Alemania empieza con mal pie
Comienza su mandato evidenciado la fragilidad de su gobierno en un momento de estancamiento económico, crisis industrial, déficit energético, competencia de China, amenazas de Rusia, desprecio de Trump, aranceles y guerras comerciales El Parlamento alemán ha elegido a Friedrich Merz con 325 votos a favor y 289 en contra. El líder democristiano ha necesitado dos votaciones secretas para ser investido. Desde la fundación de la República Federal en 1949, nunca un canciller había fracasado en la primera vuelta. 18 diputados han votado en contra y aunque nadie sabe quiénes son ni por qué lo han hecho, parece que motivos no les faltan. Merz es hombre de pocos amigos y de muchos enemigos. Su popularidad es bajísima. Un 56% de los ciudadanos no cree que sea la mejor opción como canciller y solo un 48% aprueba el acuerdo con los socialdemócratas (aunque la coalición recibió el apoyo del 85% de la militancia del SPD). Representa el ala más conservadora y liberal de la derecha alemana, pero entre los suyos tiene poco predicamento. Muchos lo ven como un “empresario” que gestionará el país como si fuera una multinacional; como el presidente de un Consejo de Administración que toma decisiones por libre y sin rendir cuentas, con el pésimo precedente de Trump o Berlusconi. Otros lo descalifican por ser demasiado casposo, un catolicón, fiel representante de esa clase política tradicional que alimenta la falta de credibilidad de los partidos políticos. Abandonó el techo del déficit para invertir en defensa e infraestructuras, algo que buena parte de los conservadores calificaron de “traición” porque, si bien las estrictas normas fiscales que defendieron en Bruselas no les dejaban apenas respirar, la ideología de la contención del gasto sigue recabando apoyos. La sacrosanta austeridad que Merkel llevó a la Constitución alemana es casi una cuestión de identidad entre sus filas. Los socialdemócratas tampoco parecen contentos. Hay malestar por los nombramientos y algunos quieren hacerle pagar el endurecimiento de las leyes de inmigración y el cierre de fronteras que ha propiciado sus devaneos con la extrema derecha. La CDU pretende superar el impasse alemán con más muros, más represión y más control, bajada de impuestos, menos gasto social y retroceso ambiental. De manera que el SPD tiene ahora más difícil volver a sus raíces, ocuparse de la clase trabajadora, luchar contra el cambio climático o frenar el capital especulativo. La izquierda está llamada a integrar la disparidad de identidades proletarias que ha alumbrado este nuevo contexto postfordista, en el que ya no existe un proletariado global en sentido orgánico, y esta tarea recaerá ahora sobre formaciones políticas “verdirrojas”. Los Verdes y La Izquierda, cuyos votos fueron necesarios para facilitar la segunda votación, han demostrado ser muy útiles para la formación del nuevo gobierno. Merz rompió el cordón sanitario para comprar la política migratoria de Alternativa por Alemania (AfD) y marginó a los mismos a los que ha tenido que recurrir para salvar el pellejo. Paradojas de la vida parlamentaria que no suelen encajar en el argumentario. Muchos miran con admiración y envidia a la gran coalición alemana pero la ingeniería en política también tiene sus límites. Son pocos los que sobreviven al don de la ubicuidad. La confusión ideológica y la posición errática de Merz en relación a la extrema derecha puede acabar siendo un boomerang y funcionar como un revulsivo en favor de AfD. Alternativa por Alemania es ya la primera fuerza de la oposición y todo indica que, en esta legislatura, será la única. Su ilegalización está ahora sobre la mesa, pero esto no tiene que ser necesariamente negativo. De hecho, la autovictimización, el sentimiento de agravio, el resentimiento y la revancha suelen ser terreno fértil y buen caladero de votos. Lo cierto es que Merz comienza su mandato evidenciado la fragilidad de su gobierno en un momento de estancamiento económico, crisis industrial, déficit energético, competencia de China, amenazas de Rusia, desprecio de Trump, aranceles y guerras comerciales. Ni la prosperidad, ni la protección militar, ni la templanza parlamentaria pueden asegurarse ya en Alemania. El gobierno tendrá que sudar sangre para sacar adelante sus leyes y sufrirá la fragmentación y la polarización, que son ya propias de nuestro tiempo. Alemania, motor de Europa, modelo de estabilidad y previsibilidad, ha superado sus primeras horas de pánico, pero es muy probable que no sean las últimas. Bien está lo que bien acaba, aunque siempre está mejor si, además, empieza bien. Me temo que habrá que rebajar las expectativas sobre el gigante europeo.

Comienza su mandato evidenciado la fragilidad de su gobierno en un momento de estancamiento económico, crisis industrial, déficit energético, competencia de China, amenazas de Rusia, desprecio de Trump, aranceles y guerras comerciales
El Parlamento alemán ha elegido a Friedrich Merz con 325 votos a favor y 289 en contra. El líder democristiano ha necesitado dos votaciones secretas para ser investido. Desde la fundación de la República Federal en 1949, nunca un canciller había fracasado en la primera vuelta. 18 diputados han votado en contra y aunque nadie sabe quiénes son ni por qué lo han hecho, parece que motivos no les faltan.
Merz es hombre de pocos amigos y de muchos enemigos. Su popularidad es bajísima. Un 56% de los ciudadanos no cree que sea la mejor opción como canciller y solo un 48% aprueba el acuerdo con los socialdemócratas (aunque la coalición recibió el apoyo del 85% de la militancia del SPD).
Representa el ala más conservadora y liberal de la derecha alemana, pero entre los suyos tiene poco predicamento. Muchos lo ven como un “empresario” que gestionará el país como si fuera una multinacional; como el presidente de un Consejo de Administración que toma decisiones por libre y sin rendir cuentas, con el pésimo precedente de Trump o Berlusconi. Otros lo descalifican por ser demasiado casposo, un catolicón, fiel representante de esa clase política tradicional que alimenta la falta de credibilidad de los partidos políticos. Abandonó el techo del déficit para invertir en defensa e infraestructuras, algo que buena parte de los conservadores calificaron de “traición” porque, si bien las estrictas normas fiscales que defendieron en Bruselas no les dejaban apenas respirar, la ideología de la contención del gasto sigue recabando apoyos. La sacrosanta austeridad que Merkel llevó a la Constitución alemana es casi una cuestión de identidad entre sus filas.
Los socialdemócratas tampoco parecen contentos. Hay malestar por los nombramientos y algunos quieren hacerle pagar el endurecimiento de las leyes de inmigración y el cierre de fronteras que ha propiciado sus devaneos con la extrema derecha. La CDU pretende superar el impasse alemán con más muros, más represión y más control, bajada de impuestos, menos gasto social y retroceso ambiental. De manera que el SPD tiene ahora más difícil volver a sus raíces, ocuparse de la clase trabajadora, luchar contra el cambio climático o frenar el capital especulativo. La izquierda está llamada a integrar la disparidad de identidades proletarias que ha alumbrado este nuevo contexto postfordista, en el que ya no existe un proletariado global en sentido orgánico, y esta tarea recaerá ahora sobre formaciones políticas “verdirrojas”. Los Verdes y La Izquierda, cuyos votos fueron necesarios para facilitar la segunda votación, han demostrado ser muy útiles para la formación del nuevo gobierno. Merz rompió el cordón sanitario para comprar la política migratoria de Alternativa por Alemania (AfD) y marginó a los mismos a los que ha tenido que recurrir para salvar el pellejo. Paradojas de la vida parlamentaria que no suelen encajar en el argumentario.
Muchos miran con admiración y envidia a la gran coalición alemana pero la ingeniería en política también tiene sus límites. Son pocos los que sobreviven al don de la ubicuidad. La confusión ideológica y la posición errática de Merz en relación a la extrema derecha puede acabar siendo un boomerang y funcionar como un revulsivo en favor de AfD. Alternativa por Alemania es ya la primera fuerza de la oposición y todo indica que, en esta legislatura, será la única. Su ilegalización está ahora sobre la mesa, pero esto no tiene que ser necesariamente negativo. De hecho, la autovictimización, el sentimiento de agravio, el resentimiento y la revancha suelen ser terreno fértil y buen caladero de votos.
Lo cierto es que Merz comienza su mandato evidenciado la fragilidad de su gobierno en un momento de estancamiento económico, crisis industrial, déficit energético, competencia de China, amenazas de Rusia, desprecio de Trump, aranceles y guerras comerciales. Ni la prosperidad, ni la protección militar, ni la templanza parlamentaria pueden asegurarse ya en Alemania. El gobierno tendrá que sudar sangre para sacar adelante sus leyes y sufrirá la fragmentación y la polarización, que son ya propias de nuestro tiempo.
Alemania, motor de Europa, modelo de estabilidad y previsibilidad, ha superado sus primeras horas de pánico, pero es muy probable que no sean las últimas. Bien está lo que bien acaba, aunque siempre está mejor si, además, empieza bien. Me temo que habrá que rebajar las expectativas sobre el gigante europeo.