Un vecino de Arahal recibe la medalla Pro Ecclesia Hispalense por casi 70 años de voluntariado en Cáritas
El arahalense Manuel Manaute Lozano mide el tiempo en función de su misión en la tierra: ayudar a todo el que lo necesita. Tiene 87 años y ya no recorre el pueblo en bicicleta, cómo hacía antes, pero sigue abordando a quienes lo conocen por la calle y, con sonrisa burlona, les pide dinero: «no tendrás 600 euros para darme», les dice. Pero lo que no saben muchos vecinos, es que en más de una ocasión ha gastado íntegra su pensión mensual para cubrir las necesidades de los demás. Apenas alcanzaba la mayoría de edad cuando empezó su voluntariado en Cáritas y, asegura, que «mientras Dios me dé fuerza, ahí estaré». Casi 70 años realizando una labor encomiable, razón por lo que la Archidiócesis de Sevilla le ha otorgado la medalla Pro Ecclesia Hispalense , como una de las personas distinguidas por su servicio a la iglesia. La fecha para la entrega de esta medalla se tiene que adaptar a los numerosos compromisos de la agenda del arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses , por lo que aún está por determinar. Manuel sólo dice, de nuevo bromeando, que «como tarde mucho, puede que me coja con el labio arrugado» y se ríe. Es uno de los rasgos que lo distingue en el trato cercano, Manuel Manaute, Manolo para todos los vecinos de Arahal, es alegre, amable, humilde y, sobre todo, muy bueno . Así lo describen. Sólo hay que echar la mirada atrás para saber a cuántas personas ha ayudado en su vida. No sólo vecinos con dificultades económicas, también a jóvenes, en su mayoría, que se han metido en el mundo de la droga . «Por desgracia, esto nunca se va a acabar. Las familias vienen en mi busca cuando ya están desesperadas ». Así fue como en 1991 fundó la Asociación para la Prevención y Ayuda al Drogodependiente El Tarajal de la que sigue siendo secretario. Todo, a pesar de que ahora, es Manolo el que necesita ayuda. El amor de su vida , su mujer Chari , enfermó hace una década, hoy vive con la memoria perdida y teniendo que ser asistida las 24 horas del día. «Esta noche no he dormido por un ataque de tos pero Dios me da fuerza para seguir». Ella lo mira y le sonríe, acariciándole la cara de vez en cuando, aunque lo llama «papi» . No sabe ubicarlo, pero sí situarlo en el lugar del corazón que le corresponde a Manolo. Ahora sale sólo todas las mañana a dar una vuelta o a asistir a alguna de las reuniones que tiene con Cáritas o en El Tarajal, hasta hace poco paseaba con ella del brazo y la llevaba a desayunar todos los días al Bar Catunambú. Da la casualidad de que para llegar de su casa en la calle Doctor Morillas, donde todos los vecinos los conocen y aprecian («llega mucha gente preguntando por él», dicen), hasta este establecimiento, pasaba por la puerta del antiguo convento que ahora es centro de acogida para más de un centenar de inmigrantes . «Dios los pone en mi camino», dice Manolo Manaute. Al primero que se encuentra todos los días, le da diez euros de su pensión . «No tengo coche ni tierras, sólo la pensión mía y de mi mujer, ¿qué voy a darles si no?», se pregunta más a sí mismo que a los demás. Aunque todos los que lo rodean saben que siempre va más allá. Porque gracias a encontrarse a estos jóvenes en su paseo mañanero, tiene a un ahijado, Kadhim . Un joven inmigrante que llegó en patera desde Senegal y en la misma puerta de la casa de acogida de los Hermanos de la Cruz Blanca, se encontró con Manolo. En una carta que le escribió para dársela el día de Reyes, Kadhim decía agradecerle a Dios que lo hubiera puesto en su camino. Manolo le buscó un trabajo en una empresa de elaboración de dulces de Arahal, Los Artesanos, en la que sigue feliz, al igual que sus empleadores. A Kadhim le regaló su bicicleta , aquella con la que paseaba por el pueblo hace años. La mandó a arreglar y se la dio «para ir al trabajo, el pobre se daba una buena caminata todos los días», porque la fábrica está en uno de los polígonos industriales de Arahal. El joven asegura que estará para lo que necesite Manolo de por vida. «Tengo que agradecerle tanto que me quedaré en el pueblo para poder hacerlo», decía entonces. Son muchos los vecinos que tienen que agradecer a Manolo. «Siempre ha sido así, amable, empático y bondadoso», dicen algunos trabajadores de la empresa en la que trabajó hasta su jubilación, la antigua fábrica de aceitunas La Palmera, donde era administrativo . Cuando ha recibido algún agradecimiento en forma de cesta con huevos, hortalizas o cualquier alimento que alguien le ha dejado en la entrada de su casa de forma anónima, siempre dice «seguramente le hace más falta a la persona que lo ha dejado que a mí». Ahora recibirá una medalla como premio a su labor , pero no es el único reconocimiento. En 2016, el Ayuntamiento de Arahal lo citó, junto a Antonio Casado , otro compañero que lleva los mismos años que él en Cáritas, para agradecerles el trabajo de voluntariado que llevaban años ejerciendo. Un año después, Cáritas La Victoria , donde Manolo colabora, pidió al Ayuntamiento de Arahal poner su nombre a una calle . Quizás sea
El arahalense Manuel Manaute Lozano mide el tiempo en función de su misión en la tierra: ayudar a todo el que lo necesita. Tiene 87 años y ya no recorre el pueblo en bicicleta, cómo hacía antes, pero sigue abordando a quienes lo conocen por la calle y, con sonrisa burlona, les pide dinero: «no tendrás 600 euros para darme», les dice. Pero lo que no saben muchos vecinos, es que en más de una ocasión ha gastado íntegra su pensión mensual para cubrir las necesidades de los demás. Apenas alcanzaba la mayoría de edad cuando empezó su voluntariado en Cáritas y, asegura, que «mientras Dios me dé fuerza, ahí estaré». Casi 70 años realizando una labor encomiable, razón por lo que la Archidiócesis de Sevilla le ha otorgado la medalla Pro Ecclesia Hispalense , como una de las personas distinguidas por su servicio a la iglesia. La fecha para la entrega de esta medalla se tiene que adaptar a los numerosos compromisos de la agenda del arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses , por lo que aún está por determinar. Manuel sólo dice, de nuevo bromeando, que «como tarde mucho, puede que me coja con el labio arrugado» y se ríe. Es uno de los rasgos que lo distingue en el trato cercano, Manuel Manaute, Manolo para todos los vecinos de Arahal, es alegre, amable, humilde y, sobre todo, muy bueno . Así lo describen. Sólo hay que echar la mirada atrás para saber a cuántas personas ha ayudado en su vida. No sólo vecinos con dificultades económicas, también a jóvenes, en su mayoría, que se han metido en el mundo de la droga . «Por desgracia, esto nunca se va a acabar. Las familias vienen en mi busca cuando ya están desesperadas ». Así fue como en 1991 fundó la Asociación para la Prevención y Ayuda al Drogodependiente El Tarajal de la que sigue siendo secretario. Todo, a pesar de que ahora, es Manolo el que necesita ayuda. El amor de su vida , su mujer Chari , enfermó hace una década, hoy vive con la memoria perdida y teniendo que ser asistida las 24 horas del día. «Esta noche no he dormido por un ataque de tos pero Dios me da fuerza para seguir». Ella lo mira y le sonríe, acariciándole la cara de vez en cuando, aunque lo llama «papi» . No sabe ubicarlo, pero sí situarlo en el lugar del corazón que le corresponde a Manolo. Ahora sale sólo todas las mañana a dar una vuelta o a asistir a alguna de las reuniones que tiene con Cáritas o en El Tarajal, hasta hace poco paseaba con ella del brazo y la llevaba a desayunar todos los días al Bar Catunambú. Da la casualidad de que para llegar de su casa en la calle Doctor Morillas, donde todos los vecinos los conocen y aprecian («llega mucha gente preguntando por él», dicen), hasta este establecimiento, pasaba por la puerta del antiguo convento que ahora es centro de acogida para más de un centenar de inmigrantes . «Dios los pone en mi camino», dice Manolo Manaute. Al primero que se encuentra todos los días, le da diez euros de su pensión . «No tengo coche ni tierras, sólo la pensión mía y de mi mujer, ¿qué voy a darles si no?», se pregunta más a sí mismo que a los demás. Aunque todos los que lo rodean saben que siempre va más allá. Porque gracias a encontrarse a estos jóvenes en su paseo mañanero, tiene a un ahijado, Kadhim . Un joven inmigrante que llegó en patera desde Senegal y en la misma puerta de la casa de acogida de los Hermanos de la Cruz Blanca, se encontró con Manolo. En una carta que le escribió para dársela el día de Reyes, Kadhim decía agradecerle a Dios que lo hubiera puesto en su camino. Manolo le buscó un trabajo en una empresa de elaboración de dulces de Arahal, Los Artesanos, en la que sigue feliz, al igual que sus empleadores. A Kadhim le regaló su bicicleta , aquella con la que paseaba por el pueblo hace años. La mandó a arreglar y se la dio «para ir al trabajo, el pobre se daba una buena caminata todos los días», porque la fábrica está en uno de los polígonos industriales de Arahal. El joven asegura que estará para lo que necesite Manolo de por vida. «Tengo que agradecerle tanto que me quedaré en el pueblo para poder hacerlo», decía entonces. Son muchos los vecinos que tienen que agradecer a Manolo. «Siempre ha sido así, amable, empático y bondadoso», dicen algunos trabajadores de la empresa en la que trabajó hasta su jubilación, la antigua fábrica de aceitunas La Palmera, donde era administrativo . Cuando ha recibido algún agradecimiento en forma de cesta con huevos, hortalizas o cualquier alimento que alguien le ha dejado en la entrada de su casa de forma anónima, siempre dice «seguramente le hace más falta a la persona que lo ha dejado que a mí». Ahora recibirá una medalla como premio a su labor , pero no es el único reconocimiento. En 2016, el Ayuntamiento de Arahal lo citó, junto a Antonio Casado , otro compañero que lleva los mismos años que él en Cáritas, para agradecerles el trabajo de voluntariado que llevaban años ejerciendo. Un año después, Cáritas La Victoria , donde Manolo colabora, pidió al Ayuntamiento de Arahal poner su nombre a una calle . Quizás sea el momento.
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