Vive en un pueblito catalán, y cuenta lo maravilloso y lo que cuesta: “¿Cómo hace uno para saber cuál es su lugar?”
Tenía pasaje de ida y regreso a la Argentina, pero jamás usó la vuelta; hoy vive en un pequeño pueblo al pie de la montaña Montserrat y cuenta cómo hizo para integrarse y enriquecer su vida en Cataluña: “A veces en Argentina se tiene la idea de que en otros países se vive mejor, pero mi experiencia es que en cada lugar hay problemas”

Cuando una persona se inserta en una cultura diferente a la propia, donde el idioma es otro, algo peculiar suele acontecer en el camino. Las transformaciones no llegan únicamente como consecuencia de la absorción de costumbres hasta entonces extrañas, sino que se producen asimismo por el efecto del nuevo idioma sobre el emigrado. ¿Pero qué sucede cuando dos lenguas conviven? Para Florencia Calveiro, la protagonista de esta historia, la vida se expande y somos capaces de danzar entre dos personalidades integradas: la de las raíces, y la de las alas.
“Mi vida acá, en un pueblito de Cataluña, es bilingüe y para mí esto es fundamental porque la lengua no son solo palabras, sino que tiene que ver con el carácter y la forma de ver el mundo de las personas”, asegura Flor, una argentina de 41 años, mientras rememora su camino hacia España.
En un comienzo, cuando todavía vivía en Argentina, Florencia no sabía una palabra de catalán, y si hoy le preguntan por qué eligió Barcelona -la ciudad que la acogió durante cinco años- no puede dar con un motivo concreto, aunque sí admite que varios aspectos de la ciudad mediterránea le llamaron la atención a través de los años y le despertaron su deseo de estudiar catalán.
“Me acordaba de los Juegos Olímpicos del ’92, me había alucinado la ceremonia inaugural. También me había llamado la atención Gaudí en un proyecto que hice en la secundaria y había investigado sobre Barcelona. Y en mi casa se escuchaba bastante Serrat… Pero no tenía más referencias que esas para querer venir acá ni para estudiar catalán. Simplemente tenía muchas ganas de hacerlo y me motivaba más a medida que iba armando mi proyecto de viaje”, reflexiona.
El plan, el idioma catalán y un pasaje de vuelta que jamás se usó: “Ellos vivieron su duelo, mientras yo vivía mi experiencia”
Florencia se fue a los 24 años, y en su familia generó bastante desconcierto. Como la mayor de cuatro hermanos, su decisión trajo su pequeña gran revolución: era la primera que se iba de casa, que viajaba sola y tan lejos.
Un año antes de partir, la joven argentina confeccionó un Excel para planificar sus ahorros y puso fecha para viajar: septiembre de 2008. En Argentina tenía trabajo y vivía con sus padres, lo que le facilitaba ahorrar gran parte de su sueldo. Iba al Banco Piano ni bien cobraba, cambiaba gran parte de su paga por euros y se quedaba con lo justo.
A la par, comenzó a estudiar catalán en el Casal de Catalunya, en la calle Chacabuco. En movimiento, nuevas puertas se abrieron, y Florencia conoció a una chica que viajaba el mismo mes a realizar una pasantía, se hicieron amigas y decidieron compartir en Barcelona un departamento con dos compañeras de ella de la facultad: “La verdad es que desde muy chica tuve la sensación de que mi lugar estaba en otra parte. Quería conocer el mundo, viajar, hablar con personas de otras culturas, conocerlas… También siempre me atrajo mucho la historia de mis abuelos y bisabuelos, que eran inmigrantes, principalmente gallegos y del País Vasco”, dice Flor.
Aun a pesar de sus preparativos, ni la joven ni su entorno fueron conscientes de que estaba emigrando. Ella sentía que se iba de viaje con sus ahorros y había anunciado que si encontraba trabajo se quedaría más tiempo, no sabía cuánto. En caso de que nada surgiera en su camino, recorrería un poco Europa y regresaría en unos meses: “Me vine con un pasaje de ida y vuelta, pero nunca usé esa vuelta”, cuenta.
“En ese momento no había WhatsApp, de hecho para llamar a mi casa me iba a un locutorio o hablábamos por Skype, fijate qué épocas. Ahora que soy madre entiendo que ellos vivieron su duelo, mientras yo vivía mi experiencia”.
Un amor por Barcelona y un trabajo de ensueño: “Estaba fascinada con todo”
Apenas aterrizó en Barcelona el 11 de septiembre de 2008, recibió el primer gran impacto: ¡España es un país de múltiples tradiciones y celebraciones! Sin saberlo, había elegido la Diada de Catalunya para su arribo, una fecha patria para la región, donde se recuerda la rendición de Barcelona frente a los borbones en 1714.
Con Barcelona fue amor a primera vista. Florencia aprovechó de inmediato el sistema público de bicicletas y salió a recorrer la ciudad, en especial los barrios alejados del turismo, con sus cafeterías, supermercados, frentes de las casas: “Mis compañeros de piso se iban a la playa y yo a recorrer la ciudad sin rumbo fijo. Los domingos aprovechaba que muchos museos eran gratis y visitaba cuanta exposición podía. No me cansaba”, cuenta Flor. “Como vivía con argentinos, al principio conocí a muchos otros argentinos que vivían en Barcelona, cada uno con su propia historia”.
Pero la escenografía humana comenzó a cambiar al mes y medio, cuando ingresó a trabajar en una agencia de comunicación, un lugar donde le abrieron los brazos desde el primer momento. La joven argentina había despertado en ellos la curiosidad gracias a su inglés, “y porque por una de esas casualidades (o causalidades) de la vida conocían a la que había sido mi jefa en Buenos Aires”, agrega.
“En mis primeros años como emigrante en la agencia de comunicación de Barcelona estaba fascinada con todo: con conocer los diferentes clientes, muchos de ellos internacionales, otros startups, con conocer la prensa de aquí y los periodistas, con entender cómo se trabajaba en Europa. La primera vez que viajé por trabajo fue a Italia y tenía una emoción en el cuerpo que no me aguantaba. Después vinieron viajes a Alemania, Madrid, Polonia, Moscú, Londres, Ámsterdam, Praga, Copenhague… Cada lugar es diferente y descubrirlo a través de oficinas, restaurantes y algún paseo en horas robadas con algún colega europeo me daba una perspectiva que me encantaba, era como introducirte en la vida diaria durante un par de días”, continúa.
“Como hablaba inglés muchos ni sabían que era argentina, aunque yo siempre en la conversación lo aclaraba. Fuera de España las referencias a Argentina eran diversas, desde Messi o Maradona hasta recuerdos de algún viaje a la Patagonia, principalmente. A veces de tantas horas hablando inglés con extranjeros entraba en confianza y me salía alguna frase en castellano. Me pregunto si es algo que le pasa a otra gente también”.
Conquistar el catalán... y a un catalán
Dominar el catalán estaba entre sus prioridades. Florencia aprovechó los primeros cursos gratuitos y la apertura de los profesores para enseñar su lengua, historia y costumbres. Su entusiasmo la llevó a conquistar un nivel C, que es el que se obtiene al finalizar el secundario.
A la par, Flor aprovechó la posibilidad que ofrecía el curso de tener encuentros con alguien local para practicar el idioma. Una vez por semana se reunía para tomar algo con una chica catalana y conversar acerca de sus vidas.
“Con estas conversaciones me solté muchísimo y así es que cuando al poco tiempo conocí a quien hoy es mi marido, hablamos catalán, lo cual despertó una curiosidad tremenda: una argentina que habla catalán”, revela.
“Ahí fue cuando llegó la verdadera inmersión en la cultura local, nos conocimos en abril de 2009, en una discoteca de Barcelona que ya no existe. Él es de un pueblo, a 45 kilómetros de Barcelona, al lado de la montaña de Montserrat, con mucho bosque y campos de olivos”.
Vivir y trabajar en un pueblo al pie de Montserrat: “¿Cómo hace uno para saber cuál es su lugar?”
Cataluña se disponía a celebrar `Sant Joan´, cuando su entonces novio la invitó a conocer El Bruc, su pueblo de origen al pie de la montaña Montserrat. La festividad que le da la bienvenida al verano reunió a grandes y pequeños, y Florencia conoció a la familia y amigos de su pareja en un entorno de alegría, donde no pudo más que maravillarse -una vez más- ante las tradiciones conservadas, con sus canciones, comidas típicas y vestimentas.
Con el tiempo, su novio se transformó en su marido y el pueblo de él se transformó en su propio pueblo, el lugar que eligieron para vivir: “Como decía Aristarain, en la película Mi lugar en el mundo: `¿Cómo hace uno para saber cuál es su lugar? Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así´. Este es mi lugar ahora”.
“La verdad es que cuando nació mi hija, hace siete años y medio, fue cuando realmente empecé a disfrutar de la vida en el pueblo. También empecé a pasar más tiempo acá, antes trabajaba en Barcelona todo el día. En la licencia de maternidad empecé a disfrutar de la vida diaria acá y le tomé tanto el gusto que ahora trabajo desde casa, con la libertad que trae”, dice Florencia, quien trabaja en comunicación y coaching.
“Luego, tras el nacimiento de mi hija y al decidir emprender, conocí otro mundo diferente, el de las emprendedoras y empresarias. Descubrí las posibilidades de hacer red, de desarmar ideas y prejuicios sobre ser madre y ser autónoma, de tener un negocio… Conocí muchísimas personas con las que compartir intereses y, muchas veces, con las que compartimos proyectos de negocio y clientes”.
“Obviamente no es fácil ser autónoma, como en ningún lado. Hay que buscar clientes, pagar muchísimos impuestos, cada mes es diferente pero tanto los impuestos como la hipoteca se pagan igual. Supongo que ser argentina me dio un máster en incertidumbre y puedo vivirlo con calma. A veces en Argentina se tiene la idea de que en otros países se vive mejor, pero mi experiencia es que en cada lugar hay problemas, desafíos y dificultades, acá no nadamos en euros ni mucho menos. Trabajamos los dos, nuestra hija va a la escuela pública, tenemos hipoteca y si no vamos a Argentina más seguido es porque los pasajes son carísimos y no nos lo podemos permitir”.
Un recuerdo de los seis años y los aprendizajes: “Sólo dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos: una de ellos es raíces, el otro, alas”
Un recuerdo llega hoy a la memoria de Florencia. Hasta sus seis años, en su cuarto de la infancia, su madre había colgado dos láminas. Una era la imagen de un bosque, la otra contenía la frase de Johann Wolfgang von Goethe: `Solo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos: una de ellos es raíces, el otro, alas´. En su presente catalán, Florencia mira por la ventana, observa el bosque y la montaña que la abrazan, al igual que los campos de olivos, las ruinas de alguna ermita o barraca de viña y siente que la reflexión de su infancia la ha llevado puesta. Argentina y el castellano son sus raíces, le recuerdan de dónde viene y quién es: “Tenemos nuestra familia de origen, nuestros padres, abuelos, hermanos, a veces más cerca y otras más lejos, pero es algo que llevamos”, dice.
Y así, el día en que Florencia voló tras las huellas de la cultura catalana y se dejó abrazar por un nuevo idioma y otras costumbres, las alas con las que emprendió el vuelo crecieron aún más, generando una riqueza múltiple en su vida: “En mi casa el castellano y el catalán conviven, mi hija tiende a hablar en catalán con mi marido y en español conmigo, las dos lenguas están presentes con todo lo que la lengua trae. Y aunque mi entorno es catalán, al trabajar online más de una vez tengo clientes argentinos, suelen ser mujeres con negocio también y me gusta compartir con ellas. Es una forma de mantener un vínculo profesional también.”, continúa.
“Desde el comienzo de mi travesía, tuve la sensación de que el entorno local me acogía y me integraba con su propia cultura e idioma. Lo que me costaba al principio era el sentido del humor, que es distinto. Decía algo en broma y nadie se daba cuenta de que era chiste. No hay cosa más aburrida que eso”, agrega con una sonrisa. “Cuando conocí a mi marido coincidimos mucho en el sentido del humor, es una de esas cosas que posiblemente no pensamos cuando viajamos y es clave para sentirse en casa, poder reírte de las mismas cosas”.
“Lo que me encanta de vivir fuera es que se te desarman todos los prejuicios. En los pueblos hay mucha vida, por ejemplo, las bibliotecas son un espacio cultural activo, para grandes y chicos. Y capaz que por vivir ahora tan en contacto con la naturaleza me sienta más arraigada a la tierra que si viviera en una ciudad. Hace poco plantamos un jacarandá chiquito. A ver cómo crece, tardará sus años en florecer... “, agrega pensativa.
“Dejar un país de origen puede compararse a cuando nos vamos de casa de nuestros padres para armar nuestro proyecto de vida: el vínculo puede vivir aunque no vivamos con ellos, las raíces existen y están aunque estemos en otro lugar”, continúa Florencia.
“Y este otro lugar, esta experiencia, me ha enseñado a ser más humilde, no tomarme las cosas tan en serio y disfrutar de lo diverso. El lugar donde vivimos tiene su cultura, su historia, sus tradiciones, sus particularidades y su idioma, pero todo eso interactúa con nosotros. No está quieto, no es algo cien porciento objetivo sino que va cobrando su sentido a partir de cómo lo interpretamos y lo vivimos”, concluye.
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