El milagro de la normalidad
Nunca nadie había explicado a mi padre , cuando prendió en él la llama del periodismo (ya estaba entonces casi licenciado en Derecho), que iba a ser de los que se dejaría en la profesión mucho más de lo que tomó de ella. La exigencia del rigor le hizo siempre comparecer desnudo ante el juicio impío del lector pero también frente a la mirada poco limpia, o más bien descarnadamente hedionda, del poder, en el légamo de sus arrabales. Como el poder es, como miran quienes mandan. Jamás le importó nada de aquello. Nunca se dejó embridar. Porque un periodista sin credibilidad es el primer escombro de las ruinas de la ética. Para él era como había que hacerlo, era lo correcto. Sin más. Al cabo, las hazañas de lo cotidiano pertenecen siempre a la gente normal. Porque José Javaloyes era un hombre normal y excepcional a la vez. «La normalidad es un milagro», decía, paladeando su amor por la paradoja. De ese «normal milagro» surgieron miles de crónicas, artículos y editoriales en 'El Correo Español-El Pueblo Vasco' y luego ya, hasta su inresignada jubilación, en este ABC, pasando por TVE, además de tantas y tantas colaboraciones en medios de todos los colores, escritos y audiovisuales. Y premios también, sobre los que destaca, por un editorial titulado 'Los límites del presidente Allende', el Luca de Tena de 1971, con 35 años -¡qué contento estaba cuando se lo contó a mi madre, Lola, con quien estará ya frente al mar de la eternidad!-. Una vida celebrada juntos que acaba de volver a empezar. En ABC tocó casi todos los palos, y siempre le honró, orgulloso, sentirse tributario y parte del prestigio del mejor periódico de España . No es que fueran otros tiempos, es que eran los de Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre que ahora, en la marcha del mío, conviene recordar: «…cualquier tiempo pasado fue mejor». Hoy, la hombría y la bondad (acaso dos facetas del mismo diamante) se evaporan sin remedio en el humo de las vanidades que opacan el recuerdo de los que de verdad importan, que, aunque se vayan, nunca se marchan. Por eso mismo hay que conmemorar a uno de los pocos que quedaban de una estirpe periodística que hoy está un poco más cerca de extinguirse. Queda lo importante de su legado: sus ocho hijos, veintiséis nietos y cuatro bisnietos. Un ejército dispuesto a seguir dando tanta guerra como nos quepa en los genes. Sus genes. Lo demás es juntar letras.
Nunca nadie había explicado a mi padre , cuando prendió en él la llama del periodismo (ya estaba entonces casi licenciado en Derecho), que iba a ser de los que se dejaría en la profesión mucho más de lo que tomó de ella. La exigencia del rigor le hizo siempre comparecer desnudo ante el juicio impío del lector pero también frente a la mirada poco limpia, o más bien descarnadamente hedionda, del poder, en el légamo de sus arrabales. Como el poder es, como miran quienes mandan. Jamás le importó nada de aquello. Nunca se dejó embridar. Porque un periodista sin credibilidad es el primer escombro de las ruinas de la ética. Para él era como había que hacerlo, era lo correcto. Sin más. Al cabo, las hazañas de lo cotidiano pertenecen siempre a la gente normal. Porque José Javaloyes era un hombre normal y excepcional a la vez. «La normalidad es un milagro», decía, paladeando su amor por la paradoja. De ese «normal milagro» surgieron miles de crónicas, artículos y editoriales en 'El Correo Español-El Pueblo Vasco' y luego ya, hasta su inresignada jubilación, en este ABC, pasando por TVE, además de tantas y tantas colaboraciones en medios de todos los colores, escritos y audiovisuales. Y premios también, sobre los que destaca, por un editorial titulado 'Los límites del presidente Allende', el Luca de Tena de 1971, con 35 años -¡qué contento estaba cuando se lo contó a mi madre, Lola, con quien estará ya frente al mar de la eternidad!-. Una vida celebrada juntos que acaba de volver a empezar. En ABC tocó casi todos los palos, y siempre le honró, orgulloso, sentirse tributario y parte del prestigio del mejor periódico de España . No es que fueran otros tiempos, es que eran los de Jorge Manrique en las coplas a la muerte de su padre que ahora, en la marcha del mío, conviene recordar: «…cualquier tiempo pasado fue mejor». Hoy, la hombría y la bondad (acaso dos facetas del mismo diamante) se evaporan sin remedio en el humo de las vanidades que opacan el recuerdo de los que de verdad importan, que, aunque se vayan, nunca se marchan. Por eso mismo hay que conmemorar a uno de los pocos que quedaban de una estirpe periodística que hoy está un poco más cerca de extinguirse. Queda lo importante de su legado: sus ocho hijos, veintiséis nietos y cuatro bisnietos. Un ejército dispuesto a seguir dando tanta guerra como nos quepa en los genes. Sus genes. Lo demás es juntar letras.
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