Resistir en la Cañada Real, hogar del eterno apagón: “Cuando al resto se les fue la luz, me buscaron. Ya sabía qué hacer”

Llevan cinco años sin luz y volvieron a los focos cuando 55 millones de personas se pusieron en su piel. Más de una semana después del cero energético que vivió casi toda España y parte de Europa, los problemas en la vía pecuaria sobre la que se levantó un núcleo de infraviviendas no han cambiadoLa Cañada Real, cuatro años después del apagón: condena europea a España pero sin luz a la vista El apagón eterno. Cuatro años sin luz. No enterarse de la caída del sistema eléctrico en todo el país y más allá. Un día cualquiera en la Cañada Real. Desde que el lunes 28 de abril se fundieron los plomos de la Red Eléctrica Española en su totalidad, muchas miradas, titulares o proclamas se volvieron hacia un lugar que desaparece y reaparece en la memoria: los asentamientos ilegales que se extienden por hasta 15 kilómetros de la Cañada Real Galiana, el nombre oficial de esta vía pecuaria, que conecta La Rioja con Ciudad Real a través de la región. Su historia es de sobra conocida, pero volvió a los focos cuando más de 55 millones de personas a su alrededor vivieron exactamente lo mismo. Sin embargo, entre la calzada y sus habitantes el tiempo ha seguido discurriendo. Aún libran sus propias batallas, algunas no tan conocidas. En octubre de 2020, el año de la pandemia, las casi 4.000 personas que vivían entonces en aquellas casas o chabolas se quedaron sin luz. Ocurrió cuando la empresa energética que abastecía la zona, Naturgy, interrumpió el suministro después de hallar enganches para el cultivo de marihuana. Así, a oscuras, llevan todos los vecinos desde entonces: con cortes habituales o viviendo con sus propios generadores para iluminar los hogares. A pesar de todo, hay quienes quieren permanecer cuando la administración busca sacarles. “A lo lejos, en esa casa de ahí, es donde vive Mónica”, explica Raquel, señalando con el brazo hacia su izquierda. Los alrededores están casi vacíos y el ambiente es, esa tarde, silencioso. Mónica era la mujer sexagenaria con la que vivía Julián, el hombre que perdió la vida en un incendio de la vivienda en 2023. Antes de llegar a la Cañada vivía en la calle. Venía desde Rumanía, pero no tenía casa hasta que se encontró con Adrián, hijo de Mónica. Él le propuso irse juntos a la de su madre y allí se hospedó hasta que, intentando sacarla del fuego, murió por las llamas. Un vistazo a la Cañada Real días después del apagón que fundió los plomos de la Península ibérica Raquel vivía a dos parcelas de su vivienda, en la que sí llevaban meses esperando al realojo prometido por la Comunidad de Madrid. En mayo de 2017 se firmó el Pacto Regional por la Cañada Real Galiana, el acuerdo impulsado por la Administración autonómica para incorporar a los habitantes de este espacio marginal y a oscuras en otros recursos habitacionales. A raíz del convenio, se iniciaron los traslados para vaciar la zona. En abril del año pasado, el consejero de Vivienda, Transportes e Infraestructuras, Jorge Rodrigo, firmó junto al Ministerio y la Delegación del Gobierno un plan extraordinario para organizar realojos en la próxima década, hasta 2034. Un tercio del presupuesto (330 millones de euros) iría a parar a adquirir inmuebles públicos donde ubicarlos o pagar indemnizaciones por los perjuicios. Muchos residentes de este tramo de la vía pecuaria ansían que llegue su momento. Otros, en cambio, pugnan por permanecer. “Mis vecinos más cercanos son un matrimonio que vive enfrente, gente mayor. Otra, una mujer viuda que vino por trabajo. Estar aquí le pilla cerca”, relata a Somos Madrid antes de abrir las puertas de su hogar. Es una vivienda pequeña, de ladrillo y con un garaje al aire libre nada más cruzar la entrada. Raquel tiene 50 años y lleva unos cuantos viviendo en la Cañada Real Galiana; antes, residía de alquiler en un pueblo de Guadalajara. Llegó a esta zona tan recóndita de Madrid por su exmarido, que tenía una tienda en la misma casa donde ahora vive el

May 11, 2025 - 06:13
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Resistir en la Cañada Real, hogar del eterno apagón: “Cuando al resto se les fue la luz, me buscaron. Ya sabía qué hacer”

Resistir en la Cañada Real, hogar del eterno apagón: “Cuando al resto se les fue la luz, me buscaron. Ya sabía qué hacer”

Llevan cinco años sin luz y volvieron a los focos cuando 55 millones de personas se pusieron en su piel. Más de una semana después del cero energético que vivió casi toda España y parte de Europa, los problemas en la vía pecuaria sobre la que se levantó un núcleo de infraviviendas no han cambiado

La Cañada Real, cuatro años después del apagón: condena europea a España pero sin luz a la vista

El apagón eterno. Cuatro años sin luz. No enterarse de la caída del sistema eléctrico en todo el país y más allá. Un día cualquiera en la Cañada Real. Desde que el lunes 28 de abril se fundieron los plomos de la Red Eléctrica Española en su totalidad, muchas miradas, titulares o proclamas se volvieron hacia un lugar que desaparece y reaparece en la memoria: los asentamientos ilegales que se extienden por hasta 15 kilómetros de la Cañada Real Galiana, el nombre oficial de esta vía pecuaria, que conecta La Rioja con Ciudad Real a través de la región. Su historia es de sobra conocida, pero volvió a los focos cuando más de 55 millones de personas a su alrededor vivieron exactamente lo mismo. Sin embargo, entre la calzada y sus habitantes el tiempo ha seguido discurriendo. Aún libran sus propias batallas, algunas no tan conocidas.

En octubre de 2020, el año de la pandemia, las casi 4.000 personas que vivían entonces en aquellas casas o chabolas se quedaron sin luz. Ocurrió cuando la empresa energética que abastecía la zona, Naturgy, interrumpió el suministro después de hallar enganches para el cultivo de marihuana. Así, a oscuras, llevan todos los vecinos desde entonces: con cortes habituales o viviendo con sus propios generadores para iluminar los hogares. A pesar de todo, hay quienes quieren permanecer cuando la administración busca sacarles.

“A lo lejos, en esa casa de ahí, es donde vive Mónica”, explica Raquel, señalando con el brazo hacia su izquierda. Los alrededores están casi vacíos y el ambiente es, esa tarde, silencioso. Mónica era la mujer sexagenaria con la que vivía Julián, el hombre que perdió la vida en un incendio de la vivienda en 2023. Antes de llegar a la Cañada vivía en la calle. Venía desde Rumanía, pero no tenía casa hasta que se encontró con Adrián, hijo de Mónica. Él le propuso irse juntos a la de su madre y allí se hospedó hasta que, intentando sacarla del fuego, murió por las llamas.

Un vistazo a la Cañada Real días después del apagón que fundió los plomos de la Península ibérica

Raquel vivía a dos parcelas de su vivienda, en la que sí llevaban meses esperando al realojo prometido por la Comunidad de Madrid. En mayo de 2017 se firmó el Pacto Regional por la Cañada Real Galiana, el acuerdo impulsado por la Administración autonómica para incorporar a los habitantes de este espacio marginal y a oscuras en otros recursos habitacionales. A raíz del convenio, se iniciaron los traslados para vaciar la zona. En abril del año pasado, el consejero de Vivienda, Transportes e Infraestructuras, Jorge Rodrigo, firmó junto al Ministerio y la Delegación del Gobierno un plan extraordinario para organizar realojos en la próxima década, hasta 2034. Un tercio del presupuesto (330 millones de euros) iría a parar a adquirir inmuebles públicos donde ubicarlos o pagar indemnizaciones por los perjuicios.

Muchos residentes de este tramo de la vía pecuaria ansían que llegue su momento. Otros, en cambio, pugnan por permanecer. “Mis vecinos más cercanos son un matrimonio que vive enfrente, gente mayor. Otra, una mujer viuda que vino por trabajo. Estar aquí le pilla cerca”, relata a Somos Madrid antes de abrir las puertas de su hogar. Es una vivienda pequeña, de ladrillo y con un garaje al aire libre nada más cruzar la entrada. Raquel tiene 50 años y lleva unos cuantos viviendo en la Cañada Real Galiana; antes, residía de alquiler en un pueblo de Guadalajara. Llegó a esta zona tan recóndita de Madrid por su exmarido, que tenía una tienda en la misma casa donde ahora vive ella.

Un día, él se marchó. Raquel decidió quedarse pero, como al bazar ya habían entrado un par de veces a robar y se llevaron casi todos los víveres, decidió habilitarlo como vivienda y buscarse la vida por otro lado. Ahora trabaja en un bufete de abogados, normalmente en remoto, y sus nietos no saben dónde vive. Lo prefiere así, para evitar estigmas. Su día a día consiste en enchufar el portátil al generador eléctrico que tiene colocado en una de las paredes interiores, en un pequeño cuartito separado del resto del inmueble por una cortina, y pasar las horas en esa extraña oficina.

Imagen del generador eléctrico independiente que Raquel tiene instalado en su vivienda, en la Cañada Real Galiana

Hacerse con una de esas cajas de voltaje independiente fue un antes y un después. “Yo no sabía ni que existían hasta que me enteré por unos vecinos. Mi padre vivía conmigo y él padece una piscina pulmonar –dificultades para respirar por la acumulación de líquido en los pulmones–, necesita de asistencia externa y me era casi imposible conseguir que entrara en una residencia”, expone. Lo había solicitado hasta en dos ocasiones, sin éxito. No fue hasta que dos personas mediaron por ella que consiguió ingresar a su padre fuera de casa. Uno era el comisionado regional en la Cañada Real, José Tortosa; y el otro el párroco de la zona, Agustín Rodríguez.

Este último también se movilizó para ayudar a Raquel u otros vecinos para instalar placas solares en sus viviendas, con facilidades de pago en los casos que se necesitaran. A ella le costaron unos 2.000 euros, según recuerda. A la Cañada apenas llegan los taxis o, de haberlos, el precio previo en aplicaciones de VTC puede resultar desorbitado. La cosa mejoró cuando comenzaron los realojos, pues no era poco habitual que especialmente en meses de verano se cortara el agua durante prácticamente todo el día, teniendo apenas unas horas para asearse o almacenar todo el agua posible en garrafas, cubos y bañeras.

Conforme la gente se fue marchando, también aminoraron algunos problemas. En su caso, la falta de luz o agua le preocupaba por partida doble: Raquel tiene una colonia de gatos que ronda la veintena de felinos, todos junto a su casa. Este conjunto gatuno figura en los registros municipales, con sede en ese punto exacto de la Cañada. Raquel muestra a este periódico el documento que lo acredita, sellado por Madrid Salud y en el que aparece la dirección de la colonia, en el sector VI; su número de expediente o la diferenciación de gatos (todos esterilizados) según color. “Son el principal motivo por el que sigo aquí. No me importa tener que pelear en los tribunales”, determina.

La colonia de gatos de Raquel, registrada en la Cañada Real

Bajo un techado de latón, resguardados en unas cajas de maderas apiladas unas sobre otras y con un hueco abierto por el que los felinos entran y salen, los animales pasan el día entre las casetas o la arena de la calle. El de sus gatos no es el único texto que la vecina muestra a Somos Madrid. En una de las cajoneras guarda alguno relacionado con la denuncia judicial abierta contra la Comunidad de Madrid, por la que trata de mantenerse en su alojamiento actual y resistir a un traslado de la Cañada. No obstante, el pronóstico es poco optimista. La última resolución se acoge la ley regional de suelo o a la 39/2015 sobre Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas para instar a los titulares de cada “infravivienda” que, como Raquel, no hayan solicitado el realojo a que lo hagan.

Ofrece un plazo de 15 días para reclamar, pero la vecina ve pocas opciones. “Supongo que, a estas alturas, lo único que puedo conseguir es algo más de tiempo”, se rinde. La Cañada Real se divide en seis sectores, cada uno de ellos con unas características o idiosincrasia algo distintas. Las casas apiladas más a la derecha de la vía, por lo general, pertenecen al Ayuntamiento de la capital; las orientadas a la izquierda las coordina el consistorio de Rivas-Vaciamadrid. “Cuando Madrid tiene electricidad, Rivas no. Y al revés, lo mismo”, detalla Ángel García, el presidente de la asociación vecinal del sector V, otra de las áreas en la Cañada Real.

Placas solares que suministran electricidad en una de las viviendas de la Cañada Real

Confiesa que lleva días atendiendo a la prensa a raíz de que, con el apagón peninsular, su hogar volviera a ocupar un hueco mediático. Las llamadas terminan siendo menos con los días, pero entre sus vecinos los vaivenes no dejan de ocurrir. “No están desmantelando a todos los sectores porque las competencias administrativas están repartidas”, incide García. En su caso, y aunque dice agradecer la colaboración con el Ayuntamiento ripense (al que pertenecen), se muestra en desacuerdo con su forma de atajar el asunto. “Solo apuestan por acabar con la Cañada en todas sus facetas, y no solo la chabolista: aquí vivimos muchos con viviendas que han pasado los estándares técnicos mínimos, pero nadie quiere verlo”, denuncia el representante vecinal.

Es más, hay algo de lo que se enorgullece: “Nos subestiman muchas veces pero, fíjate qué casualidad: cuando a Madrid le ha faltado luz nosotros hemos seguido en pie”. El quinto sector de la vía aún mantiene problemas de suministro, algo que les ha llevado desde hace años a autogestionar su consumo. En estos momentos, según García, en esta área hay un 80% de viviendas aproximadamente que pueden abastecerse gracias a placas solares, generadores independientes o baterías. “No soy de los que piensan en eso de que el mal de muchos es consuelo de tontos. Pero sí creo que esto ha sido un toque de atención a la administración en toda regla”, reflexiona: “¿Cómo ha sufrido la gente viviendo sin luz, eh? Eso pensarán. Y cuando todo pase y se les vaya de la cabeza, nosotros seguiremos aquí”.

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