Peceras diminutas y estresantes, un estudio alerta sobre el maltrato al pez Betta
Tailandia tiene más de 1.000 criaderos de Betta que exporta más de 20 millones anualmente a todo el mundo.

Dentro del mundo de la acuariofilia, pocas especies despiertan tanta fascinación estética como los peces Betta. También conocidos como peces peleones y peces luchadores de Siam, estos pequeños peces originarios del sudeste asiático destacan por sus intensos colores y sus aletas ondulantes. No es extraño que, desde hace décadas, se hayan convertido en una presencia habitual en acuarios domésticos, en escaparates de tiendas de animales y, con demasiada frecuencia, también en pequeños recipientes sin decoración ni espacio suficiente.
Esa espectacularidad externa ha llevado, sin embargo, a que muchos sigan percibiendo a los peces Betta más como objetos decorativos que como seres vivos con necesidades etológicas. Un reciente estudio multidisciplinar liderado por investigadores de Singapur, Australia y Francia ha buscado dar argumentos científicos a partir del comportamiento de los peces. La investigación, publicada en diciembre de 2024 en la revista científica Animal Welfare, ha analizado cómo influyen el tamaño del acuario y su enriquecimiento ambiental en la actividad y el bienestar de estos animales.
Espacio, estímulo y bienestar
El equipo de investigadores colocó a trece machos de Betta en cinco condiciones diferentes de hábitat durante un periodo de 31 días. Se utilizaron recipientes de 1,5 litros (simulando una pecera habitual de venta), 3,3 litros, 5,6 litros y 19,3 litros con grava y plantas vivas. También se utilizó un tanque de 19,3 litros completamente vacío, sin elementos decorativos, como control adicional.
Los resultados no pudieron ser más claros: los peces alojados en tanques más grandes y con elementos como plantas o escondites se mostraron más activos, descansaron menos tiempo y realizaron menos conductas anómalas, como quedarse suspendidos sin moverse o nadar en círculos repetitivos (estereotipia). Estas últimas son señales típicas de estrés y aburrimiento, difíciles de identificar si no se presta atención, pero que denotan un entorno poco estimulante y potencialmente perjudicial.
En cambio, los peces que habitaron los recipientes más pequeños o el tanque vacío presentaron mayores niveles de inactividad y comportamientos repetitivos. “Este tipo de conductas no se observan habitualmente en la naturaleza, y suelen relacionarse con un estado de bienestar deficiente”, explicó la investigadora principal, Naomi Clark-Shen, a The Straits Times.
Víctimas de una tradición
Los peces Betta pertenecen a una especie nativa de Tailandia y otras zonas del sudeste asiático, donde se han criado durante siglos por su agresividad territorial, especialmente entre machos, lo que dio origen a su apodo de peces peleones. En su hábitat natural habitan en arrozales y charcas poco profundas, pero muy ricas en vegetación.
En su versión domesticada, son objeto de un comercio internacional que mueve millones de ejemplares al año y solo en Tailandia, se estima que hay más de 1.000 criaderos que exportan a todo el mundo. Esta demanda ha derivado en una práctica habitual pero cuestionable: mantener a los peces en pequeños vasos o jarras y en bolsas de plástico, tanto para su exhibición en los comercios como durante su estancia en casa.
Naomi Clark-Shen recuerda haber visto Betta en “tarros de conserva minúsculos y vacíos” ya hace más de dos décadas, y lamenta que la situación haya cambiado poco. “Son tratados como adornos, no como seres vivos”, afirma. Según la bióloga, la falta de expresividad facial o vocalizaciones, algo que sí ocurre en mamíferos como perros o gatos, hace que muchas personas subestimen su capacidad de sentir emociones o experimentar dolor.
Necesidades de un pez Betta
Basándose en los datos del estudio, los autores recomiendan que ningún pez Betta debería exhibirse para su venta en acuarios inferiores a los 5,6 litros, y que su mantenimiento en casa debería realizarse en acuarios aún más amplios. Además, insisten en la necesidad de añadir elementos como grava, plantas naturales y escondites, que les permitan comportarse de forma natural.
En los acuarios enriquecidos, los peces mostraron más interés por explorar, más interacción con el entorno y mayor actividad para buscar alimento, una conducta típica en estado silvestre que se asocia a un buen estado emocional. El uso de refugios también permite a los peces descansar sin estrés, reduciendo su exposición constante a estímulos externos o a su propio reflejo, que puede aumentar la agresividad y suele utilizarse como reclamo para su exposición.
Uno de los aspectos interesantes que también detectó el estudio fue la variabilidad individual. Cada pez mostró diferencias de comportamiento según el entorno, lo que sugiere la existencia de personalidades en estos animales, una característica que tiende a pasar desapercibida en especies no mamíferas.
Recomendaciones y respuesta institucional
En Singapur, país donde se llevó a cabo el estudio, la Agencia de Servicios Veterinarios (AVS) exige a las tiendas de animales el cumplimiento de normas básicas sobre espacio y calidad del agua para peces ornamentales. Sin embargo, las condiciones mínimas exigidas no incluyen, por ahora, un volumen de acuario específico, ni la obligatoriedad de añadir elementos de enriquecimiento ambiental.
La autora principal del estudio confía en que los resultados de la investigación impulsen una revisión de estas normativas, o al menos, un cambio voluntario por parte del comercio de animales. “Incluso si no se traduce en leyes, confío en que los establecimientos puedan adoptar estas recomendaciones por iniciativa propia. Necesitamos construir una sociedad donde los animales no se traten como objetos, sino con compasión y respeto”, concluyó.
Ética y conocimiento
El debate sobre las condiciones de vida de los peces ornamentales suele quedar en un segundo plano frente al de otros animales de compañía que expresan sus emociones de forma más evidente. Sin embargo, estudios como este ponen de relieve que incluso especies erróneamente consideradas ‘decorativas’, como el pez Betta, presentan necesidades comportamentales y fisiológicas complejas que no pueden satisfacerse en entornos mínimamente estimulantes.
Este desfase entre percepción y realidad se ve alimentado por lo que se define como sesgo antropocéntrico, en el que tendemos a valorar más el bienestar de los animales con los que compartimos mayores similitudes.
En su entorno natural, Betta splendens está catalogado como ‘vulnerable’ por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Entre las amenazas identificadas para esta especie se incluyen la modificación de su hábitat, la contaminación de los sistemas hídricos y las intrusiones humanas, factores que se agravan por la presión del comercio internacional.
Referencia:
- Life beyond a jar: Effects of tank size and furnishings on the behaviour and welfare of Siamese fighting fish (Betta splendens). Naomi Clark-Shen et al. Animal Welfare (2024)