Las constelaciones de satélites
Miles de satélites orbitan ya la Tierra, transformando el cielo nocturno y el equilibrio espacial. Esta revolución tecnológica plantea desafíos ambientales, geopolíticos y éticos. La entrada Las constelaciones de satélites se publicó primero en Ethic.

Mirar el cielo estrellado ya no es lo que era. La aparición de cadenas de luces moviéndose ha cambiado la cúpula celeste de nuestro planeta: son satélites. Miles de ellos.
La responsable de buena parte de esta transformación es SpaceX, la compañía aeroespacial fundada por Elon Musk, que a través de Starlink está desplegando una megaconstelación de satélites en órbita baja con el objetivo de ofrecer acceso a internet de alta velocidad en todo el planeta. Pero esta revolución tecnológica plantea preguntas urgentes sobre el futuro del espacio, el medio ambiente y hasta la soberanía de las naciones.
La idea detrás de Starlink es simple en su formulación: colocar una red masiva de pequeños satélites en la órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés) que, al trabajar en conjunto, puedan ofrecer cobertura de internet incluso en los lugares más remotos. A diferencia de los satélites geoestacionarios tradicionales, que orbitan a unos 36.000 km de la Tierra, los satélites de Starlink operan a menos de 600 km de altitud, lo que permite reducir la latencia y mejorar la calidad de la conexión.
Hasta principios de 2025, SpaceX había lanzado ya más de 8.000 satélites Starlink, y ha recibido autorización para desplegar hasta 42.000. Amazon (con su proyecto Kuiper), OneWeb y la red Guowang (de China) también están compitiendo por ocupar el espacio orbital.
SpaceX ha recibido autorización para desplegar hasta 42.000 satélites de órbita baja
Uno de los efectos más visibles es el impacto sobre la observación astronómica. Los telescopios, tanto profesionales como aficionados, han comenzado a registrar rastros brillantes causados por los reflejos de los satélites, especialmente durante el amanecer y el anochecer. Esto interfiere con la captura de imágenes del universo profundo, esencial para la investigación científica.
A pesar de que SpaceX ha intentado mitigar este problema con versiones oscuras de sus satélites (DarkSat) y escudos reflectantes (VisorSat), los resultados han sido limitados. Organismos como la Unión Astronómica Internacional han alertado sobre la necesidad de establecer normativas internacionales para regular la presencia de estos objetos en órbita baja.
El despliegue masivo de satélites tiene también implicaciones ambientales, tanto en la Tierra como en el espacio. Para empezar, cada lanzamiento consume enormes cantidades de combustible, generando emisiones de CO2 y otras partículas contaminantes en la atmósfera superior. Aunque SpaceX utiliza cohetes parcialmente reutilizables como el Falcon 9, el impacto acumulativo de lanzamientos frecuentes no es desdeñable.
En órbita, el problema más crítico es el de los desechos espaciales. Cuantos más satélites se colocan en el espacio, mayor es el riesgo de colisiones. Un solo impacto puede generar miles de fragmentos que permanecen flotando durante años, poniendo en peligro otras misiones espaciales, estaciones tripuladas y futuras operaciones. Es lo que se conoce como el síndrome de Kessler, una reacción en cadena de colisiones que podría volver inservibles ciertas órbitas.
Los satélites Starlink tienen una vida útil promedio de entre 5 y 7 años. Cuando se hacen obsoletos o fallan, se espera que desciendan de forma controlada hacia la atmósfera terrestre, donde se desintegran. Sin embargo, este proceso no siempre es perfecto, y algunos fragmentos pueden sobrevivir la reentrada. Además, no todas las empresas cuentan con mecanismos avanzados para el retiro seguro de satélites.
La falta de una legislación global vinculante sobre el fin de vida de estos aparatos genera un vacío legal que podría tener consecuencias graves. En la actualidad, cada país es responsable de los objetos que lanza, pero el control efectivo es limitado.
Los satélites Starlink tienen una vida útil promedio de entre 5 y 7 años
Y el despliegue de constelaciones de satélites también está modificando el tablero geopolítico. Controlar una red global de comunicaciones desde el espacio implica poder estratégico. Durante conflictos, como ha ocurrido en Ucrania, el acceso o la interrupción de servicios satelitales puede inclinar la balanza informativa y militar.
Además, la ocupación intensiva de órbitas bajas por parte de empresas estadounidenses ha generado tensiones con otros países y ha reactivado el debate sobre la gobernanza del espacio. ¿Debe considerarse el espacio como un bien común de la humanidad o como un recurso más en la competencia global?
Desde una perspectiva económica, el acceso global a internet tiene el potencial de reducir la brecha digital en regiones sin infraestructura terrestre. Sin embargo, también existe el riesgo de concentrar la infraestructura de conectividad en manos de unas pocas empresas privadas, con escasa supervisión pública.
A largo plazo, la comercialización del espacio podría consolidar un oligopolio de la conectividad global. Si bien el servicio Starlink ya está operativo en decenas de países, su coste sigue siendo alto en muchos contextos, lo que limita su alcance real en comunidades vulnerables.
Nadie puede negar, pues, que la era de las constelaciones de satélites representa un hito en la historia de la tecnología y las comunicaciones. SpaceX y otros actores han demostrado que el espacio ya no es solo para agencias estatales, sino también para corporaciones privadas con ambiciones globales. Pero esta revolución no es inocua: trae consigo nuevos desafíos ambientales, legales, sociales y políticos que exigen una reflexión colectiva. Mientras tanto, el cielo nocturno sigue cambiando. Y con él, nuestra relación con el cosmos, la tecnología y el planeta.
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