Con sus luces y sombras, Angela Merkel dejó a su salida del Gobierno alemán una Europa un tanto huérfana de liderazgo. Su mando de centro-derecha, lejos de quimeras ideológicas más allá de la fidelidad a la democracia y la Constitución, había generado durante 16 años consecutivos una sensación de estabilidad. Quizá fuera una falsa sensación, visto a toro pasado, pero resistió incluso las peores crisis de principios de siglo. La historia ha seguido su camino, aquellas crisis han dejado paso a otras, si cabe más acuciantes, y Europa continúa a la espera de una gran figura política capaz al mismo tiempo de placar las derivas populistas a uno y otro extremo y de gestionar una nueva y peligrosa situación económica...
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