Un abuelo y un nieto cosen a toda prisa la túnica del próximo Papa
En su pequeño taller de la via del Borgo Pio, Raniero Mancinelli, de 86 años, y su nieto Lorenzo trabajan en trajes de tres tallas diferentes para vestir al nuevo líder de la Iglesia católica tras la fumata blanca: "Tengo muchos clientes cardenales, incluso algunos papables, así que ojalá sea uno de ellos"La carrera hacia el cónclave empieza con una derrota para los ultras: el cardenal Becciu da un paso al costado Lorenzo del Toro, 24 años, se afana sobre un inmaculado trozo de tela dispuesto sobre el mostrador de madera. Está hilvanando, aguja en mano, el delicado tejido con la tela que servirá de forro a la casulla, la especie de mantilla que se colocará por encima de la sotana el próximo Papa. De repente aparece su abuelo, Raniero Mancinelli, y con ojo clínico analiza su trabajo mientras da a su vez unas puntadas. “¿Ves la diferencia? Si las cámaras toman esta parte en lugar de esta...”, le señala con un reproche cariñoso. “¿Y qué más da?”, le contesta con una sonrisa el joven, que se apresura a aclarar que el trabajo es solo preparatorio: “La magia la hace él ahí atrás”, dice señalando la pequeña trastienda del local situado casi al final de la via del Borgo Pio. Este sastre de 86 años es el encargado de realizar la vestimenta que el Papa encontrará en la llamada Sala de las Lágrimas cuando sea designado y deba prepararse para salir a saludar a la multitud en San Pedro. Es su primera vez, y la designación ha ocasionado un pequeño terremoto en el Vaticano, tan dado a sostener las tradiciones. Sin embargo, no es la primera vez que viste a un Papa, aclara Mancinelli. Lo hizo muchas veces con Juan Pablo II, Francisco y sobre todo Benedicto XVI, con quien tenía una relación de muchos años y que lo eligió como su sastre personal. Lorenzo del Toro, nieto del sastre Mancinelli. Las empleadas de Mancinelli Clero siguen a lo suyo con paciencia, evitando las cámaras. “Ha sido una locura desde que se supo”, asegura una de ellas. Una marea de periodistas de todas partes del mundo intentando hablar con don Raniero, que este martes contestaba sonriente a las preguntas pero advertía a su hija Laura: “Si solo hago esto, no me dará tiempo a terminar las sotanas”. En realidad usa la palabra talare , que viene del latín y se refiere a una vestimenta que llega a los talones. Y lo hace en plural porque va a hacer tres, en tallas diferentes “para que sirvan a un Papa más menudo o a uno más corpulento”, explica Raniero antes de meterse al minúsculo taller. “Francisco era más bien grande –explica– y en estos últimos tiempos estaba hinchado, además”, dice como quien comenta algo en confianza, pero enseguida retoma el argumento anterior, consciente de que habla de un Papa fallecido “al que le tenía especial cariño”. A pesar de que no lo eligiera para el guardarropas de su pontificado, claro. Francisco eligió el perfil más opuesto que uno pueda imaginar al sonriente nonno Mancinelli: Filippo Sorcinelli –49 años, barba y pendientes, católico y abiertamente gay– confeccionó su ropa para la misa inaugural en 2013 y también su última mitra. Un taller minúsculo De las dos sencillas mesas de madera que conforman el atelier, una la ocupa una máquina de coser que parece rescatada de un museo, pero que Mancinelli reivindica como la clave de su trabajo: “Ya no se hacen cosas así”, dice mientras la acaricia. Hilos de tres colores: por supuesto blanco, más otros carretes negro y púrpura.

En su pequeño taller de la via del Borgo Pio, Raniero Mancinelli, de 86 años, y su nieto Lorenzo trabajan en trajes de tres tallas diferentes para vestir al nuevo líder de la Iglesia católica tras la fumata blanca: "Tengo muchos clientes cardenales, incluso algunos papables, así que ojalá sea uno de ellos"
La carrera hacia el cónclave empieza con una derrota para los ultras: el cardenal Becciu da un paso al costado
Lorenzo del Toro, 24 años, se afana sobre un inmaculado trozo de tela dispuesto sobre el mostrador de madera. Está hilvanando, aguja en mano, el delicado tejido con la tela que servirá de forro a la casulla, la especie de mantilla que se colocará por encima de la sotana el próximo Papa. De repente aparece su abuelo, Raniero Mancinelli, y con ojo clínico analiza su trabajo mientras da a su vez unas puntadas. “¿Ves la diferencia? Si las cámaras toman esta parte en lugar de esta...”, le señala con un reproche cariñoso. “¿Y qué más da?”, le contesta con una sonrisa el joven, que se apresura a aclarar que el trabajo es solo preparatorio: “La magia la hace él ahí atrás”, dice señalando la pequeña trastienda del local situado casi al final de la via del Borgo Pio.
Este sastre de 86 años es el encargado de realizar la vestimenta que el Papa encontrará en la llamada Sala de las Lágrimas cuando sea designado y deba prepararse para salir a saludar a la multitud en San Pedro. Es su primera vez, y la designación ha ocasionado un pequeño terremoto en el Vaticano, tan dado a sostener las tradiciones. Sin embargo, no es la primera vez que viste a un Papa, aclara Mancinelli. Lo hizo muchas veces con Juan Pablo II, Francisco y sobre todo Benedicto XVI, con quien tenía una relación de muchos años y que lo eligió como su sastre personal.
Las empleadas de Mancinelli Clero siguen a lo suyo con paciencia, evitando las cámaras. “Ha sido una locura desde que se supo”, asegura una de ellas. Una marea de periodistas de todas partes del mundo intentando hablar con don Raniero, que este martes contestaba sonriente a las preguntas pero advertía a su hija Laura: “Si solo hago esto, no me dará tiempo a terminar las sotanas”. En realidad usa la palabra talare , que viene del latín y se refiere a una vestimenta que llega a los talones. Y lo hace en plural porque va a hacer tres, en tallas diferentes “para que sirvan a un Papa más menudo o a uno más corpulento”, explica Raniero antes de meterse al minúsculo taller.
“Francisco era más bien grande –explica– y en estos últimos tiempos estaba hinchado, además”, dice como quien comenta algo en confianza, pero enseguida retoma el argumento anterior, consciente de que habla de un Papa fallecido “al que le tenía especial cariño”. A pesar de que no lo eligiera para el guardarropas de su pontificado, claro. Francisco eligió el perfil más opuesto que uno pueda imaginar al sonriente nonno Mancinelli: Filippo Sorcinelli –49 años, barba y pendientes, católico y abiertamente gay– confeccionó su ropa para la misa inaugural en 2013 y también su última mitra.
Un taller minúsculo
De las dos sencillas mesas de madera que conforman el atelier, una la ocupa una máquina de coser que parece rescatada de un museo, pero que Mancinelli reivindica como la clave de su trabajo: “Ya no se hacen cosas así”, dice mientras la acaricia. Hilos de tres colores: por supuesto blanco, más otros carretes negro y púrpura.
Se confiesa “emocionado” por el encargo, pero a la vez agobiado por los tiempos. Para el 7 de mayo falta una semana y debe entregar las prendas antes, para que reciban el visto bueno y luego se coloquen en el sitio que ocuparán hasta que el nuevo líder de la Iglesia católica se las coloque.
Ha elegido para el encargo con criterio bergogliano: usará el mismo tipo de tela que prefería Francisco, una lana ligera, sin estridencias. Dice que intentó varias veces convencerlo de que usara otros tejidos para el día a día, pero nunca consiguió sacarlo de los pantalones y los zapatos negros, que usó incluso el día de su nombramiento, aunque el 'uniforme' papal dice que deben ser rojos. Los mismos zapatos negros de uso diario con los que fue enterrado.
“Servir a un Papa es motivo de orgullo, y si Dios quiere podré servir también al siguiente”. Dependerá de la inspiración del espíritu santo a la que apelan los cardenales cuando se les pregunta por las quinielas previas al cónclave. En concreto, que señale a uno de sus muchos clientes purpurados. “Sí, tengo muchos clientes cardenales, con una relación de años que ya es de amistad, y entre ellos hay algunos papables. Ojalá sea uno de ellos, claro. Estaría contentísimo”, asegura entre risas.
Junto a él sonríe Lorenzo, para el que su incursión en este oficio ha sido casi 'llegar y besar el santo“, una expresión que viene de las innumerables esperas de las procesiones y ceremonias religiosas. Esperas que han tenido su epítome estos días con las colas kilométricas en la capilla ardiente de Francisco en San Pedro y las visitas a la tumba en Santa Maria Maggiore. El nieto de Mancinelli lleva desde que terminó la Secundaria, hace casi cinco años, trabajando en la sastrería familiar, que abrió sus puertas a principios de los años sesenta. Y ya confeccionará con su abuelo el trabajo más importante y simbólico.
¿Cómo se convierte uno en un sastre papal? Después de más de 60 años de trabajo, Raniero Mancinelli lo tiene claro: “No es una cosa que se decida. O al menos no una que haya decidido. Empecé de muy joven, como tantos otros, como si fuera un juego. Y después comenzó a gustarme, a apasionarme diría, y llevo muchísimos años haciendo este trabajo con pasión y amor”. Lorenzo lo mira, quizá pensando, o quizá no, en su propio futuro.