El vuelo en grupo obliga a los murciélagos a recalibrar su ecolocalización
Radar interno - Para evitar colisiones al salir de la cueva, los murciélagos se concentran en obtener datos precisos sobre los animales más cercanos, sacrificando información menos relevanteMiles de escorpiones son criados como si fueran vacas para extraerles el veneno más caro del mundo A los cinco segundos de salir de la cueva, cada murciélago ya ha hecho lo necesario para no acabar empotrado contra su compañero más cercano. En ese tiempo, dispersan el núcleo apretado de la colonia, suben la frecuencia de sus llamadas, las hacen más cortas y débiles, y reorganizan su vuelo para no perder la estructura de grupo. Todo esto sucede mientras la mitad de sus ecolocalizaciones están siendo bloqueadas por el ruido del resto. Aun así, evitan los choques con una eficacia que desconcierta incluso a quienes llevan años estudiándolos. Aya Goldshtein, Omer Mazar y Yossi Yovel lo comprobaron tras pasar muchas noches frente a una cueva en el valle de Hula, en Israel, donde las salidas masivas de murciélagos pueden alcanzar densidades insólitas. Durante dos años, colocaron rastreadores ultraligeros a decenas de murciélagos de cola de ratón, capaces de registrar la posición cada segundo. Algunos llevaban también micrófonos ultrasónicos que recogían todo lo que oía el murciélago en todo momento y desde su propio punto de vista. El riesgo de colisión debería ser altísimo, pero la realidad dice otra cosa La cuestión de fondo no era trivial. Cuando decenas de miles de animales que se orientan mediante ecolocalización salen juntos por una pequeña abertura, debería producirse lo que los científicos llaman interferencia acústica: sus llamadas se solapan, sus ecos se confunden y, en teoría, el riesgo de colisión se dispara. Pero en la práctica eso casi nunca ocurre. Goldshtein, investigadora del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal, señaló que “los murciélagos no chocan entre ellos”, incluso en “colonias de cientos de miles que salen por una abertura pequeña”. l equipo colocó rastreadores y micrófonos en decenas de murciélagos durante dos años El equipo quería comprobarlo con datos. Pero había un problema: al soltar a los murciélagos marcados ya fuera de la cueva, justo en el momento de la salida, se perdía la información más densa, la que ocurre justo cuando empiezan a volar. Para suplir ese vacío, Mazar, de la Universidad de Tel Aviv, desarrolló un modelo computacional que simula los primeros metros de vuelo y conecta con la información recogida por los rastreadores reales. Así completaron la secuencia de comportamiento desde el interior de la cueva hasta dos kilómetros más allá. El secreto está en cómo priorizan lo que realmente importa Gracias a ese modelo, comprobaron que nada más salir, los murciélagos experimentan una tormenta sonora en la que el 94 % de las ecolocalizaciones no sirve para nada. Aun así, evitan los accidentes con un margen abrumador. Lo hacen porque modifican su estrategia de ecolocalización. En vez de seguir lanzando llamadas largas, potentes y a frecuencias medias, pasan a emitir sonidos más breves, más agudos y con menos intensidad. El motivo, según explicó Mazar, tiene sentido desde su perspectiva: “Lo más importante que necesitas saber es dónde está el murciélago que tienes justo delante. Así que debes ecolocalizar de una forma que te dé la información más detallada posible sobre ese murciélago”.

Radar interno - Para evitar colisiones al salir de la cueva, los murciélagos se concentran en obtener datos precisos sobre los animales más cercanos, sacrificando información menos relevante
Miles de escorpiones son criados como si fueran vacas para extraerles el veneno más caro del mundo
A los cinco segundos de salir de la cueva, cada murciélago ya ha hecho lo necesario para no acabar empotrado contra su compañero más cercano. En ese tiempo, dispersan el núcleo apretado de la colonia, suben la frecuencia de sus llamadas, las hacen más cortas y débiles, y reorganizan su vuelo para no perder la estructura de grupo.
Todo esto sucede mientras la mitad de sus ecolocalizaciones están siendo bloqueadas por el ruido del resto. Aun así, evitan los choques con una eficacia que desconcierta incluso a quienes llevan años estudiándolos. Aya Goldshtein, Omer Mazar y Yossi Yovel lo comprobaron tras pasar muchas noches frente a una cueva en el valle de Hula, en Israel, donde las salidas masivas de murciélagos pueden alcanzar densidades insólitas.
Durante dos años, colocaron rastreadores ultraligeros a decenas de murciélagos de cola de ratón, capaces de registrar la posición cada segundo. Algunos llevaban también micrófonos ultrasónicos que recogían todo lo que oía el murciélago en todo momento y desde su propio punto de vista.
El riesgo de colisión debería ser altísimo, pero la realidad dice otra cosa
La cuestión de fondo no era trivial. Cuando decenas de miles de animales que se orientan mediante ecolocalización salen juntos por una pequeña abertura, debería producirse lo que los científicos llaman interferencia acústica: sus llamadas se solapan, sus ecos se confunden y, en teoría, el riesgo de colisión se dispara.
Pero en la práctica eso casi nunca ocurre. Goldshtein, investigadora del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal, señaló que “los murciélagos no chocan entre ellos”, incluso en “colonias de cientos de miles que salen por una abertura pequeña”.
El equipo quería comprobarlo con datos. Pero había un problema: al soltar a los murciélagos marcados ya fuera de la cueva, justo en el momento de la salida, se perdía la información más densa, la que ocurre justo cuando empiezan a volar. Para suplir ese vacío, Mazar, de la Universidad de Tel Aviv, desarrolló un modelo computacional que simula los primeros metros de vuelo y conecta con la información recogida por los rastreadores reales. Así completaron la secuencia de comportamiento desde el interior de la cueva hasta dos kilómetros más allá.
El secreto está en cómo priorizan lo que realmente importa
Gracias a ese modelo, comprobaron que nada más salir, los murciélagos experimentan una tormenta sonora en la que el 94 % de las ecolocalizaciones no sirve para nada. Aun así, evitan los accidentes con un margen abrumador. Lo hacen porque modifican su estrategia de ecolocalización. En vez de seguir lanzando llamadas largas, potentes y a frecuencias medias, pasan a emitir sonidos más breves, más agudos y con menos intensidad.
El motivo, según explicó Mazar, tiene sentido desde su perspectiva: “Lo más importante que necesitas saber es dónde está el murciélago que tienes justo delante. Así que debes ecolocalizar de una forma que te dé la información más detallada posible sobre ese murciélago”.
Ese cambio les permite centrarse solo en lo necesario, aunque pierdan casi todo lo demás. No importa si no reciben el eco de la cueva, del bosque o del grupo entero. Lo que importa, como recoge el trabajo publicado en PNAS, es esquivar al vecino más próximo. Esa mínima información es suficiente para que la colonia completa se desplace sin desmoronarse.
Goldshtein, tras analizar ese comportamiento en directo, explicó que “solo poniéndonos lo más cerca posible, en la piel de un animal, podremos llegar a comprender los retos a los que se enfrentan y lo que hacen para resolverlos”. Solo así se entendió una estrategia que parece sencilla, pero que está afinada con una precisión exacta para lo que necesitan.