De bares en el apagón: "Aquí en España, cuando todo falla, salimos a la calle y nos pedimos una cerveza"

A muchos españoles, quién sabe si por suerte o por desgracia, el Armagedón los pilló bebiendo cerveza al sol.

Abr 29, 2025 - 21:14
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De bares en el apagón: "Aquí en España, cuando todo falla, salimos a la calle y nos pedimos una cerveza"

El apocalipsis electrónico pillará a sociedades más beligerantes en un proceso de rearme y apuntalamiento de sus hogares. Amanecerá, en mitad de la oscuridad, la violencia que infunde el miedo, temiendo una marea asesina con ganas de purgar al vecino que te da la turra. O al pillaje más brutal. A los españoles, quién sabe si por suerte o por desgracia, el Armagedón los pillará bebiendo cerveza embotellada en una terraza al sol. Eso sí que es carpe diem, y lo de El club de los poetas muertos un simulacro tontorrón.

"Lo tuve claro, no íbamos a cerrar", afirma tajante Alejandro Lannelongue, del restaurante El Mirador de Castilla, en el distrito madrileño de Tetuán. "En situaciones como esta, lo primero que te preocupa es que el apagón no dure demasiado, porque puedes perder mucho producto. Aunque este sea un restaurante humilde, en las cámaras hay miles de euros en carne, pescado y otros alimentos perecederos. Pero a la vez, lo siguiente que piensas es que estás aquí para servir, para estar con los vecinos y amigos del barrio. Así que no, nunca contemplé cerrar".

La de Alejandro se revela como una declaración de compromiso. Una suerte de responsabilidad que tiene la hostelería en España. "Hubo alguna persona con ansiedad", confiesa, "como una señora que estaba preocupada porque no podía contactar con su marido. Le dijimos: ‘Si tú estás aquí, tranquila, probablemente él también lo esté, tomando algo en otra terraza’. Pero la mayoría lo llevó con humor. Aquí en España, cuando todo falla, salimos a la calle y nos pedimos una cerveza. Es una especie de terapia colectiva".

Bares contra la soledad y el miedo

"A lo largo del día vinieron muchas personas", prosigue el hostelero de la Mirador de Castilla. "Algunas porque no querían estar solas, otras porque necesitaban ayuda. Una vecina bajó simplemente porque tenía la necesidad de estar acompañada, se quedó a comer y terminó tomándose un postre y un café. Otra mamá vino con su bebé de cinco meses y le ayudamos calentando el agua del biberón. La gente sentía que aquí podía estar tranquila, que este era un lugar seguro. Y eso, para mí, es mucho más importante que la caja del día", ultima Alejandro con una sonrisa donde podría colgarse la colada.

En el bar La Pampa, situado en un ajetreado cruce de la calle Francos Rodríguez, de Madrid, el apagón tampoco dejó sensación de duelo. "Se vivió con mucha gente. Gente pidiendo bebida, comida, pidiendo bocadillos... parecía que se iba a acabar el mundo. Fue increíble", asegura Miguel, quien pasó todo el blackout español en un ir y venir de pedidos.

Pero los relatos del fin del mundo siempre se presentan como un drama bíblico. 10 minutos después del despertar de la catástrofe, se oyen llantos y lamentos. En el bar La Pampa, sin embargo, no fue esta la sensación. "Yo vi que parecía una verbena", recalca Miguel. "Sacaron una mesa los vecinos, y se pusieron abajo con botellas de vino, de coñac... Me pidieron que estuviera también. La gente estaba contenta".

Preguntado Miguel por su experiencia personal, este veterano camarero reconoce que nunca había visto nada semejante. "Quizás durante la pandemia. El día que decían que iba a cerrar los bares. Ahí la gente también se volvió un poco loca. Pero esto ha sido distinto. No sé, la tensión era menor, aunque se veía una cierta preocupación". Una preocupación que, por otro lado, Miguel no parecía tener en lo que respectaba a la integridad del bar. "Cerré a las 10 de la noche porque se nos había acabado todo. No por otra cosa", remata este pintoresco mesonero.

La noche podía albergar horrores

Considerar la oscuridad peccata minuta, sin embargo, no fue un sentimiento generalizado. Fabricio, del restaurante La Castiza, temía que se alargara el apagón y comenzaran los problemas a la noche: "Si se hubiera alargado una o dos horas más, habrían empezado a salir personas antisociales, que buscan hacer el mal. Yo creo que se habrían producido cosas que no queremos saber", confiesa este joven camarero.

Por suerte, no hubo que lamentar nada. "Las personas estaban como más unidas, platicando sobre la situación. Yo vi que la gente se unió más. Sin móviles, la gente empezó a hablar. Había clientes que siempre venían pero nunca se hablaban, y ayer sí: ‘oye, yo siempre te veo’, ‘ah, ¿sí?, ¿qué tal?’. Se notaba buen rollo".

Pero, de nuevo, no conviene generalizar. No todos la pasaron opíparamente durante el apagón. Hubo quien vivió esas horas con elefantinas gotas de sudor cayéndole por la frente. España ayer se dividió en dos. De un lado, temerosos claustrofóbicos encofrados en ascensores y vagones de metro o tren. Personas dependientes asustadas por la falta de recursos. Y caminatas mosaicas para volver a casa. Del otro, utopías de solidaridad y jolgorio. Hay quienes vieron ayer en las calles españolas recuerdos de tiempos analógicos. Sin móviles dominando los pulgares. Con la conversación en ristre, la curiosidad por el vecino aliviada y esa extraña sensación de tranquilidad que otorga saber que no se puede hacer nada para cambiar la situación.

Un apagón para despertar la camaradería

"Un apagón de vez en cuando no nos vendría mal", concluye entre risas Fabricio, del restaurante la Castiza. "Es verdad que vimos algunas cosas raras. Un poco preocupantes. Por ejemplo, pasó una señora gritando ‘¡el fin del mundo, el fin del mundo!’. Pero también es verdad que la gente se reía, se tomaba las cosas sin alarmismos", concluye el lozano garzón.

Será que España, en su conjunto, tiene un color francamente especial. Algo que hace a sus ciudadanos fuertes en la adversidad, frente a agoreros y tremendistas. "Yo vi cosas muy bonitas", remata Alejandro Lanelongue, del restaurante El Mirador de Castilla. "Vi gente prestándose pilas, compartiendo velas, escuchando la radio desde el coche en plena calle. Algunos vecinos cuidaban coches aparcados en doble fila, otros simplemente charlaban con quienes antes apenas cruzaban una palabra. Los extranjeros alucinaban. Flipaban con el ambiente, con la calma, con la capacidad que tenemos para hacer piña cuando las cosas se tuercen. Estaban sorprendidos por la solidaridad, por el buen humor. Este restaurante, como muchos otros bares de barrio, se convirtió en una especie de extensión de nuestras casas. Eso es algo muy español, es muy nuestro, muy del sur, muy mediterráneo. Y es algo de lo que deberíamos estar orgullosos".

Un orgullo del que, sin duda, se acordarán los españoles en las remembranzas venideras, cuando piensen en todo lo que les cayó encima. En cómo supieron hacerle frente. Recordarán pandemias, ventiscas, apagones y se sabrán fuertes. Y las recordarán, seguramente, en la terraza de algún bar; a la vera de una bebida fría.