Paro de colectivos: la odisea de volver a casa para miles de pasajeros
La medida de fuerza dispuesta por la UTA comenzó a las 0 de este martes y seguirá hasta el miércoles; hay nueve millones de afectados, según el gremio

Una mujer de campera verde sostenía una cartulina doblada en cuatro. Estaba sentada junto a la ventanilla del tren detenido en la estación de Moreno, con una mochila entre las piernas y un mate apoyado en el suelo. Miraba el celular y luego observaba el pasillo. El tren todavía no arrancaba, pero ya quedaban pocos asientos libres. Las puertas seguían abiertas. Algunos subían como siempre, por los accesos habilitados, sin apuro. Otros evitaban los molinetes: cruzaban por las vías y trepaban al tren por el último vagón. Lo hacían con mochilas, bolsas, bicicletas o con chicos en brazos. El paro de colectivos de este martes 6 de mayo modificó la rutina habitual: las paradas amanecieron vacías, muchas líneas no circulan, y miles de personas debieron buscar alternativas como el tren, sus autos o buses privados, con un mayor gasto de bolsillo.
Desde la medianoche, más de 300 líneas de colectivo suspendieron su servicio en todo el país. La medida fue dispuesta por la Unión Tranviarios Automotor (UTA) tras no llegar a un acuerdo salarial con las cámaras empresarias. El gremio reclama que el básico ascienda a 1.700.000 pesos. Ayer hubo una reunión en la Secretaría de Trabajo, pero no hubo avances. Vencida la conciliación obligatoria, el sindicato resolvió avanzar con un paro de 24 horas. En el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), el paro incluye 103 líneas de jurisdicción nacional, además de 31 que operan en la ciudad de Buenos Aires y 102 que lo hacen en la provincia.
En uno de los vagones delanteros, un hombre de unos 40 años, con uniforme de seguridad, se acomodaba contra la puerta lateral mientras tomaba un café. Se llama Sebastián Juárez, trabaja en una garita en Belgrano y salió de su casa antes de las cinco. Explicó a LA NACION que no tuvo otra opción: “Hoy no pasa un colectivo ni por casualidad. Tengo que estar sí o sí en el laburo, porque si falto me descuentan. Después del tren tengo que hacer combinación con tres subtes”, detalló. A pesar de estar parado, agradeció haber llegado temprano. “Por suerte ahora hay lugar, pero en las estaciones que siguen esto se llena mal. Así vamos, pero vamos igual”.
El pasillo se iba llenando. Algunos se acomodaban entre los asientos. Otros esperaban de pie, cerca de las puertas. Mónica Ayala siempre tomaba el 136, pero hoy no pasó. Caminó desde su casa a la estación. “Esto ya lo vivimos mil veces. Hacen paro y los únicos que quedamos en el medio somos nosotros. Yo entiendo que reclamen, pero hay otras formas”, dijo a este medio mientras se sujetaba con una mano a la baranda.
José no estaba en el tren. Esperaba en la parada del 57, una de las pocas líneas que circuló hoy. Llevaba más de 20 minutos esperando. Estaba enojado. “Esto es una locura. Yo sabía que el 57 iba a funcionar, por eso vine derecho para acá. Pero están pasando cada muerte de obispo. Si no se adhieren al paro, ¿por qué tardan tanto? Que lo digan de frente, si van a andar con frecuencia de domingo que lo aclaren”, dijo a LA NACION.
“Estoy perdiendo tiempo, me tendría que haber ido en tren como los demás. ¿Qué te cuesta poner un refuerzo si sabés que los demás no circulan? Es obvio que va a estar todo saturado. Lo hacen a propósito. Así no se puede vivir más. Nos terminan empujando a gastar en lo que no tenemos: auto, remis, cualquier cosa. Te obligan a buscarte la vida solo”, agregó, mientras seguía mirando hacia donde debería aparecer su colectivo.
La respuesta del Gobierno
Desde el Gobierno calificaron el paro como “extorsivo”. Indicaron que el pedido de aumento del 40% está por encima de las pautas salariales oficiales y señalaron que la medida deja a los pasajeros como rehenes. El Ministerio de Transporte anunció que se fiscalizará que se cumpla el 50% del servicio, como corresponde en los servicios esenciales. Las empresas que no lo hagan podrán ser sancionadas económicamente o quedar sujetas a la revisión de los permisos.
Algunas líneas de colectivos operaron, aunque con menor frecuencia. Entre ellas, las del grupo DOTA y Metropol. Funcionaron el 6, 8, 57, 60, 98, 100, 106, 117, 130, 136, 163, 168, 176, 182, 237, 276, 310, 322, 326, 327, 336, 365, 386, 392, 448, 503, 504, 507, 510, 670 y 741. Pero muchos usuarios no sabían cuáles y terminaron dirigiéndose igual a las estaciones de tren.
Martín Serrano se enteró del paro anoche. Viajó sentado, con la mochila en el regazo. “Posta, me comí la ilusión como un gil. Otra vez la UTA nos mete el paro y a bancársela. Ahora el tren va a ir hasta las pelotas. Ahora tenés lugar para sentarte, pero andá a la última parada: vamos a viajar colgados de las puertas. ¿Quién se hace cargo? Nadie. Ellos te paran el país y vos después tenés que poner la cara en el laburo. Esto no es un reclamo, es apretar con la gente de rehén”, dijo.
Silvana, que lo escuchaba desde el otro lado del pasillo, respondió: “Mirá, yo también me tengo que comer este viaje. Pero no es culpa de los choferes. Ellos también son laburantes, como vos y como yo. Si no paran, no les dan nada”. Martín no contestó. Bajó la mirada. Silvana también se giró. El tren seguía detenido, pero casi no quedaba espacio libre. Todavía había lugar para moverse, pero entre los pasajeros se repetía la idea de que en las estaciones siguientes ya no se iba a poder subir.
En el AMBA se hacen más de nueve millones de viajes diarios en colectivo. Más de 4,5 millones de personas dependen de ese medio para ir a trabajar, estudiar o atender trámites. Hoy, muchas de esas rutas están interrumpidas. En Moreno, como en otras estaciones, la gente esperaba de pie. Algunos revisaban sus teléfonos. Otros miraban las vías. El tren todavía no arrancaba, pero todos ya se preparaban para viajar parados.
A unos metros, otro hombre esperaba el 203 sin saber que no iba a pasar. Estaba solo, con una mochila colgada al hombro. Miraba hacia la calle y preguntó si ya había pasado el colectivo. Alguien le avisó que hoy había paro. “No sabía nada. Nadie te avisa. Uno viene como todos los días, pensando que el bondi va a pasar. Y te encontrás con que no va a pasar nunca. Ahora tengo que ver si llego caminando o si me tomo algo que sí ande, pero ni idea cuánto me va a salir”, dijo.
En Constitución
En la terminal Constitución de la línea Roca, los andenes estaban llenos. Los pasillos que conducen a los sectores centrales estaban saturados. Algunos pasajeros avanzaban con dificultad entre la gente; otros se detenían cerca de los bordes o junto a los puestos de comida. En uno de los andenes, un tren permanecía detenido con varias puertas abiertas. Vendedores ambulantes caminaban entre los usuarios ofreciendo pan y facturas. El espacio para circular se achicaba a medida que seguían llegando formaciones y pasajeros. En el interior del tren, al llegar a destino, se generaron empujones: los que viajaban parados salieron apurados para no perder combinaciones o llegar a horario. Nadie se quejaba, pero todos apuraban el paso.
Muchos recién llegaban, otros ya pensaban en la vuelta. Los trenes entraban y salían con demoras, pero ninguno lo hacía vacío. Quienes habitualmente se trasladan en colectivo hoy eligieron el tren, y planearon volver del mismo modo. Afuera, las filas en las paradas eran escasas. Los que sabían que su línea no circulaba directamente no esperaban. A pocos metros, se veían los colectivos de la línea 62 estacionados, uno al lado del otro. Estaban apagados, sin choferes ni movimiento.
Mónica Escurra vino desde Haedo. Caminó hasta la estación, tomó el tren apretada y al llegar a Constitución se detuvo unos minutos en el andén antes de seguir camino. “El tren suele venir apretado, pero hoy más que nunca. Viajé como sardina. El paro se siente desde que uno llega: hay más gente, más corridas y nadie que te explique nada”, dijo. Contó que habitualmente toma un colectivo que la deja en la esquina de su trabajo, pero hoy tuvo que cambiar toda la rutina. “Caminé bastante, viajé mal. Y ahora tengo que tomar el subte y después caminar como diez cuadras más. Es un gasto que no tenía previsto. Y encima llego tarde igual”.
La odisea de volver a casa
Olga Genovese tiene 82 años y se trasladó desde Ramos Mejía a la Ciudad de Buenos Aires en el Tren Sarmiento. “Vine porque tenía que ir al médico. En el tren vi muy poca gente, en la ida venía vacío, por lo que evidentemente mucha gente hoy no vino a trabajar”, contó cuando ya estaba por emprender el regreso.
Sobre el paro se mostró disconforme porque en su caso tuvo que gastar en taxi, con un costo de servicio de 6000 pesos hacia el consultorio de idea y otros de 7000 de vuelta. “Está mal ya que perjudica mucho a todos los trabajadores. En la radio escuché que la gente que se queja, pobre, que no ha podido ir a trabajar, que le descuentan el día o pierde el día de trabajo de alguna manera”, completó.
En los alrededores de la Plaza Miserere, a la tarde el ambiente fue “parecido al de un domingo”, como lo definieron algunos puesteros. A la altura del Metrobus, ubicado sobre la calle Bartolomé Mitre casi avenida Pueyrredón, algunas de las líneas operativas que mayor acumulación de pasajeros fueron la 7, la 101 y la 115 (todas en dirección a Retiro); así como también la 31 con destino a las localidades del Partido de Lomas de Zamora ubicadas en el sur bonaerense. Del otro lado, sobre la avenida Rivadavia, hubo filas para regresar a las localidades del Oeste de la Área Metropolitana, como General Rodríguez y Luján, a raíz del funcionamiento de la Línea 57 del Grupo Dota.
“Estoy pegando el regreso a General Rodríguez. El principal problema que hubo fue que en la autopista cuando vine a Capital a la altura de Moreno había un piquete”, dijo Karen Talavera. Esta emprendedora de 30 años, que vino a hacer unos trámites, dijo que “estaba al tanto del paro por las noticias”, por lo que tomó el recaudo de salir antes. “Arranqué a las nueve, pero había mucha fila en la parada para tomarse el colectivo porque el 57 es el único que viene para estos lados. Por suerte, me tomé el primero que venía pese a que venía bastante lleno”, dijo.
Ella respaldó la medida gremial. “Estoy de acuerdo porque les pasan muchas cosas a los choferes arriba del colectivo, ya sea robo, inseguridad y eso. Entonces me parece muy bien que cobren un poquitito más por arriesgarse”, finalizó.
Chiara Payela tiene 20 años, es estudiante de Abogacía y agradece que para volver a su casa se encuentre en funcionamiento el 57, del que destacó que durante el día mantuvo una buena frecuencia. “Soy de Moreno y vengo para Capital por trabajo. El paro afecta bastante, por la mañana fue un quilombo, pese a que el colectivo mantuvo su funcionamiento casi con normalidad. No estoy de acuerdo con la medida porque perjudica a todo el mundo. Especialmente, a todos los trabajadores”, sintetizó.
En la Estación de Once, la vuelta en el Tren Sarmiento o las líneas de subte A y H no llegaron a colapsar ni atestarse de usuarios. Tampoco los taxis tuvieron un aumento significativo de la demanda, como indicaron algunos conductores. “Esta claro que mucha gente no vino a trabajar. También está el tema del precio de las tarifas, la gente cuida el bolsillo”, argumentó Roberto, taxista arriba de su Volkswagen Suran.
Jonathan Dene, de 26 años, cruzó la General Paz en dirección a Capital para entregar mercadería. Ya lo sabía: iba a ser una odisea volver hasta Martínez a la altura del Shopping Unicenter, donde está su casa. “Tuve que ir a Flores a cumplir con un pedido y tomé el tren para llegar. Sabía del paro, pero decidí venir igual. El problema es que en el camino me enteré que el 71 no funcionaba por lo que ahora volver desde Once a Martínez se me complicó”, dijo.