La cualidad de Melody en la actuación en la primera semifinal de Eurovisión
Así ha sido la actuación de Melody en el primer pase retransmitido antes de la final.

Melody ya ha actuado en Eurovisión. Porque ya no se lleva lo de guardar algo para la gran final del festival. Ni siquiera a los candidatos de los países que siempre pasan directos a la final al ser el núcleo duro de la Unión Europea de Radiodifusión (España, Alemania, Francia, Italia y Reino Unido). Si ellos quedarían eliminados en semifinales -que así pasaría casi siempre-, tendrían que dejar de invertir en este acontecimiento. El motivo: las audiencias de la gala del sábado se hundirían en sus respectivos estados.
Porque Eurovisión es implicación. Pero en la generación del spoiler hemos interiorizado que para que una imagen cale es mejor que se repita hasta la saciedad. Aunque anule la expectativa de asistir a un programa de televisión por la experiencia de lo inesperado. La ansia con la que consumimos todo nos ha devaluado la capacidad de sorpresa. Vivimos en la era de las redundancias. Las canciones se nos quedan en la cabeza más por repetición que por emoción. Como consecuencia, ya hemos visto la propuesta completa de Melody para el sábado en la primera semifinal de Eurovisión. Con su pirueta final incluida.
Un año más, da la sensación de que asociamos Eurovisión a excentricidades escénicas para atrapar el interés eurofan. Aunque poco tengan que ver con la canción que se interpreta. Sucede a la mayor parte de los participantes. A Melody también. Ella va con un buen abanico de golpes de efecto para intentar que la audiencia no pueda parpadear durante su actuación: que si el show se inicia con el ya tradicional contraluz -esta vez con una sombra muy a lo Tio Pepe-, que si un telón rojo, que si un cambio de vestido inesperado para que el público diga "ooooh", que si unas escaleras inmaculadas con las que divinizar a la artista, que si un suelo que se convierte en una especie de mareante ascensor, que si una cascada de chispa que asociamos a ganadora, que si una bata de cola en la que aparecen los bailarines como fusionados con la tela... Esta última, la estampa más original y bonita. Quizá, de hecho, esta premisa podría haber sido mucho más protagonista. Pena que no se ve demasiado bien por la tele. La realización eurofestivalera va tan rápido que, a veces, confunde ritmo con prisa. Y qué estrés.
Melody lucha en directo contra el follón de elementos escénicos. Lo hace bien arriba de actitud corporal y, por supuesto, vocal, que la quiere demostrar en cada segundo con ímpetu. Que se note su chorro vocal. Aunque aturda al personal. Que para eso es una diva, y poderosa.
Sin embargo, en un programa de televisión como es Eurovisión es importante que el espectador se ubique en el escenario. Un escenario que, este año, está enmarcado por un gran recuadro de luz con la pretensión de otorgar más personalidad propia a tanta pantalla de led que ya tiene cualquier talent show. El problema de Esa Diva es que, al principio, la audiencia está perdida intentando situar a Melody en el set y, mientras el público está pensando dónde está posicionada la cantante, no presta atención a la autenticidad de la artista en primer plano. La ubicación del espectador en un concurso musical en directo es más crucial de lo que parece. Tanto elemento escénico puede fagocitar el arte del protagonista mientras la audiencia se despista por la catarsis de luces.
Melody parece intuir este handicap. Así que ella se pasa el show sobreactuando su expresividad en busca de la cámara que graba. Cuenta con la cualidad de no olvidar que la tele es encontrarse con el espectador. Lo hace. Lo mira. Lo coquetea. Lo canta. Lo lanza un beso sonoro: "¡muac!" A pesar de todos los artilugios técnicos a su alrededor, Melody no puede evitar seguir siendo artesanal. Por momentos, recuerda hasta a Marujita Díaz con tanto gesto.
Porque ella es una folclórica y, como las de antes, no quiere dejar de ser vista. Corre hacia el objetivo de la cámara si hace falta. Estira su vozarrón aunque provoque una ventisca en Basilea. Quiere aprovechar tanto la oportunidad que puede rozar lo paródico. No pasa nada. Es la forma de que alguien vea a la artista sin que se diluya en una canción que no se va a quedar en el recuerdo por su calidad musical. Eso ya lo sabíamos.
Al final, la actuación de Esa Diva en Eurovisión es como si Melody estuviera en una escape room nórdica llena de pruebas de las que solo puede escapar con el valor auténtico que le otorgan sus gestos excesivos, anacrónicos, sonrientes, tonadilleros... Juntos, al unísono, terminan resultando empáticos. Por pura pasión contracorriente.