El Senado, tal y como hoy lo conocemos en España, es una institución anacrónica nacida con alma romana pero atrapada en el barro de la política moderna. Pensado como una Cámara de representación territorial, el Senado debería haber sido el contrapeso natural al Congreso de los Diputados, el espacio donde las realidades diversas del Estado -autonómico, complejo, plural- pudieran debatirse y corregirse. Era, en teoría, una suerte de foro federalizante, donde las comunidades autónomas tuviesen voz propia, no intermediada por la lógica partidista. Sin embargo, nunca se dotó al Senado del diseño ni de la musculatura política para ejercer esa función. La Constitución del 78 dejó abierta la posibilidad de su reforma, pero el paso de los años y la...
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