Auxilio

«… no parece más que un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado bajo un párpado muerto o no nacido, bañado por los fluidos desapasionados de un ojo que, por querer olvidar algo, ha acabado olvidándolo todo», asegura Auxilio Lacouture, protagonista de la novela Amuleto, de Roberto Bolaño, durante una de sus anticipatorias reflexiones. Muchos... Leer más La entrada Auxilio aparece primero en Zenda.

May 16, 2025 - 23:58
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Auxilio

«… no parece más que un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado bajo un párpado muerto o no nacido, bañado por los fluidos desapasionados de un ojo que, por querer olvidar algo, ha acabado olvidándolo todo», asegura Auxilio Lacouture, protagonista de la novela Amuleto, de Roberto Bolaño, durante una de sus anticipatorias reflexiones.

Muchos años antes de ese aún lejano 2666, el escritor chileno luchaba contra el tiempo, que había hecho mortal pareja con la insuficiencia hepática que lo asediaba, para finalizar la que sabía sería su obra cumbre. Ni su Auxilio ni el auxilio que reclamaba tenían nada que ver con Auxilio Castillo Ramírez, cuya desaparición denunció su familia, a finales de 1995, en Ciudad Juárez (México) y que, debido a que tenía 16 años de edad cuando se la vio por última vez con vida, sería más fácil identificar con alguna de las jóvenes cuyos cadáveres fueron consecutivamente hallados en la marginada y marginal colonia Lomas de Poleo, en el término municipal de la citada urbe.

"Sufrió un secuestro y encajó una paliza de la que salió con vida milagrosamente. Pero no cejó en su empeño y continuó investigando"

«23/03/96, no identificada, joven, Lomas de Poleo, violada y estrangulada. 18/03/96, no identificada, joven, Lomas de Poleo, violada y estrangulada. 13/03/96, no identificada, joven, Lomas de Poleo, violada y estrangulada». Esta sucesión de macabros hallazgos, entre otros muchos más descarnados, la incluyó el periodista mexicano Sergio González Rodríguez en su riguroso reportaje Huesos en el desierto, publicado en 2002. Con dicho volumen obtuvo el reconocimiento de la crítica global y puso el foco de la prensa internacional en los asesinatos de mujeres perpetrados en Ciudad Juárez. Desgraciadamente para él, las autoridades, las fuerzas policiales o el crimen organizado tomaron nota de su intrepidez al iluminar el entramado que jueces, policías, políticos, narcos y maleantes de todo pelaje conformaban en la urbe que se había convertido en uno de los epicentros del horror mundial. Sufrió un secuestro y encajó una paliza de la que salió con vida milagrosamente. Pero no cejó en su empeño y continuó investigando y publicando los resultados de sus pesquisas.

Realidad visceral. Es lo que supone el reportaje de González Rodríguez. «Realismo visceral» renombró Roberto Bolaño, en Los detectives salvajes, al movimiento poético del que fuera fundador: el «infrarrealismo» que propugnó como simiente de una poesía nueva junto a Mario Santiago Papasquiaro (mutado en Ulises Lima en la misma novela), entre otros. Cadáveres o casi, ya casi todos, no voy a molestarme en buscarlo, el tiempo hace su trabajo.

"Bolaño siempre soñó ser detective. De homicidios, para mayor exactitud, según sus propias palabras. Pero no lo logró, y devino en uno de los mayores genios que haya dado la literatura"

Auxilio Lacouture no aparece entre las cientos de víctimas que apelmazan las ensangrentadas páginas de Huesos en el desierto. Tampoco entre las que desgarran las pupilas y el estómago del lector de la obra póstuma de Bolaño. La protagonista de Amuleto es una mujer que ronda los cuarenta años de edad, y lo que de su historia interesa al escritor es la traumática experiencia que vivió en 1968, durante la toma violenta, por parte del ejército, de la Universidad Autónoma de México. Pero en su narración, el escritor deslizó de alguna manera el germen de la brutal cadena de feminicidios iniciada en Ciudad Juárez en 1991 y aún inconclusa.

Bolaño siempre soñó ser detective. De homicidios, para mayor exactitud, según sus propias palabras. Pero no lo logró, y devino en uno de los mayores genios que haya dado la literatura. Aun así (justicia poética), su apabullante obra supone una suerte de intrincada y sabrosa investigación criminal para todo aquel que decida dejarse en ella las horas, el paladar (porque a Bolaño se le deletrea) y las pupilas. Una investigación en la que, aun sabiendo desde el inicio que el autor es el único responsable, es imposible dejar de deleitarse en la exquisitez con que cometió una de las más memorables fechorías de la literatura total. Al iniciar la lectura de cualquiera de sus obras resuena limpia y poderosa aquella invectiva con que finalizaba el Primer Manifiesto Infrarrealista:

«O.K.
DÉJENLO TODO, NUEVAMENTE

LÁNCENSE A LOS CAMINOS».

"Antonio Vega parece mascar el terror cósmico de H. P. Lovecraft para regalarnos un puñado de pedazos del pánico real"

En 1987, el grupo musical Nacha Pop editaba un tema compuesto por su alma máter, Antonio Vega, que pasaría a la historia del temblor. En “Lucha de gigantes”, Antonio parece mascar el terror cósmico de H. P. Lovecraft para regalarnos un puñado de pedazos del pánico real, ese que nos atenaza cuando tomamos conciencia de ser pieza menor de un engranaje inescrutable que moviliza el universo permitiéndole expandirse sin medida, aunque a nosotros se nos haya prohibido contemplar el proceso. Duele la distancia y duele el infinito. Duele el miedo a no poder siquiera rozarlo. Duele la finitud de todo y nos agarramos como endemoniados al último umbral antes de que un portazo nos seccione los dedos y, de paso, la vida.

“Lucha de gigantes” contiene una de las letras más profundamente dolorosas, a pesar de críptica (o por ello), de toda la música popular española. Y es que lo que se nos oculta duele cuando sólo le soñamos a nuestra vida que sepa lanzar al vuelo las sábanas bajo las que late, en todo su esplendor y plenitud, la belleza. Lo que no se alcanza a aprehender es, para algunos, norte vital y justificación de la existencia. Antonio Vega bien lo sabía. Casi puedo escucharle susurrándome “he visto la belleza, incluso la he podido contemplar en un mismo instante desde todos los ángulos que me han sido otorgados, algunos hasta me los he inventado, la física proporciona fórmulas que comprendemos antes de saberlas formular, la he acariciado, a la belleza, y he calcinado en su piel pupilas, papilas, aliento y manos, y aún así la he seguido persiguiendo, porque desde el primer instante la comprendí, como al universo, infinita en su expansión y he deseado con todas mis fuerzas ser merecedor de ella. Por eso le he escrito una canción a la belleza y su reverso: la oscuridad dictatorial del tiempo. He dormido en los parques, me he alimentado de miedo y he deambulado chabolas del extrarradio en busca de otra dosis de ausencia, otra punción que suprima la realidad circundante y me acerque, de nuevo, a ella. Nací bajo su dictadura. Me he visto obligado a tributarle música a cada uno de los perfiles de espina que conforman la belleza. Y siento que no lo he logrado”.

"Al modo Kerouac, Bolaño congregó en su obra, con nombres inventados, a todo aquel que en su vida había significado algo"

En mayo de 2009, con 51 años de edad, Antonio Vega Tallés fallecía víctima de una dictadura que le condujo por senderos demasiado dolorosamente transitados. Seis años antes, con casi la misma edad, fallecía Roberto Bolaño Ávalos que, igualmente, por senderos intrincados reptó sometido al tiránico dictado de la búsqueda de la belleza. Todos los fantasmas de su reverso le acompañaron en el viaje. Espectros que, desde joven, observó danzando a lo largo y ancho del continente en que le tocó nacer. Fantasmas a los que, ya que dio en escritor y no en detective, calzó la máscara de la poesía para que redactasen versos en los cielos con aeronaves consagradas al martirio, en Estrella distante. O para que compartiesen dialéctica y sabiduría extrema en el interior de una casa que acogía, en su bajo vientre, a los torturados disidentes de la dictadura, en Nocturno de Chile. También para radiografiar la lírica totalitaria en las páginas de esa enciclopedia del espanto que supone La literatura nazi en América. Incluso para que Auxilio Lacouture, uruguaya radicada en México, pudiese recitarse a sí misma poéticas reflexiones sobre el paso del tiempo durante los trece días que permaneció oculta en el interior de unos urinarios de la Universidad Nacional Autónoma Mexicana mientras el ejército la asediaba con una sangrienta redada en que cayeron todos los estudiantes que osaron reclamar públicamente la supresión del autoritarismo gubernamental.

Auxilio Lacouture: trasunto literario de la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo, superviviente de la tropelía ejercida en el campus universitario. Al modo Kerouac, Bolaño congregó en su obra, con nombres inventados, a todo aquel que en su vida había significado algo. Obvio, también a sí mismo, en un pequeño destello del punto de ego necesario para edificar un bastión inexpugnable ante el porcentaje sobrante. Su literatura nació para erigir una cruz de madera carcomida a todas las dictaduras sufridas en Latinoamérica. De paso, venció la dictadura de los modos literarios y su desesperado empeño en atrincherar el aburrimiento cerrándole el paso a la belleza. Literatura río, más bien torrente en su musicalidad trepidante, la de Bolaño que, trenzando historias imposibles y de una truculencia no exenta de comicidad nos sumerge en las honduras del mal para acercarnos a la belleza. De paso, nos arrebata el aliento logrando que seamos incapaces de olvidar el vals con la muerte que nos ha invitado a danzar.

"Antonio Vega también cogió el testigo de Kerouac on the road. Carreteras salvajes de feria paleta y puticlubs en que no se almorzaba más que la desgracia ajena"

Antonio Vega también cogió el testigo de Kerouac on the road. Carreteras salvajes de feria paleta y puticlubs en que no se almorzaba más que la desgracia ajena. Vericuetos torpes de una España que amanecía a la noche más larga, también a la más peligrosa, con la recuperada libertad como excusa. Y una juventud a la que apetecía cantar, una belleza efímera a la que satisfacía agasajar. Pero él necesitaba ir más allá. Explorador del abismo, supo vestir de melodía brava y sutil los cuerpos gloriosos de una generación de jóvenes perdidos en su loco empeño de apurar al máximo las horas, antes de comenzar, pasado el tiempo, a regalarlas a la santa compaña de las dictaduras laboral, familiar, social y demás. Música río, la de Antonio, reptando los meandros inasibles de la física y química más voraces, enredándonos el pulso y logrando que seamos incapaces de desprendernos ese tul de princesa en el baile final con que nos engalana el oído, las vértebras, la dermis y el latido.

La noche que Roberto Bolaño comprendió que le restaban minutos de vida, mientras su compañera llamaba a una ambulancia, decidió entregar el reloj a la belleza para evadir su reverso: la oscuridad dictatorial del tiempo, más feroz que todas las que con bota y picana erigieron su reino. Encendió su equipo de sonido para escuchar la última canción: Lucha de gigantes. Consciente de que no llegaría el hígado que necesitaba se le trasplantase, se autotrasplantó una dosis letal de exaltación de lo que siempre había buscado y, sin saberlo, ya nos había regalado. Los años anteriores los había masticado con fiebre para vomitarnos en el rostro 2666, la que ya comprendía como rúbrica postrer a su obra literaria. Durante ese tiempo había contactado con Sergio González Rodríguez, consciente de que era el único periodista que osaba encarar a la parca para encender los focos sobre el macabro circo de violencia y corrupción de Ciudad Juárez. Bolaño asedió al periodista hasta conocer todos y cada uno de los detalles de cada una de las ejecuciones de mujeres salvajemente cometidas en aquella ciudad. Para encontrar la belleza es preciso rastrear todas las necrópolis, escarbar y morder los huesos, como perro, de aquellas y aquellos a quienes extinguieron. Hace falta roer el tuétano.

Después, volcó tanta barbarie en «La parte de los crímenes». Más de 300 páginas que configuran uno de los cinco capítulos de la descomunal 2666 en que, con maneras de exhaustivo análisis forense, sin ahorrar truculencia ni tremendismo al lector, esparce una lírica corrosiva y audaz que restituye a las víctimas en su condición de ser humano injustamente extinguido por la violencia gratuita, esa otra dictadura.

"Auxilio es un buen nombre de fémina, más aún de personaje de ficción que no ficcionaliza los entresijos de la violencia"

La dictadura anida en este mundo descomunal que, como presintió Antonio Vega, estaba únicamente destinado a triturarnos los huesos. La dictadura también anida en la palabra que nos somete, en el verbo que nos abisma en entelequias de dolor aún no sufrido pero ya masticado. Después llega el desgarro veraz, y las palabras y la música y el verbo hurgan la herida y ya no nos sorprendemos. Bolaño no dejó de sorprenderse ante los vericuetos violentos de la vida, ni Vega ante sus cicatrices no cauterizadas.

En su afilado análisis de las motivaciones que portarían los ejecutores de mujeres en Ciudad Juárez, el sociólogo alemán Klaus Ledrag ya dejó apuntado, mea culpa mediante, la conexión de los mismos con ese ideario nazi que, por más que pretendamos dar por muerto, aún anima a tantas personas que, como los súbditos de Hitler huidos a Latinoamérica antes de Núremberg, hoy pasean entre nosotros proclamando su odio reptil a los cuatro vientos mientras les reímos la gracia simulando condescendencia. He escrito «como» y es «al contrario que». En su ensayo, Ledrag repite una y otra vez, en voces de las víctimas, una palabra: auxilio.

Auxilio es un buen nombre de fémina, más aún de personaje de ficción que no ficcionaliza los entresijos de la violencia. Tal vez por eso, Bolaño depositó en la voz de Auxilio Lacouture la única conexión con el título de su magistral obra póstuma. Deja que pasemos sin miedo, susurraba Antonio Vega y Roberto decidió pasar al otro lado dejándonos el regalo del espanto envuelto en un celofán de albedrío desbocado a lo Cortázar y sutil lírica travestida en desamparo. Miles de páginas que aún tantos intentan desentrañar. 2666 es la obra literaria de una vida, sin duda, como Lucha de gigantes es la canción que nos entreabre a tantos las puertas sin telarañas de la oscuridad dictatorial del tiempo. La belleza, si es real, contiene su reverso, y aterra.

"Palpita en mí una lucha de gigantes que convierte el aire en gas natural asomándome a un cementerio olvidado bajo un párpado muerto o no nacido"

La belleza es esa vida que enfrentamos como una lucha en que sabemos que siempre, tarde o temprano, quedará expuesta ante el público nuestra fragilidad. Bolaño se vio forzado a diseccionarla para la posteridad. Antonio Vega se postró ante lo descomunal de una existencia que, sin previo aviso, tornó carente de sentido. Como carecía de sentido, para sus ejecutores, la de los centenares de mujeres asesinadas sin compasión alguna en la Santa Teresa de 2666 que, al fin, es la Ciudad Juárez de México en que aún se congrega el epítome de esas dictaduras que arrasaron y arrasan Latinoamérica y amenazan ya con tomar el control absoluto sobre el planeta todo. Esas que fueron obsesión literaria de Roberto Bolaño en su empeño por desenmascarar la tragedia de la vida cuando depende de otros.

Palpita en mí una lucha de gigantes que convierte el aire en gas natural asomándome a un cementerio olvidado bajo un párpado muerto o no nacido. Un juego salvaje que advierte lo cerca que ando de entrar en un mundo descomunal donde nadie oye mi voz cuando bañada por los fluidos desapasionados de un ojo que, por querer olvidar algo, ha acabado olvidándolo todo. Creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar que no parece más que un cementerio del año 2666. También en la oscuridad dictatorial del tiempo, porque creo en su reverso que, al fin, es el resultado de mis tonterías cuando hacen tu risa estallar. Lo sé, enfrento una lucha de gigantes. Pero es que también creo en la poesía, ese alarido inservible que puso en boca propia, a la par que en las de Vega y Bolaño, Papasquiaro cuando certificó que

«… sale de mi boca

a todo tranco de gerundio

a todo flujo de agua potable

a todo virus luminoso

a toda capacidad de contagio».

 

Y grito. ¡Auxilio!

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