un tanto violentas (y nuevamente geniales: Max lista sus oficios y acaba con un seco “trabajé en una fábrica de condones”), hay mucha caca, y todo el muñequeo, y el paisajeo cerámico, es feísimo, tristón, desagradable. Todas las caras son espantosas. Es como Pesadilla antes de Navidad después de Navidad y sin salir de la pesadilla. La madre de Mary es alcohólica: nada grato de ver.

El padre, por su parte, trabaja en una fábrica de té. Maneja la máquina que pone la cuerdecita a las bolsas de té, en concreto. Cuando se jubila, se nos dice que puso cuarenta millones de cuerdecitas.

Más o menos la misma cantidad de veces que Adam Elliot movió sus muñequitos para completar Mary and Max, literatura en cine.

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