Giro radical de Marvel con 'Thunderbolts*': ha jugado a ser un estudio indie... y le ha salido bien
Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas... Los empleados menos fiables del estudio han hecho frente a la amenaza que había engullido a los héroes de confianza: la debacle del MCU.

La historia tiene a menudo la irritante manía de repetirse. En 1996, Marvel Comics se declaró en bancarrota en mitad de la crisis del sector y, no contenta con eso, decidió masacrar a los Vengadores, los Cuatro Fantásticos y los X-Men en un crossover comiquero que los enfrentó a Onslaught, una entidad todopoderosa nacida de las mentes del Profesor X y Magneto.
Los héroes de cabecera de la editorial se sacrificaron valientemente para frenar la amenaza, dejando tras de sí un vacío de poder que inspiró al escritor Kurt Busiek y al dibujante Mark Bagley en la concepción de un equipo sustituto muy particular: los Thunderbolts.
El grupo, capitaneado por el siempre calculador barón Helmut Zemo (némesis con el rostro de Daniel Brühl en pantalla), se presentó en enero de 1997 en The Incredible Hulk #449, y las viñetas no tardaron en desvelar que estaba formado por los Maestros del Mal, unos supervillanos que andaban haciendo fechorías desde los años 60.
Durante todo este tiempo, la pandilla de maleantes compuesta principalmente por enemigos y antihéroes marvelitas no ha parado de renovar su plantilla: ha tenido líderes como Ojo de Halcón, Norman Osborn y más recientemente Bucky Barnes, y miembros tan variopintos como Moonstone, Fixer, Deadpool, Elektra, Venom y el Guardián Rojo.
Casi tres décadas después de su estreno comiquero, la historia se repite y Marvel convoca a los justicieros involuntarios de Busiek y Bagley en Thunderbolts* para que auxilien a un MCU en crisis tras el sacrificio de Tony Stark (Robert Downey Jr.), el desmantelamiento de los Vengadores y un nuevo vacío de poder agravado por la suma de fracasos en taquilla y la fatiga en la ficción de superhéroes.
Una vez más, son la respuesta al desaguisado que nadie es capaz de resolver, la medida desesperada de un Kevin Feige tratando de hacer control de daños justo después del batacazo de Capitán América: Brave New World, con las próximas dos reuniones vengadoras al acecho en un horizonte más y más cercano.
El jefazo con gorra de Marvel Studios le ha confiado la hazaña al director Jake Schreier (Un amigo para Frank, Bronca) con el único mandato de que haga con esta cuadrilla impredecible algo realmente diferente dentro del género. Escudan al cineasta dos nombres propios en plena efervescencia profesional como son Sebastian Stan, un veterano en el universo Marvel recién salido de la temporada de premios, y Florence Pugh, que con su sola presencia hace mejor cualquier película.
Thunderbolts* nos traslada de vuelta a Nueva York, testigo de algunos de los enfrentamientos más épicos del MCU. Con los Vengadores desperdigados, los Cuatro Fantásticos en alguna especie de realidad retrofuturista y los X-Men vete tú a saber dónde, la directora de la CIA Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus) y Bucky Barnes (Stan), ahora candidato a congresista, reclutan a una panda de inadaptados con antecedentes para una peligrosa misión que los obligará a confrontar su pasado.
En este grupo altamente disfuncional, tenemos a Yelena Belova (Pugh) y su cuestionable figura paterna, el Guardián Rojo (David Harbour); la Supervisora (Olga Kurylenko), otra asesina en nómina en Viuda Negra (2021); John Walker (Wyatt Russell), intento fallido de Capitán América; Fantasma (Hannah John-Kamen), adversaria cuántica en Ant-Man y la Avispa (2018); y un misterioso personaje llamado Bob a quien iba a dar vida Steven Yeun y finalmente interpreta Lewis Pullman.
No son héroes al uso; tampoco los personajes más poderosos de la franquicia. No les gusta trabajar en equipo. Ni siquiera se caen demasiado bien. Y, a pesar de todo esto, tienen el destino del MCU en sus resbaladizas manos.
Marvel se vuelve indie
A juzgar por los materiales promocionales de Thunderbolts*, que nos han colado fugazmente bajo los mantos de secretismo con los que Disney cubre todo lo relacionado con el MCU, esta nueva apuesta promete ser una gamberrada violenta al son de Starship, un volantazo del Guardián Rojo hacia la comedia absurda con Yelena bostezando aburrida en el asiento del copiloto, heredera de ese cine de capas y mallas al que le ha sentado de maravilla renunciar a la pomposidad a favor del despiporre y la incorreción política. El propio asterisco que acompaña al título del filme parece un vacile para generar especulaciones sobre su significado (en el póster, conduce a una nota al pie: "Los Vengadores no están disponibles").
Sin embargo, Marvel Studios quiere dejar claro que la superproducción de Jake Schreier, lejos de conformarse con ser otro viaje de entretenimiento e irreverencia, tiene autoría y se nutre del cine independiente como ninguna otra película de la Casa de las Ideas. No es casualidad que Florence Pugh afirme que se trata de "un filme de asesinos de A24".
Tampoco que su último tráiler saque brillo al currículum indie de su equipo presumiendo de contar con "las estrellas de Midsommar (Pugh), A Different Man (Stan) y You Hurt My Feelings (Louis-Dreyfus)", "los guionistas (Lee Sung Jin y Joanna Calo) y el director de Bronca", "el director de fotografía de El caballero verde (Andrew Droz Palermo)", "la diseñadora de producción de Hereditary (Grace Yun)" o "los compositores de Todo a la vez en todas partes (Son Lux)".
Pese a haber nacido en el set de la malograda Viuda Negra, pese a haber ido a la deriva entre reescrituras de guion y parones en el rodaje debido a las huelgas en la industria americana, Thunderbolts* ha transformado el contexto a su favor para enfatizar que sobre todo es el resultado de un Hollywood que aúpa el cine indie tras la conquista de Sean Baker y Anora en los recientes premios Oscar.
Se vende como hija de los grandes estudios y los autores de A24; de una Marvel explosiva, pero también indie, o todo lo indie que se puede ser con un presupuesto de entre 150 y 200 millones de dólares. De confirmarse que la lustrosa experiencia de los nombres en los títulos de crédito ha podido más que las interferencias de Feige y Disney, este filme menor en la agenda de Disney podría convertirse en la apuesta autoral, diferente y única que llevan años prometiéndonos.
Por lo pronto, podemos celebrar Thunderbolts* como un regreso a los orígenes de la saga, a esos justicieros imperfectos pero carismáticos, protagonistas que no encajan, pares sueltos obligados a entenderse. Si tenemos en cuenta que la revolución comenzó en 2008 con un millonario egocéntrico proveedor de armas que evolucionó en el paladín del cine de superhéroes, puede que hasta sea una buena señal que el futuro de Marvel dependa de una espía con heridas de infancia, un vejestorio centenario al que lavaron el cerebro y un soldado soviético de risa fácil.
A veces, cuando la crisis golpea y los salvadores canónicos desaparecen, cuando el engranaje de las majors se atasca con la misma capa, solo queda levantar el teléfono y llamar a los héroes de las cajas de cereales.
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