Trucos para revivir al Milei original
El Presidente recupera su mística antipolítica; los impactantes números de la guerra al periodismo, que florece en medio de internas libertarias y de la ansiedad por las elecciones porteñas

El tránsito por el poder deja huellas. La responsabilidad diluye la rebeldía. La jerarquía conspira contra la espontaneidad y se pega a quien la ejerce como las arrugas que el paso de los años talla en un rostro maduro. El empeño de un líder en funciones por ofrecerse como una persona normal y corriente es el equivalente político a una cirugía estética: la añoranza de un tiempo mítico, cuando todo estaba por ocurrir.
En Javier Milei ese fenómeno se magnifica. Él, que encarnó como ninguno de sus antecesores la “gesta del hombre común”, enfrenta un momento decisivo de su gobierno con la presión autoimpuesta de seguir siendo un outsider ahora que habita en la cúpula del sistema institucional.
Más metódico de lo que le gusta admitir, el presidente libertario activó el modo electoral con un retorno al personaje que mejor interpretó. Milei es nuevamente el tipo enojado que busca conectar con la frustración ciudadana y que denuncia conspiraciones para hacerlo fracasar e impedir el progreso nacional.
La salida del cepo cambiario lo desató, después de semanas en las que vivió al límite emocional. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) desencadenó un estallido interior, a tiempo con las necesidades de campaña.
Llegó a temer que se le escurriera el logro de la baja de la inflación y la estabilidad cambiaria. La zozobra de marzo y parte de abril pareció convencerlo de que su oferta a los argentinos es incompleta si se limita a los resultados económicos.
Volvió entonces el Milei que grita y reparte insultos como si estuviera todo el rato en una cancha de fútbol. Se calzó otra vez la campera de cuero para salir a caminar por barrios periféricos. Tuitea compulsivamente, después de un tiempo en que se había contenido. Se presta muy a menudo a notas en medios de comunicación, una costumbre que casi había abandonado a partir del caso $LIBRA.
La frescura y el desparpajo que le brotaba natural en 2021 o 2023 hoy requiere dosis adicionales de ingeniería comunicacional. La fragilidad de sus rivales políticos y el apoyo que le profesan amplios sectores del poder económico debilita el relato del luchador acosado por “la casta”. De esa necesidad surge la renovada batalla contra el periodismo profesional, al que el gobierno libertario enfocó como un adversario a vencer en el umbral de las elecciones porteñas, escala decisiva del calendario de votaciones de 2025.
Milei eligió el eslogan “no odiamos lo suficiente a los periodistas”, sin el menor afán de disimular la intención de manipular emociones fuertes, tan habitual en las campañas políticas.
Rara vez un líder apela de manera explícita a la palabra odio, que se dice pronto pero puede despertar demonios difíciles de controlar. Es incluso más extraña en boca de alguien que se define como liberal. “Odio” y “libertad” parecen a simple vista el agua y el aceite del lenguaje político.
El Presidente recurre a la denuncia a los periodistas como si estuviera en una cruzada espontánea por la verdad. Pero sigue un libreto escrito y probado en la nueva derecha internacional, cuyo auge coincide con una ola de descontento social. La demonización de las elites, entre las que se incluye a los medios de prensa, está en la página 1 del manual.
Bombardeo de tuits
Solo en la última semana, desde el sábado 26 de abril al viernes 2 de mayo, Milei usó las redes sociales a tiempo completo para fustigar contra periodistas. Retuiteó un total de 2073 mensajes ajenos, de los cuales 436 incluían acusaciones, insultos o alusiones despectivas a periodistas. Además, de los 51 mensajes que escribió él, 41 encajan en esa descripción. En la mayoría incluyó su invitación a odiar a los periodistas.
La lógica de las redes sociales admite las afirmaciones sin argumentos, el destrato, la denuncia sin pruebas, la estigmatización y el ciberacoso. El Gobierno no se priva de ninguna de estas prácticas en la carrera por reconectar con el Milei original, aquel David que se nubla cuando se reconoce Goliath.
Dijo de los periodistas a lo largo de los últimos siete días que son “basuras mentirosas”, que “inyectan veneno”, que son “mentirosos patológicos”, “pauteros” y “depravados”. Que ejercen una profesión “inmunda” como “un ejército de mitómanos” y que tienen “déficit de IQ severo”.
Se plegó a una campaña de desprestigio contra Carlos Pagni, a quien acusó de compararlo con Hitler a raíz de un comentario completamente sacado de contexto. Es una operación retórica que Milei conoce muy bien porque se cansó de denunciar que se lo hacían a él: la falacia del hombre de paja. Es decir, cuando se distorsiona o exagera la opinión de una persona y luego se lo ataca por la versión desfigurada del argumento en lugar de refutar el punto original.
Ante la evidencia de la falsedad, el Presidente acusó a LA NACION de editar el video y la nota donde el periodista hacía el comentario. Y finalmente amenazó con denunciarlo penalmente, en una advertencia que coquetea con la criminalización de la opinión. En el camino, aplaudió un mensaje del director de Comunicación Digital de la Presidencia, Juan Pablo Carreira, que postulaba: “No odiamos lo suficiente a LA NACION”.
A Jorge Fernández Díaz lo atacó en público cinco veces en dos semanas por haber escrito que el Gobierno “tuvo que apurar el nuevo pacto con el Fondo para que este aprobara un blindaje urgente, que parece una derrota vestida de victoria”.
Destrató a Joaquín Morales Solá por considerar que Milei le planteaba una pelea al campo cuando instó públicamente a liquidar cuanto antes las exportaciones.
A María O’Donnell la trató de “ZURDA PERIODISTA IGNORANTE” (así, en mayúsculas) por entrevistar a un economista que simpatiza con el Gobierno. El bullying contra Paulino Rodrigues incluyó llamarlo “cerdo” por opinar que Milei debió haber llegado antes a Roma para asistir a la capilla ardiente del papa argentino.
Republicó mensajes con el dibujo de una tumba y la inscripción “medios de comunicación tradicionales”, al igual que decenas de denuncias incomprobables de corrupción profesional. Sus propagandistas de redes lo alientan, dicen que en chiste, a meter preso a un periodista.
El ministro de Economía, Luis Caputo, se sumó al coro cuando escribió que el periodismo es “una profesión que tiende a desaparecer”. Curioso que un técnico falle por tanto con los datos: nunca fue tan amplia la audiencia de los medios aquí y en el mundo como en la actual era digital.
En apenas siete días los periodistas aludidos con nombre y apellido en los mensajes que difundió el Presidente fueron 18.
Se quejó de los fotógrafos justo después del episodio que protagonizó su todopoderoso asesor Santiago Caputo en el debate de candidatos porteños, cuando le tapó la cámara a un reportero y después tomó con su celular una imagen de la credencial que llevaba colgada al cuello.
La ofensiva contra la crítica bordea por momentos lo que en Estados Unidos llaman “gaslighting”, una sutil forma de manipulación emocional que apunta a que el blanco de esa acción se cuestione su propia percepción de la realidad.
No hay novedad sino estrategia en la búsqueda del Milei espontáneo y auténtico de las campañas desde el llano. Ni siquiera el eslogan es una invención que pueda patentar el Presidente. La expresión “You don’t hate the media enough” (“no odias lo suficiente a los medios”) circula en forma de meme y de hashtag en cuentas de simpatizantes de Donald Trump al menos desde 2022. Se ha hecho tan popular en esos círculos que se venden camisetas con la frase impresa. Se consiguen en Amazon por 26,70 dólares más gastos de envío.
La hiperactividad de Milei en las redes y en los medios audiovisuales es medible. A partir del caso $LIBRA, iniciado por el tuit con el que celebró un criptoactivo que causó pérdidas millonarias a quienes invirtieron de buena fe, había bajado notablemente el uso de sus canales de comunicación. Apenas concedió 3 entrevistas en los dos meses que siguieron al fatídico 14 de febrero. Y tuiteó tres veces menos que en el mismo período del año anterior.
El giro se hizo patente con la salida del cepo y el lanzamiento de la campaña de Manuel Adorni, a quien le encomendó derrotar a los Macri en la ciudad de Buenos Aires. Desde el 14 de abril, hizo seis notas en medios audiovisuales y emitió más mensajes en redes que en los dos meses previos sumados. El miércoles 30 de abril tuvo un pico, al enviar 13 mensajes propios y reproducir 533 ajenos.
Lo que se mantiene firme es la decisión de no someterse a una conferencia de prensa. El León “doma” a todos, pero desde el confort del monólogo o la charla de camaradas.
Contra el kirchnerismo
El segundo eslogan de este período es “libertad o kirchnerismo”. Milei se dispone a arrebatarle al Pro la bandera de la grieta. Adorni aterrizó en la Capital con un mensaje que prescinde de cualquier artilugio municipal.
El argumento obliga a darle al candidato kirchnerista Leandro Santoro una entidad nacional que ya quisiera tener. El miedo al cuco de Cristina Kirchner contrasta con el espectáculo decadente de la interna peronista en Buenos Aires, donde a la expresidenta pena por domesticar a Axel Kicillof, el discípulo que le salió rana. El Gobierno entiende que la representación del antikirchnerismo no puede quedar en manos ajenas: si Adorni supera a la macrista Silvia Lospennato el domingo 18, creen en la Casa Rosada, la utilidad política del Pro quedará definitivamente en entredicho.
Milei disfrutó al ver las escenas de su vocero y candidato como orador central de la cena de la Fundación Libertad, el lunes pasado. Mauricio Macri, que solía ser el rey en ese ecosistema, lo escuchaba desde la mesa de honor. Ahí mismo le habían sentado a Alberto Benegas Lynch (h.), el intelectual que más admira el Presidente.
Santiago Caputo y los funcionarios/tuiteros que lo acompañan en la Casa Rosada festejaban con champagne al cierre del evento, como si hubieran conquistado una colina.
La campaña contra el macrismo les da una mística que unifica. No llega, sin embargo, a disimular las tensiones internas con el sector “tradicional” que encabeza Karina Milei y que tiene como ejecutores a los primos Menem.
Es notoria la tirria cuando se le pregunta a cualquier referente importante de uno u otro sector por las candidaturas en la provincia de Buenos Aires, donde se votará en septiembre. La negociación pendiente con el Pro es solo una capa del problema. Por debajo arde la discusión entre caputistas y karinistas. “En algo nos parecemos a los radicales”, ironiza un legislador de La Libertad Avanza que trata de no meterse en la línea de fuego.
El regreso del Milei furioso y combativo es un antídoto también contra la proliferación de internas.
Pero no solo eso. Estudios de opinión que llegaron a funcionarios de la Casa Rosada destacan un deterioro de la imagen presidencial entre los jóvenes, que siempre fueron la principal base de sustentación del Gobierno. Algo similar ocurre en los sectores socioeconómicos más deprimidos, a pesar de la baja de los índices de pobreza de la que suele jactarse Milei.
Se necesita otra vez al líder popular que se planta ante los poderes establecidos. La campera de cuero. La canción de La Renga. La rabia. El hombre sin rango que explotaba, como la mayoría de sus conciudadanos, después de la pandemia y el de fiasco del gobierno albertista-kirchnerista. El que desprecia a los “ñoños republicanos” que se fijan en las formas.
¿Podrá volver el tiempo atrás e interpretar al candidato antipolítica que supo leer el ánimo social y detectar la demanda de estabilidad económica que dominó la era pre-libertaria? Desde arriba es más difícil.
Lo descubrió en su salida a Villa Lugano, donde quiso recrear las caminatas de campaña de los días virginales. Fue un paseo breve, rodeado de custodios y con un despliegue en los techos de las casas que rompía toda ilusión de amateurismo.
Algo parecido ocurre con sus denuncias, diatribas y advertencias a quienes lo incomodan. El poder lo cambia todo. Lo que antes era indisciplina y valentía hoy resuena peligrosamente como un eco autoritario y abusivo.