Nostalgia imposible
Leo en estos días un dato referente a nuestra juventud que me sume en un estado que oscila entre la estupefacción y la preocupación. Según el CIS, el 5% de los jóvenes entre 18 y 24 años está lo más a la derecha posible en una escala del uno al diez. Al 38% de los españoles menores de 24 años no les importaría vivir en un régimen "poco democrático" si eso garantiza una supuesta "mejor calidad de vida". Para acabar de cerrar el círculo, hay un porcentaje importante a quienes no les importaría vivir en una dictadura y otros que, directamente, admiran el franquismo. O dicen añorarlo, aunque jamás lo hayan conocido. Aunque resulte chocante, no es cosa que tomar a risa. Todo lo contrario, es para preocuparse y mucho. Y no porque haga uso de esa liberad ideológica que su propia ideología niega, sino porque, en gran parte de los casos, esas ideas nacen de una enorme ignorancia de lo que supone una dictadura, o de una visión manipulada de nuestra historia. A mí lo que más me sorprende es que hay mujeres jóvenes, incluso menores de edad, que piensen semejante cosa. Porque las mujeres eran sujetos de segunda clase en el franquismo, personas que por ley no podían hacer cosas tan sencillas como alquilar un piso, firmar un contrato de trabajo, o salir de viaje sin el consentimiento de sus parientes varones, fueran padres o maridos. Y que, sin embargo, eran plenamente responsables a la hora de responder por un delito, generalmente con más dureza que si se tratara de hombres, como sucedía con el adulterio. Pero no solo ellas. La absoluta falta de libertades y la durísima represión fueron el pan nuestro de cada día durante cuarenta años. Por supuesto, sin poder ejercer el más básico de los derechos democráticos, el derecho al voto. Por no hablar de la libertad de expresión, la de opinión, la libertad de pertenecer o no a cualquier religión, la de orientación sexual o la de romper el matrimonio, que era para toda la vida, aunque existieran una violencia de género que era tolerada por la sociedad. Solo conociendo este breve resumen, no se entiende cómo nadie puede querer vivir en un régimen así. Es lo que hay. Ante todo ello, me viene a la cabeza la frase atribuida a Voltaire, y que este jamás pronunció: "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo". La frase, acertadísima, fue en realidad escrita por una mujer, Evelyn Beatrice Hall, en una biografía llamada "Los amigos de Voltaire" y contrapone como pocas la libertad de expresión con la ausencia de esta, una de las características de cualquier dictadura. No obstante, si de citas hablamos, ninguna más aplicable al caso que la del filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana en una frase tan conocida como desconocido su autor - una paradoja más que ilustrativa-: "los pueblos que no conocen su historia están condenados a...
Leo en estos días un dato referente a nuestra juventud que me sume en un estado que oscila entre la estupefacción y la preocupación. Según el CIS, el 5% de los jóvenes entre 18 y 24 años está lo más a la derecha posible en una escala del uno al diez. Al 38% de los españoles menores de 24 años no les importaría vivir en un régimen "poco democrático" si eso garantiza una supuesta "mejor calidad de vida". Para acabar de cerrar el círculo, hay un porcentaje importante a quienes no les importaría vivir en una dictadura y otros que, directamente, admiran el franquismo. O dicen añorarlo, aunque jamás lo hayan conocido. Aunque resulte chocante, no es cosa que tomar a risa. Todo lo contrario, es para preocuparse y mucho. Y no porque haga uso de esa liberad ideológica que su propia ideología niega, sino porque, en gran parte de los casos, esas ideas nacen de una enorme ignorancia de lo que supone una dictadura, o de una visión manipulada de nuestra historia. A mí lo que más me sorprende es que hay mujeres jóvenes, incluso menores de edad, que piensen semejante cosa. Porque las mujeres eran sujetos de segunda clase en el franquismo, personas que por ley no podían hacer cosas tan sencillas como alquilar un piso, firmar un contrato de trabajo, o salir de viaje sin el consentimiento de sus parientes varones, fueran padres o maridos. Y que, sin embargo, eran plenamente responsables a la hora de responder por un delito, generalmente con más dureza que si se tratara de hombres, como sucedía con el adulterio. Pero no solo ellas. La absoluta falta de libertades y la durísima represión fueron el pan nuestro de cada día durante cuarenta años. Por supuesto, sin poder ejercer el más básico de los derechos democráticos, el derecho al voto. Por no hablar de la libertad de expresión, la de opinión, la libertad de pertenecer o no a cualquier religión, la de orientación sexual o la de romper el matrimonio, que era para toda la vida, aunque existieran una violencia de género que era tolerada por la sociedad. Solo conociendo este breve resumen, no se entiende cómo nadie puede querer vivir en un régimen así. Es lo que hay. Ante todo ello, me viene a la cabeza la frase atribuida a Voltaire, y que este jamás pronunció: "No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo". La frase, acertadísima, fue en realidad escrita por una mujer, Evelyn Beatrice Hall, en una biografía llamada "Los amigos de Voltaire" y contrapone como pocas la libertad de expresión con la ausencia de esta, una de las características de cualquier dictadura. No obstante, si de citas hablamos, ninguna más aplicable al caso que la del filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana en una frase tan conocida como desconocido su autor - una paradoja más que ilustrativa-: "los pueblos que no conocen su historia están condenados a...
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