La bondad papal de Francisco es una lección duradera para todos los líderes mundiales

En un mundo dominado por la ostentación y el juicio, el Pontífice ofreció una lección de compasión y cercanía

Abr 23, 2025 - 23:17
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La bondad papal de Francisco es una lección duradera para todos los líderes mundiales

WASHINGTON.- No hace falta ser católico, cristiano o ni siquiera remotamente religioso para captar la profundidad de la humildad y la bondad simbolizada en el lavado de pies de otra persona. Es un gesto de extraordinaria intimidad entre un adulto y otro, y un gesto que obliga a una postura corporal que si no es de subordinación, al menos es de empatía y generosidad. Tanto en lo real como en lo metafórico, para hacer ese gesto los que están más arriba deben ser los que más se inclinan. Así que las imágenes del canoso papa Francisco arrodillado frente a una hilera de presos y migrantes para lavarles y besarles amorosamente los pies será una de las imágenes del pontífice que perdure.

En tiempos en que los líderes del mundo tienden a jactarse del tremendo poder que tienen mientras buscan la forma de acumular aún más, el fallecido líder de la Iglesia Católica, con sus 1400 millones de fieles en todo el mundo, desechó la idea de que de alguna manera era mejor, más sabio o más merecedor que cualquiera de sus prójimos. Su disposición a arrodillarse ante el menos merecedor de nosotros es una lección de lo que verdaderamente implica ser grande. Francisco les brindó a esos individuos un respeto sin calificativos, que no se ganaron por sus palabras o sus acciones, sino simplemente por ser seres humanos: con eso alcanzaba.Esta foto tomada y distribuida el 28 de marzo de 2024 por The Vatican Media muestra al Papa Francisco realizando el

Dejemos de lado las sencillas vestiduras clericales de Francisco, las Sagradas Escrituras, la complejidad de la historia, y lo que queda es una forma de cuidado y de ternura poco común, pero que no tiene por qué serlo.

Ahora los recuerdos y los elogios empiezan a fluir, y la gente destaca su humildad, su facilidad para la comunicación, su sonrisa fácil, su capacidad para bromear con niños y estadistas por igual. En otras palabras, la gente admiraba que Francisco se negara a que su posición privilegiada lo aislara del bien común. La gente se maravillaba de su capacidad para tratar a todos con imparcialidad, en vez de petulancia o falta de paciencia. Les gustaba que no estuviera visiblemente enamorado de los tesoros y botines del Vaticano. Francisco parecía entender que por muchas capas de oro que blindaran a la Iglesia Católica, ninguna de ellas podía tapar sus fracasos. Solo un líder dispuesto a salir y hacer su trabajo —con torpeza, imperfección y franqueza— podía impulsar el cambio.El papa Francisco participa en un almuerzo en el Aula Pablo VI del Vaticano, el domingo 19 de noviembre de 2023. Francisco ofreció a cientos de personas pobres, sin hogar, inmigrantes y desempleados un almuerzo el domingo. (Foto AP/Andrew Medichini)

Estos no son los rasgos típicos de los políticos, líderes industriales ni hombres y mujeres que se han hecho a sí mismos. A la mayoría no se los conoce precisamente por reconocer sus errores: evitan disculparse por sus debilidades y malas acciones, y manejan, desvían y racionalizan creencias falsas, y gran parte del mundo los admira por ser duros, decididos o simplemente ricos. Y Francisco quedó prácticamente solo en el centro de la atención mundial por su extraordinaria hazaña de seguir siendo compasivo y humilde, contra viento y marea.

Francisco no transformó la doctrina de la Iglesia. Su apertura mental se evidenció sobre todo en su disposición a escuchar y participar. Que esto fuera bueno o malo para el catolicismo depende de cómo quieran que sea la religión que es un principio rector de sus vidas. ¿Es un conjunto de reglas que uno sigue o rompe, y por lo tanto es bueno o malo, pecador o no? ¿O la religión es una comprensión fundamental de que cada persona tiene un valor intrínseco y que la clave de esta vida es maximizar ese valor al máximo?papa pontífice Francisco Vaticano Santa Sede San Pedro basílica plaza gente multitud audiencia miércoles

Francisco dejó bien claro que era un hombre y no un dios. Era imperfecto, y sus defectos y su disposición a admitirlos eran su fortaleza. ¿Quién era él para juzgar? Se preguntó al reflexionar sobre la relación entre la Iglesia y quienes se identificaban como parte de la comunidad LGBTQ+.

“Si aceptan al Señor y tienen buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgar?”, dijo en 2013. “No deberían ser marginados”.

Pronunció estas palabras ante un grupo de periodistas casi encogiéndose de hombros, como si fuera algo obvio. Y ahora, en 2025, cuando quienes se diferencian de alguna norma predeterminada —pero especialmente quienes son transgénero— son insultados o violentados, aquel comentario despreocupado de Francisco resuena como una compasión vigorizante. Usó su púlpito para tenderle una mano al prójimo, y la mayoría de los poderosos no aprendieron de su ejemplo. Hoy, en 2025, muchos de ellos, que son escuchados y reproducidos en todo el mundo, parecen incapaces de resistirse a usar su poder para juzgar, para culpar, para señalar con el dedo y a expulsar a los otros. En su mensaje de Pascua, su última declaración pública, Francisco señaló: “No puede haber paz sin libertad religiosa, sin libertad de pensamiento y de expresión, y sin respeto por las opiniones ajenas”.ARCHIVO - En esta foto del 29 de julio de 2016, el papa Francisco responde preguntas de reporteros sobre su famosa frase

En los últimos días, su fragilidad era evidente, completamente humana a pesar de toda la seguridad y el ceremonial que lo rodeaban. Era un hombre mayor, que había estado a punto de morir durante una larga internación por problemas respiratorios, que convalecía en su casa y lo daba todo no solo por mantenerse con vida, sino por estar presente. A principios de abril, apareció vestido de civil, saludando a los visitantes en la Basílica de San Pedro: un anciano en silla de ruedas arropado en una manta rayada, y una cánula de oxígeno para ayudarse a respirar.

Sus médicos le habían recomendado reposo. Pero él estaba en el mundo, un lugar donde miles de millones de personas escuchaban lo que tenía que decir y observaban su forma de vivir y de luchar. Muchas de esas personas eran fieles católicos, solemnes creyentes que acudían a él en busca de consuelo, de guía, o de algo que está casi más allá de las palabras. Pero muchos otros lo veían simplemente como un hombre cuyo respeto por la vida no se basaba en la presunción de inocencia, sino en la fe en la redención. En un mundo violento, con tantas armas de metal, de plástico, de productos químicos, Francisco se esforzó con todas sus fuerzas por evitar que la religión moderna se usara como una lanza, especialmente cuando era apuntada contra los débiles.ARCHIVO - El papa Francisco oficia una misa por las órdenes religiosas en la basílica de San Pedro en el Vaticano, el viernes 2 de febrero de 2024. (AP Foto/Andrew Medichini, Archivo)

“Los cristianos saben muy bien que solo afirmando la infinita dignidad de todos alcanzamos la madurez de nuestra propia identidad como personas y como comunidades. El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se extienden a otras personas y grupos”, escribió Francisco en su carta de febrero a los obispos de Estados Unidos. “El verdadero ordo amoris que debe promoverse es el que descubrimos meditando constantemente la parábola del ‘Buen Samaritano’... es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos, sin excepción”.

“Pero dejar al margen esas consideraciones y preocuparse por la identidad personal, comunitaria o de nacionalidad de las personas, introduce fácilmente un criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad”.

Incluso desde en la cima de la jerarquía eclesiástica, Francisco rechazó la idea de que quienes están en la cúspide merezcan ir por ahí haciéndose los fanfarrones. Por el contrario, para Francisco son precisamente ellos quienes deberían consolar a los que tienen los pie cansados y apenas logran sostenerse.

Traducción de Jaime Arrambide