El cardenal Becciu también se queda sin luz

Él esperaba reemplazar a Parolin, no ser enviado a otro sitio. Y Becciu es rencoroso

Abr 30, 2025 - 05:02
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El cardenal Becciu también se queda sin luz

El cardenal Giovanni Angelo Becciu se ha quedado, finalmente, a oscuras. Becciu, el cardenal rebelde, el hombre al que algunos llamaban el cardenal 'okupa', no estará finalmente en el cónclave. O al menos eso es lo que ha dicho, porque puede cambiar de opinión; de hecho, está deseando hacerlo y no faltará quien le anime.

Becciu no es ningún tonto ni un prelado más, como hay tantos, de poca relevancia. Nació en Cerdeña hace 76 años y fue Francisco quien le hizo cardenal, buena prueba (otra más) de que el Papa argentino no nombraba solamente “a los suyos”. Aunque durante bastante tiempo lo pareció. Ya antes de recibir la birreta roja lo metieron, como consultor, en el Santo Oficio, que ahora se llama Congregación para la Doctrina de la Fe. Es el sitio ideal para hacerse con los mejores contactos y para entender perfectamente quién es de fiar y quién no.

Francisco le creó cardenal en junio de 2018. Fue sustituto de la Secretaría de Estado, puesto importantísimo que significa ser el “número tres” de la jerarquía de la Curia, solo por detrás del secretario de Estado titular (hasta hoy lo ha sido el cardenal Parolin) y del propio Papa. Pero Francisco casi nunca dejaba que sus colaboradores más cercanos (incluidos sus propios secretarios personales) se eternizasen en el cargo, y así sacó a Becciu de la Secretaría de Estado y lo “ascendió” a Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos; el rango es mayor, pero no es lo mismo estar en el meollo de la diplomacia vaticana y de todas las decisiones importantes que ocuparse de las beatificaciones y canonizaciones. A Becciu no le gustó nada que lo sacasen del centro del poder. Él esperaba reemplazar a Parolin, no ser enviado a otro sitio. Y Becciu es rencoroso.

Entonces ocurrió lo inimaginable. El inteligente, astuto y poderoso Becciu apareció entrampado en unos feísimos asuntos de dinero. El Vaticano se gastó 232 millones de dólares en comprar un lujoso edificio en el centro de Londres. Esa disparatada operación la gestionó Becciu, con ayuda de otros funcionarios menores y personajes más bien oscuros, y salió muy mal. El cardenal, además, emprendió aventuras especulativas para que el Vaticano invirtiese en un yacimiento petrolífero en Angola (volvió a salir mal). Una “amiga” de Becciu se hizo pasar por agente secreto y consiguió casi 600.000 euros más para pagar el rescate de una monja secuestrada en Mali; huele a timo desde kilómetros, y lo era: aquella fortuna se gastó en hoteles caros y artículos de lujo. Así que salió todavía peor.

Un juez del Vaticano acusó al cardenal Becciu de malversación de fondos, blanqueo de dinero, fraude, extorsión y abuso de poder, entre otras lindezas".

En julio de 2021, un juez del Vaticano acusó al cardenal Becciu de malversación de fondos, blanqueo de dinero, fraude, extorsión y abuso de poder, entre otras lindezas. Es decir, corrupción. Francisco montó en cólera, llamó a Becciu a su despacho de la Casa de Santa Marta, le atizó una bronca colosal y le desposeyó de todos sus cargos y privilegios como cardenal; de esto solo le quedaba el nombre. Hay muy pocos precedentes de que otros papas hayan fulminado a algún cardenal, pero los hay. Y lo que hoy nos interesa: Francisco dijo que Becciu no podría participar en un futuro cónclave.

El problema es que el Papa lo hizo mal. La destitución de Becciu fue una chapuza. Una cosa es decir algo importante y otra ponerlo por escrito, en documento oficial. El Papa Bergoglio “olvidó” hacerlo. Mandó publicar una nota de prensa, algo que es, jurídicamente, un documento sin valor. Es verdad que escribió dos cartas ratificando su decisión: Becciu está apartado de todo y no entrará en la votación. Además, Becciu asegura que el propio Papa acabó perdonándole y que, en el peor de los casos, le desposeyó de sus derechos, pero no de sus deberes, y uno de ellos es participar en la elección del Pontífice.

Son sutilezas y prestidigitaciones de juristas. Estaba clarísimo que Francisco no quería que Becciu participase en la elección del siguiente Papa. Pero el cardenal sardo estaba empeñado en asistir; acudió a las reuniones previas en las que se discutía muy ásperamente su caso, y tuvo un duro enfrentamiento con el cardenal decano, el anciano Re. ¿Qué hacer?

Por un momento se creyó que los cardenales iban a someter a votación si Becciu entraba o no en el cónclave. Pero eso habría sido una afrenta, una bofetada al Pontífice recién fallecido: ¿desde cuándo los cardenales pueden revertir la decisión de un Papa, que es el jefe del Estado en calidad de monarca absoluto?

Al Papa Bergoglio se le habrían puesto los pelos de punta si hubiese sabido que 'alguien' (¿quién?) decidió pasear su cadáver, con el ataúd abierto, por la plaza de San Pedro durante largo rato".

No habría una bofetada, habría sido 'otra'. Francisco dejó dicho, con todos los detalles, cómo quería que fuese su funeral: sencillo, discreto, como el de cualquier obispo. Al Papa Bergoglio se le habrían puesto los pelos de punta si hubiese sabido que 'alguien' (¿quién?) decidió pasear su cadáver, con el ataúd abierto, por la plaza de San Pedro durante largo rato, con el pretexto de trasladarlo de la Casa de Santa Marta a la gran basílica, como si no existiesen los furgones fúnebres. La última vez que se hizo algo tan macabro fue con Juan XXIII. Francisco no quería de ninguna manera semejante espectáculo. Pero 'alguien' decidió desobedecerle.

Permitir la entrada de Becciu al cónclave, aunque fuese mediante una votación, habría sido demasiado. Dos desobediencias a la voluntad del Papa fallecido en menos de una semana habría sido el colmo. Pero ¿qué hacer? ¿Enviar a la Guardia Suiza a que le sujetase por los brazos a la puerta de la Capilla Sixtina, para negarle el paso? ¿Cómo se impide la entrada a un hombre al que apoya un nada desdeñable grupo de cardenales, tanto electores como no electores? Porque el de Becciu era un voto seguro para los “ultras”…

La única solución era la que se ha adoptado: convencerle. Muchos cardenales, tanto “francisquistas” como conservadores, se pasaron estos días de atrás hablando con él para rogarle que renunciase él mismo a participar de la elección y acabase de una vez con el circo que se había montado. Pero el cardenal, más rebelde y obstinado que nunca, se resistía. Cuando los periodistas preguntaban a los cardenales qué había pasado en la última reunión, qué decisión se había tomado sobre el terco y rencoroso Becciu, aparecían las caras de dolor de estómago y una colección de evasivas que el Vaticano domina como nadie.

Al final, con lágrimas en los ojos, Becciu ha anunciado que renunciaba a su pretensión de entrar en la Sixtina “por el bien de la Iglesia”. La luz se apagó definitivamente para él, al menos la luz de su futuro como alto dignatario de la Curia. No solo el propio Becciu: el bando de los conservadores ha sufrido una más que evidente derrota. Necesitan al menos 45 votos para bloquear la elección de un Papa que no les guste. Y cada vez parece más claro que muy difícilmente los conseguirán. El voto de Becciu podría haber sido muy importante dentro de unos días, cuando el 7 de mayo comience el decisivo cónclave. Pero ya no lo será. Ahora sí que nadie sabe lo que puede pasar.