Ana María Cores: de cuando la denunciaron por pornografía a la obra que la rescató del dolor y sus ganas de enamorarse

Se inició como maestra y llegó al teatro “de casualidad”; a los 74, la actriz que pasó por todo repasa su vida para LA NACION; “tuve golpes duros, pero siempre me levanté”

May 8, 2025 - 11:30
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Ana María Cores: de cuando la denunciaron por pornografía a la obra que la rescató del dolor y sus ganas de enamorarse

Ver a Ana María Cores interpretando el papel de Edith Stein en la obra La monja judía es como viajar a los ochenta y presenciar en vivo esas novelas de Canal 9, en las que Alberto Migré, en busca de la veracidad del relato, planificaba hasta el más mínimo detalle, desde un impecable vestuario hasta la imposición justa de voz. La estética era sagrada y lo solemne de la actuación potenciaba la historia. Y como bastión de esa vieja guardia, se entiende por qué la actriz impone un respeto sepulcral cuando emerge con su inmaculado hábito en el escenario del teatro El Tinglado todos los viernes a la noche junto a su colega Gustavo Rey. Su presencia intimida a los espectadores.

Por ello la charla con LA NACION a priori se insinuaba como esas entrevistas formales donde se hace un repaso minucioso de la extensa carrera del artista, bordeando los recuerdos sensibles y tratando de extraer esa cuota de intimidad que tanto gusta conocer. Pero la propia Ana María pulveriza toda distancia y protocolo al mostrarse cercana, humana, jovial y sonriente. Quien asegure que esa mujer de rizos blancos perfectamente delineados tiene 74 años es porque no entiende de almas, solo de calendarios. Su modo zen al sentarse a la espera de la primera pregunta descomprime la charla y, aunque se hable de dolor, persecución, muerte y reinvenciones, un aura positiva prevalece en todo momento.

-La historia de Edith Stein es paradigmática y pareciera encontrar en su fisic du rol, el match perfecto.

-No conocía la historia de esta mujer y tuve que empaparme de lleno, lo que me pareció fascinante. Vi documentales, leí muchos artículos sobre ella y traté de captar su esencia. Era una mujer muy fuerte, de convicciones pero también de muchas dudas, porque todos los cambios que ella tuvo de judía a atea y de atea a convertirse al catolicismo, forjaron su personalidad, incluso respetando al judaísmo como raza. A su vez, era una mujer y no una santa. Santa fue después, cuando se murió. Ella dice: “Yo no quise vivir como santa ni morir como mártir”.

-Entre esas dudas, está la del hombre al que amó, hoy su enemigo.

-Porque más allá del contexto horroroso en el que viven, también está el amor que vivieron. Es como cuando tenés un amor que te dejó y después te volvés a ver y ya no es lo mismo; ya no son los mismos y solo queda el recuerdo y esa sensación de lo que fue. Ese vacío entre el amor que sentiste y lo que ya no existe es un drama. Y después está el humor, que es lo que a mí me atraviesa como mujer. Los personajes no tienen por qué ser acartonados, tienen que ser reales, humanos, que te identifiques por un lado y por el otro. Que te hagan sentir lo que vive y padece. Porque si no, es letra vacía.

-¿Qué le genera el tema del Holocausto?

-Me intriga todo lo que puede generar el hombre. El nazismo y todo lo que aconteció en la Segunda Guerra Mundial me interpelan. Fue un movimiento terrible. En un momento ella le dice a Hans “que él personifica al ejército uniformado de Lucifer”. Y creo que fue eso. Fue el mal sobre la Tierra. Porque no fue solo querer imponer una ideología, sino la decisión de matar a mansalva a gente y torturar física y psicológicamente a todos los seres que no comulgaban con esa bandera. Cuando entro en esos terrenos, me pregunto cómo el hombre puede hacer cosas tan maravillosas como el arte y otras tan terribles como la guerra, el crimen organizado, etcétera.

-A diferencia de otros personajes que interpretó, Edith Stein sí existió y tiene una carga dramática que marcó una época.

-Fue una mujer empoderada en un momento donde ser feminista era muy difícil. Ahora feminista es cualquiera, pero en ese momento no. Ella era teóloga, tenía una cabeza impresionante y se permitió cambiar. Un personaje puede construirse desde adentro hacia afuera o de afuera hacia adentro. Este personaje es de adentro hacia afuera. Es repensado desde la postura, la forma de andar, lo intelectual y lo más importante es lo que dice. Piensa mucho, por eso las pausas, el no movimiento. Demuestra su conflicto existencial de sentir algo por alguien que se convirtió en lo que ella desprecia.

Una vida vivida

En el anecdotario de Ana María Cores figuran caídas personales, que en una persona de menos carácter pudieron haber sido definitivas. Sin embargo a ella les sirvieron para redirigir su destino. A los 21 años se casó con Pepe Cibrián Campoy, quien luego en un libro reconocería su homosexualidad desde pequeño, por lo cual el matrimonio apenas duró unos pocos meses; a punto de estrenar la obra Jesucristo Superstar, un grupo de fanáticos religiosos llamados Movimiento Nacional Argentino le incendiaron el teatro, y en pleno éxito de su obra Doña Flor y sus dos maridos, la denunciaron por pornografía con amenaza de cárcel si la volvía a presentar.

Hace pocos meses, Cores tuvo otro duro golpe, la muerte de su madre, lo cual la motivó inmediatamente a realizar la obra Las mujeres de Lorca, en la cual dice haber canalizado toda su tristeza. Pese a ello, esta mujer de mil batallas, sonríe con la alegría de quien quiere seguir contando su vida. Pero ahora la charla continuará por los carriles introspectivos de “La Cores”, como la llaman en su profesión. Fue maestra por unos meses y llegó al teatro

“Fui maestra durante dos meses en la escuela Número 1, de Villa 31. Pero era muy chica, tenía 17 años, estaba recién recibida y mis alumnos tenían 14 pero tenían mucha más vida, experiencia y calle que yo. Eran amorosos pero me daban vuelta como una media. Ellos me enseñaban a mí. Tampoco sé por qué fui a esa escuela. Si hubiese ido a otra, tal vez hoy sería maestra jubilada”.

-¿Cómo llegó el teatro a su vida?

-De casualidad. Acompañé a una amiga a la audición de la obra Prohibido suicidarse en primavera, ella quedó pero necesitaban a otra y me pusieron a mí. Hasta ese momento solo había actuado en las obras de mi colegio. Y el día del estreno me pasó lo que me pasaría toda la vida, incluso el fin de semana pasado. Sentir esa hermosa conexión con el público. Desde entonces empecé a estudiar teatro. Paralelamente trabajaba en Télam y mi jefa que sabía que cantaba me anotó en una audición de comedia musical y quedé en Universexus. Ahí empezó todo.

-Para “quedar” en una comedia musical hay que tener formación como cantante.

-No tenía formación de nada; lo mío era natural. Después sí me formé y tomé cursos de canto, danza y actuación. Fue una gran época donde quedaba en la mayoría de las audiciones que hacía. Así también empecé en televisión. Y ya trabajando con profesionales me fui perfeccionando. La profesión misma te va enseñando, los coreógrafos con los que trabajás, los directores, compañeros. En mi camada de estudiantes estaba Jorge Guinzburg. Era muy simpático, de él aprendí mucho de comedia y de espontaneidad.Ana María Cores en la puerta del Teatro El Tinglado, donde protagoniza la obra La monja judía

-En los años 70, la televisión era mala palabra. Y usted hacía teatro y tele al mismo tiempo.

-No solo la televisión era mala palabra, ser profesional estaba mal visto. Lo antisistema era ser estudiante y ver cómo cambiar el mundo. Después me di cuenta que la profesión era el camino, no el punto a combatir. Hacer teatro, cine y televisión era el sueño de todos. Algunos lo cumplimos. Años de mucha efervescencia. Después de Universexus, me casé, me separé, hice Hair, ensayé Jesucristo Superstar, me quemaron el teatro e hice The Rocky Horror Show junto a Valeria Lynch.

-Lo de Jesucristo Superstar pudo haber sido el final de una promisoria carrera.

-Fue muy shockeante. Nos sentíamos perseguidos. Cada vez que salíamos de los ensayos encontrábamos panfletos amenazantes, pero la verdad es que no imaginamos que podía pasar lo que pasó. Nos quemaron el teatro el mismo día del estreno. Muchos abandonaron; Susan Ferrer, que era la que hacía de María Magdalena, estuvo muy mal durante mucho tiempo. Me reencontré con ella cuando hicimos Primeras damas del musical, en el Gran Rex, y ahora nos hicimos muy amigas. Pasó mucho de eso, fue en el 73, pero dejó su marca.

-El actor de comedia musical tiene lo metódico de la actuación, la disciplina de la danza y la pasión por la música. Es difícil de aplacar.

-Es cierto. La comedia musical implica una formación diferente. Primero me formé en el conservatorio y después estudié distintas disciplinas que me abrieron la cabeza. No todo el mundo puede hacerlo. Hay que tener una predisposición natural, un ritmo interno. Siempre digo: “La comedia musical tiene un ritmo en el cual la música tiene que entrar naturalmente. Cuando ya no podés más con la palabra, empieza la canción y cuando no podés más con la canción, empieza la danza”. Parte del elenco de Aquí no podemos hacerlo, con Enrique Quitanilla, Sandra Mihanovich, Ana María Cores y otras figuras

-En su momento hacía teatro infantil y para adultos. Hoy quizás no estaría bien visto.

-Nunca me gustó encasillarme en nada. No hice una carrera de cantante pero hice una de actriz que cantaba, aunque también hacía telenovelas donde no cantaba. Hice muchos infantiles y también, obras puramente para adultos. Cuando hice Doña Flor y sus dos maridos, en la que había un desnudo, a la tarde hacía teatro infantil. Pero yo interpretaba un personaje, no era el desnudo de Doña Flor, solo su interpretación. Lo gracioso era que el padre que traía a sus hijos a la tarde, a la noche venía a verme como Doña Flor.

-Ese desnudo fue considerado pornográfico.

-Fue una locura. Era un desnudo real que hacíamos con Adrián Ghio pero todo muy estético, cuidado, pensado con sus luces y sombras. El día del estreno, cuando nos quedamos sin ropa, los fotógrafos de prensa no pararon de sacarnos fotos con flash. Quedó horrible, todo blanco. Un espanto. Y se ve que alguien de la Curia de Buenos Aires fue, pagó su entrada, nos vio, hizo la denuncia y nos cerraron el teatro dos días. Nos hicieron juicio por pornografía y nos fuimos a Montevideo, donde estuvimos un año con funciones a sala llena.

Dar pelea

-Su historia profesional y personal demuestra que nunca se paralizó ante la adversidad.

-La vida me golpeó duro pero siempre me levanté. Lo importante no es que no te golpeen y no caigas, sino que siempre te levantes. Me prendieron fuego un teatro y a los meses estaba de nuevo en un escenario. Tuve un matrimonio que duró seis meses y al tiempo me volví a enamorar. Hay muchas cosas que me fueron pasando en la vida que si las pienso, digo “qué locura”. Ahora vengo de un duelo importante. Primero se murió mi papá, después se murió mi hermano menor, después mi hermano mayor y en diciembre se murió mi mamá a los 98 años. Me quedé sola. Sufrí una barbaridad y cuando me llamaron para hacer mi otra obra Las mujeres de Lorca, acepté sin dudarlo. Transmuté todo ese dolor profundo al servicio de la obra.En Las mujeres de Lorca, Cores transmutó una gran angustia personal después de varios duelos

-Al principio fue la heroína, luego la madre y estuvo a punto de ser la suegra de Griselda Siciliani en Envidiosa si el Covid no la hubiese afectado. ¿Cómo lleva el paso del tiempo?

-El paso del tiempo no me afecta. Por eso elegí esta hermosa profesión, porque puedo trabajar hasta que me muera. No sé cuántos años más, pero podría hacer de una viejita que apenas puede caminar y no me molestaría. El trabajo es lo que me hace sentir bien, me positiviza, me hace sentir que soy útil. Los desafíos me encantan. Por ejemplo, en Las mujeres de Lorca hago nueve personajes. Y me encanta.

-¿Con qué disfruta en su vida personal?

-Juego mucho con el celular. Disfruto de mis mascotas. En este momento tengo un perro y cinco gatos, pero llegué a tener cuatro perros y seis gatos. Ahora tengo a mi perro Toto y los gatos: Reiyel, Marilyn Monroe, Alf, Greta Garbo y Freddie Mercury. También veo muchísimas series. Tengo todas las plataformas. Me encantó Atrapados, Envidiosa, serie que sufrí mucho cuando no pude hacerla por enfermarme de Covid, pero me reemplazó Patricia Echegoyen que lo hizo muy bien. Y ahora me enganché con El Eternauta.

-¿Y el amor? Más de un espectador se enamoraría de esta monja conflictuada o de cualquiera de las mujeres de Lorca.

-Siempre estoy abierta al amor. Hace mucho que no estoy con nadie, pero si un caballero viene a ver Edith Stein y me gusta, quién te dice. Salí con hombres tan distintos que no podría dar un perfil pero me enamora el humor. No podría estar con alguien que sea aburrido o amargado. Que hable de política no me molesta, tampoco que sea un fanático.

-No tiene redes sociales, sí o sí van a tener que ir al teatro.

-No me gustan las redes sociales. No me gusta la gente que se esconde detrás de un anónimo para insultar o decir cualquier cosa. No tengo Instagram, mucho menos Tinder. Uso WhatsApp, donde anoto a la gente que conozco y sé con quién hablo.

-¿Cómo se enamora a “La Cores”?

-No sé cómo me pueden enamorar. Es como las obras de teatro. Yo no busco qué obra hacer, aparece el personaje y me sorprende. Actores prefiero que no. Los actores somos jodidos. Necesitamos una contención. Dos que se maquillen en la casa es mucho. Y músicos menos. Son terribles. El músico solo le es fiel a la música. Igual, no tengo reglas. Me he enamorado a primera vista y otras veces en lo cotidiano. El amor es una sorpresa. Eso sí, hace rato que no me sorprendo.

Para agendar

La monja judía. Funciones: viernes, a las 22. Sala: El Tinglado (Mario Bravo 948)