La Ruta de la Seda

Hagamos negocios con China y punto. Lo necesitamos ahora que, gracias a Trump, se ha hecho evidente que el lazo trasatlántico es una forma de dependencia, tan tóxica como la del yonqui con la heroína. Una sumisión, por cierto, que los vendepatrias de Vox querrían acentuar porque al otro lado hay un César anaranjado que les acaricia como a un perrito La idea de que en cada crisis hay también una gran oportunidad se le atribuye a Einstein, pero, en realidad, la han formulado numerosas otras personas a lo largo de la Historia, y puede ocurrírsele a cualquiera de nosotros con dos dedos de frente. Hundirse en la melancolía y el lloriqueo sirve para bien poco, del duelo hay que salir lo antes posible. Para intentar seguir vivos y coleando. Desde que Trump volvió a ganar las elecciones, se me ha activado un pensamiento tenaz: esta puede ser una gran oportunidad para que Europa se desprenda de sus vasallajes y encuentre su propio papel protagonista en el mundo. No soy el único en pensarlo, ya lo sé, lo hacen muchos de aquellos que comparten la visión de los Estados Unidos de Europa que ya formulara Victor Hugo en el Congreso Internacional de la Paz que tuvo lugar en París en 1849.  A Europa le toca volver a mirar hacia el Este. En busca de mercados alternativos para los productos afectados por los funestos aranceles de Trump, pero también para reequilibrarse estratégicamente, para situarse en una auténtica centralidad. Ya lo hicieron nuestros ancestros de los imperios romano y bizantino, que, durante siglos, intercambiaron mercancías, ideas, modas e inventos con China y otros pueblos asiáticos a través de la Ruta de la Seda. Ya lo hicieron aquellos mercaderes venecianos de los que Marco Polo es el ejemplo más conocido. De hecho, las grandes aventuras marítimas ibéricas de finales del siglo XV y comienzos del XVI no fueron otra cosa que un intento de buscar alternativas a la Ruta de la Seda para continuar comerciando con las Indias. Pero se produjo el hallazgo de un continente en el camino del Oeste y eso puso todo patas arriba. Pedro Sánchez no es un gran teórico o un gran visionario, pero tiene el mérito de adaptarse por pragmatismo a las nuevas circunstancias con más rapidez y astucia que muchos de sus colegas. No me extraña, pues, que se haya ido a China y Vietnam en plena crisis de los aranceles y los mercados bursátiles. Lo tenía planeado, según cuentan, pero el delirio de Trump le ha dejado el balón como Pedri se lo deja a los delanteros del Barça, listo para un clarísimo remate a puerta.  A los de Vox, sin embargo, les parece fatal que Sánchez se haya ido a “la dictadura comunista china” en busca de oxígeno para nuestra economía. Creen que debería haber pedido audiencia ante el emperador de Washington para suplicarle clemencia con España en materia de aranceles. ¡Madre mía, esta gente no supera el nivel de raciocinio de un australopithecus! Si tan solo se comerciara con gente que es como nosotros, la humanidad seguiría en los tiempos de nuestra querida tatarabuela Lucy.  Es indudable que China es política, cultural y vitalmente muy diferente a España y la Unión Europea. No estoy muy seguro de que sea un país comunista desde el punto de vista económico, más bien me parece muy capitalista, pero es cierto que así se llama el partido único fundado por Mao Zedong que sigue guiando su existencia. En China rige el autoritarismo, se respetan poco los derechos humanos, se trabaja de sol a sol por cuatro perras y la ecología no parece una prioridad. Así es, en efecto. Pero hacer negocios con China no implica importar su modelo, que yo sepa. Ni tan siquiera parece que los chinos pretendan que lo hagamos. Ellos defienden la idea de las singularidades culturales: asumen sin complejos su régimen de despotismo político y no tienen nada en contra de que los europeos sigamos con el nuestro. No quieren expandirse territorial ni ideológicamente, tan solo quieren mercadear. Al menos, de momento. Yo creo que el modelo europeo de democracia con Estado de bienestar es el mejor jamás inventado y me gustaría que fuera el universal. Europa debe seguir con la fórmula adoptada tras la II Guerra Mundial, pero no son los chinos los que la ponen hoy en cuestión, es más bien el trumpismo y sus quintas columnas a lo Vox en el Viejo Continente. Para salvaguardar el Estado de bienestar se necesita prosperidad, y eso empuja a ampliar mercados y fuentes de inversión. Y sí, compañeros de las sectas ultraizquierdistas, me temo que, para preservar nuestras libertades, se precisan armas diseñadas y fabricadas en nuestro suelo. Ni Roma ni Bizancio se casaron hasta que la muerte los separara con la dinastía Han, ni Venecia con el emperador mongol Kublai Kan. No hay la menor necesidad de hacerlo con Xi Jinping. Hagamos negocios y punto. Lo necesitamos ahora que, gracias a Trump, se ha hecho evidente que el lazo trasatlántico es

Abr 10, 2025 - 05:54
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La Ruta de la Seda

La Ruta de la Seda

Hagamos negocios con China y punto. Lo necesitamos ahora que, gracias a Trump, se ha hecho evidente que el lazo trasatlántico es una forma de dependencia, tan tóxica como la del yonqui con la heroína. Una sumisión, por cierto, que los vendepatrias de Vox querrían acentuar porque al otro lado hay un César anaranjado que les acaricia como a un perrito

La idea de que en cada crisis hay también una gran oportunidad se le atribuye a Einstein, pero, en realidad, la han formulado numerosas otras personas a lo largo de la Historia, y puede ocurrírsele a cualquiera de nosotros con dos dedos de frente. Hundirse en la melancolía y el lloriqueo sirve para bien poco, del duelo hay que salir lo antes posible. Para intentar seguir vivos y coleando.

Desde que Trump volvió a ganar las elecciones, se me ha activado un pensamiento tenaz: esta puede ser una gran oportunidad para que Europa se desprenda de sus vasallajes y encuentre su propio papel protagonista en el mundo. No soy el único en pensarlo, ya lo sé, lo hacen muchos de aquellos que comparten la visión de los Estados Unidos de Europa que ya formulara Victor Hugo en el Congreso Internacional de la Paz que tuvo lugar en París en 1849. 

A Europa le toca volver a mirar hacia el Este. En busca de mercados alternativos para los productos afectados por los funestos aranceles de Trump, pero también para reequilibrarse estratégicamente, para situarse en una auténtica centralidad. Ya lo hicieron nuestros ancestros de los imperios romano y bizantino, que, durante siglos, intercambiaron mercancías, ideas, modas e inventos con China y otros pueblos asiáticos a través de la Ruta de la Seda. Ya lo hicieron aquellos mercaderes venecianos de los que Marco Polo es el ejemplo más conocido.

De hecho, las grandes aventuras marítimas ibéricas de finales del siglo XV y comienzos del XVI no fueron otra cosa que un intento de buscar alternativas a la Ruta de la Seda para continuar comerciando con las Indias. Pero se produjo el hallazgo de un continente en el camino del Oeste y eso puso todo patas arriba.

Pedro Sánchez no es un gran teórico o un gran visionario, pero tiene el mérito de adaptarse por pragmatismo a las nuevas circunstancias con más rapidez y astucia que muchos de sus colegas. No me extraña, pues, que se haya ido a China y Vietnam en plena crisis de los aranceles y los mercados bursátiles. Lo tenía planeado, según cuentan, pero el delirio de Trump le ha dejado el balón como Pedri se lo deja a los delanteros del Barça, listo para un clarísimo remate a puerta. 

A los de Vox, sin embargo, les parece fatal que Sánchez se haya ido a “la dictadura comunista china” en busca de oxígeno para nuestra economía. Creen que debería haber pedido audiencia ante el emperador de Washington para suplicarle clemencia con España en materia de aranceles. ¡Madre mía, esta gente no supera el nivel de raciocinio de un australopithecus!

Si tan solo se comerciara con gente que es como nosotros, la humanidad seguiría en los tiempos de nuestra querida tatarabuela Lucy.  Es indudable que China es política, cultural y vitalmente muy diferente a España y la Unión Europea. No estoy muy seguro de que sea un país comunista desde el punto de vista económico, más bien me parece muy capitalista, pero es cierto que así se llama el partido único fundado por Mao Zedong que sigue guiando su existencia. En China rige el autoritarismo, se respetan poco los derechos humanos, se trabaja de sol a sol por cuatro perras y la ecología no parece una prioridad. Así es, en efecto.

Pero hacer negocios con China no implica importar su modelo, que yo sepa. Ni tan siquiera parece que los chinos pretendan que lo hagamos. Ellos defienden la idea de las singularidades culturales: asumen sin complejos su régimen de despotismo político y no tienen nada en contra de que los europeos sigamos con el nuestro. No quieren expandirse territorial ni ideológicamente, tan solo quieren mercadear. Al menos, de momento.

Yo creo que el modelo europeo de democracia con Estado de bienestar es el mejor jamás inventado y me gustaría que fuera el universal. Europa debe seguir con la fórmula adoptada tras la II Guerra Mundial, pero no son los chinos los que la ponen hoy en cuestión, es más bien el trumpismo y sus quintas columnas a lo Vox en el Viejo Continente. Para salvaguardar el Estado de bienestar se necesita prosperidad, y eso empuja a ampliar mercados y fuentes de inversión. Y sí, compañeros de las sectas ultraizquierdistas, me temo que, para preservar nuestras libertades, se precisan armas diseñadas y fabricadas en nuestro suelo.

Ni Roma ni Bizancio se casaron hasta que la muerte los separara con la dinastía Han, ni Venecia con el emperador mongol Kublai Kan. No hay la menor necesidad de hacerlo con Xi Jinping. Hagamos negocios y punto. Lo necesitamos ahora que, gracias a Trump, se ha hecho evidente que el lazo trasatlántico es una forma de dependencia, tan tóxica como la del yonqui con la heroína. Una sumisión, por cierto, que los vendepatrias de Vox querrían acentuar porque al otro lado hay un César anaranjado que les acaricia como a un perrito.

                      

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