Las pequeñas ciudades como Zamora viven por sus grandes hombres. Y cuando su corazón se para es como si se apagase el mundo, como si la vida fuese menos vida y la memoria un tesoro que preservar. Recuerdo la calima, el bochorno por el paseo marítimo de Cádiz, cuando Zamora parecía tan lejos. «Rubia -me telefoneaste- voy a ser el pregonero y quiero que me presentes». Asentí, llena de orgullo y alegría porque por fin ibas a predicar en la tribuna oficial de la Semana Santa, esa Pasión que te rebosaba por los poros. Una Pasión vivida, mamada desde la cuna, que nada tiene que ver con la de este siglo XXI, más descreída, menos de tripa y más de...
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