Las múltiples caras de Hitler: una compleja personalidad dividida entre la fachada y su yo interior

Las múltiples caras de Hitler: una compleja personalidad dividida entre la fachada y su yo interior

Abr 30, 2025 - 05:52
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Las múltiples caras de Hitler: una compleja personalidad dividida entre la fachada y su yo interior
ITER CRIMINIS por Carmen Corazzini

Un 30 de abril de 1945, escondido en el búnker de la Cancillería de Berlín junto a su amada Eva Braun, Hitler se quitaría la vida con tal de no presenciar su derrota. Son los perfiles más contradictorios aquellos que estallan de la forma más exacerbada. Hitler era uno de ellos. Sobre su psicología se han escrito hasta tratados, pero nunca fue evaluado formalmente por un profesional. Pese a ello, gracias a los testimonios de quienes trataron con él y a los indelebles trazos de historia que marcó, hoy podemos hacernos una idea de qué tipo de personalidad contenía. De las duales, de las crípticas.

Por los presuntos golpes que le propinaba su padre, quizá aprendiera a normalizar la violencia. En criminología se sabe que no existe un entorno específico que promueva necesariamente ciertas conductas. De hecho, se puede nacer en el mayor de los desamparos y, aun así, no cargar los traumas propios a otros. Pero Hitler aprendió muy rápido cómo reaccionan muchos individuos al miedo: sometiéndose. La psicóloga Alice Miller, en su obra Por tu propio bien de 1980, explora las dinámicas de abuso y humillación en la infancia, y pone a Hitler como muestra de sus consecuencias más devastadoras.

Las múltiples biografías retratan a un joven führer poco estudioso, pero muy artístico. Desde la pintura, la música, hasta la arquitectura. La belleza y el orden llamaban su atención. Quizá para compensar su brutalidad incipiente, o puede que como expresión de su escondido yo interior. Recordemos la elegancia de Hannibal Lecter, o la cultura musical de Charles Manson. Es común entre grandes criminales encontrar ese dualismo entre perfección y caos.

Tras ser rechazado en al menos dos ocasiones de la Academia de Bellas Artes de Viena, su adolescencia y juventud fueron marcadas más bien por la miseria. Las amistades forjan tendencias, y en su entorno empezaron a vociferarse ideas nacionalistas y antisemitas. Así, Hitler aprendió a odiar. El resentimiento fue tomando forma no sin dejar de lado lo que entendía por belleza. Los modales, las apariencias. A fin de cuentas, tenía tendencias de megalomanía que debían luchar con sus orígenes humildes. Por ello, la proyección de una imagen era parte fundamental de su ideario. Basta observar en lo que convirtió Berlín, un alarde de arquitectura monumental, una ciudad colosal, majestuosa, con edificios ordenados y armónicos. Su cabello, repeinado. Su bigote, minuciosamente recortado.

Su “raza aria”, otra muestra de una necesidad de “purificar”. Su fachada era esa, junto a la del hombre caballeroso y amable. En este sentido, destacan los testimonios de secretarias o trabajadores a su cargo, a quien, según ellos, trataba con la máxima delicadeza. Se mostraba afable y cariñoso hasta con los animales. Esa cara de la moneda, la exterior, aparece como reflejo simbiótico del caos interno con el que convivía. Porque nunca se ha de confundir la cordialidad con la empatía.

Aquella teatralidad se observa también en sus discursos públicos. La vehemencia, el dramatismo, la pasión. Uno de los aspectos que conllevan más consenso es la presencia de psicopatía. Un encanto superficial, egocentrismo, falta de culpa o arrepentimiento, utilitarismo y capacidad de manipulación. Resultaba convincente y seductor. Es esa personalidad autoritaria que también describe el filósofo alemán Theodor W. Adorno en 1950 la que más cautiva las masas. Al final, los individuos necesitan alguien carismático y seguro de sí mismo a quien seguir.

Una sexualidad controvertida. Ciertos historiadores apuntan a una homosexualidad escondida, otros al sadismo, incluso a la impotencia. Resulta difícil discernir qué detalles son folclore y cuáles son realidad. Pero de la mayoría de publicaciones sobre su persona, parecen destacar infinidad de contradicciones. Y eso era Hitler, todo a la vez, un frenesí de complejidad.

La Oficina de Servicios Estratégicos de EEUU, precursora de la CIA, encargó a principios de los años 40 un informe sobre su personalidad. Henry A. Murray y Walter C. Langer lo definieron como paranoide con rasgos narcisistas y sádicos. Incluso se aventuraron a adelantar que, en caso de derrota, sería probable que se suicidara. No iban desencaminados. Según el informe Murray, el führer contenía esquizofrenia, neurosis e histeria. Lo cierto es que quienes lo conocieron parecen recordarlo con más de una cara. Esa multiplicidad de imágenes es propia de quien convive en constante pulsión.

Que se drogase tampoco ayudaba. Opiáceos, anfetaminas, barbitúricos, cocaína. Comenzó a tomarlas por prescripción de su médico, él también de ideas poco ortodoxas, para aliviar el estrés o mitigar ciertas dolencias. Pero toda sustancia provoca una reacción, y no sería descabellado pensar que pudiera rematar su idiosincrasia ya per sé intensa.

Los sentimientos de inferioridad y autodesprecio buscan a menudo paliarse con superioridad y autoafirmación. La egolatría es peligrosa. Si no es percibida, tiene el efecto secundario de seducir al resto de personas. Detestaba la debilidad porque él mismo la había sentido. Tal era su obsesión por el poder, que estaba dispuesto a perder la vida por ello. Antes morir que ver la realidad. Antes morir que ser derrotado. Este tipo de personalidades, tan variadas, no permiten que se las vea. Por eso mienten y se muestran como desearían ser en realidad. No pueden ser sinceros porque se desprecian. Y no hay mayor carga que el odiarse a sí mismo. Ese tipo de odio que se torna desprecio al prójimo, hasta impulsar un catártico y deleznable exterminio.