El ridículo de Merz augura un gobierno débil e inoperante
Las élites europeas se han cansado de la democracia y se muestran cada día más irritadas con la libertad. No de las palabras, desde luego, que siguen siendo ingrediente esencial de todos sus discursos y lemas electorales hasta el punto de perder, por repetición, de todo significado.Todo iba bien cuando la gente solo podía votar … Continuar leyendo "El ridículo de Merz augura un gobierno débil e inoperante"

Las élites europeas se han cansado de la democracia y se muestran cada día más irritadas con la libertad. No de las palabras, desde luego, que siguen siendo ingrediente esencial de todos sus discursos y lemas electorales hasta el punto de perder, por repetición, de todo significado.
Todo iba bien cuando la gente solo podía votar por cualquiera de las dos alas de ese partido único de posguerra, el PP (los tories, los gaullistas franceses, CDU alemana, la DC italiana…) y el PSOE (laboristas, el PSF, el SPD, el PSI…), que gobernaban peor o mejor pero sobre una misma ideología con distintos matices. No había riesgo de que la derecha desmantelara el Estado del Bienestar ni de que la izquierda nacionalizara la banca.
Lo mismo puede decirse de la libertad de expresión, que nunca puso en riesgo serio los fundamentos del sistema. Mucho antes de que lo anunciase Fukuyama, Occidente creía haber alcanzado el Fin de la Historia. Pero la cosa ha perdido su gracia, ahora que el electorado está abandonando la disciplina de voto poniendo en peligro la plácida existencia de nuestra casta política.
Así que Bruselas ha montado lo que llama “escudo democrático” (tan democrático como la ley de memoria en España, si me entienden) por el que se reserva el derecho a impugnar los resultados electorales que no le gusten en los Estados miembros.
La amenaza puede salirles mal. En Rumanía se presionó al Tribunal Constitucional para que anulara la victoria en primera vuelta de un candidato soberanista, Calin Georgescu, que obtuvo el 20% del voto. En consecuencia, el que ha recogido el testigo de Georgescu, George Simion, ha obtenido el doble. Más que un súbito brote de soberanismo tiene toda la pinta de un voto de protesta, y ciertamente no injustificado.
En Alemania -y esto ya son palabras mayores-, la agencia federal de inteligencia (BfV, Oficina Federal para la Protección de la Constitución) ha declarado a Alternativa para Alemania, los soberanistas de allá, como organización “extremista”. No es un detalle baladí, sino un requisito necesario para iniciar la ilegalización del partido.
Dado que AfD es ya el primer partido de Alemania en intención de voto, y que el partido (relativamente) victorioso en las pasadas elecciones, la CDU de Friedrich Merz, ganó en buena medida con versiones suavizadas de medidas propuestas por los soberanistas, el escándalo puede ser mayúsculo.
Fue eso lo que llevó a que Merz, primer caso desde que existe la República Federal Alemana, perdiera la primera votación en el Bundestag que había de elevarle a la cancillería, presidiendo un gobierno de coalición con los socialistas del SPD. Siendo secreta la votación, nos quedamos sin saber cuáles fueron esos votos disidentes que dejaron en ridículo a Merz, pero me atrevo a aventurar que alguno hubo de sus socios del CSU, los democristianos bávaros, como protesta por haberse coaligado con los socialistas y no con el segundo partido más votado, la apestada AfD.
El susto solo duró seis horas. Aunque lo normal hubiera sido dejar la segunda votación para una fecha posterior, había prisa, y Friedrich Merz fue elegido próximo canciller alemán la tarde del mismo día, por 325 votos, nueve por encima del umbral requerido, lo que significa que logró convencer a todos sus diputados reticentes, salvo tres, para que respaldaran su liderazgo. En la primera vuelta sólo obtuvo 310 votos.
Es un comienzo ominoso, la garantía de un gobierno débil y quizá inoperante. Ya antes de la fracasada votación inicial eran muchos los comentaristas que no daban dos duros por la nueva coalición de gobierno en Alemania. Merz se sostiene a duras penas sobre la escasa mayoría parlamentaria que tienen la CDU, su partido hermano, la CSU, y el socialista SPD tras sus decepcionantes resultados en las pasadas elecciones (solo el 28% para los democristianos y el 16% para el SPD). Hoy ni siquiera obtendrían la mayoría entre los tres, según las encuestas de opinión más recientes.
Escribía Victor Hugo que no hay nada más fuerte que una idea cuyo tiempo ha llegado. En el caso del establishment europeo, cada vez más reacio a la voluntad popular y con mayor aversión a la libertad de pensamiento, podríamos parafrasear diciendo que nada hay tan débil como un régimen cuyo tiempo ha pasado.