La huella disruptiva de Trump en la economía global: ¿es posible revertirla?
Los aliados de Estados Unidos ya están trabajando para forjar alianzas comerciales y de seguridad que excluyan la participación de Washington

El presidente Donald Trump ha dejado clara su intención de destruir el orden económico global imperante, y en apenas 100 días ha logrado avances notables para cumplir su objetivo.
Ha desatado una guerra comercial, ha anulado tratados y ha insinuado que Washington tal vez no saldría en defensa de Europa. También está desmantelando el plantel del Estado, ese que le garantizaba conocimiento y experiencia.
Los cambios han sido profundos. Pero el mundo sigue en crisis. Las elecciones de mitad de mandato que se celebrarán en dos años podrían erosionar la mayoría republicana en el Congreso, y el mandato constitucional de Trump termina sí o sí dentro de cuatro años. ¿El próximo presidente podrá llegar y deshacer lo hecho y deshecho por el gobierno de Trump?
Como dijo sobre la Iglesia Católica el cardenal Michael Czerny, asesor cercano del papa Francisco: “No hay nada de lo que hemos hecho en más de 2000 años que no pueda revertirse”.
Lo mismo podría decirse de la geopolítica global. Sin embargo, incluso en esta etapa temprana del segundo gobierno de Trump, historiadores y politólogos coinciden en que, en algunos aspectos cruciales, los cambios impulsados por el mandatario norteamericano podrían ser difíciles de revertir.
Por ejemplo, la erosión de la confianza global en Estados Unidos, un recurso que llevó varias generaciones construir.
“La base electoral del MAGA (Make America Great Again) y de JD Vance seguirán existiendo mucho después de que Trump se haya ido”, asegura Ian Goldin, profesor de globalización y desarrollo de la Universidad de Oxford. Independientemente de quién sea el próximo ocupante de la Casa Blanca, las condiciones que fogonearon la aparición del movimiento MAGA —la creciente desigualdad y la inseguridad económica— siguen ahí. Y por lo tanto, el resto del mundo sigue temiendo que aparezca “otro Trump en el futuro”.
Así que los aliados de Estados Unidos ya están trabajando para forjar alianzas comerciales y de seguridad que excluyan la participación de Estados Unidos. Hace poco, la Unión Europea y los países sudamericanos crearon conjuntamente una de las zonas de libre comercio más grandes del mundo.
El primer ministro canadiense, Mark Carney, propuso recientemente la construcción de nuevas redes de transporte y vías marítimas para facilitar el acceso a los mercados globales. Canadá también está negociando para unirse al refuerzo militar de Europa y así reducir su dependencia de Estados Unidos, mientras que el Reino Unido y la Unión Europea les están dando las puntadas finales a un pacto de defensa.
“El mundo avanza”, dice Goldin. Las cadenas de suministro se reorganizarán, se forjarán nuevas alianzas, y los estudiantes, investigadores y los talentos tecnológicos extranjeros encontrarán otros lugares a los que emigrar. “Estados Unidos no va a recuperar rápidamente su posición económica”, asegura.
“Y no es solo Estados Unidos el que cambió mucho”, agrega Goldin. La presencia de Trump envalentona a los líderes autocráticos de todo el mundo, debilitando aún más el sistema basado en normas.
En segundo lugar, el desprecio de Trump por los organismos internacionales no hace más que fortalecer a China, el principal objetivo de sus intentos de presión económica.
El gobierno está creando “increíbles oportunidades para Xi Jinping y China”, dice Orville Schell, director del Centro de Relaciones entre Estados Unidos y China de la Sociedad Asiática de Nueva York.
Xi busca aprovechar el giro proteccionista de Trump y sus caóticos cambios de política para posicionar mejor a Pekín como defensor del libre comercio y como nuevo líder del sistema comercial global.
El argumento de Xi resuena particularmente fuerte en las economías emergentes de América Latina, Asia y África. China se ve “firme y estable, y da una imagen de ecuanimidad en comparación con Estados Unidos”, asegura Jonathan Czin, miembro del Centro de China de la Brookings Institution y exanalista senior sobre China para la CIA.
El mejor ejemplo es África. Trump desmanteló la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), que proporcionaba alimentos y atención médica a los más pobres del mundo. Y el plan de restructuración del Departamento de Estado propone eliminar casi todas las misiones diplomáticas en el continente africano.
En comparación, China ya ha invertido profusamente en África como parte de su Iniciativa de la Franja y la Ruta, y en su esfuerzo por controlar los cruciales minerales que tiene el continente. “Se genera un vacío que le permite a China consolidar esa posición y el control sobre los derechos mineros”, apunta Czin. La hostilidad de Trump hacia sus aliados también podría socavar los esfuerzos de los gobiernos norteamericanos de los últimos años para mantener la tecnología avanzada fuera del alcance de Pekín. Esas estrechas relaciones previas fueron cruciales para convencer a los Países Bajos y a Japón de detener las exportaciones de equipos semiconductores avanzados a China.
Antony Hopkins, profesor de Historia en la Universidad de Cambridge, agrega que Trump está olvidando el importante papel que desempeñaba China como inversor internacional y comprador de deuda de Estados Unidos. Si Trump restringe drásticamente el acceso de China al gran mercado de consumo estadounidense, “está jugando con la posibilidad de perjudicar la capacidad de China para invertir en bonos del Tesoro norteamericano, o sea que se está perjudicando a sí mismo”.
Otra región tironeada entre Estados Unidos y China es el sudeste asiático. Pero cuando Trump amenazó, y luego suspendió hasta principios de julio, los aranceles potencialmente ruinosos a las economías orientadas a la exportación, de países como Vietnam, Bangladesh e Indonesia, China tuvo la oportunidad de fortalecer sus lazos con esos países.
Finalmente, el desmantelamiento de la capacidad de investigación y recopilación de datos del gobierno federal corre el riesgo de socavar la excelencia científica y la ventaja competitiva de Estados Unidos. Según el Centro Nacional de Estadísticas de Ciencia e Ingeniería, el gobierno federal financia aproximadamente el 40% de la investigación básica que a largo plazo sustenta los avances científicos y tecnológicos del país.
A veces se produce un acontecimiento emblemático, como la caída del muro de Berlín en 1989, que sirve para marcar el punto final a una era. Pero en tiempo real, no siempre está claro si la presión sobre un sistema es tan extrema que no podrá recuperarse.
Muchos pensaron que el “shock de Nixon” era un punto de quiebre de ese tipo, según David Ekbladh, profesor de historia de la Universidad de Tufts. En 1971, el presidente Richard Nixon puso fin al sistema de tipo de cambio fijo y separó el valor del dólar estadounidense del valor del oro.
El autor William Greider lo califica como “la fecha exacta en la que se terminó el dominio singular de Estados Unidos sobre la economía global”. Los mercados globales se sumieron en el caos y los aliados de Estados Unidos temían que la decisión unilateral del presidente norteamericano socavara el sistema de cooperación de la segunda posguerra. Y sin embargo, el orden económico general se sostuvo.
“El juego cambió, pero no fue una revolución”, apunta Ekbladh. Las negociaciones para abrir los mercados continuaron, las alianzas de Estados Unidos se mantuvieron intactas y el entonces G10 negoció un nuevo acuerdo. El respeto internacional por el Estado de derecho prevaleció y Estados Unidos seguía siendo visto universalmente como el líder del mundo libre.
Ahora la pregunta para Estados Unidos es cuán consistente es su apoyo al sistema anterior, señala Ekbladh. Estas corrientes de profundo descontento con la economía global se venían cocinando desde hace mucho tiempo, y muchos votaron por Trump justamente porque prometió transformar el sistema. “¿Los norteamericanos realmente quieren que todo eso desaparezca?”
(Traducción de Jaime Arrambide)