El impacto electoral universal de Donald Trump

Alternativa para Alemania ha sido la única formación política que sí se ha beneficiado del efecto Trump en las elecciones federales, pero la reacción posterior de los ciudadanos no le ha permitido levantar el cordón sanitario que la hipoteca desde su formación. Más bien parece lo contrario Este pasado lunes 5 de mayo, el New York Times abrió su edición digital con un análisis del efecto de la presidencia de Donald Trump sobre los procesos electorales a escala mundial. “A new Trend in Global Elections: the Anti-Trump Bump”. El mensaje del análisis era el siguiente: el factor Donald Trump, anti Donald Trump o pro Donald Trump, está dando paulatinamente forma al escenario político global a través de su impacto en una elección tras otra. Aunque todavía es muy pronto para poder afirmar que las opciones políticas anti Trump están en ascenso globalmente mientras que las Pro-Trump están en descenso, no lo es para constatar que los votantes que están siendo llamados a las urnas en muy diversos países tienen de alguna manera en su cabeza al presidente Trump cuando ejercen el derecho de sufragio. Al caso de Canadá es al que se ha prestado más atención hasta el momento. Porque era la primera elección importante después del 20 de enero en que Donald Trump había empezado a ejercer el poder y, porque el nuevo primer ministro, Mark Carney, centró la campaña en una oposición frontal a la política de absorción de Canadá como el Estado 51 de los Estados Unidos.  Pero al caso de las elecciones de Canadá le ha seguido en unas semanas el caso de Australia, en cuyas elecciones no se ha producido una coincidencia total con las canadienses, pero sí similitudes que no pueden dejar de llamar la atención. Es cierto que entre Canadá y Australia hay similitudes desde mucho antes de estas elecciones. Hay similitud en su tamaño. En su sistema político. En su industria minera de una magnitud descomunal. Y en el Rey Carlos III como soberano. Ahora, tras las elecciones en ambos países, tienen, además, un relato político-electoral común. Antes del 20 de enero, en ambos países los partidos gobernantes de centro-izquierda se encontraban en una pésima posición para competir electoralmente. La tendencia para el centro-izquierda de ambos países era inequívocamente perdedora. Los partidos conservadores contaban, por el contrario, con que tenían la victoria al alcance de la mano. Sus líderes, Pierre Poilievre en Canadá y Peter Dutton en Australia, habían coqueteado o algo más que coqueteado, con la política de Donald Trump en el fondo y en la forma. A este escenario es al que ha dado la vuelta por completo Donald Trump en sus primeros cien días ejerciendo el poder. En el caso de Canadá de una manera muy visible a lo largo de la campaña electoral. En el caso de Australia no tanto, porque el factor Trump (Anti-Trump) no ha estado visiblemente presente en la campaña electoral. Pero ambos se han beneficiado del rechazo al presidente de los Estados Unidos. Hasta tal punto que los dos líderes de los partidos conservadores, Poilievre y Dutton, han perdido su propio escaño. En Canadá ya se ha puesto en marcha la operación para que Poilievre consiga el escaño. Está previsto que en unos días uno de los diputados conservadores presente su dimisión, de tal manera que se celebren unas elecciones para cubrir ese escaño, en las que Pierre Poilievre sería el candidato con todas las papeletas a su favor. Pero el hecho de que, si llega al Parlamento, lo haga de esta manera, ya es un indicador de la magnitud del descalabro. A nadie se le ha ocultado en Australia, a pesar de la falta de visibilidad de la campaña anti Trump, que en dicho factor anti Trump ha estado la clave del resultado electoral con una mayoría absoluta aplastante del centroizquierda.  Charles Edal, presidente del Center for Strategic and International Studies, ha calificado los resultados australianos con el título de la película de Brian de Palma “Blow Out”: “Hay suficientes similitudes con la elección en Canadá para poder afirmar que la opción de los conservadores se derrumbó en el mismo momento en que se tuvo conocimiento de los aranceles y los ataques de Donald Trump a los que habían sido sus aliados”. No hacía falta siquiera llamar la atención sobre ello de manera expresa. También ha operado de forma similar el efecto Trump/Anti-Trump en Singapur, en cuyas elecciones también celebradas en estos días, el primer ministro, Lawrence Wong, se expresó durante la campaña electoral en unos términos similares a los del candidato canadiense, Mark Carney, considerando que la relación en el pasado reciente con los Estados Unidos había pasado a ser distinta. “Es posible que las condiciones globales que hicieron posible el éxito de Singapur en las pasadas décadas no tengan continuidad”, dijo de forma muy comedida. De ahí que el profesor de la Universidad Baptis

May 8, 2025 - 06:54
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El impacto electoral universal de Donald Trump

El impacto electoral universal de Donald Trump

Alternativa para Alemania ha sido la única formación política que sí se ha beneficiado del efecto Trump en las elecciones federales, pero la reacción posterior de los ciudadanos no le ha permitido levantar el cordón sanitario que la hipoteca desde su formación. Más bien parece lo contrario

Este pasado lunes 5 de mayo, el New York Times abrió su edición digital con un análisis del efecto de la presidencia de Donald Trump sobre los procesos electorales a escala mundial. “A new Trend in Global Elections: the Anti-Trump Bump”.

El mensaje del análisis era el siguiente: el factor Donald Trump, anti Donald Trump o pro Donald Trump, está dando paulatinamente forma al escenario político global a través de su impacto en una elección tras otra.

Aunque todavía es muy pronto para poder afirmar que las opciones políticas anti Trump están en ascenso globalmente mientras que las Pro-Trump están en descenso, no lo es para constatar que los votantes que están siendo llamados a las urnas en muy diversos países tienen de alguna manera en su cabeza al presidente Trump cuando ejercen el derecho de sufragio.

Al caso de Canadá es al que se ha prestado más atención hasta el momento. Porque era la primera elección importante después del 20 de enero en que Donald Trump había empezado a ejercer el poder y, porque el nuevo primer ministro, Mark Carney, centró la campaña en una oposición frontal a la política de absorción de Canadá como el Estado 51 de los Estados Unidos. 

Pero al caso de las elecciones de Canadá le ha seguido en unas semanas el caso de Australia, en cuyas elecciones no se ha producido una coincidencia total con las canadienses, pero sí similitudes que no pueden dejar de llamar la atención.

Es cierto que entre Canadá y Australia hay similitudes desde mucho antes de estas elecciones. Hay similitud en su tamaño. En su sistema político. En su industria minera de una magnitud descomunal. Y en el Rey Carlos III como soberano. Ahora, tras las elecciones en ambos países, tienen, además, un relato político-electoral común.

Antes del 20 de enero, en ambos países los partidos gobernantes de centro-izquierda se encontraban en una pésima posición para competir electoralmente. La tendencia para el centro-izquierda de ambos países era inequívocamente perdedora. Los partidos conservadores contaban, por el contrario, con que tenían la victoria al alcance de la mano. Sus líderes, Pierre Poilievre en Canadá y Peter Dutton en Australia, habían coqueteado o algo más que coqueteado, con la política de Donald Trump en el fondo y en la forma.

A este escenario es al que ha dado la vuelta por completo Donald Trump en sus primeros cien días ejerciendo el poder. En el caso de Canadá de una manera muy visible a lo largo de la campaña electoral. En el caso de Australia no tanto, porque el factor Trump (Anti-Trump) no ha estado visiblemente presente en la campaña electoral. Pero ambos se han beneficiado del rechazo al presidente de los Estados Unidos. Hasta tal punto que los dos líderes de los partidos conservadores, Poilievre y Dutton, han perdido su propio escaño. En Canadá ya se ha puesto en marcha la operación para que Poilievre consiga el escaño. Está previsto que en unos días uno de los diputados conservadores presente su dimisión, de tal manera que se celebren unas elecciones para cubrir ese escaño, en las que Pierre Poilievre sería el candidato con todas las papeletas a su favor. Pero el hecho de que, si llega al Parlamento, lo haga de esta manera, ya es un indicador de la magnitud del descalabro.

A nadie se le ha ocultado en Australia, a pesar de la falta de visibilidad de la campaña anti Trump, que en dicho factor anti Trump ha estado la clave del resultado electoral con una mayoría absoluta aplastante del centroizquierda. 

Charles Edal, presidente del Center for Strategic and International Studies, ha calificado los resultados australianos con el título de la película de Brian de Palma “Blow Out”: “Hay suficientes similitudes con la elección en Canadá para poder afirmar que la opción de los conservadores se derrumbó en el mismo momento en que se tuvo conocimiento de los aranceles y los ataques de Donald Trump a los que habían sido sus aliados”. No hacía falta siquiera llamar la atención sobre ello de manera expresa.

También ha operado de forma similar el efecto Trump/Anti-Trump en Singapur, en cuyas elecciones también celebradas en estos días, el primer ministro, Lawrence Wong, se expresó durante la campaña electoral en unos términos similares a los del candidato canadiense, Mark Carney, considerando que la relación en el pasado reciente con los Estados Unidos había pasado a ser distinta. “Es posible que las condiciones globales que hicieron posible el éxito de Singapur en las pasadas décadas no tengan continuidad”, dijo de forma muy comedida.

De ahí que el profesor de la Universidad Baptista de Hong Kong, Cherian George, haya escrito que el resultado de las elecciones australianas “son otro caso más del efecto Trump”. “La sensación de una profunda preocupación por las guerras comerciales de Trump ha conducido a un número decisivo de votantes a mostrar un fuerte apoyo al primer ministro en el poder”.

En el “Nuevo Mundo”, la reacción Anti-Trump ha sido, pues, inmediata e inequívoca. En el caso de Canadá ha sido una reacción de un impacto brutal para la Unión Europea. Aunque Canadá no se constituyera en el Estado 51 de los Estados Unidos, el tándem Donald Trump/Pierre Poilievre, de haberse producido, habría conducido de manera acelerada a la apropiación de Groenlandia, desatando con ello una crisis a la que la Unión Europea no está en condiciones de responder. El cortafuegos de Canadá nos ha proporcionado un tiempo para reaccionar. De nosotros va a depender si lo aprovechamos o no.

En Europa, por el contrario, el efecto Trump no se ha manifestado de la manera inequívoca que acabamos de ver en Canadá, Australia y Singapur.  

En Alemania es donde el efecto Trump/anti Trump ha sido más perceptible. No lo fue, curiosamente, en el momento electoral sensu stricto, ya que Friedrich Merz no se benefició electoralmente del efecto Trump para ganar las elecciones. La confrontación entre el Gobierno de los Estados Unidos y la Unión Europea en materia de defensa y comercio no le ayudó en la campaña electoral ni en el resultado en las urnas. 

Pero sí le benefició después de la proclamación de los resultados electorales. Sin el efecto Trump es muy difícil, por no decir imposible, que, antes de llegar a ser Canciller, pudiera liderar la Reforma Constitucional, para revertir los efectos de la Reforma Constitucional de 2009, la de la austeridad y la estabilidad presupuestaria, que después se extendió a los demás países europeos, entre ellos España con la reforma del artículo 135 de la Constitución. 

Friedrich Merz, con una trayectoria ininterrumpida de decenios de admiración de los Estados Unidos, ha llegado a la conclusión de que ya nada es lo mismo. Y así se lo ha hecho a saber a los ciudadanos con una pregunta de claridad meridiana: ¿Creen seriamente que el Gobierno de los Estados Unidos estará de acuerdo en seguir integrado en la OTAN en los mismos términos en que lo ha estado desde su fundación?

Ello no quiere decir que el efecto Trump no vaya a seguir sobrevolando sobre el nuevo Canciller. El hecho de que por primera vez desde la entrada en vigor de la Ley Fundamental de Bonn en 1949 el Canciller no haya sido elegido en la primera votación en el Bundestag, sino que se haya tenido que esperar a la segunda, es un indicador muy expresivo. A diferencia de lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en bastantes países europeos, en los que el proceso de formación del Gobierno tras unas elecciones generales se prolonga durante bastante tiempo y se tienen que repetir las votaciones en el Parlamento para la investidura del presidente del Gobierno, en Alemania no había ocurrido nunca.

Escribo justo en el momento en que se ha hecho público el resultado de la segunda votación en el Bundestag que ha investido a Dietrich Merz como Canciller. No dispongo de más información que esa y no estoy, en consecuencia, en condiciones de hacer un análisis de lo que ha significado. Pero, en todo caso, positivo no ha sido. El efecto anti Trump ha operado en Alemania, pero no de la manera inequívoca en que lo ha hecho en el “Nuevo Mundo”.

Alternativa para Alemania ha sido la única formación política que sí se ha beneficiado del efecto Trump en las elecciones federales, pero la reacción posterior de los ciudadanos no le ha permitido levantar el cordón sanitario que la hipoteca desde su formación. Más bien parece lo contrario. Los servicios de inteligencia acaban de calificar a Alternativa para Alemania como un “partido extremista” y casi el 50% de los ciudadanos consideran que debería ser declarado anticonstitucional por el Tribunal Constitucional Federal.

Como metabolizará Alemania el efecto Trump a lo largo de los próximos cuatro años de la presidencia estadounidense y de la cancillería alemana puede depararnos sorpresas. La sombra de Donald Trump, como la del ciprés, es alargada. No solamente se va a proyectar sobre Alemania, sino sobre todos los países de la Unión Europea.

En el Reino Unido ya se está proyectando. Aunque no se han celebrado elecciones generales, sino municipales, el resultado de las mismas, así como el de un escaño en el Parlamento, ha hecho renacer a Nigel Farage y volver a recordarnos la pesadilla del Brexit. 

Ya se están publicando artículos de opinión, en los que se compara la situación actual en el Reino Unido con la del comienzo del siglo XX. En esta última se produjo la reordenación del sistema de partidos, desapareciendo casi por completo el Partido Liberal y ocupando su lugar el Partido Laborista. ¿Puede al Partido Conservador ocurrirle lo mismo en este comienzo del siglo XXI? ¿Podría el partido liderado por Nigel Farage conseguir la descomposición del Partido Conservador?

El resultado electoral en Rumanía este pasado domingo también nos recuerda que el efecto Trump puede operar como un factor muy positivo para opciones políticas de derecha o incluso de extrema derecha en varios países europeos, lo que, sin duda, no favorecerá que se produzca una reacción general de la Unión Europea ante el desafío existencial de Donald Trump.

En todo caso eso es lo que va a estar en el centro del debate político europeo en los próximos años. Nadie podrá decir que no estamos avisados.

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