La conciliación es un mito. La culpa, no

Necesitamos nuevas narrativas sobre el éxito. Necesitamos referentes que también digan que no pueden más. Que pararon. Que delegaron. Que pidieron ayuda. Necesitamos políticas que dejen de pensar en las familias como entes aislados y empiecen a hablar de comunidad. La entrada La conciliación es un mito. La culpa, no se publicó primero en Ethic.

Abr 14, 2025 - 14:10
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La conciliación es un mito. La culpa, no

«Eres un ejemplo de conciliación». Lo dicen como un piropo. Como si fuera un elogio bienintencionado. Como si no supieran que hace días que no duermo del tirón, que respondo correos con un bebé en brazos mientras el otro grita que no quiere cenar, y que cada reunión a la que llego implica haber renunciado a otra cosa. Lo dicen sin saber lo que hay en la trastienda: caos, culpa, y una especie de malabarismo emocional que solo se sostiene porque no hay otra opción.

Tengo 27 años y dos hijos pequeños: uno de ocho meses y otro de dos años. A veces la gente me pregunta cómo lo hago. A veces lo preguntan con admiración genuina: «¿Pero tú cuándo duermes?». Y otras, con ese tono halagador que, sin quererlo, esconde una exigencia: «Tú sí que puedes con todo». Como si fuera una virtud. Como si demostrar que se puede fuera un objetivo. Como si agotarse fuera un mérito.

Pero voy a decirlo claro: la conciliación no existe. No al menos como nos la han vendido: ese mito del equilibrio perfecto donde una puede llegar a todo si se organiza bien, si se esfuerza, si no pierde el foco. Es mentira. No se trata de planificar mejor ni de ser más productiva. Se trata de asumir que no es posible hacerlo todo, y que el precio que pagamos las mujeres por intentarlo es altísimo.

Se trata de asumir que no es posible hacerlo todo, y que el precio que pagamos las mujeres por intentarlo es altísimo

Lo que hay detrás de ese «ejemplo de conciliación» es una red que no se ve. Mucha ayuda, mucha renuncia, mucho cansancio. Y una culpa constante, porque por mucho que hagas, siempre hay algo —o alguien— a quien sientes que estás fallando. Una amiga, una reunión, tu pareja, tus hijos, tú misma. Es un cálculo diario de daños colaterales.

Y sin embargo, lo seguimos intentando. No porque creamos en el mito, sino porque sabemos que no nos queda otra. Porque no vivimos nuestras vidas como un proyecto individual, sino como una responsabilidad compartida: con las que vinieron antes y las que vendrán después. Porque cada vez que nos rompemos, también aprendemos a reconstruirnos mejor. Y porque si algo nos salva, es decirlo en voz alta: no se llega. Y está bien así.

Hace poco, los dos acabaron ingresados por bronquiolitis. Sí, los dos. No fue mi culpa, lo sé. Pero cuando pasas la noche en un hospital, mirando a tu hijo pequeño con oxígeno, es difícil que la culpa no se te cuele por dentro. Porque la razón por la que estaban en la guardería era porque yo estaba trabajando. Y entonces, aunque sepas que hiciste lo que podías, te preguntas si podrías haber hecho otra cosa. Y esa pregunta pesa.

¿Cómo se sobrevive entonces? Con apoyos. Con tribu. Con mucha más red de la que a veces se muestra. Con logística, sí, pero también con afecto, con conversaciones, con mirar a otras y saber que no estás sola. Yo no podría sin mi gente, sin quienes me entienden cuando no respondo a un mensaje o cuando llego a una reunión sin haberme preparado tanto como me gustaría. No podría sin quienes me recuerdan que no soy menos por bajar el ritmo. Y sin quienes me hacen reír cuando lo único que quiero es llorar.

Tampoco podría sin haber renunciado a muchas cosas. A veces a salir. A veces a descansar. A veces a llegar puntual. Y, muchas veces, a la idea de que puedo tenerlo todo. Porque ese es otro de los grandes engaños: que se puede tener todo si te esfuerzas lo suficiente. Pero no. No puedes tener una carrera brillante, hijos felices, una vida de pareja idílica, salud mental, casa recogida, implicación política y un Instagram estético. Y si alguna vez parece que alguien lo tiene, probablemente haya alguien más haciendo el trabajo invisible por detrás. O esté a punto de romperse.

Y esto hay que decirlo con fuerza: no es una cuestión individual. Es estructural. El modelo laboral no está pensado para criar. El modelo de crianza no está pensado para las que también trabajan. Y el modelo de éxito sigue sin dejar espacio a la fragilidad. Nos piden que rindamos como si no tuviéramos hijos, que cuidemos como si no tuviéramos trabajo, y que lleguemos a todo sin despeinarnos. Ni quejarnos. Porque, oye, las que pedíamos poder trabajar éramos nosotras.

El modelo laboral no está pensado para criar

Esa presión constante no solo agota: también aísla. Porque si no llegas, te crees que la culpa es tuya. Porque parece que las demás sí pueden. Y entonces callas. Finges. Te esfuerzas por parecer invulnerable. Y el mito se perpetúa.

Por eso hay que contar la verdad. Decir que no llegamos. Que lo hacemos como podemos. Que a veces lloramos en el baño. Que contestamos correos con culpa. Que nos perdemos momentos importantes. Que sentimos que estamos siempre en deuda. Y que, pese a todo, seguimos adelante. No porque podamos con todo, sino porque nos acompañamos en lo posible. Porque hay otras como tú, como yo, que también están haciendo malabares sin aplausos.

Necesitamos nuevas narrativas sobre el éxito. Necesitamos referentes que también digan que no pueden más. Que pararon. Que delegaron. Que pidieron ayuda. Necesitamos políticas que dejen de pensar en las familias como entes aislados y empiecen a hablar de comunidad. Y necesitamos también espacios en los que podamos decir, sin miedo y sin vergüenza, que no llegamos.

Decirlo no nos hace débiles. Nos hace honestas. Y eso también es político.

Porque no se trata de si alguien llega o no. Se trata de todo lo que tenemos que sacrificar para siquiera intentarlo. Se trata de una estructura que nos exige lo imposible y luego nos culpa por no lograrlo.

Este no es un manifiesto de resistencia personal. Es un grito colectivo para decir que no se puede todo, ni falta que hace. Que lo verdaderamente revolucionario es dejar de fingir que llegamos, y exigir que el sistema deje de medirse en productividad y empiece a medirse en cuidados, en tiempos vivibles, en vidas posibles.

En 2023, el 84,4% de las excedencias por cuidados en España las solicitaron mujeres (según datos del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones). No es que no lleguemos: es que nos hacen cargar con todo. No llegamos. No pasa nada. Lo que pasa es que ya va siendo hora de dejar de fingir que eso es culpa nuestra.


Elsa Arnaiz es directora general de Talento para el Futuro

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