Volver a Siria tras la caída de Bashar Al Asad o esperar: las dudas de una generación de sirios exiliados
Más de 250.000 sirios han decidio regresar a su país tras el colpaso del régimen el pasado mes de diciembre, pero se han encontrado con sus casas y un país destrozados después de 14 años de guerra. Otros desconfían de las nuevas autoridades y no se sienten seguros aún para volver Siria: de la euforia por la caída de Bashar Al Asad al recelo del nuevo Gobierno a un mes de las últimas masacres “Damasco ha sido liberada”. Cuando Amal Shabta, de 35 años, escuchó como un amigo suyo le decía estas palabras por teléfono desde Siria, lo tuvo claro. Era diciembre de 2024 y los grupos armados opositores acababan de tomar el poder en el país con una sorprendente ofensiva que puso fin a décadas de poder del clan Al Asad. En pocos días, Shabta empaquetó todas sus pertenencias en su piso de Beirut. Rescindió el contrato de alquiler, dejó su trabajo y, finalmente, el 16 de enero, se despidió de la capital libanesa. “Cogí mis dos gatos, mis cosas, lo metí todo en un taxi y nos dirigimos hacia la frontera. Mi corazón iba a mil”, recuerda la mujer. Y prosigue: “Cuando vi la primera matrícula siria me quedé paralizada, le cogí la mano al taxista y le pedí esperar un momento”. Shabta sentía una mezcla de emoción y miedo. Hasta que llegó a la oficina de control de pasaportes. “El funcionario de la garita miró mi documento y dijo ‘12 años fuera’... en ese momento rompí a llorar”, relata emocionada a eldiario.es. No se lo podía creer. Finalmente, volvía a Siria. A su casa. Como ella, en los últimos meses, más de un cuarto de millón de sirios han regresado desde el extranjero, según cifras de Naciones Unidas. Además, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), calcula que 750.000 personas desplazadas dentro del país han vuelto a sus localidades de origen. Lo hacen después de 14 años de conflicto armado, en los que más de 13 millones de personas se vieron obligadas a huir de sus casas, en lo que la ONU definió como una de las mayores crisis del mundo. “Nunca perdí la esperanza de poder volver algún día”, asegura Shabta. “Por eso, a diferencia de otros sirios, nunca pedí un visado para ir a Europa o a cualquier otro Estado lejano. Siempre tuve claro que quería quedarme en Líbano, porque es el país más próximo a mi tierra”, relata en Damasco. También Diana Saifou y Belal Alabdullah, una pareja en la treintena, decidieron volver de Beirut a Damasco. Él se tuvo que marchar de Siria en 2017 para evitar hacer el servicio militar. Ella le siguió poco tiempo después. En Líbano, Alabdullah volvió a respirar: “Cuando estaba en Siria salía poco a la calle porque tenía miedo de que la policía secreta, la conocida como mujabarat, me detuviese. En esos tiempos cogían a los jóvenes por la calle, los secuestraban y los mandaban a la guerra”. Ya en el exilio, en 2019, se casaron. A diferencia de Shabta, ellos no querían quedarse en Líbano, un país inestable, donde a menudo los sirios se convertían en cabeza de turco por los problemas internos. Su objetivo era irse a Europa. Hasta tres veces intentaron pedir un visado para Francia. También buscaron establecerse en España. Todas las peticiones fueron rechazadas. Finalmente, en octubre de 2024, pidieron un visado humanitario a Brasil. “¡Pero llegó diciembre y, de golpe, pudimos volver a Siria! De hecho, aún no sabemos si nos dieron el visado o no”, reconoce Saifou, riéndose. Diana Saifou y Belal Alabdulah en su piso de Yaramana, en los suburbios de Damasco. “Aquí, en Siria, tenemos nuestra familia, nuestros recuerdos… lo que pasa es que nunca pensamos que nos íbamos a librar de [el expresidente] Bashar al Asad. Estábamos convencidos de que siempre estaría ahí”, reflexiona Alabdulah desde el sofá de su piso en Yaramana, una popular localidad en el sur de Damasco. Los primeros dos meses, los pasaron en un piso en el centro de la capital, pero los precios de los alquileres son altos. Así que se mudaron a los

Más de 250.000 sirios han decidio regresar a su país tras el colpaso del régimen el pasado mes de diciembre, pero se han encontrado con sus casas y un país destrozados después de 14 años de guerra. Otros desconfían de las nuevas autoridades y no se sienten seguros aún para volver
Siria: de la euforia por la caída de Bashar Al Asad al recelo del nuevo Gobierno a un mes de las últimas masacres
“Damasco ha sido liberada”. Cuando Amal Shabta, de 35 años, escuchó como un amigo suyo le decía estas palabras por teléfono desde Siria, lo tuvo claro. Era diciembre de 2024 y los grupos armados opositores acababan de tomar el poder en el país con una sorprendente ofensiva que puso fin a décadas de poder del clan Al Asad.
En pocos días, Shabta empaquetó todas sus pertenencias en su piso de Beirut. Rescindió el contrato de alquiler, dejó su trabajo y, finalmente, el 16 de enero, se despidió de la capital libanesa. “Cogí mis dos gatos, mis cosas, lo metí todo en un taxi y nos dirigimos hacia la frontera. Mi corazón iba a mil”, recuerda la mujer. Y prosigue: “Cuando vi la primera matrícula siria me quedé paralizada, le cogí la mano al taxista y le pedí esperar un momento”. Shabta sentía una mezcla de emoción y miedo. Hasta que llegó a la oficina de control de pasaportes. “El funcionario de la garita miró mi documento y dijo ‘12 años fuera’... en ese momento rompí a llorar”, relata emocionada a eldiario.es. No se lo podía creer. Finalmente, volvía a Siria. A su casa.
Como ella, en los últimos meses, más de un cuarto de millón de sirios han regresado desde el extranjero, según cifras de Naciones Unidas. Además, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), calcula que 750.000 personas desplazadas dentro del país han vuelto a sus localidades de origen. Lo hacen después de 14 años de conflicto armado, en los que más de 13 millones de personas se vieron obligadas a huir de sus casas, en lo que la ONU definió como una de las mayores crisis del mundo.
“Nunca perdí la esperanza de poder volver algún día”, asegura Shabta. “Por eso, a diferencia de otros sirios, nunca pedí un visado para ir a Europa o a cualquier otro Estado lejano. Siempre tuve claro que quería quedarme en Líbano, porque es el país más próximo a mi tierra”, relata en Damasco.
También Diana Saifou y Belal Alabdullah, una pareja en la treintena, decidieron volver de Beirut a Damasco. Él se tuvo que marchar de Siria en 2017 para evitar hacer el servicio militar. Ella le siguió poco tiempo después. En Líbano, Alabdullah volvió a respirar: “Cuando estaba en Siria salía poco a la calle porque tenía miedo de que la policía secreta, la conocida como mujabarat, me detuviese. En esos tiempos cogían a los jóvenes por la calle, los secuestraban y los mandaban a la guerra”.
Ya en el exilio, en 2019, se casaron. A diferencia de Shabta, ellos no querían quedarse en Líbano, un país inestable, donde a menudo los sirios se convertían en cabeza de turco por los problemas internos. Su objetivo era irse a Europa. Hasta tres veces intentaron pedir un visado para Francia. También buscaron establecerse en España. Todas las peticiones fueron rechazadas. Finalmente, en octubre de 2024, pidieron un visado humanitario a Brasil. “¡Pero llegó diciembre y, de golpe, pudimos volver a Siria! De hecho, aún no sabemos si nos dieron el visado o no”, reconoce Saifou, riéndose.
“Aquí, en Siria, tenemos nuestra familia, nuestros recuerdos… lo que pasa es que nunca pensamos que nos íbamos a librar de [el expresidente] Bashar al Asad. Estábamos convencidos de que siempre estaría ahí”, reflexiona Alabdulah desde el sofá de su piso en Yaramana, una popular localidad en el sur de Damasco. Los primeros dos meses, los pasaron en un piso en el centro de la capital, pero los precios de los alquileres son altos. Así que se mudaron a los suburbios. Los trayectos más largos en transporte público, Alabdulah los aprovecha para hablar con la gente sobre política y economía. “Antes no se podía hablar de nada”, dice. “No podías ni decir la palabra ‘dólar’”, le corta su esposa, quien recuerda que uno se arriesgaba a acabar en prisión por tener divisas. Pequeños cambios que generan esperanza.
Falta de garantías
Después de la caída del régimen, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) señaló que era pronto para decidir que Siria es un país seguro al que poder regresar y destacó que las personas debían “poder volver de manera voluntaria, segura y digna”. Para Yassine, exiliado sirio de 33 años, aún no es seguro. El joven –quien prefiere revelar su apellido– vive solo en la capital libanesa, donde trabaja como artista y documentalista. Celebra la caída del régimen de Al Asad, pero tiene dudas sobre su seguridad si regresa a Siria.
“Tras la liberación, tenemos la posibilidad de volver a casa, pero a la vez no podemos”, dice, mientras justifica su afirmación por la poca confianza que le generan las nuevas autoridades. Asegura que entre su círculo de amistades sirias en Líbano, sobre todo artistas y activistas por los derechos humanos, los temores son similares. Si bien ninguno descarta la idea de volver a su país, tienen pocas esperanzas de que se produzca un cambio real en las actuales circunstancias.
La ofensiva que derrocó Bashar Al Asad, la lideró el grupo armado Hayat Tahrir al Sham (HTS), un grupo islamista heredero de Al Qaeda en Siria. Su líder, Ahmed Al Sharaa, es ahora el nuevo presidente de Siria. Algunos activistas consideran que en sus acciones hay un trasfondo autoritario y la voluntad de restringir espacios de participación y libertades. Pero sobre todo, la preocupación entre la sociedad civil siria creció a inicios de marzo, cuando se produjeron matanzas sectarias en la zona costera, algunas a manos de combatientes afiliados con el nuevo Gobierno o leales a Al Sharaa.
Yassin se dedica principalmente a la realización de documentales de denuncia y teme que, si regresa, verá limitada su creatividad y capacidad crítica. “Queremos poder trabajar libremente”, asegura, dudoso ante las posibles represalias si mostrara una actitud crítica con el Gobierno islamista. Y remata: “Los sirios en la diáspora, ya sea en Líbano o en Europa, lo que realmente deseamos para Siria es la consolidación de una sociedad civil, que ponga las bases de la nueva Siria con la que todos soñamos. Veremos…”, dice, con poca esperanza.
El Gobierno no es el único problema. Cuando Shabta volvió a Damasco, tenía claro que no lo haría a su casa. La mujer es originaria de Al Yarmuk, un campo de refugiados creado en 1957 en las afueras de Damasco tras la expulsión de cientos de miles de palestinos por Israel. Con el tiempo, se convirtió en un barrio más de la capital siria, a poco más de quince minutos del centro. Un espacio próspero “donde no necesitabas salir para nada, porque tenías de todo”, recuerda con cariño Shabta. Hoy está completamente destruido.
Involucrada en organizaciones humanitarias y culturales, Shabta se fue del campo en contra de su voluntad en septiembre de 2013. Su familia empleó somníferos para sacarla sin que ella pudiera resistirse. Cuando volvió, 12 años más tarde, sabía lo que se encontraría. Pero verlo era otra cosa: “Hice tres intentos de llegar a mi casa, era demasiado para mí”, rememora. El lugar está devastado, sin electricidad, agua ni servicios básicos. Cuando finalmente logró llegar a su casa, no la podía reconocer. Está desfigurada por los bombardeos y por el saqueo posterior de las fuerzas del régimen.
“Lo que veo no tiene nada que ver con mis memorias”, explica desde el apartamento donde creció. Vigila donde pone los pies, en un suelo tapizado de ruinas, basura, papeles, viejos CDs y ropa desparramada. Poco a poco, va recordando y explicando cómo era cada una de las habitaciones. Reconstruye mentalmente el sofá, las mesas, las camas, escritorio, estanterías y armario… Los póster en la pared. Un pasado que se hace más vivo cuando en medio del desorden aparecen unas fotos familiares.
Aunque esta mujer reconoce la dificultad de volver a vivir en Al Yarmuk, mantiene su convicción de que un día sucederá. Su obstinación es compartida por algunos habitantes de la zona, que ya han vuelto y empiezan a reconstruir comercios y casas. Otros, como ella, viven por ahora en barrios colindantes como Tadamon. “La sensación es que he vuelto, pero no al cien por cien. Ya han pasado más de tres meses de mi llegada, pero no consigo sentir que he regresado del todo”, admite. “No sé bien por qué, pero hasta ahora no he podido adaptarme”.
Reconstruir un futuro
A pocas calles de la casa de Shabta, vive la familia Bisher. La pareja de sexagenarios tiene a sus cuatro hijos viviendo en Alemania. Sin embargo, estos días, uno de ellos, Abed, está de visita. Es su segundo viaje desde la huida de Al Asad, pero su madre aún no puede parar de mirarlo con orgullo y besarlo todo el rato. No lo veía desde 2013, cuando el joven se fue camino a Turquía para empezar un largo viaje.
“Había visto muchas cosas en la guerra, ¿sabes?”, relata Abed Bisher a modo de introducción. “Era consciente de que si me quedaba, iba a morir de todas formas, así que me dije: ‘¿Por qué no intentarlo?'”, continua. Así que una madrugada, desde un pequeño pueblo costero turco, cerca de Kaş, se echó al mar y nadó hasta la isla griega de Kastellorizo, a unos 8 kilómetros (una hora en ferry). De Grecia, pasó a Macedonia, Albania, Serbia, Hungría, Austria y Alemania. “El objetivo era llegar hasta Noruega. Había conseguido llegar hasta Grecia caminando y a nado, así que, en aquel entonces, mi intención era llegar hasta el punto más lejano del mundo”, recuerda mientras ríe. Finalmente, se estableció en Alemania, donde estudió y trabajó como cocinero y programador en una empresa de nuevas tecnologías. Hasta que encontró su vocación, curiosamente, como socorrista en una piscina municipal.
“¡Y de repente llega la liberación!”, rememora con entusiasmo el momento de la caída del régimen. Todo cambió. Ese mismo día, rompió con su novia, alemana. “Estaba claro que, a partir de ese momento, tendríamos caminos distintos”, se justifica. El 30 de diciembre, Bisher volvió a Siria, ya como ciudadano alemán: “¡Solo tardé cuatro horas en hacer el trayecto de retorno! Muy poco, comparado con los meses que había necesitado para llegar a Alemania!”. Desde su primer viaje, se ha dedicado a ayudar a sus padres a reconstruir y arreglar la casa.
Sin embargo, por ahora no se plantea instalarse de nuevo en Siria. “Quedarme sería egoísta”, dice. “Tenemos muchos retos por delante y, con el sueldo en Alemania, puedo ahorrar”. Su meta es apartar el máximo dinero posible para seguir apoyando a sus padres y la reconstrucción de Al Yarmuk. Como él, son muchos los vecinos de la zona que viven en Europa con la misma voluntad. Conectados a través de Facebook, confían en poder aportar fondos pero también conocimiento.
“La gente que se quedó aquí no tiene experiencia de ningún tipo, sus vidas se congelaron”, explica Bisher. Asegura que igual que los edificios están destruidos, la gente también lo está. “Imagínate un chaval de 18 años, cuando empezó la guerra tenía cuatro. No sabe lo que significa vivir en un país estable”, zanja. Así, su plan es aprovechar todas las vacaciones para venir aquí. “Mi objetivo ahora no es irme a descansar a Tenerife con mi novia, sino poder reconstruir Al Yarmuk”.
En Homs, 165 kilómetros al norte de Damasco, Belal Sharaf Edine, de 38 años, también destaca la importancia de reconstruir el país. Su vida está determinada por el amor a su ciudad natal. Desde el principio de las protestas contra Al Asad en 2011, Homs fue conocida como la capital de la revuelta por sus masivas manifestaciones. Hoy sufre las consecuencias de años de abandono por parte del régimen. “Hay muy pocas ofertas laborales”, dice Sharaf, que fue activista mediático. Cree que pronto “las instituciones se pondrán de nuevo en marcha, el país se recuperará y habrá oportunidades para todos”.
Salió de Siria en 2012 y vivió en Arabia Saudí, donde conoció a su esposa (una española), y en Turquía, donde se ganó la vida como profesor de inglés en colegios internacionales. “Siempre había soñado que Siria sería libre y podría volver”. No quiso irse a Europa, ya que “estaba demasiado lejos”. Su mujer y sus hijos se han quedado en Turquía a la espera de acabar el curso escolar. Mientras tanto, él busca un sitio para vivir, ya que su apartamento quedó destruido, como tantos otros en los barrios donde la oposición se hizo fuerte en los primeros años del conflicto.
Temporalmente, está en casa de sus padres, y colabora con otros colegas y las autoridades en la distribución de alimentos entre familias vulnerables. “Al volver a caminar por las calles de Homs fue como si hubiera estado años muerto y, de golpe, volviera a la vida”, asegura.
Aparte de una casa, las principales dificultades son “encontrar una buena escuela para los pequeños, asegurarse acceso a la salud y garantizarse una fuente de ingresos”. Aun así, no tiene dudas de que el futuro familiar está en Homs. “Hemos recibido un país devastado y con sanciones económicas. El nuevo Gobierno hace todo lo que puede para mejorar la vida de los sirios. Pero necesitamos ayuda de otros países”. Imagina que Siria será “uno de los mejores países de Oriente Medio de aquí a una década”. Será “emocionante”, afirma.