El impacto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China
Es posible que veamos este periodo como un punto de inflexión en el tablero geopolítico mundial, con la incógnita de quién saldrá en la cima de este reacomodo.

A lo largo de su mandato, Donald Trump ha colocado los aranceles en el centro de la política comercial de EU, argumentando que el sistema internacional de comercio no es favorable para su país. Su administración rompió con principios tradicionales como las relaciones cooperativas, adoptando una postura agresiva, especialmente contra China. Esta nueva visión se tradujo en fuertes aumentos de aranceles utilizando la reciprocidad como herramienta para atacar el déficit comercial.
Estas medidas arancelarias perseguían tres objetivos: reducir los desequilibrios en el comercio –con énfasis en el déficit con China–, fomentar la reconversión industrial y aumentar la recaudación. Bajo la lógica del “deficit targeting”, los aranceles llegaron a superar el 100 por ciento, con amenazas de llegar al 245 por ciento. Las medidas se justificaron como respuestas a prácticas comerciales desleales de socios estratégicos.
Las consecuencias no tardaron en manifestarse. Los mercados financieros reaccionaron con caídas y volatilidad, reflejando la incertidumbre generada. Empresas e inversionistas mostraron cautela ante el aumento del riesgo económico, y el encarecimiento de importaciones afectó la inflación y el consumo. La confianza global en el dólar y en la economía estadounidense se deterioró, afectando su rol como pilar del sistema financiero global.
Esta desconfianza aceleró un proceso de desdolarización: inversionistas institucionales comenzaron a diversificar hacia Europa, China y mercados emergentes. El oro resurgió como refugio, alcanzando máximos históricos, y los bonos del Tesoro perdieron atractivo ante temores de insostenibilidad fiscal, provocando ventas masivas.
El errático manejo arancelario, con constantes giros y mensajes contradictorios, genera inestabilidad e, incluso dentro del Partido Republicano, surgieron críticas ante la falta de dirección y los riesgos económicos en Estados Unidos. La incertidumbre agravó la desaceleración, frenó inversiones y elevó las probabilidades de recesión.
A la par, la confrontación con China se ha intensificado: EU impuso aranceles de hasta 245 por ciento, y China respondió con tarifas del 125 por ciento a productos estadounidenses. Además, restringió exportaciones estratégicas, como tierras raras, y suspendió contratos con firmas como Boeing. Washington ha endurecido restricciones en sectores como automóviles, semiconductores y tecnología avanzada. China, por su parte, advirtió sobre represalias a países alineados con el país norteamericano.
Pese a los efectos negativos, China ha mostrado mayor resiliencia. Su modelo centralizado le permite respuestas rápidas, además de que, con más de tres billones de dólares en reservas, liderazgo en sectores clave como inteligencia artificial, autos eléctricos y manufactura avanzada, y acuerdos comerciales diversificados, China ha resistido la presión y consolidado su autonomía en un contexto volátil.
Actualmente, la resolución del conflicto enfrenta desafíos estructurales. Reducir el déficit requiere cambios en ahorro e inversión más allá del desvío comercial, además de que reindustrializar EU exige estabilidad y visión a largo plazo. Mientras China se prepara con una estrategia clara para futuras negociaciones, EU enfrenta una falta de coherencia que compromete su liderazgo global.
Yendo hacia adelante, es posible que veamos este periodo como un punto de inflexión en el tablero geopolítico mundial, con la incógnita de quién saldrá en la cima de este reacomodo. Para inversionistas, la planificación y asesoría financiera es clave para navegar correctamente en este periodo.