El zoológico secreto del Vaticano: elefantes, rinocerontes y más criaturas que no imaginabas
Cuando pensamos en el Vaticano, es fácil imaginar arte renacentista, basílicas majestuosas y rituales sagrados. Pero, ¿sabías que alguna vez fue el hogar de leopardos, papagayos, e incluso un elefante blanco? Sí, en serio. Durante siglos, este pequeño Estado fue algo así como una Arca de Noé versión deluxe, mezclando religión, diplomacia y fascinación por […]

Cuando pensamos en el Vaticano, es fácil imaginar arte renacentista, basílicas majestuosas y rituales sagrados. Pero, ¿sabías que alguna vez fue el hogar de leopardos, papagayos, e incluso un elefante blanco? Sí, en serio. Durante siglos, este pequeño Estado fue algo así como una Arca de Noé versión deluxe, mezclando religión, diplomacia y fascinación por el reino animal.
Un Vaticano con rugidos y trinos
Mucho antes de convertirse en el centro turístico y espiritual que es hoy, el Vaticano tuvo su propio zoológico secreto. Desde la Edad Media hasta inicios del siglo XX, el Cortile del Belvedere (hoy parte de los Museos Vaticanos) albergó una ménagerie o casa de fieras. Allí convivían aves, felinos, camellos, dromedarios y hasta rinocerontes. La razón: estos animales eran regalos diplomáticos. Traer una criatura exótica de África o Asia hasta Roma no era solo un gesto extravagante, sino una declaración política. Si un rey te manda un elefante, te está diciendo: “tengo influencia, recursos y quiero ser tu aliado”.
Hanno, el elefante influencer del siglo XVI
Uno de los casos más famosos fue el de Hanno, un elefante blanco enviado en 1514 por el rey Manuel I de Portugal al papa León X. Viajó desde la India y se convirtió en la sensación de Roma: aparecía en desfiles, lo visitaban embajadores y hasta inspiró obras de arte. Su muerte prematura conmovió tanto al Papa que pidió un retrato póstumo… pintado por nada menos que Rafael. Este tipo de obsequios no eran simples rarezas: hablaban del poder de la Iglesia, su alcance global y su conexión con el mundo natural.
El zoológico como símbolo de sabiduría divina
Aunque en otras cortes europeas los animales servían más como entretenimiento o símbolo de estatus, en el Vaticano también tenían un significado espiritual. Se pensaba que la biodiversidad era un reflejo de la perfección de Dios. En una época sin Darwin ni evolución, la existencia de tantas especies bien adaptadas solo podía explicarse como parte del diseño divino. Por eso, muchos papas y clérigos eran auténticos fans de la zoología. San Alberto Magno, por ejemplo, escribió tratados científicos en el siglo XIII. Y en el XVII, el jesuita Athanasius Kircher estudió fósiles y criaturas exóticas para integrarlas en una visión cristiana del cosmos.
Los papas y sus mascotas modernas
A partir del siglo XIX, el zoológico vaticano desapareció con la reducción de los Estados Pontificios. Pero los papas modernos mantuvieron un vínculo personal con los animales. Pío XII cuidaba una jilguera llamada Gretel. Benedicto XVI, un amante de los gatos, tenía a Chico como compañero en Múnich, aunque no pudo llevarlo al Vaticano. El papa Francisco, inspirado en San Francisco de Asís, ha saludado a perros de terapia como Magnum, un San Bernardo, mostrando una sensibilidad contemporánea hacia los animales.
El Vaticano hoy un lugar sin mascotas
Hoy, el Vaticano prohíbe animales domésticos, salvo perros guía con correa y bozal, debido a su rol como espacio museístico y de trabajo. La afluencia de turistas hace inviable su presencia. Sin embargo, nombres como el Cortile dei Papagalli recuerdan la época en que aves coloridas adornaban la corte. Esta restricción refleja un cambio: los animales ya no son símbolos de poder, sino seres que requieren cuidado, algo incompatible con el ajetreo vaticano.
La historia de los animales en el Vaticano es una de esas joyitas ocultas que nos muestra otra cara de la Iglesia: una en la que fe, ciencia y política se entrelazan. Desde el elefante Hanno hasta los gatos de Benedicto, estos animales fueron mucho más que simples adornos; fueron testigos del poder, la curiosidad y la espiritualidad de su tiempo. Así que, la próxima vez que pienses en el Vaticano, imagina también rugidos, graznidos y ronroneos. Porque sí: alguna vez fue una pequeña jungla en el corazón de Roma.