Un detalle de Luis Buñuel

Sí señor, los últimos familiares directos que aún le quedan en su solar natal al surrealista todavía comentan al visitante que los pobres de Los olvidados (1950) son un trasunto de aquellos que aguardaban a la salida del templo. Se cumplen este año los 125 del nacimiento del realizador, y la última “rompida de la... Leer más La entrada Un detalle de Luis Buñuel aparece primero en Zenda.

Abr 30, 2025 - 05:02
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Un detalle de Luis Buñuel

Ya no hay pobres en Calanda para sentarse los viernes, junto a la pared de la iglesia, a la espera de un trozo de pan. Si este municipio turolense hoy es uno de los más conocidos mundialmente de todo el Bajo Aragón, es gracias al milagro que el 29 de marzo de 1640 obró allí la Virgen del Pilar, restituyendo a Miguel Pellicer la pierna que dos años y cinco meses antes le había sido amputada. De aquel prodigio fue a dar fe el acta levantada por Miguel Andreu, notario de Mazaleón. De aquellos pobres de los viernes habría de dar noticia, cuando creciera, un niño de los de entonces —primeros años del siglo XX—, que habría de llevarlos en su memoria al exilio, como el José Garcés de Crónica del alba (1942), la emotiva novela de Ramón J. Sender, a su Valentina. El muchacho habría de ser el futuro cineasta y “ateo, gracias a Dios”: don Luis Buñuel.

Sí señor, los últimos familiares directos que aún le quedan en su solar natal al surrealista todavía comentan al visitante que los pobres de Los olvidados (1950) son un trasunto de aquellos que aguardaban a la salida del templo. Se cumplen este año los 125 del nacimiento del realizador, y la última “rompida de la hora” que todos los Viernes Santo ensordece a Calanda con el redoble de sus tambores ha vuelto a ser en honor a él, que llevó esa tamborrada a la banda sonora de Nazarín (1959). Y sin duda, está bien, naturalmente, que volvamos a preguntarnos qué guardaba la cajita de Belle de Jour (1968) y que le gustaba el Martini porque le permitía soñar: “Yo he pasado en los bares horas deliciosas. El bar es para mí un lugar de meditación y recogimiento (…). Al igual que Simeón, el Estilita, que, desde lo alto de su columna hablaba con su dios invisible, yo, en los bares, he pasado largos ratos de ensueño…”, recuerda en Mi último suspiro (Plaza & Janés, 1982).

"En abril de 1933, Buñuel emplazó su cámara para la realización de su tercera película, hace en estos días 91 años: Las Hurdes, tierra sin pan lleva por título, y está localizada en esa región montañosa, entre Cáceres y Salamanca"

Está bien que celebremos al Buñuel consabido, porque un cineasta de su talla lo merece. Pero no por ello hemos de olvidar a esa excelente persona que también fue el mayor enemigo de los sentimentalismos que se haya puesto detrás de una cámara. Y lo fue tanto que bien puede llevarnos a pensar que ese azote de la sensiblería que fue el maestro, en realidad fue el más logrado de esos disfraces a los que era tan aficionado.

Ese Buñuel del que se habla menos en las conmemoraciones vivió uno de sus momentos estelares reivindicando la memoria de un amigo, un instante de esplendor de la humanidad entera que viene a ratificarnos ese verso de Luis Cernuda, al que evocan tantos de los que pretenden justificar su visión sectaria del conflicto al que vamos a referirnos —tanto como la de quienes nos hablaron antes, desde el otro lado, del mismo drama—: “Uno, uno tan solo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana”. Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros, es el título del poema. Y, con toda la humildad del mundo, nosotros vamos a hacerlo:

"Un día, en Zaragoza, hablando sobre la posibilidad de hacer un documental sobre Las Hurdes con sus amigos Sánchez Ventura y el anarquista Ramón Acín, el libertario comentó a Buñuel que, si le tocaba la lotería, él ponía el dinero"

En abril de 1933, Buñuel emplazó su cámara para la realización de su tercera película, hace en estos días 91 años: Las Hurdes, tierra sin pan lleva por título y está localizada en esa región montañosa, entre Cáceres y Salamanca, aludida. Pese a los dos años que la entonces flamante República de Trabajadores de Todas Clases llevaba gobernando España, la tierra sin pan seguía estando igual de abandonada que cuando Alfonso XIII y el doctor Gregorio Marañón la visitaron diez años antes. En La Alberca el subdesarrollo era tal que a sus habitantes incluso el pan les era desconocido. “No había más que piedras, brezo y cabras. Tierras altas, antaño pobladas por bandidos y judíos que huían de la Inquisición”.

Aguijoneado por la lectura de un estudio antropológico del hispanista católico francés Maurice Legendre —Las Jurdes: étude de géographie humaine (1927)—, Buñuel quería emplazar allí su tomavistas. Otro día hablaremos del catolicismo de los hispanistas galos durante la Guerra Civil —Georges Bernanos, Marcel Bataillon, el propio Legendre—, frente al abierto republicanismo de los hispanistas británicos de nuestro tiempo: Paul Preston, Ian Gibson, Hugh Thomas. Pero aún estamos en los días en que esa historia se estaba escribiendo.

"La primera película realista del surrealista fue la primera cinta en la que el maestro interpeló a la conciencia de sus espectadores; Los olvidados sería la segunda"

Un día, en Zaragoza, hablando sobre la posibilidad de hacer un documental sobre Las Hurdes con sus amigos Sánchez Ventura y el anarquista Ramón Acín, el libertario comentó a Buñuel que, si le tocaba la lotería, él ponía el dinero. Fue así como nuestro cineasta pasó de ser financiado por el vizconde de Noailles en La edad de oro (1930) a serlo por un militante de la CNT, un ácrata, sin dios ni amo, al que la República de Trabajadores de Todas Clases —como a tantos y tantos cientos de sus compañeros— habría de meter varias veces en la cárcel. “Aquellas montañas desheredadas me cautivaron enseguida. Me fascinaba el desamparo de sus habitantes, pero también su inteligencia y su apego a su remoto país”.

Sabemos de la ceremonia con la niña muerta, de la cabra despeñada a tiros y del burro untado con miel para que se lo comieran las moscas. La primera película realista del surrealista fue la primera cinta en la que el maestro interpeló a la conciencia de sus espectadores; Los olvidados sería la segunda. Pero cuando se acabaron las 20.000 pesetas que logró poner Ramón Acín, Buñuel tuvo que montar él mismo el filme valiéndose de una lupa.

"Reivindicado por segunda vez en Francia, se tiró una nueva copia de Las Hurdes y don Luis Buñuel se ocupó personalmente de que Acín figurase en los créditos debidamente"

Las Hurdes fue estrenada en Madrid en diciembre de 1933, con un gabinete de centro-derecha, presidido por Alejandro Lerroux, al frente de la dichosa República. Al día siguiente de aquella primera proyección, la cinta fue prohibida. No se autorizó hasta 1936, ya con el Frente Popular en el gobierno. Eso sí, a Ramón Acín se le prohibió figurar en los títulos de crédito por ser un conocido anarquista.

Ya en la guerra, Acín fue vilmente asesinado por los franquistas —se entregó para salvar a su esposa, Concha Monrás, que corrió la misma suerte—, y cuando Buñuel consiguió vender Las Hurdes, tierra sin pan lo primero que hizo fue devolver el dinero a las hijas de su amigo anarquista aquellas 20.000 pesetas. El realizador volvió a Las Hurdes en los años 70: “Franco había hecho un esfuerzo por el país perdido, abriendo carreteras y creando escuelas” escribe el cineasta (ibidem).

Y el realizador también hizo otro esfuerzo en 1967. Reivindicado por segunda vez en Francia, se tiró una nueva copia de Las Hurdes y don Luis Buñuel se ocupó personalmente de que Acín figurase en los créditos debidamente, como el productor que había sido por mucho que pesase a la dichosa República. Eso honra al maestro de la revolución surrealista. “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”. Así se escribe la historia.

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