Pan, mantequilla y leche en polvo: así eran las 1.800 calorías que sostenían a Berlín Oeste bajo el bloqueo
Vida en el puente aéreo - La alimentación durante el bloqueo se limitaba a lo estrictamente necesario, con raciones medidas al milímetro y menús sin concesiones, donde cada gramo de legumbre o cucharada de azúcar se calculaba Pan duro, margarina racionada y leche en polvo eran la base para no desfallecer en Berlín Oeste. En lugar de una dieta digna, aquello era pura contabilidad calórica: entre 1.800 y 2.000 kilocalorías al día, ni una más. No había margen para el hambre, pero tampoco para la saciedad. En el menú había legumbres secas, patatas, azúcar pesado al dedillo y latas cuando había suerte. La comida no era elección, era supervivencia. Un reto logístico constante: cómo el puente aéreo abastecía a dos millones de berlineses En invierno, incluso las calorías tenían que planificarse. Cada vuelo que llegaba desde el oeste transportaba lo justo para mantener vivos a dos millones de berlineses, atrapados entre la escasez y el aislamiento. No existía otra opción: los trenes no entraban, los caminos estaban cortados y los ríos bloqueados. A cambio, el aire se convirtió en una despensa. Desde finales de junio de 1948, los aviones británicos y estadounidenses comenzaron a despegar desde nueve aeródromos distintos con un solo propósito: abastecer por aire una ciudad sin salidas. El puente aéreo, lanzado por los aliados, se convirtió en la única vía para abastecer a la ciudad El reparto no era arbitrario. Cada ciudadano tenía su tarjeta de racionamiento, y los responsables del puente aéreo calculaban meticulosamente el valor energético de cada envío. Los alimentos llegaban empaquetados en función de su utilidad nutricional y del espacio que ocupaban en las bodegas de carga. El pan, fabricado en la ciudad con harina importada, era el alimento más común. La leche, siempre en polvo, se reservaba principalmente para los niños. Las grasas venían en forma de pequeñas porciones de margarina, más duradera que la mantequilla. Las lentejas, los guisantes y las habas completaban los paquetes. La planificación no dejaba espacio para la improvisación. El general estadounidense William H. Tunner asumió el control de la logística a partir de julio, cuando aún no estaba claro si el esfuerzo sería sostenible. Al principio, se pensaba que serían necesarios 4.500 toneladas diarias. Esa cifra fue creciendo con el tiempo, y para otoño se superaron las 5.000. Entre los alimentos, el peso total se repartía de forma bastante constante: aproximadamente 2.000 toneladas eran de comida. El resto, principalmente carbón. El frío no daba tregua y los medios eran limitados. Solo había tres corredores aéreos, cada uno de unos 30 kilómetros de ancho. Si un avión se retrasaba o un cargamento fallaba, el equilibrio completo podía tambalearse. Por eso, cuando se consiguió descargar un avión de carga en menos de seis minutos, los responsables lo anotaron como una victoria. Era un sistema que dependía de la precisión y maña de cada operario. La ración diaria en Berlí

Vida en el puente aéreo - La alimentación durante el bloqueo se limitaba a lo estrictamente necesario, con raciones medidas al milímetro y menús sin concesiones, donde cada gramo de legumbre o cucharada de azúcar se calculaba
Pan duro, margarina racionada y leche en polvo eran la base para no desfallecer en Berlín Oeste. En lugar de una dieta digna, aquello era pura contabilidad calórica: entre 1.800 y 2.000 kilocalorías al día, ni una más. No había margen para el hambre, pero tampoco para la saciedad. En el menú había legumbres secas, patatas, azúcar pesado al dedillo y latas cuando había suerte. La comida no era elección, era supervivencia.
Un reto logístico constante: cómo el puente aéreo abastecía a dos millones de berlineses
En invierno, incluso las calorías tenían que planificarse. Cada vuelo que llegaba desde el oeste transportaba lo justo para mantener vivos a dos millones de berlineses, atrapados entre la escasez y el aislamiento. No existía otra opción: los trenes no entraban, los caminos estaban cortados y los ríos bloqueados.
A cambio, el aire se convirtió en una despensa. Desde finales de junio de 1948, los aviones británicos y estadounidenses comenzaron a despegar desde nueve aeródromos distintos con un solo propósito: abastecer por aire una ciudad sin salidas.
El reparto no era arbitrario. Cada ciudadano tenía su tarjeta de racionamiento, y los responsables del puente aéreo calculaban meticulosamente el valor energético de cada envío. Los alimentos llegaban empaquetados en función de su utilidad nutricional y del espacio que ocupaban en las bodegas de carga.
El pan, fabricado en la ciudad con harina importada, era el alimento más común. La leche, siempre en polvo, se reservaba principalmente para los niños. Las grasas venían en forma de pequeñas porciones de margarina, más duradera que la mantequilla. Las lentejas, los guisantes y las habas completaban los paquetes.
La planificación no dejaba espacio para la improvisación. El general estadounidense William H. Tunner asumió el control de la logística a partir de julio, cuando aún no estaba claro si el esfuerzo sería sostenible. Al principio, se pensaba que serían necesarios 4.500 toneladas diarias. Esa cifra fue creciendo con el tiempo, y para otoño se superaron las 5.000. Entre los alimentos, el peso total se repartía de forma bastante constante: aproximadamente 2.000 toneladas eran de comida. El resto, principalmente carbón.
El frío no daba tregua y los medios eran limitados. Solo había tres corredores aéreos, cada uno de unos 30 kilómetros de ancho. Si un avión se retrasaba o un cargamento fallaba, el equilibrio completo podía tambalearse. Por eso, cuando se consiguió descargar un avión de carga en menos de seis minutos, los responsables lo anotaron como una victoria. Era un sistema que dependía de la precisión y maña de cada operario.
La ciudad resistía, pero no sin costes. El alumbrado en la zona occidental de Berlín se redujo a dos horas nocturnas. Y aunque los soviéticos ofrecieron a los habitantes de Berlín Occidental la posibilidad de pasarse al este a cambio de una nueva cartilla de racionamiento, apenas 20.000 personas lo hicieron. Para el resto, seguir recibiendo latas de carne, harina y paquetes de cacao por vía aérea era la única salida.
El puente aéreo no solo trajo alimentos: también sostenía la moral. Las chocolatinas lanzadas en paracaídas por algunos pilotos eran un gesto sin apenas valor nutricional, pero que marcaba la diferencia para muchos niños.
Racionamiento extremo: cómo Berlín resistió a pesar de todo
Con la llegada de la primavera, la operación había demostrado ser viable. El 18 de febrero de 1949, un avión británico descargó el millón de toneladas transportadas en lo que llevaban de misión. Ese mismo mes, la ración diaria se ajustó ligeramente al alza: de 1.600 a 1.880 calorías por persona.
Aunque en algunos momentos se hablaba de entre 1.800 y 2.000 calorías diarias, algunas fuentes señalan que durante los meses más duros del invierno las cifras reales se fueron por debajo de ese umbral. Incluso se llegaron a registrar racionamientos de apenas 900 calorías al día en algunaz zonas concretas de la ciudad, según el Reino Unido. Así que esa ligera subida seguía lejos del confort, pero era suficiente para aguantar un poco más.
El bloqueo terminó el 12 de mayo de ese año, pero los vuelos siguieron hasta finales de septiembre, por si el cerco se repetía. El menú no cambió demasiado, pero ya no se trataba solo de sobrevivir: se había ganado una batalla por mantenerse en pie sin ceder. Sin tanques ni soldados en la calle, pero con pan, patatas y margarina en el estómago.