Consonancias y asonancias de Morante
A veces no ser diplomático e ir a contracorriente viene a ser la mejor sanación para el espíritu, aun a sabiendas de que te tilden de soberbio o ser mal entendido, si bien el ser incomprendido es un rasgo de todo buen creador. Diría que es de lo mejor, aun siendo de lo peor, que encierra Morante de la Puebla, ese no esconder lo que no le parece, aunque sólo sea... su parecer. En pasadas temporadas señaló con su brazo y dedo a Miguel Abellán en el callejón de Las Ventas para cantarle unas cuantas lindezas vestido de torero. Aquí en Sevilla recriminó al presidente, lanzándole un «no tienes vergüenza» por no concederle una oreja que según él (y quien les escribe) había merecido. En la corrida del pasado Domingo de Resurrección dijo en prensa: «El público viene a ver la Semana Santa y le cuesta trabajo exaltarse, parece que estaban viendo la Soledad» , dado el poco entusiasmo que mostró ante la inspiración que sí tuvo su toreo de capote y muleta. Aquello me recordó a ese capítulo que narraba García Lorca sobre Pastora Pavón (la Niña de los Peines), que cantando en una taberna de Cádiz extraordinariamente no lograba emocionar al respetable, y que tuvo que escuchar a uno espetarle de manera guasona y sarcástica: «¡Viva París!». ¡Y no por cantar mal!, sino porque allí... no aparecía el duende. En ese momento Pastora paró, se tomó un vaso de cazalla, y se dejó de academicismos y facultades para buscarse en esos últimos rincones oscuros de sus adentros. Fue entonces cuando despojada de todo, empezó a cantar como abrasada por ese fuego del sentimiento que quema todos las escuadras para quedarse a solas con su verbo mismo. En el principio fue el verbo, dice el Evangelio, habría que añadir que en el final… también. Y es lo que a Morante le faltó (y a veces le falta), olvidarse de todo y de todos para buscarse a sí mismo, pues eso de emocionar no puede ser solo cosa de hacerlo bien, sino de arrebatarse ante el bien y el mal. Vengo a traer estas consonancias y asonancias porque estoy muy a favor de ellas, precisamente por esa rebeldía y anarquismo que representan ante una sociedad putrefacta absorbida por lo que debe ser. Morante significa hoy esa libertad capaz de salirse del tiesto y así mostrar su grandeza. Serán las cosas de la sangre, eso de entender el arrebato como peculiaridades duendísticas.
A veces no ser diplomático e ir a contracorriente viene a ser la mejor sanación para el espíritu, aun a sabiendas de que te tilden de soberbio o ser mal entendido, si bien el ser incomprendido es un rasgo de todo buen creador. Diría que es de lo mejor, aun siendo de lo peor, que encierra Morante de la Puebla, ese no esconder lo que no le parece, aunque sólo sea... su parecer. En pasadas temporadas señaló con su brazo y dedo a Miguel Abellán en el callejón de Las Ventas para cantarle unas cuantas lindezas vestido de torero. Aquí en Sevilla recriminó al presidente, lanzándole un «no tienes vergüenza» por no concederle una oreja que según él (y quien les escribe) había merecido. En la corrida del pasado Domingo de Resurrección dijo en prensa: «El público viene a ver la Semana Santa y le cuesta trabajo exaltarse, parece que estaban viendo la Soledad» , dado el poco entusiasmo que mostró ante la inspiración que sí tuvo su toreo de capote y muleta. Aquello me recordó a ese capítulo que narraba García Lorca sobre Pastora Pavón (la Niña de los Peines), que cantando en una taberna de Cádiz extraordinariamente no lograba emocionar al respetable, y que tuvo que escuchar a uno espetarle de manera guasona y sarcástica: «¡Viva París!». ¡Y no por cantar mal!, sino porque allí... no aparecía el duende. En ese momento Pastora paró, se tomó un vaso de cazalla, y se dejó de academicismos y facultades para buscarse en esos últimos rincones oscuros de sus adentros. Fue entonces cuando despojada de todo, empezó a cantar como abrasada por ese fuego del sentimiento que quema todos las escuadras para quedarse a solas con su verbo mismo. En el principio fue el verbo, dice el Evangelio, habría que añadir que en el final… también. Y es lo que a Morante le faltó (y a veces le falta), olvidarse de todo y de todos para buscarse a sí mismo, pues eso de emocionar no puede ser solo cosa de hacerlo bien, sino de arrebatarse ante el bien y el mal. Vengo a traer estas consonancias y asonancias porque estoy muy a favor de ellas, precisamente por esa rebeldía y anarquismo que representan ante una sociedad putrefacta absorbida por lo que debe ser. Morante significa hoy esa libertad capaz de salirse del tiesto y así mostrar su grandeza. Serán las cosas de la sangre, eso de entender el arrebato como peculiaridades duendísticas.
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