Vicente Luis Mora. Subterráneos.

DVD, 2006. 168 páginas. Durante un tiempo seguí la bitácora que Vicente Luis Mora tenía de crítica literaria, pero dejé de hacerlo porque es un representante de un estilo que me cansa: el de hablar mucho para decir poco (aunque reconozco que no decía tonterías). Tenía ganas de ver como se desenvolvía en la ficción y nada mejor que este libro con los siguientes relatos: Habitat Jaime Gil de Biedma El prisionero Solteht Francis Trautman La prueba n° 15 La habitación superior Laberinto Para un nuevo bestiario Los dos mundos El Golem Topo El texto urbanizado El traductor La Biblioteca de Babel (versión 5.0) Así se cuenta un cuento Psiquia Comencé, como puede suponerse, con algo de prevención. Y bastantes relatos, flojillos, confirmaron mis temores. La inspiración -o copia descafeinada- de Borges es evidente. Les dejo un ejemplo completo para que se hagan una idea. Pero bueno, tampoco están tan mal y hay algunos realmente disfrutables, mi preferido El texto urbanizado que sirve para indultar todo el volumen. Calificación: Se deja leer. El traductor Logro abrir la puerta y volver a mi casa. Todo está como lo dejé: revueltos los papeles, escasa la despensa, alanceados los calcetines, armados los estantes,... The post Vicente Luis Mora. Subterráneos. first appeared on Cuchitril Literario.

May 1, 2025 - 06:41
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Vicente Luis Mora, Subterráneos
DVD, 2006. 168 páginas.

Durante un tiempo seguí la bitácora que Vicente Luis Mora tenía de crítica literaria, pero dejé de hacerlo porque es un representante de un estilo que me cansa: el de hablar mucho para decir poco (aunque reconozco que no decía tonterías). Tenía ganas de ver como se desenvolvía en la ficción y nada mejor que este libro con los siguientes relatos:

Habitat
Jaime Gil de Biedma
El prisionero
Solteht
Francis Trautman
La prueba n° 15
La habitación superior
Laberinto
Para un nuevo bestiario
Los dos mundos
El Golem
Topo
El texto urbanizado
El traductor
La Biblioteca de Babel (versión 5.0)
Así se cuenta un cuento
Psiquia

Comencé, como puede suponerse, con algo de prevención. Y bastantes relatos, flojillos, confirmaron mis temores. La inspiración -o copia descafeinada- de Borges es evidente. Les dejo un ejemplo completo para que se hagan una idea. Pero bueno, tampoco están tan mal y hay algunos realmente disfrutables, mi preferido El texto urbanizado que sirve para indultar todo el volumen.

Calificación: Se deja leer.

El traductor
Logro abrir la puerta y volver a mi casa. Todo está como lo dejé: revueltos los papeles, escasa la despensa, alanceados los calcetines, armados los estantes, desconchados suelos, paredes y sueños. Pero es mi casa. Puedo verla por completo: mi pequeña habitación, el jergoncillo por el que ahora daría Dinamarca, el crucifijo enteco sosteniendo el muro. Sólo el olor se me escapa. Llevo tanto tiempo en esta celda que su hedor ha eliminado cualquier posibilidad sensitiva. Soy incapaz de revivir el perfume, ahora entiendo su valor, de mi hogar. Ningún aroma en libertad puede ser pestilente: se permite la huida, el movimiento, es sólo una nube de la que se puede escapar, un accidente. Echo de menos la luz. No es lo mismo escribir con la ventana abierta, que entre rejas. Estando preso se es mucho más consciente de lo de juera, por más pequeño que sea el ventanuco.
De vez en cuando viene el caid, custodiado por sus tremendos moros. Se me acerca y me mira con ternura. Me llama «mi morisco». A veces se conforma con hablar conmigo algunas futilidades sobre el tiempo, o la piel del melocotón. Otras veces no. De cuando en cuando, sobre todo en los sábados más luminosos, me sacan con pesadas argollas y me llevan a uno de los patios exteriores. Entre muros ocres, dos palmeras y un nutrido naranjo, hay un pequeño atril con un cojinete, portando una resma de pliegos y plumín con tinta. Me encadenan al atril y el caid me dicta una historia, para que la traduzca al romance. Dice es una antigua leyenda árabe, pero detecto la invención, sobre todo la invención pobre, en cuanto la escucho. Al principio, no me gustaba. Ahora tampoco, pero la que transcribo no es exactamente la que él
me dicta, por eso el aprecio ha surgido. Por eso, así lo entiendo, traigo los mazos de papel a mi celda, con la excusa de corregir la letra de la traducción y el estilo. Sobre todo, le digo al caid, la letra, porque el estilo, le digo al caid, es excelente. El argumento es débil. Un hombre enloquece oyendo qasidas de amor y parte en busca del amor perfecto, lo que aquí llaman el amor «sufí», tan puro que no requiere del contacto. En su camino, va desfa-ziendo entuertos de amor, y requiebra mesnadas. A veces el caid se emociona tanto que su voz se agrieta, para finalmente partirse en un gemido desmayado. Otras veces le he escuchado parecidos afanes, de modo que entiendo la corrupción del texto: habla de un tipo de amor que no siente, que no puede sentir. Algo mejoró la historia cuando apareció el paje, un acompañante del letra-herido que enloqueciera a base de estrofas. Frente a la imposible pureza del héroe, este paje recio y vil es incapaz de sentir nada por una mujer de cintura para arriba: un puro gañán, un moro apretado y tieso como un cinturón de cuero recién cortado. El caid, en su inocencia, ignora que este ser tosco y bajuno es el que le da realce a la historia, el que podría darle, si se le dejara, toques de sublimidad. Quizá se haga.
Otros prisioneros cristianos están preparando, creo, una huida masiva de Argel, posiblemente apoyada por fuerzas navales del Reino. Nos recomiendan que no llevemos con nosotros equipaje alguno, pero llevaré conmigo esos papeles rotos, algunos comidos por las ratas, que me miran desde el rincón del fondo. Quizá esta historia disparatada requiera, para salvarse, mayor atrocidad; posiblemente la infidelidad absoluta al texto árabe de origen permita acercarse a la verdad del argumento. La llevaré conmigo. El caid me lo debe. Miro por la ventana. Hay todavía sol de fondo. Puedo volver de nuevo. Cierro los ojos casi por completo, dejando que entren láminas de atardecer. Abro la puerta. Sí, gracias a Dios. Estoy en casa.

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