La caída de Saigón y la odisea de un testigo, Diego Carcedo: "Los marines disparaban y atropellaban a la población"
Este miércoles, 30 de abril, se cumplen 50 años del final de la cruenta guerra de Vietnam.

El 30 de abril de 1975, el periodista Diego Carcedo se despereza en torno a las 05.00 horas tras apenas haberse sumido en una especie de duermevela en la habitación de su hotel de Saigón, Vietnam del Sur. Los bombardeos constantes sobre el aeropuerto de Tan Son Nhat, que a lo lejos parece un muro de fuego, le han impedido conciliar el sueño.
Carcedo sale de la habitación para subir a la azotea del hotel y relevar en su puesto a uno de sus compañeros, cámara de Televisión Española, que filma el espectáculo dantesco protagonizado por las bombas. En los pasillos, Juan Carlos Algañaraz, corresponsal del periódico Clarín y enlace con Estados Unidos del grupo de corresponsales españoles en la actual ciudad vietnamita de Ho Chi Minh. "¡Diego! ¡Escuchá, Diego, escuchá!", le exclama mientras le acerca una radio a pilas.
El locutor, con voz sobria, anuncia que la temperatura de ese día en Saigón es "de 108 grados Fahrenheit y subiendo", y, tras esta aparente ordinaria actualización meteorológica, comienza a sonar White Christmas, de Bing Crosby. El mensaje que durante semanas temían que se emitiese entra ahora por sus oídos: Saigón ha caído definitivamente en manos del Vietcong. La evacuación de la población, una de las más caóticas que jamás hayan registrado las cámaras, ha comenzado.
"Era la señal definitiva. Llevábamos casi 4 meses en Vietnam y presenciamos el cerco que se fue creando en torno a la ciudad. Hacía un mes y medio las tropas norteamericanas reunieron a los extranjeros y nos preguntaron cuándo queríamos ser evacuados. Nos organizaron por colores. El blanco, es decir, la evacuación inmediata, fue para las mujeres y los niños. Nosotros, el grupo de periodistas, elegimos el color rojo, a pesar de que nos advirtieron de que ese momento iba a ser extremo", cuenta Carcedo.
El colaborador de 20minutos, veterano periodista que a sus 85 años puede presumir de haber cubierto siete guerras, es la única voz española que, medio siglo después de la guerra de Vietnam (1955-1975), aún puede dar testimonio del cruento conflicto y su anárquico final, que presenció junto a un equipo de cámaras de TVE entre los que estaba José Manuel Alaiz, fallecido en 1981 en un accidente de tráfico.
"¡No hagas locuras!"
El sonido del transistor reproduciendo White Christmas se torna en apenas un eco a medida que Carcedo corre a su habitación para coger lo esencial y reunirse con los marines en el lugar acordado. Las explosiones pueblan el horizonte de Saigón, los disparos se mezclan con el ajetreo de los soldados y ciudadanos que, con apremio, se dirigen a las zonas de evacuación, pero el veterano periodista, a pesar de la gravedad de la situación, saca tiempo para poner orden en la anarquía y, caballerosa y diligentemente, bajar a la recepción y pagar su estancia. Y caballerosa y diligentemente, a punto está de perder la vida.
Carcedo observa que en la recepción no están las dos chicas de siempre, sino dos tipos bastante amenazantes. Cuando les pregunta cuánto debe, le contestan que 400 dólares, y a punto está todo de torcerse.
"Saco el equivalente en piastras [la moneda local], se las entrego y uno me dice: 'No, he dicho en dólares'. Argumenté que aquello todavía era Vietnam del Sur, que en la pared del fondo aún estaba la fotografía de presidente Van Thieu, huido hacía cuatro días, y que la moneda oficial era la piastra. El otro hombre me espetó: 'Entiende usted inglés, ¿verdad? Es que mi compañero le está diciendo que en dólares. ¡En dólares!'. Se acodó con el brazo izquierdo en el mostrador y con la mano derecha sacó una pistola y me apuntó a menos de un metro", relata.
En ese momento, víctima de la tensión y "trastornado", Carcedo observa que tiene a su alcance un jarrón y por la cabeza se le pasa una idea que a punto está de materializarse: tirárselo a la cabeza al pistolero y salir corriendo. Una voz alarmada lo saca de su ensoñación: "¡Diego! ¡No hagas locuras, Diego! ¡Dale el dinero!". Es José Manuel Alaiz, que, trémulo, observa la escena. Carcedo le dio los 400 dólares y se marchó del hotel desplumado, pero vivo.
"Diego, Manoli está embarazada"
Hacía dos años que se habían firmado los acuerdos de paz de París con el objetivo de poner fin a la guerra y garantizar la independencia de Vietnam del Sur. Estados Unidos, que llegó a desplegar medio millón de soldados en el país, prometió ir abandonándolo paulatinamente.
El 30 de abril de 1975 la presencia de EEUU en Saigón era todavía notoria, y la ciudad acabó cercada por el Norte por todas partes excepto por mar, donde aguardaban dos portaviones americanos. Quienes en un primer momento no tenían pensado huir, acabaron decidiendo hacerlo, por lo que la ciudad colapsó. Se estima que en pocas horas fueron evacuadas 22.000 personas. Las demás, sufrieron una brutal represión por parte de los comunistas.
Tras la tensa situación de los dólares, Diego Carcedo emprende la marcha junto a sus compañeros en dirección al Ministerio de Marina, lugar que los marines le habían asignado para dar inicio a la evacuación. A medio camino, se da cuenta de que no lleva el pasaporte encima y sospecha que se lo ha dejado en el hotel en el que dos tipos muy mal encarados han estado a punto de dispararle.
"Me vuelvo corriendo al hotel y subo. Era un quinto piso y no había luz. Entonces, me encuentro en mi habitación a cuatro o cinco hombres husmeando entre mis cosas. Uno de ellos llevaba en la mano mi chaqueta verde, y recordé que en uno de sus bolsillos estaba mi pasaporte. Se la quité y salí corriendo con ella escaleras abajo. Y todos estos persiguiéndome. Por suerte, alcancé a los cámaras", cuenta sin ningún dramatismo a 20minutos.
Una vez en el Ministerio de la Marina, Carcedo observa la primera de las numerosas y atroces imágenes de las que sería testigo aquel día. Cuando dos chicas se aproximan a la entrada del edificio en una pequeña motocicleta roja, suena una ráfaga y caen fulminadas. Un guardia les ha disparado. Son las dos recepcionistas que Carcedo no encontró en sus puestos de trabajo cuando fue a pagar su estancia en el hotel.
Las autoridades desalojan el Ministerio de la Marina: una bomba ha caído en los alrededores y el lugar no es seguro para proceder a la evacuación. Son en torno a las 09.00 horas y Carcedo, junto a su equipo y decenas de personas más, siguen a los marines estadounidenses por calles abarrotadas de "gente gritando, resguardándose de las bombas o rompiendo los cristales de las tiendas para robar".
En un momento dado, se cruzan con dos periodistas galos que, burlones, les enseñan unas credenciales expedidas por el Partido Comunista Francés que les permite permanecer en Saigón y contar la entrada definitiva del Vietcong. Presa de la obsesión enfermiza de seguir informando, aunque consciente de que es "un disparate", Carcedo le propone a su equipo buscar la manera de quedarse en la ciudad.
"Diego, sabes que no te he fallado nunca, que te he seguido a todos lados, pero Manoli está embarazada de un niño del que vas a ser padrino". Las palabras del cámara Alaiz son definitorias. La evacuación continúa.
El autobús arrasa con todo
"Nos conducen a un edificio en el que ponía 'Universidad de de Filadelfia', que debía ser un escondite de la CIA. Allí estaba esperando un autobús de los marines. Cuando estoy a punto de subir, y con casi todo el equipo dentro, veo que uno de los ayudantes de cámara, un chico jovencito que además no hablaba inglés, se había quedado rezagado. Bajé a por él, pero cuando conseguí agarrarlo el autobús ya había arrancado. El siguiente no llegó hasta dos horas más tarde y emprendimos el camino al puerto", explica Carcedo.
Comienza entonces un espectáculo que todavía hoy sobresalta al veterano periodista por las noches: durante el camino, que continúa con la banda sonora de disparos y bombardeos, miles de personas se echan encima del autocar para tratar de subir y escapar. Los marines comienzan a disparar desde las ventanillas para abrir paso; el conductor, sin dudarlo, atropella indiscriminadamente a survietnamitas desesperados y arrasa con todo lo que se le pone por delante.
"Veíamos como caían muertos y como el autobús atropellaba hasta los puestecitos de venta callejera. Una vez en el puerto, nos dicen que es imposible pasar y que tenemos que ir a la Embajada de Estados Unidos, igualmente atestada. Más tarde leí que 300.000 personas intentaron entrar allí", relata.
Tras formar un grupo, los marines los dirigieron a la parte trasera de la embajada. Allí, se encontraron con un portón de metal de unos tres metros. Son miles los survietnamitas que se agolpan en él y decenas los muertos por ahogamiento. Las autoridades consiguen conducir al grupo a la puerta y desde dentro les lanzan una cuerda para que la escalen. Carcedo mira a su izquierda: una madre, completamente aplastada, sostiene en sus brazos a su bebé muerto. Segundos más tarde, sin saber cómo, el periodista está dentro de la embajada.
"Esa imagen hizo que entrase en pánico y me desmayé. No sé durante cuánto tiempo. Tan solo recuerdo que uno de los cámaras comenzó a llamarme a gritos. Tiraron de la cuerda y entre unos cuantos marines me subieron", explica.
Veinticuatro horas después llega el helicóptero
Son en torno a las 19.00 horas y, sanos y salvos, Carcedo y su equipo esperan la llegada de un helicóptero que los lleve a un barco. Hasta las cinco de la mañana, 24 horas después de que sonase en la radio White Christmas, el periodista sube a la aeronave, que le lleva a la embarcación.
Allí estará durante un día y medio sin que el barco leve el ancla, hambriento, sediento y sucio, observando como los marines la emprenden "a tiro limpio" contra las pateras llenas de gente que intenta abordarlos para escapar.
"Tardamos seis días en llegar a Manila, Filipinas. Estábamos muertos, agotados, no podíamos más. Había una serie de puestos para recibirnos de la Cruz Roja. Me asignan uno y me atiende una señorita que me pregunta: '¿Usted es español'? Le digo que sí y me dice: 'Yo soy de Granada. Es que yo me casé con un militar de la base [estadounidense] de Rota y estamos ahora aquí destinados", afirma Carcedo, divertido, ante la coincidencia de ver en el fin del mundo a una compatriota.
Ya en Manila, pidió habitación "en el mejor hotel", frente a la Embajada de España, llamó a su familia y a Televisión Española, que desde hacía cuatro meses no sabían nada de ellos. Así acaba un periplo de una semana tras la que se puso fin a una guerra que sacó los colores a Estados Unidos, en la que murieron tres millones de survietnamitas y en la que, según el veterano periodista, se disfrutó de "una libertad de información insólita". Desde entonces, Carcedo no ha vuelto a dejarse el pasaporte en el hotel.