Cuando los mundos chocan: el día que Bergman conoció al 'Tiburón' de Spielberg

'Tiburón', disponible en España gracias a Movistar Plus+ y Filmin, marcó un hito en la carrera de Steven Spielberg, que aún no había cumplido los treinta años.

May 4, 2025 - 07:51
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Cuando los mundos chocan: el día que Bergman conoció al 'Tiburón' de Spielberg

Cincinnati descansa a las orillas del río Ohio y en las faldas del estado que a este le da nombre. Upsala, incrustada en el espolón de Suecia, se encuentra separada de la ciudad estadounidense por casi 6.500 kilómetros. Una distancia que, hoy, se recorrería en unas doce horas. Más el pasado, salvo en una tarde de 1975, en la que Cincinnati y Upsala se superpusieron y fueron una. De ello queda una fotografía: El hijo más insigne de la localidad sueca, Ingmar Bergman, observando los ojos de cristal de Bruce, el tiburón de la película homónima, dirigida por el cincinatense Steven Spielberg.

No hay indicios de que Bergman y Spielberg llegaran a conocerse. La fotografía, obra de John Bryson (que retrató a Hemingway pateando una lata de cerveza), se tomó semanas después del estreno de Tiburón. Para entonces, la película del joven Spielberg (tenía 26 años) era un fenómeno de taquilla y algunos críticos comenzaban a descubrir en el de Cincinnati un talento mayor que las fauces de su mecánica bestia. Pero, ¿qué hacía Ingmar Bergman ante el Tiburón de Spielberg?

Una partida de ajedrez con el tiempo

Ingmar Bergman siguió dirigiendo hasta 2003, cuando filmó el espléndido telefilme Saraband. Al año siguiente, Spielberg estrenó La terminal. Entre uno y otro director no hubo mayor analogía que la que dibuja la consciencia de la propia grandeza. Los asuntos que preocupaban al de Upsala no inquietaban al de Cincinnati. Spielberg buscaba el prestigio y obtenía, en su lugar, paladas de dinero; con Bergman, ocurría a la inversa.

Para Bergman, corporativismo siempre fue una palabra extraña. A lo largo de su carrera, opinó sobre Godard (“hace películas para los críticos y es soberanamente aburrido”), Antonioni (“tiene dos obras maestras, en el resto no vale la pena detenerse”), Welles (“es un engaño, está vacío y carece por completo de interés”) o Hitchcock (“tiene sus momentos, pero es muy infantil”). Por eso, cuando, un año antes de su muerte, un periodista quiso saber qué opinaba Bergman de Spielberg, muchos detractores profesionales del director americano se frotaron las manos.

La respuesta de Bergman no fue la esperada: el sueco destacó a Spielberg como uno de sus cineastas predilectos de la actualidad. Lo citó, de hecho, antes que a Coppola o Scorsese, más respetados por el prototipo caricaturesco de amante de Bergman. Spielberg le devolvió el cumplido con el correr de los años, al admitir que el amor que reflejaba el cine de Bergman casi lo hacía sentirse culpable. “Me gustaría ser tan buen director como él”, añadió, “aunque sé que nunca será posible”.

Así que volvemos a la fotografía de Ingmar Bergman ante el tercer modelo de Bruce, el tiburón de la película multimillonaria. El director sueco, con una elegante americana blanca y una valla a la espalda, presiona con un dedo las inofensivas mandíbulas de Bruce. No hay mayor contexto de la fotografía.

No sabemos cómo llegó Bergman hasta el tiburón, ni qué hizo más tarde. Ni qué pensó ante su amenazante mole. Seguramente, no sea necesario. Bergman sabía que el cine, como el tiburón, no podía estarse quieto, y aquella criatura comenzaba ya a romper las olas en una dirección desconocida. Él, en cambio, se aproximaba ya a alta mar, y no volvería nunca a la orilla.

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