Y el Barça por fin tocó el cielo, repaso a la Euroliga del 2003, por Marc Mundet

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May 11, 2025 - 10:46
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Y el Barça por fin tocó el cielo, repaso a la Euroliga del 2003, por Marc Mundet

Este es el capítulo final de un trauma para toda una generación de aficionados al baloncesto azulgrana. Tuvieron que pasar 19 años para que el Barcelona consiguiera la tan ansiada Euroliga. Nunca un título se hizo esperar tanto ni derramar tantas lágrimas. Pero al final, el Barça logró vencer a sus propios demonios.

El emisario del Barça salió del despacho de Arturo Ortega, un discreto bajo con poca luz cerca de la M-30 en Ciudad Lineal y llamó al club. “Si hay que hacer un cambio de entrenador, Pesic es nuestro hombre”, dijo mientras se montaba en un taxi camino del hotel NH Príncipe de Vergara, el cuartel general del Barcelona en sus viajes a Madrid. La reunión con el técnico serbio y su agente había ido bien. “Tiene el hambre suficiente para dar el paso definitivo que necesitamos, y tiene carácter”. Su interlocutor escuchaba en silencio, respirando pesadamente. “Estoy convencido que si al final hay que hacer el cambio, es él”, añadió el interlocutor.

Era finales de abril del año 2002. Tras un profundo debate interno, el círculo más íntimo del Club había llegado a la conclusión que la etapa de Aíto García Reneses en el Palau podía estar llegando a su fin. 16 años en el banquillo azulgrana en tres etapas eran una trayectoria lo suficientemente amplia como para convencerse de la existencia de un techo de cristal imposible de romper para el técnico madrileño. Tras perder la Final de la Copa de Europa en Ginebra de 1984 con Antoni Serra en el banquillo, el Barça había llegado a siete ‘Final Four’ en once temporadas y en ninguna cosechó el ansiado título. Es más: cada derrota ponía más peso en la mochila, y la acumulación de decepciones era una auténtica losa. La ilusión se había transformado en urgencia, y la urgencia en una angustiosa necesidad.

El Barcelona dominaba en todas las fases de clasificación con un juego brillante, pero empequeñecía en los momentos decisivos. La necesidad derivó en una obsesión que le había metido en un circulo vicioso perdedor y enfermizo del que parecía imposible salir. El destino siempre se cebaba de manera cruel con los azulgrana. Algunos episodios habían sido especialmente dramáticos como el tapón ilegal de Stojan Vrankovic a José Montero en el último segundo de la Final de 1996 o la inesperada operación de apendicitis de Gasol antes de jugar contra la Benetthon en 2001, cuando se caminaba paso firme hacia el título. La Euroliga se había convertido en un auténtico trauma para toda una generación de aficionados azulgrana.

“Además, creo que Pesic es un tipo con suerte”, dijo el emisario. “Prefiero un general con suerte a un buen general”, musitó su interlocutor, parafraseando a Napoleón. “Me parece bien. Te veo mañana a las nueve en el Palau”. Y colgó.

La temporada con Aíto no iba bien. El Barça había perdido la Final de Copa ante Baskonia en los últimos segundos del encuentro y el quedar fuera de la Euroliga a una jornada de terminar el Top16 dejó muy mal sabor de boca en la sección. Por eso, la misma noche que el equipo quedó eliminado en semifinales de ACB en Vitoria, se decidió ejecutar el plan que hasta ese momento sólo había sido una posibilidad. La capital catalana había sido escogida como sede de la Final Four de 2003 desde hacía algunos meses y había que ponerse a trabajar de inmediato, ya desde el mismo Aeropuerto de Foronda.

Todo fue muy rápido. La llegada de Pesic se confirmó a los pocos días. Y con él, un cambio radical en el modelo de sección. La estructura del equipo iba a cambiarse para dar el salto de calidad definitivo hacia el título. Se iban a dar seis bajas y sólo tres fichajes para disponer de una plantilla corta y, así, concentrar el presupuesto en unos pocos salarios para los mejores jugadores del Viejo Continente. El resto se completaría con jugadores de la temporada anterior y un núcleo duro formado por Nacho Rodríguez, Jasikevicius, Rodrigo de la Fuente, Navarro y Roberto Dueñas. La suerte de serbio no tardó en manifestarse. Los dos finalistas del último curso quedaron fuera de juego para optar al trono continental nada más empezar el verano: la Virtus de Bolonia desapareció ahogada por sus deudas y Panathinaikos aplicó una drástica reducción de su presupuesto y puso a su estrella -Dejan Bodiroga- en venta. Los azulgrana estaban prácticamente solos en el mercado y pudieron hacer un equipo a su gusto.

Un nuevo estilo

Pesic y Bodiroga aparecieron en la Ciudad Condal la segunda semana de septiembre con el título de Campeón del Mundo debajo del brazo. La tarjeta de presentación era inmejorable y las expectativas en la capital catalana, cada vez más altas. Pero con el cambio de entrenador y también cambió el método de trabajo. “Eran la noche y el día”, recuerda Nacho Rodríguez. Aíto era un hombre que entrenaba poco y cortaba los ejercicios a menudo para introducir explicaciones y matices. Pesic, en cambio, era un puro producto de la escuela balcánica: duro de verdad. “Cuando llegué a la pretemporada a Andorra me advirtieron que los entrenamientos no tenían nada que ver”, cuenta el base malagueño. “El primer día me pusieron a dar vueltas a una pista de atletismo y terminé vomitando”.

La dureza del método se alargó más mucho más allá de la pretemporada. Hasta el punto que el equipo no tuvo un sólo día entero de fiesta hasta Navidad. A Pesic le gustaba estar muy encima del vestuario y programaba sesiones de recuperación en un céntrico hotel de Barcelona cercano al Camp Nou todos los lunes por la mañana. Baño, masaje, estiramientos… cualquier cosa para que los jugadores no perdieran la tensión. Y se entrenaba duro, muy duro. Los resultados no se hicieron esperar. El equipo fue quemando etapas hasta llegar a diciembre con un 82% de victorias (19-4 en el acumulado en las dos competiciones) y empezar la preparación para la fase final de la Copa del Rey pletórico. El juego no enamoraba, el ritmo era algo más lento que en temporadas anteriores pero sí transmitía mucha confianza. Más, cuando los azulgrana consiguieron el primer título del curso en Valencia demostrando mucha solidez en los tres encuentros.

Vuelven los fantasmas

Europa también iba viento en popa. Alguna derrota inesperada pero nada grave para terminar colíder de una primera fase de 8 equipos. Hasta que al Barça se le aparecieron sus demonios. El primer sistema de competición de la Euroliga dibujaba un Top16 a cara de perro, en el que sólo el primero obtenía el billete directo para la Final Four. Esa circunstancia no dejaba margen de error. Sin embargo, tras ganar en el debut contra el ASVEL, el equipo de Pesic pinchó en la segunda jornada en la pista del Olimpia de Ljubljana. “Teníamos muchísima presión”, explica Rodrigo de la Fuente. Básicamente, porque esa derrota convirtió los cuatro partidos restantes en cuatro finales anticipadas, y quedar fuera implicaba un nuevo y sonado fracaso. Ya en el primero, el Barça llegó a flirtear seriamente con la eliminación. A falta de 2’30 para terminar el encuentro contra Olympiakos en casa, el Barça iba 7 puntos abajo sin Dejan Bodiroga ni Gregor Fucka eliminados por faltas. “Fue un partido de muchísima tensión”, asegura el entonces capitán del equipo. “Jugué 10 temporadas en el Barça y siempre había presión para ganar. Pero nunca sentí tanta presión como aquel año. Nunca”.

De hecho, esa primavera, el vestuario fue un manojo de nervios. Se cerró la primera vuelta del Top16 habiendo esquivado una bala, pero quedaba toda la segunda vuelta con los griegos y los eslovenos con todas sus opciones de pasar. En la quinta jornada del Top16, el Barça visitó el Pireo.

Era la primera vez que Bodiroga pisaba Grecia tras su salida de Panathinaikos y un polémico play-off de liga contra Olympiakos en el que cuatro jugadores fueron expulsados, entre ellos el propio jugador serbio. Pero el encuentro no se disputó en ‘la Paz y la Amistad’, en obras para los Juegos Olímpicos, si no en una pequeña instalación al norte del Pireo con capacidad por 2.500 personas, el Korydallos Sports Hall. “Metieron 6.000 personas, allí, como mínimo. Fue una ratonera”, recuerda Rodrigo de la Fuente. Incluso a día de hoy, ese ‘caja de cerillas’ puede considerarse como uno de los escenarios más duros en los que ha jugado el Barcelona en este siglo XXI.

Pero allí estaba el genio ‘plavi’: en la pista del eterno rival, escoltado en todo momento por 20 policías. Petardos, bengalas, escupitajos y graves insultos los cuarenta minutos. Pero el saber estar de Bodiroga fue para sacarse el sombrero. Ni una palabra. Ni un gesto. Nada. Sólo la sentencia definitiva con los tres últimos tiros libres del encuentro para poner el 55 a 58 definitivo. Pim, pam, pum. Una venganza servida en bandeja que dejaba Olympiakos sin opciones y al Barça dependiendo de si mismo para meterse en ‘su’ Final Four.

El éxtasis

Si el Barça pudo con aquello, podía con todo. Vaya si lo hizo. El estallido de gloria llegó en la última jornada del Top16 con el Olimpia de Ljubliana en el Palau: quien ganaba, se metía en la Final Four. Y de nuevo, Bodiroga fue el líder del equipo. Barcelona hervía. El Palau estaba en éxtasis. Pero aun faltaba dar el último paso. Entre la clasificación y la Final Four pasaron tres semanas, que se hicieron larguísimos. “Te paraban por la calle y te decían: ‘hay que ganar, eh’. Era algo que había sucedido durante todo el año pero la presión de aquellos días fue brutal”, remarca de la Fuente.

La llegada del autobús al Sant Jordi el día de las semifinales fue memorable: al más puro estilo ‘Tour de Francia’, con la gente agolpada en la entrada del pabellón los jugadores sentían que estaban a las puertas de la historia. Pero había que confirmarlo. Las gradas estaban teñidas de ‘blaugrana’. No se podía perder: 16.670 espectadores para dar aliento en semifinales contra un correoso CSKA de Moscú, al que no se pudo vencer hasta los últimos segundos del encuentro (76-71) con un balón recuperado por Navarro a J.R.Holden. Todo en orden, sin perder un ápice de concentración.

Y el gran día llegó. 19 años, siete Final Four y cinco finales perdidas podían borrarse de un plumazo ante la Benetthon de Treviso. Lo sabían todos. Era la gran oportunidad de cumplir el gran sueño de la Sección, un sueño que se había convertido en una pesadilla durante demasiado tiempo. Y sí, se consiguió al fin. En un choque de estilos diametralmente opuestos, el Barcelona se llevó la final por un claro 76 a 65 ante los italianos. Los de Pesic se mantuvieron fieles a su juego controlado, maniatando al mejor equipo ofensivo del momento, y remataron en los últimos minutos para tocar el cielo. Un detalle: la Benetthon hizo su peor anotación de la temporada el día de la final. Bodiroga fue el MVP de la Final Four, estelar en los momentos decisivos.

Las celebraciones se alargaron un par de días. No era para menos: rúa, recepciones, cenas… Pero la temporada no había terminado. El curso 2002/03 estaba siendo un tobogán de emociones fortísimas que había dejado la plantilla tiesa, y quedaba el play-off de la ACB. El equipo se aguantaba por inercia y por unos depósitos que se habían llenado a rebosar a partir de una durísima preparación física. No hubo rival: 3-0 contra Lucentum en cuartos; 3-1 contra Estudiantes en semifinales; 3-0 contra Pamesa Valencia en la final. “Cuando ganamos el triplete en Valencia, estábamos tan cansados que casi no lo celebramos en el vestuario”, revela Nacho Rodríguez. Estaban exhaustos. “Mentalmente, no podíamos más. Algún abrazo suelto y ya está”.

Misión cumplida. El Barça había rubricado la mejor temporada de su historia, consiguiendo un triplete histórico que nunca más ha vuelto a repetir. Y no sólo eso: entraba en el Siglo XXI enterrando unos demonios que le habían estado persiguiendo durante casi 20 años.

Foto: Getty Images Etiquetas de Mautic

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