San Daniel y Santa Cecilia

A los amantes de la música sinfónica se nos abre un periodo francamente interesante con la nueva etapa del director Daniel Harding al frente de una institución tan emblemàtica como la Orchestra dell'Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Harding, que aún no ha cumplido los cincuenta, viene de dieciocho años de trabajo con la Orquesta de la Radio Sueca , que ha sido la casa donde ha alcanzado el renombre internacional del que goza. Ha sido discípulo y colaborador de directores como Rattle y Abbado y a menudo se lo menciona como uno de los grandes talentos del momento. Por su parte, l'Accademia di Santa Cecilia es una formación histórica: da vértigo mirar la lista de directores que han pasado por su podio, sea como titulares o como invitados. Ahí estan, por citar un puñado, K arajan, Markevitch, Sinopoli, Pappano, Bernstein, Fürtwangler, Toscanini e incluso compositores como Mahler, Debussy, Richard Strauss, Stravinski. Lo dicho: vértigo. Pero, más allá de viejas o nuevas glorias, lo que hace excitante la nueva etapa de la orquesta y el director es comprobar como, ahora mismo, se están apenas conociendo. En sus conciertos con la orquesta sueca, Harding hace gala de un gesto al mismo tiempo elegante y preciso, lleno de matices, que es capaz de ir al detalle no solamente en las partes más destacables de cada melodía, sino en cada uno de los instrumentos de conforman la paleta, aunque sea solamente el detalle de tres notas de los violines segundos que quedan ocultos en el magma de un pasaje para lucimiento de los metales. Harding lo cuida todo al detalle, y su orquesta conoce a la perfección sus gestos y cómo quiere que suene cada compás. Ahora bien, los músicos de Santa Cecilia vienen de dos décadas de trabajo bajo la batuta de otro grande, Antonio Pappano. Con él trabajan de una manera diferente, y será muy interesante y revelador ver cómo en los próximos años Harding y los maestros italianos van acomodándose los unos a los otros . El concierto del pasado lunes en el Palau de la Música de Barcelona dio buena cuenta del material sonoro que hay en el podio y en los atriles, pero también del trabajo que tienen por delante para engrasar la maquinaria. En el concierto para violín de Dvorak, Joshua Bell lució su enorme musicalidad y técnica, pero demasiado a menudo pareció que tenía que tirar de la orquesta , empeñada en ir a un tempo más tranquilo, con fraseos y articulaciones que no se correspondían a los que estaba emitiendo el solista. En este contexto, Harding tuvo que lidiar como mediador entre ambos, y por el camino se perdieron, entre otras cosas, la precisión en los ataques de algunas frases, lo que sumió la masa orquestal en una n ebulosa que queda lejos de lo que sabemos que tanto la orquesta como el director son capaces de lograr. Eso sí, Bell se lució con una propina de Ysaye como solo él sabe interpretarlo. En la segunda parte, la sinfonía Titán de Mahler sonó, en general, igualmente vaga y dispersa. Daba la sensación de que los diferentes grupos no se escuchaban los unos a los otros. Destacó la cuerda de violines, que se lució especialmente en el inicio del tercer movimiento. Fue a partir de ahí donde Harding parece que había tenido ocasión de trabajar más con la orquesta, ya que tanto esa parte como el cuarto movimiento sonaron con un nivel que no se escuchó en el resto del concierto , a pesar de incluir pasajes tan delicados como el inicio del tercer movimiento o los contrastes entre el tutti y los pianissimi de la ssección central del cuarto, que además requiere exquisita coordinación con el grupo instrumental que se sitúa fuera del escenario. En cualquier caso, s erá un lujo asistir a este proceso de entendimiento entre dos instituciones musicales de esta talla y comprobar cómo, con el tiempo, lo más probable es que nos vayan dando cada vez mayores alegrías.

May 7, 2025 - 21:43
 0
San Daniel y Santa Cecilia
A los amantes de la música sinfónica se nos abre un periodo francamente interesante con la nueva etapa del director Daniel Harding al frente de una institución tan emblemàtica como la Orchestra dell'Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Harding, que aún no ha cumplido los cincuenta, viene de dieciocho años de trabajo con la Orquesta de la Radio Sueca , que ha sido la casa donde ha alcanzado el renombre internacional del que goza. Ha sido discípulo y colaborador de directores como Rattle y Abbado y a menudo se lo menciona como uno de los grandes talentos del momento. Por su parte, l'Accademia di Santa Cecilia es una formación histórica: da vértigo mirar la lista de directores que han pasado por su podio, sea como titulares o como invitados. Ahí estan, por citar un puñado, K arajan, Markevitch, Sinopoli, Pappano, Bernstein, Fürtwangler, Toscanini e incluso compositores como Mahler, Debussy, Richard Strauss, Stravinski. Lo dicho: vértigo. Pero, más allá de viejas o nuevas glorias, lo que hace excitante la nueva etapa de la orquesta y el director es comprobar como, ahora mismo, se están apenas conociendo. En sus conciertos con la orquesta sueca, Harding hace gala de un gesto al mismo tiempo elegante y preciso, lleno de matices, que es capaz de ir al detalle no solamente en las partes más destacables de cada melodía, sino en cada uno de los instrumentos de conforman la paleta, aunque sea solamente el detalle de tres notas de los violines segundos que quedan ocultos en el magma de un pasaje para lucimiento de los metales. Harding lo cuida todo al detalle, y su orquesta conoce a la perfección sus gestos y cómo quiere que suene cada compás. Ahora bien, los músicos de Santa Cecilia vienen de dos décadas de trabajo bajo la batuta de otro grande, Antonio Pappano. Con él trabajan de una manera diferente, y será muy interesante y revelador ver cómo en los próximos años Harding y los maestros italianos van acomodándose los unos a los otros . El concierto del pasado lunes en el Palau de la Música de Barcelona dio buena cuenta del material sonoro que hay en el podio y en los atriles, pero también del trabajo que tienen por delante para engrasar la maquinaria. En el concierto para violín de Dvorak, Joshua Bell lució su enorme musicalidad y técnica, pero demasiado a menudo pareció que tenía que tirar de la orquesta , empeñada en ir a un tempo más tranquilo, con fraseos y articulaciones que no se correspondían a los que estaba emitiendo el solista. En este contexto, Harding tuvo que lidiar como mediador entre ambos, y por el camino se perdieron, entre otras cosas, la precisión en los ataques de algunas frases, lo que sumió la masa orquestal en una n ebulosa que queda lejos de lo que sabemos que tanto la orquesta como el director son capaces de lograr. Eso sí, Bell se lució con una propina de Ysaye como solo él sabe interpretarlo. En la segunda parte, la sinfonía Titán de Mahler sonó, en general, igualmente vaga y dispersa. Daba la sensación de que los diferentes grupos no se escuchaban los unos a los otros. Destacó la cuerda de violines, que se lució especialmente en el inicio del tercer movimiento. Fue a partir de ahí donde Harding parece que había tenido ocasión de trabajar más con la orquesta, ya que tanto esa parte como el cuarto movimiento sonaron con un nivel que no se escuchó en el resto del concierto , a pesar de incluir pasajes tan delicados como el inicio del tercer movimiento o los contrastes entre el tutti y los pianissimi de la ssección central del cuarto, que además requiere exquisita coordinación con el grupo instrumental que se sitúa fuera del escenario. En cualquier caso, s erá un lujo asistir a este proceso de entendimiento entre dos instituciones musicales de esta talla y comprobar cómo, con el tiempo, lo más probable es que nos vayan dando cada vez mayores alegrías.