Campanas para un Papa ecléctico
En horas veinticuatro, como le gustaba a Lope de Vega. El Colegio Cardenalicio despachó la sucesión del Papa con la celeridad que demanda la sociedad moderna, incompatible con la paciencia y acostumbrada por la revolución digital a la inmediatez de las respuestas. Un encierro de tres días o más habría provocado un notable daño reputacional a la cúpula eclesiástica; todo el mundo es consciente, empezando por el nuevo Pontífice, de que en ella hay desunión, pero no parecía buena idea escenificarla en el momento de mayor repercusión a escala planetaria. No ocurrió tal cosa. El humo blanco salió a la tercera 'fumata', lo que sugiere que las trazas esenciales del retrato robot habían quedado dibujadas en las congregaciones de las semanas previas con líneas bastante claras. El cónclave sólo tenía que afinarlas y lo hizo por la vía rápida. De hecho Prevost , que tiene apellido de enciclopedista dieciochesco, figuraba en los primeros puestos de las quinielas vaticanas, que esta vez no se equivocaron demasiado… salvo las que se empeñaron en empujar a favor de Italia. Lo que haya de ser León XIV –L14, diría Gistau—se verá a lo largo de los próximos años; la edad del elegido apunta a un Pontificado más bien largo. Pero lo que decían buscar los cardenales encaja con sus rasgos. Agustino (prior general durante dos mandatos), con experiencia misionera en Hispanoamérica y de gobierno en el Vaticano, donde Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos y le permitió conocer de primera mano al estratégico colectivo de purpurados. Su ascendencia es un ejemplo de mestizaje contemporáneo: nacido en Chicago, con doble nacionalidad estadounidense y peruana, y linaje francés, español e italiano. Cardenal desde 2023, su nombramiento parecía apuntar a un criterio sucesorio bien perfilado. De hecho éste era su primer Cónclave; a eso se llama llegar y besar el santo. La elección podría calificarse como el diseño de un líder espiritual -y político en buena parte- a medida de las actuales circunstancias eclesiales. Americano, pero no trumpista; reformista pero de estilo moderado; europeo de cultura y de lenguas (ayer saludó a los fieles en español, latín e italiano). Un 'francisquista' para continuar con prudencia su legado y al tiempo un ecléctico para facilitar el diálogo con las facciones críticas partidarias de avanzar más despacio en los debates doctrinales y políticos más antipáticos. Su cercanía a las 'periferias' geográficas y sociales lo acerca al Papa difunto, y su variado currículum permite esperar un manejo razonable de los cauces diplomáticos para cumplir la misión mediadora de la Santa Sede en los recientes, y tal vez futuros, conflictos armados. En su primera aparición en la logia de San Pedro se preocupó del simbolismo de los detalles. Se presentó, a diferencia de su antecesor, vestido con todos los avíos tradicionales -muceta, estola, cruz dorada- y pronunció la palabra 'paz' con una insistencia que constituía en sí misma un mensaje. Repitió también una consigna de Juan Pablo II, la de no tener miedo, 'senza paura', y no se dejó atrás ninguna referencia que pudiera echar de menos nadie: a Francisco, por supuesto, a la Iglesia italiana, a los agustinos, a las misiones, a la Virgen de Pompeya, a las diócesis de Chicago y de Chiclayo. Y la decisión más simbólica de todas, la del nombre pontifical, enlaza con el Papa más reformista de la era moderna hasta el último Concilio, el autor de la 'Rerum novarum', la primera encíclica en que la Iglesia se ocupó del mundo del trabajo. «¡¡Leone, Leone!!» le gritaban los fieles en San Pedro, casi rugiendo, cuando el protodiácono anunció el 'gaudium magnum'. El `totopapa´, las especulaciones mediáticas sobre candidatos, han familiarizado al pueblo católico más 'cafetero' con sus patronímicos, de modo que mucha gente de la que esperaba en la plaza recibió el anuncio como si se tratase de un viejo conocido o de un reluciente fichaje futbolístico, aunque es probable que de tratarse de otro el júbilo hubiese sido el mismo. Ya la ' fumata ' blanca, a las 18.07 de la tarde, bajo un cielo despejado y un sol todavía radiante, fue saludada con el entusiasmo habitual y un ulular de toda clase de banderas internacionales. La humareda estuvo saliendo de la chimenea durante casi diez minutos y luego el repique a voleo de todas las campanas de Roma –mira que hay iglesias en la ciudad- esparció la noticia por los aires. Ese toque empezó a sacar de sus casas a una multitud que cruzaba el Tíber a la carrera y colmataba la Vía della Conciliazione hasta los jardines de Sant'Angelo, donde las pantallas dejaron de enfocar el tejado de la Sixtina para centrarse en los cortinajes rojos del balcón central de la basílica, aún cerrado. En esos momentos, mientras la guardia suiza y la banda de música se desplegaban en la portada y un dron sobrevolaba como un mosquito gigante la gran columnata, el nuevo Papa debía de estar ajustándose los ropajes en la Sala de las Lágrimas . Es significativo que el
En horas veinticuatro, como le gustaba a Lope de Vega. El Colegio Cardenalicio despachó la sucesión del Papa con la celeridad que demanda la sociedad moderna, incompatible con la paciencia y acostumbrada por la revolución digital a la inmediatez de las respuestas. Un encierro de tres días o más habría provocado un notable daño reputacional a la cúpula eclesiástica; todo el mundo es consciente, empezando por el nuevo Pontífice, de que en ella hay desunión, pero no parecía buena idea escenificarla en el momento de mayor repercusión a escala planetaria. No ocurrió tal cosa. El humo blanco salió a la tercera 'fumata', lo que sugiere que las trazas esenciales del retrato robot habían quedado dibujadas en las congregaciones de las semanas previas con líneas bastante claras. El cónclave sólo tenía que afinarlas y lo hizo por la vía rápida. De hecho Prevost , que tiene apellido de enciclopedista dieciochesco, figuraba en los primeros puestos de las quinielas vaticanas, que esta vez no se equivocaron demasiado… salvo las que se empeñaron en empujar a favor de Italia. Lo que haya de ser León XIV –L14, diría Gistau—se verá a lo largo de los próximos años; la edad del elegido apunta a un Pontificado más bien largo. Pero lo que decían buscar los cardenales encaja con sus rasgos. Agustino (prior general durante dos mandatos), con experiencia misionera en Hispanoamérica y de gobierno en el Vaticano, donde Francisco lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos y le permitió conocer de primera mano al estratégico colectivo de purpurados. Su ascendencia es un ejemplo de mestizaje contemporáneo: nacido en Chicago, con doble nacionalidad estadounidense y peruana, y linaje francés, español e italiano. Cardenal desde 2023, su nombramiento parecía apuntar a un criterio sucesorio bien perfilado. De hecho éste era su primer Cónclave; a eso se llama llegar y besar el santo. La elección podría calificarse como el diseño de un líder espiritual -y político en buena parte- a medida de las actuales circunstancias eclesiales. Americano, pero no trumpista; reformista pero de estilo moderado; europeo de cultura y de lenguas (ayer saludó a los fieles en español, latín e italiano). Un 'francisquista' para continuar con prudencia su legado y al tiempo un ecléctico para facilitar el diálogo con las facciones críticas partidarias de avanzar más despacio en los debates doctrinales y políticos más antipáticos. Su cercanía a las 'periferias' geográficas y sociales lo acerca al Papa difunto, y su variado currículum permite esperar un manejo razonable de los cauces diplomáticos para cumplir la misión mediadora de la Santa Sede en los recientes, y tal vez futuros, conflictos armados. En su primera aparición en la logia de San Pedro se preocupó del simbolismo de los detalles. Se presentó, a diferencia de su antecesor, vestido con todos los avíos tradicionales -muceta, estola, cruz dorada- y pronunció la palabra 'paz' con una insistencia que constituía en sí misma un mensaje. Repitió también una consigna de Juan Pablo II, la de no tener miedo, 'senza paura', y no se dejó atrás ninguna referencia que pudiera echar de menos nadie: a Francisco, por supuesto, a la Iglesia italiana, a los agustinos, a las misiones, a la Virgen de Pompeya, a las diócesis de Chicago y de Chiclayo. Y la decisión más simbólica de todas, la del nombre pontifical, enlaza con el Papa más reformista de la era moderna hasta el último Concilio, el autor de la 'Rerum novarum', la primera encíclica en que la Iglesia se ocupó del mundo del trabajo. «¡¡Leone, Leone!!» le gritaban los fieles en San Pedro, casi rugiendo, cuando el protodiácono anunció el 'gaudium magnum'. El `totopapa´, las especulaciones mediáticas sobre candidatos, han familiarizado al pueblo católico más 'cafetero' con sus patronímicos, de modo que mucha gente de la que esperaba en la plaza recibió el anuncio como si se tratase de un viejo conocido o de un reluciente fichaje futbolístico, aunque es probable que de tratarse de otro el júbilo hubiese sido el mismo. Ya la ' fumata ' blanca, a las 18.07 de la tarde, bajo un cielo despejado y un sol todavía radiante, fue saludada con el entusiasmo habitual y un ulular de toda clase de banderas internacionales. La humareda estuvo saliendo de la chimenea durante casi diez minutos y luego el repique a voleo de todas las campanas de Roma –mira que hay iglesias en la ciudad- esparció la noticia por los aires. Ese toque empezó a sacar de sus casas a una multitud que cruzaba el Tíber a la carrera y colmataba la Vía della Conciliazione hasta los jardines de Sant'Angelo, donde las pantallas dejaron de enfocar el tejado de la Sixtina para centrarse en los cortinajes rojos del balcón central de la basílica, aún cerrado. En esos momentos, mientras la guardia suiza y la banda de música se desplegaban en la portada y un dron sobrevolaba como un mosquito gigante la gran columnata, el nuevo Papa debía de estar ajustándose los ropajes en la Sala de las Lágrimas . Es significativo que el ritual vaticano haya dispuesto esa pequeña habitación para dejar al recién electo durante un rato con su conciencia y sus pensamientos. Nada que ver con la euforia arrogante de los políticos tras unas elecciones victoriosas; allí, tras asumir el veredicto de sus compañeros, el investido se queda a solas para sentir todo el peso de su responsabilidad histórica. En la exitosa película ' Cónclave ', de guión tan disparatado como acertada puesta en escena, un cardenal encarnado por Stanley Tucci dice que todos sus colegas fantasean con el cargo y en su fuero interno tienen decidido el nombre con que desean ser llamados. Pero cuando se cuentan los votos y el flamante Pontífice acepta el nombramiento ante el decano, se encuentra delante de una agenda para salir corriendo y arrepentirse de no haberla declinado. Le aguarda, en efecto, una comunidad católica polarizada, unas finanzas apuradas, una Curia de natural receloso y un montón de debates abiertos como el celibato, la sinodalidad o el acceso femenino al diaconado, además de un escenario geopolítico de mil pares de diablos. De hecho, en la última congregación antes de entrar en la clausura, los cardenales suscribieron una carta en demanda de paz, con mención expresa a Ucrania y Gaza, que constituía un mandato de facto para que el elegido se ponga a trabajar de inmediato. Y luego están los grandes problemas mundiales de fondo, con los movimientos migratorios y la convivencia de culturas y religiones en primer plano. Una hoja de ruta pastoral que León XIV deberá definir con suficiente tacto para no ahondar en la división ideológica que el precónclave ha tratado de soslayar en un intento, ya se verá si efectivo o vano, de serenar los ánimos. «Rogad juntos por esta nueva misión», dijo, casi imploró Prevost al final de su alocución y antes de entonar el Ave María. Sonó un 'amén' coral, multitudinario, la banda tocó 'Fratelli d´Italia', el Papa impartió la bendición en latín y desapareció tras las cortinas con su protocolaria comitiva. Quizá esta noche, durante la inevitable vigilia de oración en que habrá repasado su vida, haya empezado a darse cuenta de lo que se le viene encima.
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