Fernando Aramburu: “No soy un escritor camarero que lleva a la mesa lo que le piden”
El escritor español habló sobre su nuevo libro de cuentos y la “cocina” de la escritura, en una jornada con masiva presencia de estudiantes secundarios; este jueves hay ingreso gratuito de 20 a 22
En el último miércoles de la 49ª edición de la Feria del Libro porteña, una multitud de estudiantes de escuelas secundarias de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense recorrió la Rural con los docentes, formando remolinos en stands de los distintos pabellones, como La Crujía, Urano, VR Editoras, la librería Dickens (con promociones), Elektra Cómics, Edelvives, Los Siete Logos y Zona Explora, entre otros. Muchos hicieron fila en SirveAhora, para preparar kits de higiene e internación solidarios.
A partir de las 20, gracias al ingreso gratuito que se extiende hasta el jueves, se sumó más público pese a la llovizna. “Vino toda la gente que no pudo venir el martes por el paro de colectiveros”, dijo una autoridad de la Fundación El Libro, que ya comienza a elaborar el balance.
Dos de los actos más convocantes de la jornada fueron el del dirigente social Juan Grabois, que llenó la Sala José Hernández en la presentación de Argentina humana, libro que incluye un plan de gobierno diferente (por no decir opuesto) del que aplica el anarcocapitalismo en la Argentina, y el del escritor español residente en Alemania Fernando Aramburu (San Sebastián, 1956), que conversó con la periodista y escritora Hinde Pomeraniec sobre el volumen de cuentos Hombre caído (Tusquets) en la Sala Julio Cortázar.
“Esta ciudad es para mí un talismán, me trae buena suerte y estoy tentado de quedarme”, dijo Aramburu en un inesperado comentario al estilo de Mirtha Legrand, que suscitó el asombro de la audiencia. “No soy un escritor compulsivo; soy más bien rumiante: doy muchas vueltas a cada párrafo -contó sobre su método de escritura-. Me dedico el día entero a cuidar la página”.
Dijo que tenía el hábito de poner sus obras “en reposo” para volver a revisarlas luego, “sin prejuicios y sin piedad”, y reconoció que, aunque paulatinamente avanzaba “hacia un estilo sucinto, nada barroco, nada florido, que no implica menos trabajo”, como lector no se cerraba a nada. “A veces me apetece leer un libro aburrido; no sé si soy un buen lector, pero sí de lectura asidua y diaria”, respondió antes de revelar que participaba de una tertulia de lectores que comentaban sus inéditos.
Pomeraniec quiso saber si Aramburu, que en 2023 había publicado su poesía reunida (Sinfonía corporal), estaba escribiendo poemas. “Mi necesidad básica de poesía la satisfago con la poesía de los demás”, contestó. La lectura de poesía, junto con el sudoku, la siesta, la música clásica, los periódicos y las revistas, forman parte de la dieta del escritor español. Escribe literatura “en silencio total y en soledad absoluta”.
Para Aramburu, “un cuento que no es muy bueno no vale” y, aunque remarcó que no era consciente de los temas para escribir, advirtió que un motivo de su literatura era la presencia de personajes “obligados a vivir con un tipo de desventaja o que tengan que lidiar con una pérdida”. En un divertido momento de la charla, reveló que elegía los nombres de sus personajes de necrológicas publicadas en los diarios.
En la Sala Alejandra Pizarnik, las escritoras Graciela Batticuore, María Rosa Lojo, Silvia Plager y Natalia Zito conversaron sobre parecidos y diferencias entre autobiografía y autoficción. Las tres primeras leyeron fragmentos de sus novelas (Memoria materna, Árbol de familia y Símale cumple 70, respectivamente), en las que gravita el “factor autobiográfico” a la manera de “un haz o un racimo de fragmentos”, como observó Lojo. “En todos los libros hay algo de uno”, coincidió Plager que contó que en Símale cumple 70 había querido “corregir la realidad” de la historia de su padre, “un personaje mujeriego, seductor y aventurero”. Zito, que es autora de un ensayo no académico sobre el uso del material autobiográfico en la ficción (Traidores) y de dos novelas que forman parte de una “trilogía sobre el duelo”, sostuvo que un escritor tenía que “asumirse como un traidor” y desobedecer los mandatos familiares y morales.