El nuevo embajador de Estados Unidos: una diplomacia de uniforme

Es un experto en operaciones encubiertas, el límite entre diplomacia y táctica se vuelve más difuso.

May 15, 2025 - 11:40
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El nuevo embajador de Estados Unidos: una diplomacia de uniforme

En diplomacia, los gestos importan. Pero hay nombramientos que no son gestos: son maniobras. La designación de Ronald Johnson como embajador de Estados Unidos en México marca un giro que no puede interpretarse como rutina diplomática. Al frente de la representación más grande de Washington en el mundo no estará un diplomático de carrera, sino un exboina verde con pasado en la CIA.

Johnson no es ajeno a América Latina. Ha operado en entornos de alta sensibilidad, siempre desde la lógica de la inteligencia y la seguridad nacional. Su confirmación dividida en el Senado estadounidense revela su carácter controversial. Pero más allá de lo personal, lo relevante es lo estructural: ¿qué tipo de relación está proyectando Estados Unidos hacia México?

Desde su regreso al poder, Donald Trump ha relanzado su agenda de endurecimiento fronterizo, con discursos que mezclan migración, crimen y terrorismo. En este clima, México vuelve a ser catalogado no como socio estratégico, sino como línea de defensa.

La elección de Johnson cristaliza esa visión. No es un embajador para negociar tratados. Es un perfil pensado para coordinar operaciones, leer mapas de inteligencia y administrar crisis bajo protocolos militares. Su nombramiento sugiere que la embajada estadounidense en México podría operar como centro de control, no como espacio de diplomacia tradicional.

La presión migratoria sobre México ha crecido tras la reactivación de programas de devolución masiva de migrantes. Las rutas incluyen ahora contingentes chinos y africanos, no solo centroamericanos. Los centros urbanos mexicanos ya no son puntos de paso, sino espacios de contención. Y la cooperación bilateral gira hacia una lógica de “responsabilidad compartida” que implica delegación de tareas de control.

En los hechos, México comienza a actuar como un tercer país seguro sin firmar acuerdo alguno que lo reconozca como tal. Mientras tanto, se despliegan operativos migratorios en las ciudades del sur, se levantan estaciones temporales y se refuerzan retenes que no distinguen entre personas con derechos y presuntos delincuentes. La frontera sur se convierte, de facto, en una extensión del muro.

En paralelo, Trump ha retomado su narrativa de intervención. Aunque no se ha concretado formalmente, en sectores republicanos se discute la posibilidad de operativos unilaterales contra el crimen organizado en territorio mexicano. Frente a esto, el gobierno federal ha manifestado su rechazo, pero la designación de Johnson podría presionar los márgenes de ese rechazo: no mediante discursos, sino mediante operaciones discretas.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado que nuestro país no permitirá acciones militares extranjeras. Pero la amenaza no siempre se manifiesta en forma de tanques. A veces, se disfraza de diplomacia. Y cuando el embajador es un experto en operaciones encubiertas, el límite entre diplomacia y táctica se vuelve más difuso.

El contexto obliga a revisar la arquitectura institucional de la política exterior mexicana. Hoy más que nunca, el servicio exterior requiere no solo firmeza política, sino capacidades de análisis estratégico, soberanía narrativa y blindaje institucional ante decisiones unilaterales. No basta con tener la razón: hay que construir fuerza para sostenerla.

ANTES DEL FIN

La pregunta es si México está preparado para una embajada estadounidense que funcione con lógica de seguridad. ¿Está lista nuestra política exterior para enfrentar un interlocutor que privilegia la vigilancia sobre la cooperación?

La relación bilateral atraviesa un momento delicado. Johnson representa el regreso de una política exterior estadounidense centrada en la contención más que en la corresponsabilidad. Su figura anticipa un tipo de relación asimétrica, con menos diálogo y más control.

Frente a esto, México debe definir su postura. No se trata de rechazar por reflejo, sino de leer con precisión lo que este nombramiento implica: una redefinición de prioridades que nos obliga a repensar la soberanía no como bandera simbólica, sino como práctica estratégica.