Los nuevos Beatles son los 'soft boys' del momento: cómo la ficción reproduce (y pocas veces cuestiona) el canon de belleza
Una reflexión sobre cómo el cine sigue reforzando ciertos cánones estéticos, influyendo no solo en lo que aparece en pantalla, sino también en nuestra idea colectiva de lo que resulta atractivo o valioso He visto 'Sexo en Nueva York' por primera vez ahora (y he alucinado con las arrugas de las protagonistas) El cuatro de abril, festividad religiosa de los Santos Inocentes en varios países, saltó una noticia que para muchos parecía una broma completamente oportuna para ese día: Los Beatles tendrán su propio biopic, o más bien cuatro (uno por cada cantante) y serán interpretados por los cuatro actores jóvenes del momento; Harris Dickinson como John Lennon, Paul Mescal como Paul McCartney, Barry Keoghan como Ringo Starr y Joseph Quinn como George Harrison. Ante la temprana perplejidad de algunas personas, Sony Pictures Entertainment no tardó en confirmar definitivamente dicha noticia y en redes sociales como Twitter, las críticas, mayoritariamente fundamentadas en el poco parecido físico entre los actores y los músicos, se acrecentaron: “Básicamente, han elegido a los cuatro chicos blancos ‘del mes’ del año pasado y los han metido en el reparto”, ironizó un usuario. El clima que gira alrededor de la crítica al elenco de la famosa banda de rock de Liverpool está ligado a un fenómeno que, desde hace un par de años, se repite en redes sociales: los “novios de Internet”, una tipología que hace referencia a hombres que pasan a convertirse en iconos de deseo colectivo y cuyo atractivo no se basa solo en su físico, sino en un aura sensible y cercana. Más específicamente, este arquetipo se puede subcategorizar bajo el término de soft boy, un hombre al que se percibe como emocionalmente disponible, con un físico cuidado, casi siempre vestido con colores neutros o pastel, a veces andrógino y misterioso. Da lo mismo Jacob Elordi o Timothée Chalamet, el caso es que todos ellos acaban siendo la respuesta estética al rechazo de la masculinidad tóxica, pero una pretensión a un molde estético. Cuando la estética manda El arte tiene la capacidad de ofrecer una perspectiva más rica que los documentos, precisamente porque se trata de una creación libre, que trasciende lo normativo. “Usamos la ficción para transgredir los límites de la realidad, en pos de nuestros deseos”, explica a elDiario.es Esther Marín Ramos, doctora en Sociedad y Cultura Contemporáneas, especializada en narrativas audiovisuales como agente de cambio social. Así, quien cuenta la historia controla la mirada, el enfoque, la visión del mundo, y en el cine o en las series esos deseos moldean la sociedad: “Si la o el cineasta elige mostrar un cuerpo joven, delgado, musculoso o curvilíneo, eso es lo que vemos y condiciona lo que entendemos como deseable”. Si la o el cineasta elige mostrar un cuerpo joven, delgado, musculoso o curvilíneo, eso es lo que vemos y condiciona lo que entendemos como deseable Esther Marín — doctora en Sociedad y Cultura Contemporáneas especializada en narrativas audiovisuales En un artículo de 2019 para The New Yorker, la periodista Jia Tolentino reflexionaba sobre el ideal estético globalizado que ha surgido de la intersección entre las redes sociales, la cirugía estética y las herramientas de edición digital. Se trata de un rostro estandarizado y caracterizado por una piel sin poros, pómulos altos y definidos, labios carnosos, ojos almendrados y nariz pequeña. Así, en cada post de Instagram, en cada escaparate, en cada anuncio vemos aquel molde de belleza que se presenta como universal, deseable y (lo más grave) necesario. Y no es solo una moda pasajera, sino el síntoma de algo más profundo: por un lado, un sistema que valora lo que se muestra por encima de lo que realmente se siente o se vive y, por otro, una homogeneización de lo estandarizadamente bello o, dicho de otra manera, una realidad donde los rostros acaban volviéndose muy parecidos entre sí. Como espectadores estamos muy acostumbrados a lo que, especialmente desde Hollywood, nos han vendido como normal y canónico Javier Zurro — periodista especializado en cine Según explica Javier Zurro, periodista especializado en la industria del cine, “como espectadores estamos muy acostumbrados a lo que, especialmente desde Hollywood, nos han vendido como normal y canónico”. Y no solo eso, prosigue, sino que “casi parece que es lo que queremos ver”. Ahora bien, no cree que el peso en lo estéticamente visual, en este caso la belleza de los intérpretes, acabe desprestigiando la pieza cinematográfica en cuestión. El problema, más bien, “es que hubiera un intérprete que no fuera adecuado para ese papel y que lo hubieran elegido solo por una cuest

Una reflexión sobre cómo el cine sigue reforzando ciertos cánones estéticos, influyendo no solo en lo que aparece en pantalla, sino también en nuestra idea colectiva de lo que resulta atractivo o valioso
He visto 'Sexo en Nueva York' por primera vez ahora (y he alucinado con las arrugas de las protagonistas)
El cuatro de abril, festividad religiosa de los Santos Inocentes en varios países, saltó una noticia que para muchos parecía una broma completamente oportuna para ese día: Los Beatles tendrán su propio biopic, o más bien cuatro (uno por cada cantante) y serán interpretados por los cuatro actores jóvenes del momento; Harris Dickinson como John Lennon, Paul Mescal como Paul McCartney, Barry Keoghan como Ringo Starr y Joseph Quinn como George Harrison. Ante la temprana perplejidad de algunas personas, Sony Pictures Entertainment no tardó en confirmar definitivamente dicha noticia y en redes sociales como Twitter, las críticas, mayoritariamente fundamentadas en el poco parecido físico entre los actores y los músicos, se acrecentaron: “Básicamente, han elegido a los cuatro chicos blancos ‘del mes’ del año pasado y los han metido en el reparto”, ironizó un usuario.
El clima que gira alrededor de la crítica al elenco de la famosa banda de rock de Liverpool está ligado a un fenómeno que, desde hace un par de años, se repite en redes sociales: los “novios de Internet”, una tipología que hace referencia a hombres que pasan a convertirse en iconos de deseo colectivo y cuyo atractivo no se basa solo en su físico, sino en un aura sensible y cercana. Más específicamente, este arquetipo se puede subcategorizar bajo el término de soft boy, un hombre al que se percibe como emocionalmente disponible, con un físico cuidado, casi siempre vestido con colores neutros o pastel, a veces andrógino y misterioso. Da lo mismo Jacob Elordi o Timothée Chalamet, el caso es que todos ellos acaban siendo la respuesta estética al rechazo de la masculinidad tóxica, pero una pretensión a un molde estético.
Cuando la estética manda
El arte tiene la capacidad de ofrecer una perspectiva más rica que los documentos, precisamente porque se trata de una creación libre, que trasciende lo normativo. “Usamos la ficción para transgredir los límites de la realidad, en pos de nuestros deseos”, explica a elDiario.es Esther Marín Ramos, doctora en Sociedad y Cultura Contemporáneas, especializada en narrativas audiovisuales como agente de cambio social. Así, quien cuenta la historia controla la mirada, el enfoque, la visión del mundo, y en el cine o en las series esos deseos moldean la sociedad: “Si la o el cineasta elige mostrar un cuerpo joven, delgado, musculoso o curvilíneo, eso es lo que vemos y condiciona lo que entendemos como deseable”.
Si la o el cineasta elige mostrar un cuerpo joven, delgado, musculoso o curvilíneo, eso es lo que vemos y condiciona lo que entendemos como deseable
En un artículo de 2019 para The New Yorker, la periodista Jia Tolentino reflexionaba sobre el ideal estético globalizado que ha surgido de la intersección entre las redes sociales, la cirugía estética y las herramientas de edición digital. Se trata de un rostro estandarizado y caracterizado por una piel sin poros, pómulos altos y definidos, labios carnosos, ojos almendrados y nariz pequeña. Así, en cada post de Instagram, en cada escaparate, en cada anuncio vemos aquel molde de belleza que se presenta como universal, deseable y (lo más grave) necesario. Y no es solo una moda pasajera, sino el síntoma de algo más profundo: por un lado, un sistema que valora lo que se muestra por encima de lo que realmente se siente o se vive y, por otro, una homogeneización de lo estandarizadamente bello o, dicho de otra manera, una realidad donde los rostros acaban volviéndose muy parecidos entre sí.
Como espectadores estamos muy acostumbrados a lo que, especialmente desde Hollywood, nos han vendido como normal y canónico
Según explica Javier Zurro, periodista especializado en la industria del cine, “como espectadores estamos muy acostumbrados a lo que, especialmente desde Hollywood, nos han vendido como normal y canónico”. Y no solo eso, prosigue, sino que “casi parece que es lo que queremos ver”. Ahora bien, no cree que el peso en lo estéticamente visual, en este caso la belleza de los intérpretes, acabe desprestigiando la pieza cinematográfica en cuestión. El problema, más bien, “es que hubiera un intérprete que no fuera adecuado para ese papel y que lo hubieran elegido solo por una cuestión de belleza”.
Lo no normativo suele quedar en segundo plano
La autora Anita Bhagwandas, en su libro Fea: Devolviéndonos nuestros estándares de belleza, realiza una reflexión sobre que el problema no es que existan estos cánones, que así es, sino que sean los únicos que se visibilizen y se acepten como un hecho: “En cuanto haces esto, puedes ver de inmediato cómo las creencias y suposiciones sobre la belleza han cambiado drásticamente a lo largo de las décadas y épocas”. «Feo» no es un hecho, es una construcción y por ello, en teoría, la noción de 'fealdad' puede reescribirse porque alguien lo creó en primer lugar“. Así puede ocurrir precisamente con su contrario: ”La insistencia de las celebridades e influencers en mostrarnos estas fantásticas ‘rutinas de belleza reales’ a través de revistas y redes sociales es lo que propaga estándares de belleza idealizados e inalcanzables que, consciente o inconscientemente, nos venden autoinsatisfacción“, escribe.
Estos 'celebrities', que además han tenido ciertos privilegios por su físico o por encajar en determinados cánones, terminan siendo referentes para la generación más joven
Esta oferta se hace más temeraria cuando se vuelve tendencia en las series para un público más joven como Euphoria, donde se nos muestra una escena en la que el personaje de Cassie (interpretado por Sidney Sweeney) se levanta cuatro horas antes de ir al instituto para llevar a cabo rituales faciales exhaustivos y así ‘sentirse bien consigo misma’ y poder impresionar a un chico. “Los adolescentes están expuestos a un bombardeo constante de imágenes de actores y actrices que son guapísimos, cuerpos perfectos y la vida no es así”, dice en conversación con este medio la directora de casting Mireia Juárez. “Eso genera una presión tremenda y sí, también se perpetúa en todo el audiovisual. Aunque es verdad que en el cine más independiente, o en propuestas más pequeñas, sí se intenta romper con eso”.
Pero “en las grandes producciones, sobre todo las dirigidas a un público joven, el modelo es siempre el mismo”, afirma por su parte María Castejón Leorza, historiadora, profesora y autora de Rebeldes y Peligrosas del Cine (Lengua de Trapo). En el caso de las series de Netflix, dirigidas específicamente a un público joven, están mayoritariamente interpretadas por jóvenes atractivos a quienes les hacen pasar por menos edad de la que tienen en realidad: “Yo veo Élite y pienso que en mi clase había gente que era fea, había adolescentes con bigote a los 12 años, había chicos y chicas gordos y eso no lo ves en las series. O si aparece alguien así, es uno solo, el personaje 'diferente', el que está ahí como cuota simbólica. Y encima suele ser secundario”, sostiene Javier Zurro.
Este problema se vincula además con el star system, un modelo de producción cinematográfica en el que los actores y actrices son convertidos en estrellas por los estudios, no solo por su talento, sino principalmente por su imagen, carisma y atractivo comercial. Sin embargo, esta lógica de mercado ha provocado que la elección de intérpretes esté condicionada por criterios que distan de estos parámetros. Así lo dejó ver la actriz Maya Hawke en un evento de prensa al declarar que, en Hollywood, es habitual analizar la popularidad en redes sociales del actor antes de escogerlo, siempre bajo la premisa de que “si no tienes suficientes followers, no te van a contratar”.
Al final, todo se resume, según apunta Javier Zurro, en una lógica de retorno económico donde algunos productores y productoras valoran principalmente al público objetivo al que creen que llegará el producto, y consideran que será más atractivo si incluye cuerpos que respondan a los estándares de belleza canónica. Sin embargo, este mismo sistema de visibilidad puede amplificar el alcance de un mensaje o de una obra concreta: “Estos celebrities, que además han tenido ciertos privilegios por su físico o por encajar en determinados cánones, terminan siendo referentes para la generación más joven”, afirma María Castejón. Dicha estrategia no solo puede impulsar ideologías, como en el caso del impacto de Taylor Swift durante las elecciones estadounidenses de 2024, sino también reforzar el potencial de ciertos productos. En el futuro biopic de los Beatles, Javier Zurro concuerda con que “seguramente piensan que si tienen a los cuatro actores jóvenes más famosos del momento en una película sobre la banda inglesa, va a atraer más público, sobre todo joven, y que también se va a escuchar más su música”. Pero también duda en el caso específico de la banda inglesa ya que “para mucha gente joven, incluso, esos actores ni siquiera son tan famosos” aunque, pese a todo y dentro de la lógica de los productores, esa elección guarda un sentido.
Identificarse a través de la 'imperfección'

“La ficción audiovisual no reproduce la realidad tal cual es, sino que la modela simbólicamente”, afirma Esther Marín, por lo que aquello que muestra no es lo que somos, sino lo que deseamos ser. Por ello, la inclinación de las grandes industrias cinematográficas a representar solo un tipo de físico o, sin ir más lejos, un tipo de belleza, también está, de alguna forma, decidiendo qué cuerpos merecen protagonismo y cuáles deben permanecer fuera del encuadre. Este “poder social” del cine lleva a que incluso pueda generar tendencias más allá de las pantallas. Lo interesante es que también esa relación puede darse a la inversa: “Las y los cineastas están empapados de los deseos dominantes en la cultura. Incluso las y los autores que resultan más transgresoras en algunos aspectos, en otros no lo son en absoluto y sus gustos eróticos o estéticos son normativos y nada rompedores”. Pero, precisamente, según señala María Castejón, lo relevante es que “el cine tiene el poder de transformar la percepción colectiva de la belleza al representar con naturalidad cuerpos fuera de los estándares tradicionales”.
Castejón sostiene además que esta disidencia siempre ha existido, pero ha sido más temática, más centrada en actitudes o en ciertos rasgos de personajes femeninos en el cine; “sin embargo, el tema de la corporalidad sigue siendo una tarea muy pendiente”. Un ejemplo actual y real de esto es el caso de la actriz Aimee Lou Wood, quien ha generado notoriedad por su físico, particularmente por sus dientes, que se apartan de la tendencia predominante de sonrisas perfectas y artificiales en la industria. Pero este rasgo no ha estado exento de polémica; el programa Saturday Night Live (SNL) tuvo que disculparse recientemente tras la emisión de un sketch que parodiaba el personaje de Wood, interpretado por Sarah Sherman, quien exageró sus prominentes dientes, algo que la actriz consideró ofensivo. “Tengo los dientes grandes, no enfermos”, respondió Wood tras la polémica.
El caso de Lena Dunham, creadora y directora de la serie Girls, es especialmente significativo ya que el mensaje que hace 13 años buscó lanzar, de manera rompedora, con las protagonistas de la serie es el de aprender a amar sus propias imperfecciones (no solo las de su cuerpo), hasta tal punto de seducirnos con ellas y convertirlas en un icono. Al final, es algo que solo unas pocas logran hacer, desafiar las normas establecidas, abrir un espacio transformador que da lugar a nuevas realidades y posibilidades, permitiéndonos vivir con mayor libertad.
Sin embargo, muchas veces, la realidad detrás de un proceso de selección es más compleja de lo que parece, sobre todo cuando se trabaja a partir de un guion, de un perfil ligado a la cotidianidad. Mireia Juárez cuenta que cada vez más en los castings de mujeres es difícil garantizar su inclusión en papeles más naturalistas: “Muchas de ellas se han operado por presión, porque llega una edad en la que, si no se ven más jóvenes o más guapas, dejan de recibir trabajo. Pero a la hora de contar ciertas historias, cuesta creerlas en ese contexto”. Desde su perspectiva, no impulsa tanto la belleza tradicional o normativa, sino aquellos perfiles con fotogenia, esa cualidad que hace que alguien resulte visualmente cautivador en pantalla, al punto de querer seguir viéndolo durante toda la película. Sin embargo, sí percibe que, en el caso de las mujeres, suele haber una presión adicional: “Para que una actriz sea considerada 'la actriz del momento', muchas veces se espera que sea especialmente atractiva, como si fuera un requisito extra”.
Muchas actrices se han operado por presión, porque llega una edad en la que, si no se ven más jóvenes o más guapas, dejan de recibir trabajo
Ahora bien, muchas veces, dice Mireia Juárez, es algo que viene desde el guion y no desde la dirección de casting donde, por muchas propuestas que se hagan, “si ya hay una visión cerrada de lo que debe ser un personaje, eso te limita”. No obstante, aprecia un proceso paralelo en este mundo desde el que las mujeres están escribiendo cada vez más sus propias historias, y donde se empiezan a ver representados otros tipos de cuerpos, otras realidades. De hecho, desde su dirección de casting, “siempre pedimos que vengan sin maquillaje, tal y como son. Creo que eso también ayuda a mostrar otras versiones más reales, más humanas”.
Es cierto, por tanto, que en muchas producciones se pueden encontrar protagonistas que se alejan, aunque parcialmente, de aquel ideal más convencional. Esta tensión “revela un deseo contradictorio, tanto por parte de los creadores como del público: buscamos vernos reflejados en la pantalla, pero no de forma literal”, afirma Esther Marín, quien a su vez considera que si aparecen algunos de nuestros defectos lo hacen convertidos en algo encantador, cuando no sorprendentemente valioso. En este sentido, los personajes que rompen con los tópicos y se apartan de los ideales de belleza terminan siendo particularmente atractivos. Es precisamente la imperfección la que permite una mayor identificación y conexión emocional con ellos.
Aceptar la dimensión artística de la ficción no significa renunciar a su potencial transformador sino, más bien, nos obliga a preguntarnos qué tipo de mundo queremos seguir construyendo desde la pantalla. Y es que ampliar el foco en la imperfección, dejando de lado estereotipos abusivos, basados en una sobreexigencia estética orientada a consolar un deseo de origen social y encontrar el propio es el reto del futuro. Cuando se consiga esto, nos daremos cuenta de que, precisamente, lo que escasea gana valor y de que, tal vez, en un escenario no tan lejano, lo verdaderamente aspiracional sea atreverse a ser uno mismo.