La abubilla

¿Pero qué es lo que yo había hecho bien? Escapar de la nube multicolor de pólvora, salir del bosque de los maniquís plantando una efigie de Epicteto en mi lugar, dejar de preocuparme por aquello que no depende de mí. Me había llenado las uñas de tierra y la escritura se estaba poblando de raíces.... Leer más La entrada La abubilla aparece primero en Zenda.

May 8, 2025 - 23:17
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La abubilla

Se espanta contra mi ventana con las alas abiertas, atacándola y bramando como si dentro de la más elegante de las aves se hubiese desatado un monstruo. Había que verla una semana antes posada en el alféizar, abanicando el aire con su cresta galana. Picoteaba suavemente el cristal: con cuatro toques, correspondientes a su canto primero: tut-tut-tut-tut. Es verdad que había tardado en entenderla: has-he-cho-bien. Un sonido de flauta grave, convencido. Yo lo agradecía, pues sabía que la abubilla llevaba espiándome al menos una semana, cuando venía a sacar lombrices y larvas del jardín. Se inclina entonces con una rapidez inconcebible para enterrar su pico curvo con el que saca el alimento vivo y, al levantar la cabeza, ya lo ha tragado. Se diría de hecho que no se alimenta. Que no hay nada en ese pico. Salvo el sonido cuando se remonta para posarse en la baranda o en el olivo: tut-tut-tut-tut.

"Sobre las doce y media comienza a atacar las cuatro ventanas de la torre. Con persistencia y espasmo, desde el oeste hacia el este"

¿Pero qué es lo que yo había hecho bien? Escapar de la nube multicolor de pólvora, salir del bosque de los maniquís plantando una efigie de Epicteto en mi lugar, dejar de preocuparme por aquello que no depende de mí. Me había llenado las uñas de tierra y la escritura se estaba poblando de raíces. Pronto la abubilla también podría encontrar en mis páginas la discusión de la larva con el topo. La lluvia, además, me ayudaba zapateando en mi imaginación sobre las tejas. Así que, cuando salió el sol no acabó de sorprenderme que la abubilla hubiese regresado después de un año con sus alas de estrellas y el pecho que reclama el verano.

Es el mediodía del 28 de abril cuando sí me sorprende. Sobre las doce y media comienza a atacar las cuatro ventanas de la torre. Con persistencia y espasmo, desde el oeste hacia el este, es decir, en dirección contraria a las manecillas del reloj, como si quisiera revertir nuestra concepción del tiempo, echarlo hacia atrás, hacia alguna época remota.

"Se levanta dos metros del suelo y, abriendo las alas, se lanza chillando contra el cristal. Solo está combatiendo su reflejo"

Se levanta dos metros del suelo y, abriendo las alas, se lanza chillando contra el cristal. Solo está combatiendo su reflejo, me digo, como hacemos nosotros cuando queremos expulsar de los espejos una mirada cobarde o desconfiada o enferma o cansada o estresada o hundida en un quehacer al que ya no encontramos sentido. Solo está combatiendo su enemigo interno, el que le quita el territorio y la energía, su espejismo, vuelvo a repetirme, cuando la abubilla avanza hacia la ventana del este y vuelve a golpearse contra ella con urgencia.

Como temo que se lastime, salgo a ahuyentarla, y debo hacerlo varias veces para que se aleje hacia el bosque de chopos. Vuelvo al trabajo. Estoy terminando un ensayo sobre la quietud y así pasaré gran parte del día. Hace rato que el móvil ha dejado de funcionar. Lo achaco a la mala cobertura que hay en mitad del campo y no a la electricidad, pues la torre se alimenta del sol. Solo cuando voy al pueblo más cercano me entero. Todas las ciudades se han apagado y la alarma ha encendido un piloto ignorado en millones de cuerpos. También en el cuerpo de la abubilla, que se estaba estrellando contra el cristal.

El mundo combate su reflejo hasta que se apaga el espejismo.

El espejismo le quita el territorio al mundo.

Le deja sin energía.

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