Pepe Mujica pidió como ultimo deseo estar con su perrita Manuela
La despedida del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica no solo dejó un vacío político y humano en América Latina. También hizo eco una petición entrañable que revela quién fue en esencia: un hombre sencillo, profundo y enamorado de la vida animal. Su deseo final fue claro y emotivo: descansar eternamente junto a su perrita Manuela. […]

La despedida del expresidente uruguayo José “Pepe” Mujica no solo dejó un vacío político y humano en América Latina. También hizo eco una petición entrañable que revela quién fue en esencia: un hombre sencillo, profundo y enamorado de la vida animal. Su deseo final fue claro y emotivo: descansar eternamente junto a su perrita Manuela.
Durante la tarde del martes, la noticia del fallecimiento de José Mujica recorrió el mundo como un rayo de tristeza. El expresidente de Uruguay, símbolo global de austeridad, humanidad y ética política, murió a los 89 años. Pero entre los homenajes y mensajes de despedida, una frase resurgió con fuerza: “He pedido que me incineren y que las cenizas las pongan ahí, abajo de ese árbol, junto a Manuela”.
Ese pedido, pronunciado por Mujica en una de sus últimas entrevistas, resonó como testamento emocional. Un mensaje que no hablaba de poder ni de política, sino de amor. Un amor verdadero, peludo, de tres patas y sin pedigrí: Manuela, su compañera más fiel.
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Mujica y su perrita que fue testigo de un país
Manuela no fue una mascota común. Llegó a la vida de Mujica gracias a la hermana de su esposa, Lucía Topolansky, y pronto se convirtió en parte inseparable del hogar Mujica. Una perrita sin raza definida —“medio marca perro”, decía Lucía entre risas— que acompañó a Pepe en la chacra, en el tractor, en reuniones con diplomáticos y hasta en actos oficiales. No había agenda presidencial en la que no estuviera presente su leal amiga.
La historia de Manuela es también la historia de la humildad de Mujica. En 2012, cuando el mundo descubrió que el mandatario vivía en una modesta casa de campo y donaba el 90% de su salario, Manuela apareció en cada retrato internacional. Era imposible no incluirla. La describían como la “mascota proletaria” o la “primera perra de Uruguay”.
Con solo tres patas —perdió una tras un accidente con el tractor— y 22 años de vida, Manuela fue mucho más que una mascota. Fue la sombra de Mujica, su confidente silenciosa. “Es la integrante más fiel que tuve en el gobierno”, declaró el expresidente en una entrevista. “Cuanto más conozco a la gente, más quiero a los animales”.
Una relación hecha de ternura y lealtad
Lucía Topolansky contaba que Manuela sabía perfectamente cuándo Mujica no estaba. En 2005, mientras Pepe se recuperaba de una enfermedad, la perrita lo esperaba todos los días a la entrada de la chacra, deseando ver bajar del auto a su humano favorito.
Él mismo le cocinaba: carne picada con cebollita salteada, blanda para su dentadura envejecida. “Es una perrita finoli, huele todo antes de comer”, bromeaba Lucía. Los detalles, lejos de lo trivial, dibujaban una relación auténtica, de las que escasean incluso entre humanos.
Manuela falleció en junio de 2018 y fue enterrada en la chacra, bajo un árbol. Hoy, ese lugar cobra un nuevo significado, porque ahí también descansarán las cenizas de Mujica, quien fue presidente, guerrillero, agricultor, filósofo, y sobre todo, un hombre de profundas convicciones humanas.
Más que política: Legado de afecto y conciencia
El deseo de Mujica de descansar junto a su perrita no es solo una excentricidad enternecedora. Es una declaración de principios, coherente con la vida que eligió vivir: sin lujos, con afecto verdadero, y reconociendo el valor de lo sencillo. “No estamos aquí para consumir, estamos aquí para ser felices”, decía con frecuencia.
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La conexión entre humanos y animales no fue para él una moda ni una frase bonita. Fue parte de su filosofía de vida. Al final, su pedido de ser enterrado con Manuela es una muestra de que, incluso en la muerte, quería seguir cerca de lo que más amaba.
Un adiós que late fuerte
Hoy Uruguay y el mundo lloran a un hombre que se mantuvo fiel a sus principios hasta el último suspiro. Pero también celebra la ternura de alguien que supo hacer política con el corazón, que hablaba de economía mientras acariciaba a su perra, y que entendió que la verdadera grandeza se mide en actos cotidianos.
Pepe Mujica se va, pero deja una imagen imborrable: la del líder que prefería dormir en una casa con goteras, que conducía su viejo escarabajo celeste, y que pidió como último deseo compartir la eternidad con su perra Manuela. Porque, como él mismo decía, “el amor por los animales es una forma superior de humanidad”.