Colas para el pan, la vuelta del transistor y una cena en plan velas: crónica de un día sin luz en Granada

Podría discutirse la cuestión de si es más frustrante para el periodista tener acceso a la información y no poder transmitirla, o ni siquiera saber qué ha pasado, salvo los aspectos más básicos. Para el caso: que se fue la luz en toda España y que, en consecuencia, Granada se quedó sin suministro eléctrico en torno a las doce y media del mediodía. A partir de ahí, todo fue tan raro como en los primeros días de la pandemia, cuando todo era nuevo. A partir de ahí, trambién, si de lo que se trata es de contar qué pasó en la ciudad , hay que tirar de experiencia personal; a ver qué remedio, si la única información oficial llegaba con cuentagotas y era muy genérica: los semáforos no funcionan, las calles se llenan de policías locales para controlar el tráfico y el ayuntamiento se suma al plan de emergencia territorial, como todas las capitales de España. A las dos de la tarde, en la puerta de un colegio del barrio del Realejo, una mujer que se había cruzado toda la ciudad –desde la Escuela de Bellas Artes, casi en la salida hacia Málaga- narraba que en esos momentos aún no había ningún dispositivo oficialmente montado y que los cruces se regían por algo que podría llamarse Ley de la Buena Educación Viaria : ahora pasas tú, después me toca a mí y así sucesivamente. A todo esto: imposible coger el metro, al igual que el tren. A esa hora, también, empezaba a agotarse el pan. « Ha venido gente a llevarse cinco barras , que yo no sé para qué, si no tienen congelador para que les dure más de un día», confesaba, más incrédulo que molesto, el encargado de una panadería. En otra, casi enfrente y con obrador propio, todavía quedaba género, pero con la cola que se había formado no duraría mucho tiempo. El motivo de que mucha gente buscara pan como si fuera el maná lo explicaba una afectada: «En mi casa tenemos vitrocerámica y hoy no vamos a poder cocinar, tendremos que tirar de bocadillos». De ahí que también menguara paulatinamente el pan de molde en los supermercados, que por la tarde, en su mayoría, optaron por echar el cierre . Quedaban los bazares, o los chinos, si se prefiere así, que vendían sobre todo velas y pilas. Y en cualquier sitio donde lo ofrecieran, se vendía bastante papel higiénico. Un clásico. También se demandaron pilas en las ferreterías, para alimentar linternas, y los más ávidos de información compraron radios de las que funcionan con baterías, los típicos transistores de toda la vida . Al menos así podían escuchar las radios, porque acceder a la prensa digital estaba casi vedado por falta de internet, que llegaba con cuentagotas, apenas para recibir algún mensaje de whatsapp. La normalidad, menos mal, se mantenía en los hospitales y en los centros de salud, abastecidos por generadores con gasóil . «Aquí lo que no hemos podido ha sido gestionar las citas previas, que no se pueden ni pedir ni dar, pero en las consultas se están apañando», narraba en tono coloquial una administrativa. Por la tarde, el centro estaba abarrotado de gente. Turistas nacionales y extranjeros ocupaban las terrazas, es de esperar que con dinero en efectivo porque, evidentemente, los datafonos tampoco funcionaban, ni los cajeros automáticos. «Menos mal que tenemos cerveza» era una frase muy escuchada. Los bares y restaurantes se las pudieron arreglar para dar de comer. Y después, a falta de nada mejor que hacer, muchos alargaban la sobremesa y otros se trasladaban a heladerías que, sorprendentemente, sí que estaban abiertas. Los parques también estaban llenos, sobre todo de gente local, con sus niños y eso. No tenían muy claro a esas alturas si las criaturas mañana podrán ir al colegio. En la Universidad de Granada, mientras tanto, anunciaban que si volvía la luz, habría clases . Tardaron en comunicarlo, porque tampoco ellos tenían más medios que los demás para hacerlo. Curiosamente, el monumento por antonomasia de Granada, la Alhambra , abrió y tuvo un día relativamente normal. No se pudo acceder a la Torre de la Vela ni tampoco al museo, pero sí a los palacios nazaríes y al jardín del Generalife. Algunos visitantes, de hecho, tuvieron que ser advertidos de que no había luz, porque ellos ni se habían enterado. No hubo visitas nocturnas, por motivos obvios. « En Málaga y en Sevilla ya ha vuelto . ¿Y aquí cuándo?», clamaba uno de los congregados en el Campo del Príncipe, llegadas las ocho de la tarde. «Yo sólo he podido comprar velas perfumadas, se me va a atufar la casa entera», comentaba un vecino, dispuesto a mantener el humor pese a todo. Un tercero recordaba que esto de hoy, después de todo, lo tienen día sí y día también en el distrito Norte, y no precisamente por una avería internacional. «Será cuestión de ponerse en su pellejo, ahora sabemos lo que es que se te pueda echar a perder la comida del frigorífico», concluía. Llegó la noche, pero no la luz . Tocó lo que de un modo un poco cursi se podría describir como cenar en plan velas. Muchas parejas acostumbradas a ver la tele y acostarse después de manera casi mecánica ch

Abr 29, 2025 - 04:49
 0
Colas para el pan, la vuelta del transistor y una cena en plan velas: crónica de un día sin luz en Granada
Podría discutirse la cuestión de si es más frustrante para el periodista tener acceso a la información y no poder transmitirla, o ni siquiera saber qué ha pasado, salvo los aspectos más básicos. Para el caso: que se fue la luz en toda España y que, en consecuencia, Granada se quedó sin suministro eléctrico en torno a las doce y media del mediodía. A partir de ahí, todo fue tan raro como en los primeros días de la pandemia, cuando todo era nuevo. A partir de ahí, trambién, si de lo que se trata es de contar qué pasó en la ciudad , hay que tirar de experiencia personal; a ver qué remedio, si la única información oficial llegaba con cuentagotas y era muy genérica: los semáforos no funcionan, las calles se llenan de policías locales para controlar el tráfico y el ayuntamiento se suma al plan de emergencia territorial, como todas las capitales de España. A las dos de la tarde, en la puerta de un colegio del barrio del Realejo, una mujer que se había cruzado toda la ciudad –desde la Escuela de Bellas Artes, casi en la salida hacia Málaga- narraba que en esos momentos aún no había ningún dispositivo oficialmente montado y que los cruces se regían por algo que podría llamarse Ley de la Buena Educación Viaria : ahora pasas tú, después me toca a mí y así sucesivamente. A todo esto: imposible coger el metro, al igual que el tren. A esa hora, también, empezaba a agotarse el pan. « Ha venido gente a llevarse cinco barras , que yo no sé para qué, si no tienen congelador para que les dure más de un día», confesaba, más incrédulo que molesto, el encargado de una panadería. En otra, casi enfrente y con obrador propio, todavía quedaba género, pero con la cola que se había formado no duraría mucho tiempo. El motivo de que mucha gente buscara pan como si fuera el maná lo explicaba una afectada: «En mi casa tenemos vitrocerámica y hoy no vamos a poder cocinar, tendremos que tirar de bocadillos». De ahí que también menguara paulatinamente el pan de molde en los supermercados, que por la tarde, en su mayoría, optaron por echar el cierre . Quedaban los bazares, o los chinos, si se prefiere así, que vendían sobre todo velas y pilas. Y en cualquier sitio donde lo ofrecieran, se vendía bastante papel higiénico. Un clásico. También se demandaron pilas en las ferreterías, para alimentar linternas, y los más ávidos de información compraron radios de las que funcionan con baterías, los típicos transistores de toda la vida . Al menos así podían escuchar las radios, porque acceder a la prensa digital estaba casi vedado por falta de internet, que llegaba con cuentagotas, apenas para recibir algún mensaje de whatsapp. La normalidad, menos mal, se mantenía en los hospitales y en los centros de salud, abastecidos por generadores con gasóil . «Aquí lo que no hemos podido ha sido gestionar las citas previas, que no se pueden ni pedir ni dar, pero en las consultas se están apañando», narraba en tono coloquial una administrativa. Por la tarde, el centro estaba abarrotado de gente. Turistas nacionales y extranjeros ocupaban las terrazas, es de esperar que con dinero en efectivo porque, evidentemente, los datafonos tampoco funcionaban, ni los cajeros automáticos. «Menos mal que tenemos cerveza» era una frase muy escuchada. Los bares y restaurantes se las pudieron arreglar para dar de comer. Y después, a falta de nada mejor que hacer, muchos alargaban la sobremesa y otros se trasladaban a heladerías que, sorprendentemente, sí que estaban abiertas. Los parques también estaban llenos, sobre todo de gente local, con sus niños y eso. No tenían muy claro a esas alturas si las criaturas mañana podrán ir al colegio. En la Universidad de Granada, mientras tanto, anunciaban que si volvía la luz, habría clases . Tardaron en comunicarlo, porque tampoco ellos tenían más medios que los demás para hacerlo. Curiosamente, el monumento por antonomasia de Granada, la Alhambra , abrió y tuvo un día relativamente normal. No se pudo acceder a la Torre de la Vela ni tampoco al museo, pero sí a los palacios nazaríes y al jardín del Generalife. Algunos visitantes, de hecho, tuvieron que ser advertidos de que no había luz, porque ellos ni se habían enterado. No hubo visitas nocturnas, por motivos obvios. « En Málaga y en Sevilla ya ha vuelto . ¿Y aquí cuándo?», clamaba uno de los congregados en el Campo del Príncipe, llegadas las ocho de la tarde. «Yo sólo he podido comprar velas perfumadas, se me va a atufar la casa entera», comentaba un vecino, dispuesto a mantener el humor pese a todo. Un tercero recordaba que esto de hoy, después de todo, lo tienen día sí y día también en el distrito Norte, y no precisamente por una avería internacional. «Será cuestión de ponerse en su pellejo, ahora sabemos lo que es que se te pueda echar a perder la comida del frigorífico», concluía. Llegó la noche, pero no la luz . Tocó lo que de un modo un poco cursi se podría describir como cenar en plan velas. Muchas parejas acostumbradas a ver la tele y acostarse después de manera casi mecánica charlaron un poco, y a lo mejor eso les vino bien y todo. A las cuatro y media de la mañana, algunas luces de la casa que se habían quedado encendidas volvieron a la vida.