Del abandono a la comunidad: el centro social que combate la exclusión social y el sinhogarismo en el barrio de Torrero
El Centro Social San Antonio, que atiende a más de 500 personas al año, trabaja como red de apoyo para transformar la exclusión social y el sinhogarismo en oportunidades de futuro A Ghizlene Tijra, de 30 años, la echaron de casa por renunciar a su cultura y a la religión musulmana. “Me dijeron que me fuera de casa y me vi sin saber a dónde ir ni qué hacer con mi vida”, recuerda. Hoy reside en una de las viviendas de inclusión del Centro Social San Antonio, un proyecto de los Hermanos Capuchinos que está instalado en el barrio de Torrero de Zaragoza. Tras pasar por los servicios sociales de La Almunia y realizar una entrevista con el centro, entró a formar parte del proyecto de vivienda para mujeres y hoy, casi un año después, afirma con seguridad: “Formar parte de esta casa me ha dado respiro y mucha confianza”. El centro lleva desde 2004 trabajando con personas en situación de sinhogarismo o exclusión social severa, algo que combaten, según la coordinadora regional de SERCADE en Aragón, Jessy Clemente, ofreciendo “acompañamiento personalizado y escuchando a cada usuario para ver lo que necesita”. Una vivienda para empezar de nuevo “No es te doy una vivienda y me olvido. Es una vivienda para algo, con un fin, por eso se complementan con apoyos personalizados y un plan de trabajo. Todas las personas que pasan por aquí son también nuestra familia. Para nosotros no son números, sino personas importantes a las que queremos ayudar a salir adelante”, asegura. A través de estos alojamientos, este centro cumple con uno de sus pilares básicos centrado en crear comunidad como “catalizadora del cambio”, de tal forma que las personas que están alojadas puedan construir redes de convivencia, estar acompañadas y sentirse en familia. En sus alojamientos, repartidos por Zaragoza y conectados con el centro, viven jóvenes, personas mayores, mujeres solas y familias. Algunos de ellos tienen un convenio con el Ayuntamiento, pero la duración prevista de estancia, de un año, se alarga en la práctica a año y medio o dos debido a la situación actual de la vivienda en la ciudad. “Ahora las salidas de los alojamientos son más complicadas porque no hay vivienda de alquiler asequible. Los precios son elevadísimos y, aunque los planes de ahorro forman parte de nuestros objetivos, es una gran dificultad para que puedan adquirir autonomía y ser independientes”, sostiene Clemente. El precio del alquiler en Aragón es el más alto de su historia y, según Idealista, el precio del alquiler ha constatado en 2024 un incremento del 8,6 % en la Comunidad, situándose el metro cuadrado en el territorio en 9,4 euros. Asimismo, Jessy comparte que el 30% de las personas en situación de calle es menor de 29 años, un dato que los llevó a poner en marcha, en 2022, un proyecto piloto de sinhogarismo juvenil. “Aunque en nuestras viviendas hay personas de todas las edades, empieza a notarse un mayor número de jóvenes”, confiesa. Frenos estructurales y estigmas sociales A pesar de los avances que logran dentro del centro, muchas personas se ven atrapadas por obstáculos estructurales que frenan sus procesos de independencia, como es la adquisición de los papeles necesarios para trabajar. “Sin papeles no hay trabajo y eso es una dificultad para salir adelante. Yo todavía estoy en proceso de arraigo, pero mantengo la esperanza de que pronto lleguen porque ahora, si te formas, se supone que lo vas a tener más fácil”, comparte. A esta idea, Clemente suma que, aunque hay colaboración con la administración pública, “los recursos son insuficientes” y “muchas veces es complicado agilizar el proceso de regularización”, por lo que “se topan los procesos personales con las dificultades del sistema”. No obstante, confirma que, en cuanto las personas tienen su documentación, “empiezan a trabajar, a formarse y salen muy rápido de los alojamientos y del centro”. La exclusión también se agrava por la falta de sensibilidad en el entorno. “Yo sigo viendo que la sociedad está poco sensibilizada hacia la persona que está en situación de calle o de mucha desventaja social. Todavía existe mucho juicio de valor y mucho miedo en ocasiones por el desconocimiento”, lamenta Jessy, quien también agrega que “a veces se escucha decir que si están en esa situación es porque han querido”. Ghizlene lo ha vivido también: “Yo porque me puedo defender un poco con el español, pero a los que no, sí creo que los apartan un poco o los juzgan. Es como si hubiera miedo a lo desconocido”. En este sentido, Clemente añade que “todas las personas estamos dispuestas a que en un momento determinado podamos vernos en esa situación”, por lo que es necesario que haya una mayor sensibilización desde también los centros educativos. Por todo ello, desde el centro impulsan este tipo de charlas en colegio

El Centro Social San Antonio, que atiende a más de 500 personas al año, trabaja como red de apoyo para transformar la exclusión social y el sinhogarismo en oportunidades de futuro
A Ghizlene Tijra, de 30 años, la echaron de casa por renunciar a su cultura y a la religión musulmana. “Me dijeron que me fuera de casa y me vi sin saber a dónde ir ni qué hacer con mi vida”, recuerda. Hoy reside en una de las viviendas de inclusión del Centro Social San Antonio, un proyecto de los Hermanos Capuchinos que está instalado en el barrio de Torrero de Zaragoza.
Tras pasar por los servicios sociales de La Almunia y realizar una entrevista con el centro, entró a formar parte del proyecto de vivienda para mujeres y hoy, casi un año después, afirma con seguridad: “Formar parte de esta casa me ha dado respiro y mucha confianza”.
El centro lleva desde 2004 trabajando con personas en situación de sinhogarismo o exclusión social severa, algo que combaten, según la coordinadora regional de SERCADE en Aragón, Jessy Clemente, ofreciendo “acompañamiento personalizado y escuchando a cada usuario para ver lo que necesita”.
Una vivienda para empezar de nuevo
“No es te doy una vivienda y me olvido. Es una vivienda para algo, con un fin, por eso se complementan con apoyos personalizados y un plan de trabajo. Todas las personas que pasan por aquí son también nuestra familia. Para nosotros no son números, sino personas importantes a las que queremos ayudar a salir adelante”, asegura.
A través de estos alojamientos, este centro cumple con uno de sus pilares básicos centrado en crear comunidad como “catalizadora del cambio”, de tal forma que las personas que están alojadas puedan construir redes de convivencia, estar acompañadas y sentirse en familia.
En sus alojamientos, repartidos por Zaragoza y conectados con el centro, viven jóvenes, personas mayores, mujeres solas y familias. Algunos de ellos tienen un convenio con el Ayuntamiento, pero la duración prevista de estancia, de un año, se alarga en la práctica a año y medio o dos debido a la situación actual de la vivienda en la ciudad.
“Ahora las salidas de los alojamientos son más complicadas porque no hay vivienda de alquiler asequible. Los precios son elevadísimos y, aunque los planes de ahorro forman parte de nuestros objetivos, es una gran dificultad para que puedan adquirir autonomía y ser independientes”, sostiene Clemente.
El precio del alquiler en Aragón es el más alto de su historia y, según Idealista, el precio del alquiler ha constatado en 2024 un incremento del 8,6 % en la Comunidad, situándose el metro cuadrado en el territorio en 9,4 euros.
Asimismo, Jessy comparte que el 30% de las personas en situación de calle es menor de 29 años, un dato que los llevó a poner en marcha, en 2022, un proyecto piloto de sinhogarismo juvenil. “Aunque en nuestras viviendas hay personas de todas las edades, empieza a notarse un mayor número de jóvenes”, confiesa.
Frenos estructurales y estigmas sociales
A pesar de los avances que logran dentro del centro, muchas personas se ven atrapadas por obstáculos estructurales que frenan sus procesos de independencia, como es la adquisición de los papeles necesarios para trabajar.
“Sin papeles no hay trabajo y eso es una dificultad para salir adelante. Yo todavía estoy en proceso de arraigo, pero mantengo la esperanza de que pronto lleguen porque ahora, si te formas, se supone que lo vas a tener más fácil”, comparte.
A esta idea, Clemente suma que, aunque hay colaboración con la administración pública, “los recursos son insuficientes” y “muchas veces es complicado agilizar el proceso de regularización”, por lo que “se topan los procesos personales con las dificultades del sistema”.
No obstante, confirma que, en cuanto las personas tienen su documentación, “empiezan a trabajar, a formarse y salen muy rápido de los alojamientos y del centro”.
La exclusión también se agrava por la falta de sensibilidad en el entorno. “Yo sigo viendo que la sociedad está poco sensibilizada hacia la persona que está en situación de calle o de mucha desventaja social. Todavía existe mucho juicio de valor y mucho miedo en ocasiones por el desconocimiento”, lamenta Jessy, quien también agrega que “a veces se escucha decir que si están en esa situación es porque han querido”.
Ghizlene lo ha vivido también: “Yo porque me puedo defender un poco con el español, pero a los que no, sí creo que los apartan un poco o los juzgan. Es como si hubiera miedo a lo desconocido”.
En este sentido, Clemente añade que “todas las personas estamos dispuestas a que en un momento determinado podamos vernos en esa situación”, por lo que es necesario que haya una mayor sensibilización desde también los centros educativos.
Por todo ello, desde el centro impulsan este tipo de charlas en colegios e institutos, donde acuden muchos jóvenes para conocer el centro, los recursos y las historias de los usuarios. “Esto va poniendo una semillita, que creo que es la forma de hacerlo”, sostiene.
Al respecto, Tijra se mantiene positiva, ya que considera que “las nuevas generaciones sí están algo más sensibilizadas y no suelen juzgar o apartar tanto a las personas”.
Formarse para recuperar la autonomía
Aunque uno de los pilares de este centro social es la vivienda, también llevan a cabo talleres de formación, espacios de cuidado emocional y un compromiso claro con la creación de comunidad.
“Nosotros somos los protagonistas del cambio y de tener la fuerza de voluntad para salir adelante como sea. Nos ofrecen comodidades, pero al final somos nosotros los que tenemos que querer”, resume Ghizlene.
Entre los talleres, ella destaca el de tallado de madera o el de gestión emocional desde el arte, donde “te ayudan a conocer qué sientes, a expresarlo y a sentirte identificada”.
Además, hay clases de barro, pintura o español, una actividad en la que es voluntaria esta usuaria al hablar árabe y poder ayudar a traducir. Esto se suma a su inminente formación en estética, con la que pretende “tener más experiencia para trabajar, ahorrar y, con suerte, poder alquilar una vivienda o una habitación”.
Confiar en el proceso
En 2024, el Centro Social San Antonio atendió a 541 personas, de las que 68 vivieron en alguno de sus alojamientos. “Ojalá no tuvieran que existir recursos como el nuestro, porque significaría que las personas no tienen esas necesidades”, dice Jessy, pero “nuestro horizonte es que todas las personas que vengan luego salgan con la dignidad bien en alto y con todos sus derechos cubiertos”.
Con todo esto, tanto desde el centro social como Ghizlene, invitan a todas las personas que puedan sentirse solas a acudir allí, buscar ayuda y “no pasarlo mal a solas”, ya que, aunque “no es inmediato”, “hay que confiar en el proceso porque se puede salir adelante”.