Trump, un dolor autoinfligido

La democracia moderna más antigua del planeta pide "aguantar", pasar la varicela del desempleo, la falta de crédito y el encarecimiento de la vida que se avecina por la guerra comercial que va a poner contra las cuerdas a consumidores y empresas mientras el Gobierno de Trump recauda miles de millones de dólares en aranceles Para que Donald Trump esté cambiando un mundo incierto por un mundo caótico que desprotege a los más expuestos no hacían falta grandes apocalipsis. Hacían falta 77 millones de estadounidenses dispuestos a votarle. Para que hubiera nazismo en Alemania, más de 17 millones de ciudadanos tuvieron que votar al partido de Hitler en 1933. Para que hubiera democracia en España fue necesario que los españoles votaran masivamente a partidos democráticos y dejaran de lado, por ejemplo, a la ultraderecha Unión Nacional, que obtuvo en 1979 un único escaño en el Congreso. Es la ciudadanía la que da y quita voz con sus decisiones colectivas y la que, de vez en cuando, puede procurarse un daño autoinfligido. La segunda legislatura del magnate no venía de sorpresa. Quien le votó, le conocía. Aun así, millones de estadounidenses prefirieron salir del carril de la ortodoxia y volver a probar con quien les prometió la esperanza futura de volver al pasado y en quien se sentían reflejados: Trump decía lo que ellos pensaban, aunque lo que pensaban quizás no estaba atravesado por un diagnóstico certero. Las recetas con las que se iban a remediar todos esos problemas eran fáciles de entender, pero han resultado tan espontáneas como las que se podrían proponer en un aula de Primaria. La democracia moderna más antigua del planeta mantiene el pulso a China y al mundo y pide “aguantar”, pasar la varicela del posible desempleo, la falta de crédito y el encarecimiento de la vida que se avecinan si se culmina el plan de la guerra comercial que se ha iniciado con Asia, que va a poner contras las cuerdas a consumidores y empresas mientras el Gobierno de Trump recauda miles de millones de dólares en aranceles. La petición de resistir en las casas con su agrietada economía por un logro colectivo se basa en una falacia: que si hay un repliegue económico y precariedad laboral es porque a los EEUU no se les ha respetado, porque se ha malgastado el dinero en organismos internacionales y se ha priorizado el buenismo con pobres y migrantes. Como resultado, zarpazo contra todo y contra todos en un mundo tan conectado que es imposible apagar un interruptor sin que salten los plomos. Según esta construcción ideológica que ganó en EEUU, todo ha ido mal, todo ha sido manipulado o prohibido. No hay libertad, aunque eso mismo se pueda decir con total libertad y la realidad de todos los indicadores sea contraria. Nunca el mundo estuvo más desarrollado en derechos, avances sociales, coberturas sanitarias, avances industriales y tecnológicos o capacidades de comunicación. Para que esa tesis haya calado tan profundo hacían falta 77 millones de personas dispuestas a creer que los Estados Unidos de América han sido maltratados y que, resolviendo esto, se resolvería el problema. También se necesitaban unas redes sociales sin estándares de calidad dispuestas a difundirlo, un grupo de élite dispuesto a perturbarlo todo de manera explosiva. También hacían falta precariedad laboral, de vivienda y estatus que las opciones políticas convencionales no han logrado revertir. Dosis de rencor, lemas y un enemigo en el que confluyeran los orígenes de todos los males. Como eran diversos, se dio en aglutinarlos como “woke”, en el que cabe desde el comunismo hasta el ecologismo, pasando por las ONG o, ahora, la Unión Europea. La disrupción de Trump no viene sola y está dejando atónita a un ala de su propio partido y a Wall Street y muchos millonarios. Hay países, como Brasil, que lo probaron antes y luego desistieron. Pero hay líderes de la ultraderecha y experimentos perturbadores llamando a las puertas de muchas de las denostadas democracias prometiendo más patria, más dinero, más eficiencia, tradicionalismo y una vuelta a un mundo donde había abundancia y supuestamente todos vivíamos mejor. Los mismos que lo prometen en EEUU son los millonarios que han impuesto un capitalismo salvaje inconveniente para quienes se han convertido en sus votantes. Para que haya acabado de florecer este nuevo sistema ha sido necesario generalizarlo todo, tildando la política clásica como algo inservible, con unos políticos que han entrado en el juego de la polarización que en nada les ha beneficiado más que para avanzar, galopantes, hacia la simplificación con la que los qualunques como Trump les están destronando. Si nada sirve y todos son iguales, el siguiente paso es cambiar el paradigma hacia lo nuevo, que aunque sea pésimo es, al menos, impactante. Para acabar con la política trumpista no hay que fijarse en Trump, sino en cómo hacer que los votantes tengamos información veraz para no caer en la

Abr 11, 2025 - 07:10
 0
Trump, un dolor autoinfligido

Trump, un dolor autoinfligido

La democracia moderna más antigua del planeta pide "aguantar", pasar la varicela del desempleo, la falta de crédito y el encarecimiento de la vida que se avecina por la guerra comercial que va a poner contra las cuerdas a consumidores y empresas mientras el Gobierno de Trump recauda miles de millones de dólares en aranceles

Para que Donald Trump esté cambiando un mundo incierto por un mundo caótico que desprotege a los más expuestos no hacían falta grandes apocalipsis. Hacían falta 77 millones de estadounidenses dispuestos a votarle. Para que hubiera nazismo en Alemania, más de 17 millones de ciudadanos tuvieron que votar al partido de Hitler en 1933. Para que hubiera democracia en España fue necesario que los españoles votaran masivamente a partidos democráticos y dejaran de lado, por ejemplo, a la ultraderecha Unión Nacional, que obtuvo en 1979 un único escaño en el Congreso. Es la ciudadanía la que da y quita voz con sus decisiones colectivas y la que, de vez en cuando, puede procurarse un daño autoinfligido.

La segunda legislatura del magnate no venía de sorpresa. Quien le votó, le conocía. Aun así, millones de estadounidenses prefirieron salir del carril de la ortodoxia y volver a probar con quien les prometió la esperanza futura de volver al pasado y en quien se sentían reflejados: Trump decía lo que ellos pensaban, aunque lo que pensaban quizás no estaba atravesado por un diagnóstico certero. Las recetas con las que se iban a remediar todos esos problemas eran fáciles de entender, pero han resultado tan espontáneas como las que se podrían proponer en un aula de Primaria.

La democracia moderna más antigua del planeta mantiene el pulso a China y al mundo y pide “aguantar”, pasar la varicela del posible desempleo, la falta de crédito y el encarecimiento de la vida que se avecinan si se culmina el plan de la guerra comercial que se ha iniciado con Asia, que va a poner contras las cuerdas a consumidores y empresas mientras el Gobierno de Trump recauda miles de millones de dólares en aranceles. La petición de resistir en las casas con su agrietada economía por un logro colectivo se basa en una falacia: que si hay un repliegue económico y precariedad laboral es porque a los EEUU no se les ha respetado, porque se ha malgastado el dinero en organismos internacionales y se ha priorizado el buenismo con pobres y migrantes. Como resultado, zarpazo contra todo y contra todos en un mundo tan conectado que es imposible apagar un interruptor sin que salten los plomos.

Según esta construcción ideológica que ganó en EEUU, todo ha ido mal, todo ha sido manipulado o prohibido. No hay libertad, aunque eso mismo se pueda decir con total libertad y la realidad de todos los indicadores sea contraria. Nunca el mundo estuvo más desarrollado en derechos, avances sociales, coberturas sanitarias, avances industriales y tecnológicos o capacidades de comunicación. Para que esa tesis haya calado tan profundo hacían falta 77 millones de personas dispuestas a creer que los Estados Unidos de América han sido maltratados y que, resolviendo esto, se resolvería el problema. También se necesitaban unas redes sociales sin estándares de calidad dispuestas a difundirlo, un grupo de élite dispuesto a perturbarlo todo de manera explosiva. También hacían falta precariedad laboral, de vivienda y estatus que las opciones políticas convencionales no han logrado revertir. Dosis de rencor, lemas y un enemigo en el que confluyeran los orígenes de todos los males. Como eran diversos, se dio en aglutinarlos como “woke”, en el que cabe desde el comunismo hasta el ecologismo, pasando por las ONG o, ahora, la Unión Europea.

La disrupción de Trump no viene sola y está dejando atónita a un ala de su propio partido y a Wall Street y muchos millonarios. Hay países, como Brasil, que lo probaron antes y luego desistieron. Pero hay líderes de la ultraderecha y experimentos perturbadores llamando a las puertas de muchas de las denostadas democracias prometiendo más patria, más dinero, más eficiencia, tradicionalismo y una vuelta a un mundo donde había abundancia y supuestamente todos vivíamos mejor. Los mismos que lo prometen en EEUU son los millonarios que han impuesto un capitalismo salvaje inconveniente para quienes se han convertido en sus votantes.

Para que haya acabado de florecer este nuevo sistema ha sido necesario generalizarlo todo, tildando la política clásica como algo inservible, con unos políticos que han entrado en el juego de la polarización que en nada les ha beneficiado más que para avanzar, galopantes, hacia la simplificación con la que los qualunques como Trump les están destronando. Si nada sirve y todos son iguales, el siguiente paso es cambiar el paradigma hacia lo nuevo, que aunque sea pésimo es, al menos, impactante. Para acabar con la política trumpista no hay que fijarse en Trump, sino en cómo hacer que los votantes tengamos información veraz para no caer en la tentación de comprar ese medicamento sin receta, que seamos conscientes de que hay obligaciones ciudadanas más allá de votar cada equis años y que haya una clara, valiente y decidida alternativa.

Este sitio utiliza cookies. Al continuar navegando por el sitio, usted acepta nuestro uso de cookies.