Juan Cruz: “Conocer a Borges me dio otra dimensión de lo que es un escritor”

Pocos periodistas han vivido tan de cerca —y conocen mejor— el mundo literario español del último medio siglo. Juan Cruz se inició muy joven en el periodismo, allí en su tierra canaria, y enseguida dio el salto a Madrid para emplazarse en las páginas de cultura de El País, ya en su primer número, y en ese periódico —entre cultura y opinión— ha desarrollando prácticamente toda su vasta trayectoria, salvo un paréntesis de ocho años (1992-1998) en el que dejó el periodismo para ser director de la editorial Alfaguara, entonces del mismo grupo que el periódico. La entrada Juan Cruz: “Conocer a Borges me dio otra dimensión de lo que es un escritor” aparece primero en Zenda.

May 9, 2025 - 01:38
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Juan Cruz: “Conocer a Borges me dio otra dimensión de lo que es un escritor”

Pocos periodistas han vivido tan de cerca —y conocen mejor— el mundo literario español del último medio siglo. Juan Cruz se inició muy joven en el periodismo, allí en su tierra canaria, y enseguida dio el salto a Madrid para emplazarse en las páginas de cultura de El País, ya en su primer número, y en ese periódico —entre cultura y opinión— ha desarrollado prácticamente toda su vasta trayectoria, salvo un paréntesis de seis años (1992-1998) en el que dejó el periodismo para ser director de la editorial Alfaguara, entonces del mismo grupo que el periódico.

En ese tiempo editorial intensificó sus contactos —a veces ya amistad— con muchos escritores españoles e hispanoamericanos, como Vargas Llosa o Carlos Fuentes, que fue el presidente del jurado del primer premio Alfaguara, en 1998. Después regresó a su periódico, y al margen del cargo que ocupase —fue adjunto al director—, siempre estuvo merodeando por la literatura, su ambiente natural. Ahora, ya bien jubilado, sigue con la misma actividad, cultivando sus amistades literarias, escribiendo artículos, haciendo entrevistas a pie de obra, y preparando abundantes proyectos. Uno de ellos, en el que anda metido ahora mismo, es una antología de sus entrevistas —ha hecho miles— para la editorial Galaxia Gutenberg.

Acaba de publicar Secreto y pasión de la literatura, cuyo subtítulo aclara: Los escritores en primera persona, de Borges a Almudena Grandes, una serie de semblanzas de desigual extensión, y de entrevistas —algunas recuperadas y otras inéditas— a medio centenar de autores, entre los que predominan los de la editorial Tusquets (luego veremos por qué), pero no se olvida de sus clásicos: de Mario, de Gabo, de Günter Grass o de sus muy admirados Gonzalo Suárez y Cabrera Infante. Periodista de muy larga andadura, Juan Cruz es, y fue antes que nada, narrador, que se inició con una novela cuando era un veinteañero periodista en Canarias.

Ha conocido de tan cerca a tantos escritores de primer nivel que resulta inevitable referirnos a ellos y recordar anécdotas y curiosidades. Sin embargo, al comienzo de la entrevista dejamos la épica y las glorias literarias para pasar a lo más íntimo y llegar hasta su infancia. Imprevisiblemente. Quizás el cronista tuvo su culpa al iniciar la charla con una evocación personal, una lejana anécdota muy tangencial.

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—Cuando era estudiante encontré, en los saldos de El Corte Inglés de Bilbao, un libro tuyo, Crónica de la nada hecha pedazos. Me acuerdo bien del título, de la foto del autor, un jovencito de pelo largo con cara de buen chico. No lo debí de leer entero, pero sé que el libro era, como ya promete el título y estaba de moda entonces, una novela experimental.

—Ah, sí. Eran libros descatalogados de Josefina Betancor, una editorial canaria que tuvo muy buenos títulos, y ahí estábamos todos nosotros [a los canarios, se refiere]… Se publicó en 1973 y estaba muy influido entonces, como estábamos todos los jóvenes que empezábamos en la literatura, por esa novela maravillosa que es Tres tristes tigres. Luego, cuando fui corresponsal de El País en Londres, conocí a Cabrera Infante y ya nos hicimos muy amigos.

—Sí, Tres tristes tigres nos marcó a varias generaciones.

—Yo tenía veinte años entonces y recuerdo que la novela la escribía por la noche cuando llegaba del periódico. Luego se ha reeditado varias veces, y he seguido escribiendo novelas, porque es algo que nunca he abandonado.

—Cierto, y me sorprende que, al consultar tu biografía, me he enterado de que has publicado dieciséis novelas. La última, Mil doscientos pasos, antes de ayer, como quien dice, del 2022, aunque es tal el ritmo de publicación editorial que parece una eternidad.

—He sido fiel a la novela, y he ido publicando periódicamente, pero han tenido más repercusión mis libros de entrevistas y memorias literarias.

—Sobre todo Egos revueltos, que fue premio Comillas de Biografía y Memorias, y un antecedente de este que acabas de sacar ahora.

"Estoy escribiendo una especie de novela sobre mi madre"

—Después de Egos revuelto publiqué, también en Tusquets, Especies en extinción: Memorias de un periodista que fue editor, y tres libros sobre el mundo de la edición, algo que siempre me ha fascinado: Un oficio de locos: Editores fundamentales; Por el gusto de leer: Beatriz de Moura, editora por vocación, y con Jaime Salinas, el gran editor de Alfaguara, El oficio de editor. Ahora, sin embargo, estoy escribiendo una especie de novela sobre mi madre.

—¿Una nueva novela?

—Sí. Se titula Julia. Es un homenaje a ella y una evocación de mi infancia. En realidad es mi madre hablando. Todo lo que cuenta ocurrió, seguramente no como lo hubiera contado ella, pero sí como yo lo fui viendo. Yo estaba pendiente de mi madre todo el día, y ella pendiente de mí, porque era un niño muy enfermo. Era asmático, en una época en que serlo resultaba muy complicado.

—Claro, no podrías correr, jugar con los niños de tu edad…

—Era un niño, digamos, de luto. Estaba todo el día dentro de la casa, como si estuviera viviendo un duelo.

—Por entonces había una película de Summers, La niña de luto.

"Yo era el niño de luto, pero no estaba aislado. Venían los niños a casa a jugar conmigo"

—Pues yo era el niño de luto, pero no estaba aislado. Venían los niños a casa a jugar conmigo. Muy pronto me interesó el fútbol e hice todo lo posible por acercarme al fútbol, no como jugador, sino que hacía de reportero, de… cualquier cosa. Y siempre con mucho respeto hacia todos. Desde chico he tenido la obsesión del respeto al otro, el no burlarme o herir a los demás; fue algo que me inculcó mi madre y, además, me daba miedo que los niños no viniesen a verme más, y claro, tenía que atraerlos, porque ellos eran los que venían a jugar a mi casa. Mi madre siempre estaba pendiente de mí, de mi salud…

—Como la de Borges.

—Sí, pero no tanto  tiempo —toda su vida— como la de Borges. A los 16 años fui a hacer el Bachillerato a La Laguna y ahí empecé a independizarme. Mi madre tuvo la inteligencia de dejarme mover por mí mismo. Borges es un personaje muy importante para mí. Conocerlo me dio otra dimensión de lo que es un escritor. Tenía un comportamiento natural. Tenía una inteligencia extraordinaria, pero era un hombre normal. No había nada impostado en él. Cuento ahí, en el libro, los días que acompañé a Borges en Madrid cuando María Kodama estaba en Sevilla: la visita al hotel, la cena, la charla que tuvo con mi hija, muy pequeña, el paseo en el coche y cómo cantaba.

—Cantaba bastante mal.

—Sí, pero no le importaba. Se sentía bien. Borges era, como Azcona, alguien muy normal en su trato y en su día a día, y luego, como escritor, un genio. Para mí no ha sido tan importante conocer la literatura como a las personas que hacen la literatura. La mayor parte de lo que escribo tiene que ver con las personas. Yo escribo porque me gusta la gente.

Juan Cruz, en su casa del barrio de Chamberí de Madrid. Foto: J. M. Plaza

—En el libro hablas de Gonzalo Suárez, y sus crónicas, de Azcona y de Cabrera Infante como tres nombres que te marcaron y promovieron tu vocación de escritor. ¿Recuerdas cuándo empezaste a escribir?

—En realidad fueron Cabrera Infante, cuya obra era especialmente inspiradora, y Fernando Arrabal los que alimentaron mi pasión por la escritura. Aunque lo primero que yo escribí fue, en la pared de la casa, un poema de Kipling.

—If, seguramente. Aquel poema estaba en todos los libros escolares.

"A los 13 años hice un artículo sobre fútbol, lo publicó un periódico deportivo de Canarias, y desde entonces no he parado de escribir"

—Tenía 12 años. A los 13 años hice un artículo sobre fútbol, lo publicó un periódico deportivo de Canarias, y desde entonces no he parado de escribir. Ya desde niño siempre sentí que yo era dos personas: una, la que estaba enferma, y otra, la que salía a la calle. Y cuando regresaba a casa, en mi cama, ya fatigado, rememoraba todos los lugares por los que había pasado. Volvía a hacer esas mismas excursiones en mi cabeza.

—Desde la infancia ya tenías la costumbre de fijarte bien en las personas y los lugares, una cualidad que es propia de los novelistas; lo que sucede, en tu caso, es que el periodista parece haber matado al narrador.

—Quizás tengas razón. Pero es algo que me ha venido así, no ha sido nada premeditado. De niño vivía demasiado tiempo encerrado, así que siempre estaba pensando e imaginando un mundo que no estaba en mi casa. Toda mi vida, hasta ahora, siempre estoy pensando que soy otro, y que estoy haciendo otras cosas a la vez que hago las cosas que hago.

—Ahora te puedes mover normalmente, y de hecho no paras.

—No paro. Mañana tengo una videoconferencia con la ensayista Géraldine Schwarz, luego doy una charla en una librería y he pedido una entrevista a Fernando Aramburu…

—No sé de dónde sacas tiempo, porque entre una cosa y otra, tienes unos cuarenta libros editados y has publicado más artículos que cualquier periodista español… De todos los autores que has entrevistado, ¿quién es el que más te ha sorprendido?

"Octavio Paz estaba siempre tratando de meter el dedo en el ojo del que fuese, y además era malvado"

—(Sin dudar) Octavio Paz. Paz estaba siempre tratando de meter el dedo en el ojo del que fuese, y además era malvado. Borges decía maldades, pero no era malvado. Una vez, unos periodistas italianos le dijeron que estaban haciendo una serie de entrevistas a escritores argentinos, y que ya se la habían hecho a Sábato. Entonces Borges les dijo: “Bueno, pues si ya han estado con Sótano”…

—(Risas). Recuerdo que una vez, en Buenos Aires, le preguntaron a Borges qué opinaba de la obra de Oliverio Girondo, un poeta que le disputó el llevar las vanguardias a Argentina y además se casó con uno de sus secretos amores, Norah Lange, y Borges contestó: “¿Qué obra?… Tres o cuatro greguerías y algunas palabras en el cuerpo veinte?”.

—Sí, tenía mala uva. Una vez Macedonio Fernández le dijo que había leído algo de Lugones, y Borges le dijo que era raro que Lugones, con todo lo que leía, no escribiera libros. Y ya sabes que tenía una producción muy extensa. La ironía de Borges era algo muy especial.

—El subtítulo de tu libro dice: “De Borges a Almudena Grandes”. Entiendo lo de Borges, porque es el autor más antiguo de los que incluyes, pero hay varios nombres más jóvenes que Almudena. Claro que comercialmente no es lo mismo ese subtítulo que, por ejemplo, “De Borges a Bárbara Blasco”, a pesar de las tres bes.

—El que esté Borges encabezando la lista, además de por la edad, es por otra razón más importante: Borges es un espejo del secreto y de la pasión que tiene dentro la literatura. Y si incluyo a Almudena en el subtítulo, aunque hay escritores más jóvenes, es porque su obra está ya hecha. Es definitiva. Ya murió, la pobre.

—De todos modos, las entrevistas con Rafael Reig y Antonio Orejudo, los otros dos más jóvenes, son muy interesantes por lo que cuentan, y además ambos reivindican la figura del editor —que hoy parece un mero trámite— como parte activa y creativa del libro publicado. Recuerdo que dicen sobre Juan Cerezo, el editor de Tusquets que ha sustituido a Beatriz de Moura: “Para nosotros Juan Cerezo es el mejor escritor de nuestra generación. Lo decimos sin coña: le das un manuscrito y él inmediatamente detecta dónde está el fallo. ¡Lo que hace un editor de mesa, coño! Un trabajo que ya no hacen los editores”.

"Hay editores míticos, a los que conocí bien y aprendí de ellos, como Jaime Salinas o Beatriz de Moura"

—Todavía lo hacen. Algunos, todavía. Aunque hay editores míticos, a los que conocí bien y aprendí de ellos, como Jaime Salinas o Beatriz de Moura. Beatriz era una verdadera editora que mandaba sobre los autores, y sabía lo que daban de sí y lo que se les podía exigir. No era alguien que tenía dinero y que funda una editorial como capricho. Era alguien que tenía pasión por los libros, y por eso creó la editorial Tusquets.

—Por cierto, en este libro la mayor parte de los escritores incluidos —al menos los entrevistados— son los de Tusquets. Se echan en falta otros grandes autores, que tú has conocido bien en tu etapa de editor de Alfaguara.

—Es que ese libro ya está hecho. Es del 2023, el anterior a este, aunque no se vende al público.

—¿Qué?

—Sí, me lo encargó Pilar Reyes. Fue un proyecto apasionante: lograr una conversación intergeneracional sobre la literatura, los maestros y las influencias, los retos de la literatura y los retos de ser editor. Para ello entrevisté a más de cuarenta autores y a sus editores. Las entrevistas van según el orden que desembarcaron en Alfaguara.

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Nos lo muestra. Miramos el Índice: Manuel Vicent, Juan José Millás, Javier Marías…

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—A Marías lo entrevisté cuatro meses antes de su muerte, y me emociona sentirlo vivo en la entrevista y mirando hacia el futuro, aunque fuera con escepticismo, como solía hacer…

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(Hacemos un paréntesis para recordar que Javier Marías llegó a Alfaguara precisamente cuando estaba de director Juan Cruz. En sus inicios había publicado en esta editorial, con Jaime Salinas, y después se pasó a Anagrama, donde durante ocho años salieron algunas de sus novelas fundamentales, pero en 1985 tuvo algunos desencuentros con el editor y cambió de editorial. Así se lo confesó a Juan Cruz: “Tú fuiste la persona que se acercó a mí, no sólo de una manera editorial sino también amistosa, convincente para un autor, y pensé que mostraste, o mostró Alfaguara, interés por este libro de cuentos que Anagrama había rechazado, Cuando fui mortal.  Se publicó y vendió creo que más de cien mil ejemplares de entonces”)

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—Estábamos con la lista, según el orden de llegada, de los autores de Alfaguara: Miguel Sáenz, José María Merino, Luis Mateo Díaz, Arturo Pérez-Reverte… y así hasta cuarenta y dos, incluidos John Banville, Joël Dicker y David Foenkinos, casi todos de primer nivel. Es una lástima que este libro no esté al alcance del público.

—No se creyó oportuno. Se titula Érase una vez Alfaguara y pensaron que el libro se podría ver como una especie de propaganda del sello.

—¿Has conocido a más autores como periodista o como editor?

—Como periodista.

—Pero más importantes, ¿como editor?

—Bueno, sí. Me  tomé muy en serio mi labor. No me iba a la cama si alguno de los escritores, en plena promoción, seguía en pie. Lo acompañaba hasta el final.

—Pues estuviste seis años al frente de Alfaguara.

"En ese tiempo traté muy de cerca a Mario Vargas Llosa. Mi relación con el escritor siempre fue de admiración y respeto"

—Sí, pero fueron grandes años y tuve al lado a Amaya Lezcano. En ese tiempo traté muy de cerca a Mario Vargas Llosa. Mi relación con el escritor siempre fue de admiración y respeto, y entre nosotros hubo una buena amistad. De hecho la última vez que vino a Madrid yo estaba presentando un libro, Mario estaba entre el público, y desde atrás gritó: “¡Juanito!”. Eso para mí es algo que indica el afecto.

—Con García Márquez, al que también trataste, no tenías tanta cercanía.

—No, porque Gabo era más tímido. Y yo trabajé, como editor, con Mario. Pero con Gabo tuve mucha relación, y en el libro, ya ves, hay un homenaje a los dos juntos. Para mí fue importante ponerlo, porque nunca he soportado el desdén que se ha elaborado para convertir la figura de Vargas Llosa en una anécdota, la del escritor que le pegó un puñetazo a Gabo. Y se ha olvidado que por Gabo hizo algo muy importante: el estudio más completo sobre la obra de García Márquez en su extenso libro Historia de un deicidio. Quería dejar bien claro qué es lo que cada uno hizo por el otro, porque Gabo también fue muy generoso con Mario. Si de un escritor sólo se subraya el desliz o la anécdota, o la mala gestión de un hecho, ¿en qué queda la literatura? Y mi libro es un libro sobre la pasión de la literatura.

—Lo entiendo. De hecho, se ha hablado por hartazgo del incidente. Yo mismo hice una reconstrucción del hecho para mi periódico de entonces. Y hace un tiempo salió una novela del peruano Jaime Bayly, Los genios, que recrea con detalles morbosos el hecho y los antecedentes. ¡Dice cosas…! Vargas Llosa queda fatal. En fin, no sé cómo no le ha demandado.

—Yo no he querido leer ese libro.

Los periodistas Juan Cruz y José María Plaza, en un momento de la entrevista.

—Volviendo a Secreto y pasión de la literatura, he de comentar que casi todos los incluidos son autores hispanos y, de repente, aparece algún autor extranjero, como Susan Sontag o Günter Grass. ¿Por qué?

—Porque son importantes para mí.

—Lo que dice Günter Grass me ha impresionado por su enorme actualidad.

—Fue la última entrevista que concedió. Se la hice el 21 de marzo y murió el 23 de abril del 2015. Es asombroso, porque parece que lo que dice lo dijo ayer. Es como una profecía. Me pasó también con Michel Piccoli, que ahora se cumple el centenario de su nacimiento; yo le entrevisté hace veinte años, y él me hablaba de lo que está pasando en Europa y América con Trump.

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(Lo de Grass merece reproducirse. Es de hace diez años: “Hemos sido marcados por la Segunda Guerra Mundial. Y lo más terrible son los efectos a largo plazo, que siguen y siguen. Por lo mismo, mi generación está más atenta a los problemas del presente mientras que alrededor parece ahora que nos estemos metiendo en una tercera guerra mundial sin que podamos decir cuándo empezó.  (…) Ahora tenemos por un lado a Ucrania, cuya situación no mejora nada; en Israel y Palestina están cada vez peor; el desastre que los americanos nos dejaron en Irak, las atrocidades del Ejército Islámico y el problema de Siria, donde la gente sigue matando, pero casi ha desaparecido de los informativos. Hay guerra por todas partes; corremos el peligro de volver a cometer los mismos errores que antes; así que sin darnos cuenta nos podemos meter en una guerra mundial como si anduviéramos sonámbulos…”)

*****

—¿A cuántos Nobel has conocido?

—A muchos: Le Clézio, Naguib Mahfuz, García Márquez, Vargas Llosa, Cela, Saramago, Octavio Paz… ¿Günter Grass te lo he dicho ya?… Y a otros que en este momento no recuerdo.

—El otro día hablaba con un amigo sobre qué autores hispanos podían ser Nobel, y ahora que ya no está Javier Marías, la lista se nos hacía peliaguda… Buscamos a alguna mujer, por eso de que toca una cada dos años, y no vimos nada. Y en cuanto a varones, no lo teníamos claro. Se habla de César Aira, pero no lo vimos. Quizás, y por poner algún nombre, nos quedamos con el colombiano Juan Gabriel Vásquez y el mexicano Jorge Volpi..

—Volpi tiene una escritura maravillosa y el último libro, La invención de todas las cosas…

—Es muy bueno.

—Sí.

—No veo a algún escritor en ciernes que pueda ser candidato al Nobel en un futuro, y tampoco a ninguno de los asentados. Está pasando algo con la literatura española.

—¿En qué sentido?

—No se parece a sí misma, se parece a otra literatura.

—A la francesa, que yo la sigo mucho, seguro que no. Creo que se escribe —y se publica— muy deprisa. Esto es algo que debía tratarse en profundidad en algún simposio de literatura. Creo que (como decía Espronceda: “¡párate sol, yo te saludo”), deberíamos pararnos un rato y preguntarnos qué estamos contando. La literatura que se hace ahora en América Latina es más interesante y duradera que lo que se hace en España. Allí hay grandes escritores.

*****

Y ahora pasamos a las contradicciones de una breve charla festiva e improvisada, ya que el juego de los Nobel nos permite —le permite a Juan Cruz— decir una cosa y la contraria, y ambas son válidas y no sé si verosímiles, pero al fin y al cabo se trata de conjeturas. Así que de repente, suelta, Juan Cruz, como una inspiración o como una ocurrencia.

*****

—Mira, un escritor que podía ser premio Nobel es Manuel Rivas.

—¿Tú crees?

—Sí, es un escritor que escribe por dentro.

—No lo comparto en absoluto. Veo con más posibilidades a Juan Gabriel Vásquez, como te dije.

—Vásquez será Nobel de Literatura en el 2033. Y es probable que Rivas, o no, quizás otro más joven, como David Uclés, pueda ser Nobel un poco más tarde, en el 2044.

—Bueno, es una apuesta. Y muy arriesgada. No creo que lo veamos.

—¡Apúntalo!

—No obstante, ya que hemos entrado en el baile de nombres, mi propuesta española es Javier Cercas. Aquí queda anotado. Y siguiendo en el terreno lúdico, te voy a proponer un juego, y de paso ilustramos al lector sobre algunos de los escritores que se incluyen, como semblanza o entrevista, en tu libro. Te voy a decir un nombre y tú me lo vas a definir muy brevemente.

—A ver…

—Almudena Grandes.

—Almudena, esencialmente.

—Leonardo Padura.

—La pasión cubana.

—Mario Vargas Llosa.

—La curiosidad del niño.

—Guillermo Cabrera Infante.

—La decepción y el genio.

—Javier Cercas.

—La rapidez.

—Jorge Edwards.

—Suave y en la baranda.

—Antonio Orejudo.

—Insólito, inolvidable.

—Eduardo Mendicutti.

—Mirada de amor.

—Rafael Reig.

—La inteligencia escrita.

—Caballero Bonald.

—Escritura total.

—Bárbara Blasco.

—Bárbara y Blasco.

—Luis Landero.

—Es tal como es.

—Javier Marías.

—La pregunta y el sosiego.

—Jorge Semprún.

—El mejor español del siglo XX.

—Juan Carlos Onetti.

—Onetti.

—Cristina Fernández Cubas.

—Alegría.

—Julio Cortázar.

—Inmortal poesía.

—García Márquez.

—Soledad.

—Fernando Aramburu.

—Contar, contar, contar…

—Günter Grass.

—Más que un narrador, un profeta.

—Jorge Luis Borges.

—El mejor.

*****

Aquí nos quedamos. Después de “el mejor” hay poco más que añadir. Quizás recordar uno de sus versos. El último verso de su último poema, “Los conjurados”, de su último libro: “Acaso lo que dijo no es verdadero; ojalá sea profético”.

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